Traducción para Rebelión de Loles Oliván
La cálida bienvenida con que recibieron el discurso del embajador sirio Bashar Yaafari ante Naciones Unidas el fin de semana quienes rechazan al brazo armado de la oposición siria y sus llamamientos a la intervención extranjera, no se limitó únicamente a sirios.
En pocas horas, la grabación en voz y vídeo de su intervención ante el Consejo de Seguridad se intercambiaba entre decenas de miles de activistas a través de internet. Hasta los adversarios intentaron agregar sus comentarios. Aunque eran flojos y se basaron únicamente en la temática de la propaganda que emplea mayoritariamente la oposición siria. En general, tales comentarios reflejaban bien sus vínculos con sectores que toman decisiones en el extranjero, o bien una falta de capacidad de reflexión.
Cuantas más medidas toma el régimen, que muchos pueden ver como lentas y tardías, más se suman esos opositores a una funesta deriva que pretende destruir Siria para ocupar una parcela en nombre de la libertad, la justicia y la igualdad.
Yaafari no dijo nada distinto de lo que ya hemos oído antes a los dirigentes del régimen sirio. Pero lo dijo bien, en un lenguaje que otorgaba a la posición del régimen una sólida dimensión moral. Asimismo, ante el mundo entero, se dirigió con contundencia a la cara de quienes conspiran contra su país y su pueblo, lo que les provocó reacciones que reflejan su malsano estado mental.
Hubo sonrisas de suficiencia de quienes, como el primer ministro de Qatar, Hamad bin Jassim Al-Zani, piensan que las palabras de Yaafari suenan ya a tiempos pasados. También hubo quien meneaba la cabeza al estilo de Susan Rice. Parecía sorprendida de que hubiera llegado el día en que alguien en la cámara le recordara que Estados Unidos ha usado su poder de veto en cuestiones relativas a los derechos de los pueblos árabes o de otros pueblos de este mundo de manera rutinaria.
Ambas reacciones fueron más débiles de lo que cabría haber esperado. Como lo fue la respuesta del secretario general de la Liga Árabe, Nabil al-Arabi, que no pudo dar explicación alguna de por qué el jefe de la Misión de Observadores de la Liga Árabe no estaba presente en el Consejo de Seguridad ni de por qué se rechazó su informe. Así que se conformó con decir que se suponía que debía estar presente junto con el primer ministro de Qatar. Eso fue todo. Sin embargo, al-Arabi sabe que cuando se propuso en la Secretaría que el jefe de la Misión de Observadores debería formar parte de la delegación ante la ONU, un funcionario de Qatar entró en cólera.
A pesar de que está prohibido para todo el mundo excepto para los estadounidenses usar pantallas de visualización, como Colin Powell hizo para justificar la invasión de Iraq, el mundo interconectado en que vivimos hace que sea posible que las mentiras salgan a la luz.
En los últimos días, la opinión pública árabe ha detectado por primera vez la magnitud de las mentiras de los medios de comunicación que emplean aquellos que pretenden destruir Siria y no sólo derrocar al régimen.
Nosotros, en Al-Akhbar, hemos tenido que soportar acusaciones políticamente absurdas de opositores al régimen sirio. Han dicho que trabajamos para el régimen sirio por el mero hecho de haber publicado hechos documentados con audios, vídeos y textos sobre hombres armados, algunos de los cuales afirman pertenecer al Ejército Sirio Libre y otros a grupos de al-Qaida.
Se nos exige ahora que neguemos la existencia de hombres armados organizados -cada uno de los cuales se ha embolsado decenas de miles de dólares- que deambulan por Líbano buscando sofisticados equipos de comunicación.
Se nos exige que neguemos que reciban apoyo de grupos libaneses estrechamente vinculados a miembros de la coalición 14 de marzo. Igualmente tenemos que negar la mera posibilidad de que pueda haber grupos que comparten ideología y métodos con al-Qaida, o incluso que puedan estar vinculados a esa organización internacional recientemente reestructurada.
Se nos exige, por otra parte, que digamos que todo hombre armado que se opone al régimen es un soldado desertor y que sólo dispara a los militares. Sin embargo, algunos de ellos guardan imágenes en sus teléfonos móviles en las que hacen gala de su orgullo por haber cometido una carnicería con personas leales al régimen en el campo de Damasco, en Idlib y en Homs.
Por su parte, algunos intelectuales que apoyan a los manifestantes sirios parecen haber decidido escuchar solo a una parte, abandonando cualquier apariencia de la profesionalidad que se supone debe caracterizar su labor como académicos, periodistas, o miembros de comités de derechos humanos.
Al aceptar las informaciones de hombres armados o de ciertas figuras de la oposición, reconocen que no tienen medios para verificarlas. Sin embargo, rechazan las informaciones del régimen de antemano precisamente porque no tienen manera de comprobarlas. ¿Cómo pueden hacer ambas cosas? ¿Hay alguna otra explicación que no sea la del recelo y la ceguera moral para el abandono de la objetividad en la que deben fundarse las posiciones en este momento crítico para la historia de la región?
Nadie niega que las fuerzas del régimen sirio hayan llevado a cabo numerosas ejecuciones y detenciones arbitrarias de activistas de la oposición. Nadie niega la existencia de una grave crisis en el control de la conducta de las fuerzas militares y de seguridad de Siria.
Pero ¿por qué no existe ni la más mínima crítica o un simple cuestionamiento de lo que está haciendo la otra parte en el «mundo libre»?
¿No han dado cuenta decenas de miles de sirios, cristianos y musulmanes, huidos de Homs a Líbano, de los crímenes sectarios que se han cometido allí? ¿Se cree la oposición que basta con tener de su parte a los medios de comunicación más importantes -como los controlados por Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania y los de los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo- para presentar una imagen diferente?
Puede que eso funcione con la gente de fuera de Siria. Puede que los árabes y los extranjeros fuera de Siria estén influidos por este flujo incesante. Pero ¿no se da cuenta esa gente de que los sirios -que viven a diario en las ciudades, en los pueblos, en las zonas rurales, en las instituciones y en las calles sirias- saben y experimentan lo que realmente está pasando? ¿No ven por igual lo que está haciendo el régimen y lo que está haciendo la oposición armada?
El personal de las embajadas extranjeras, ¿no ha oído hablar a ciudadanos sirios sobre hombres enmascarados en ciertos barrios que se niegan a hablar con nadie porque ni siquiera son sirios?
¿No han oído al gobernador militar de Trípoli (Libia), Abd al-Hakim Belhaj, hablando de cómo compañeros suyos han viajado a Siria a través de Turquía, negando que fuera él quien los enviara pero diciendo que han ido allí para «apoyar a sus compañeros», como se llaman entre ellos?
Los extranjeros que residen aquí en Líbano ¿no saben que hay gente del Golfo que ha venido a vivir ahora a aldeas turcas situadas a lo largo de la frontera con Siria y en hoteles libaneses?
¿No han oído hablar de los centenares de libios heridos que han sido trasladados recientemente a Jordania para recibir tratamiento, que cuentan sus experiencias de cómo se les ha ofrecido incentivos para que vayan a «apoyar a sus hermanos» de Siria? ¿O de la unidad especial de inteligencia turca que ha establecido sus oficinas en hoteles y apartamentos de alquiler en Amán para hacer tratos con esos libios y con sirios que han huido desde el sur de su país, o que viven en Jordania desde hace muchos años?
Los relatos de las matanzas ya no se cuentan solo desde un bando. Pero cuanto más se retrase una solución política, más se abrirá el apetito de todos los enemigos de Siria -y de los partidarios de Estados Unidos e Israel- por más actos criminales que muchos ya están preparando para extender por todos los países de la región.
Ibrahim al-Amin es editor jefe de Al-Akhbar.
Fuente: http://english.al-akhbar.com/content/nato-supporters-tunnels-vision-and-moral-blindness