Traducido para Rebelión por J. M.
Un grupo de unos 20 refugiados de Eritrea ha estado atrapado durante una semana entre las cercas de alambre a lo largo de la frontera con Egipto. Como animales cazados que lograron, con los últimos restos de sus fuerzas, llegar a las puertas cerradas de una reserva natural, estos refugiados se encontraron frente a un país que ha decidido aislarse detrás de una pared de dureza de corazón.
Los soldados del ejército israelí, que custodiaban a los solicitantes de refugio desde el otro lado de la valla, les han dado un poco de agua y un trozo de tela para protegerse del sol agobiante, pero su situación empeora hasta el punto de que algunos miembros del grupo están en peligro de muerte.
Esta tragedia humana, como de costumbre, está travestida con un manto de ley y orden. Después de todo, en caso de que Israel les permita entrar, esto podría crear un peligroso precedente que podría llevar a otros miles de refugiados a despertar y situarse frente a la valla y esperar un gesto humanitario de Israel. De este modo, la misericordia humana podría frustrar la misión de la valla que es la de impedir la entrada de refugiados.
Por otro lado, las leyes internacionales y los acuerdos que ha firmado Israel obligan al Estado a llevar a cabo el principio de no devolución. Este principio establece que una persona no puede ser devuelta a un lugar donde su vida estaría en peligro. Por lo menos, este principio obliga a los Estados a examinar las alegaciones de los solicitantes de asilo antes de deportarlos. Los dilemas legales y los argumentos administrativos son realmente pesados. Pero mientras esta discusión se lleva a cabo dentro de un marco objetivo y académico, estos refugiados se enfrentan a otro día de terrible sufrimiento bajo el calor ardiente del Sinaí. La discusión aún puede llevarse a cabo incluso si los refugiados están alojados en un campamento de refugiados o en una de las prisiones de la Autoridad de Población, Migración y Frontera, donde van a recibir tratamiento médico y comida decente. Si la decisión final es que no hay ninguna razón para que se queden en Israel, pueden unirse a los otros migrantes que Israel deporta a la fuerza.
Israel no tiene derecho, bajo ningún pretexto, a permitir que estos refugiados sigan muriendo a su puerta. El Estado puede quedarse tranquilo por el hecho de que el muro ya ha hecho su trabajo: el número de solicitantes de asilo cayó de 2.000 por mes del año pasado a sólo 199 en este mes de agosto. Pero este éxito no debe permitir que selle nuestros corazones y nuestras fronteras a las personas cuyas vidas están en peligro real. El Estado tiene que abrir sus puertas y permitir entrar a los refugiados.
Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/let-the-refugees-enter-1.463035