Recomiendo:
0

Testimonio de una inmigrante indocumentada

Post frontera (XXXII)

Fuentes: Rebelión

Transición: idioma inglés (I) Vivir en Estados Unidos y no hablar inglés es como lanzarse al mar y no saber nadar. La mayoría de inmigrantes indocumentados latinoamericanos llegamos sin tener noción del idioma, porque somos la parte de la población que nace y crece entre tantas carencias, entre éstas la educación. Es sorprendente la cantidad […]

Transición: idioma inglés (I)

Vivir en Estados Unidos y no hablar inglés es como lanzarse al mar y no saber nadar. La mayoría de inmigrantes indocumentados latinoamericanos llegamos sin tener noción del idioma, porque somos la parte de la población que nace y crece entre tantas carencias, entre éstas la educación. Es sorprendente la cantidad de personas analfabetas que llegan a este país y se encuentran con que no entienden el idioma.

Qué infortunio, hay que tratar de estar en sus zapatos para comprender la conmoción que esto genera, ya de por sí la barbaridad de sobrevivir la frontera y acarrear con la herida viva y sangrante, para encontrarse con la gélida pared con la que nos recibe el país, la segunda frontera diría que es el inglés. Tal vez la más difícil de atravesar. Los indocumentados que llegan a Estados Unidos son los que han crecido en una inequidad total, los que ni siquiera tuvieran acceso a la cursar la primaria, mucho menos terminar la educación media y ni qué decir de la superior. La escuela para esos millones ni siquiera llega a convertirse en ilusión, pensar en estudiar es cosa de otra clase social, no de la de pies descalzos.

Estados Unidos está lleno de indocumentados que en sus países de origen vivían en el campo y en las periferias, en esas áreas marginales de las que ningún gobierno se hace cargo más que para la limpieza social.

La palabra campo suena tan romántica si uno se imagina las montañas verdes, los ríos de aguas cristalinas, las hortalizas siempre preñadas y las flores silvestres siempre hermosas entre el zacatal. Si uno imagina vacas y ovejas y cabras y yeguas, si el humeante polletón siempre tiene en su rescoldo un guineo maduro y un batidor de café. Si el campo fuera respetado por los Gobiernos y las empresas transnacionales, si el campesino fuera respetado como hombre sabio y la comadrona como mujer de luz pero, el campo de ensoñación no existe, quedó como un mito del que cuentan los abuelos que cuidan a los nietos por que los hijos se vieron obligados a emigrar, a buscar para en otra tierra para la libra de frijol y la media botella de aceite, para la libra de sal y la yarda de tela, para el par de zapatos, porque lo del abono también es leyenda, la tierra ha sido perforada y con sus entrañas expuestas llora su tragedia, ya no produce, ¿y ellos cuándo volverán?

En la periferia, la siempre marginada barriada en donde nacen los extraordinarios talentos que el mundo entero ha aclamado a través de los siglos, dándoles la inmortalidad. De ahí, de la alcantarilla salen despavoridos millones que sin ninguna oportunidad de desarrollo han logrado sobrevivir a tanto prejuicio, violencia y descalificación por parte de los Gobiernos. Salen con le pecho erguido, mirando de frente, con la dignidad en sus miradas, a buscar en tierras lejanas lo que la propia les niega. Claro sí, los he visto, los he abrazado, hemos conversado, sus historias son las mías, mi palabra es la de ellos, y nuestro sentir el de millones donde las fronteras no existen, somos gente de arrabal. Dignamente de arrabal.

Mientras los del campo como mozos trabajan en las fincas de los patrones, sin beneficio laboral alguno, sin comida nutritiva, sin dormir más de tres horas al día, viendo a sus hijos morir de hambre, los de la periferia trabajan en maquilas, fábricas, en la albañilería y los mil usos a los que la sociedad y el sistema los obliga. ¿A qué horas pensar en estudiar si ni para respirar tienen tiempo? ¿A qué hora acarician las ilusiones si ni para tomar un vaso de agua tienen tiempo? Trabajo y trabajo y trabajo. Espalda, manos y pies. Un corazón cansado, una mirada perdida, una vida que se deshila llanto agrio que nadie ve.

Queda entonces como opción obligatoria emigrar y buscar en otro suelo lo que el propio les niega: trabajar en maquila pero ganando en dólares, trabajar en el campo pero ganando en dólares, misma explotación laboral, ningún derecho, pero ganando en dólares. Es diferencia descomunal, claro que sí. El dólar hace estragos cuando se le compara con la moneda nacional, cuántas familias separadas a causa de la migración obligada. Qué desgracia de vida, heridas que nunca sanan, ayeres que no volverán, abrazos que se quedaron esperando el retornar.

Con toda la miseria a la que obliga el país de origen a su población más golpeada, ésta llega a países desarrollados, con su mochila al hombro y como única mudada: la responsabilidad de enviar las remesas. No, yo no hablo aquí de becados, turistas que se quedan, capitalinos de clase media, ellos no me competen, lo mío es lo raso, la gente de pies descalzos, nosotros que crecimos sin nada, invisibles, maltratados, agredidos. A los que nadie escucha, a los que nadie comprende, a los que todos rechazan, de los que todos de aprovechan, de los que deportan todos los días, de los que emigran por canastadas, de los que violentados todos los días aun se atreven a despertar y comenzar un nuevo día, mirando de frente. Ellos son mí gente, son mí identidad. Esta es mí historia pero también es la de ellos, no tenemos nacionalidad, las fronteras no existen cuando se trata de desvalorización, de abuso e invisibilidad.

¿Cómo enfrentar el idioma del país de llegada cuando no se sabe leer ni escribir en el materno? ¿Ir a la escuela para adultos? ¿A qué hora si la explotación laboral no lo permite? Si la gente llega a volverse pozoles las vértebras trabajando tres turnos al día para ver de enviar las remesas que allá permitan por lo menos el sustento de los tres tiempos de comida. Las largas horas sin dormir por la angustia y el miedo que tiene lo desconocido. Para cualquiera sonaría normal decir pero «que se esfuercen y que vayan a estudiar, el que quiere puede,» no es así nomás, no para la clase más explotada de todas, no para quien sin documentos no existe, no para quien ofrece su mano de obra y le toman el corazón.

No es así nomás lo del inglés, toma años y hasta décadas, a veces nunca se logra poder superar la frontera, esto quita vida, ilusiones, si de por sí esa masa indocumentada llega sin autoestima, golpeada por todo lo circunstancial que es una vida en la miseria y el abuso, pedirle que piense racionalmente y que aprenda inglés porque esto le abrirá puertas, de verdad no ayuda en nada. ¿Quién piensa en puertas si lo único que conocer es la oscuridad? El pensar de la mayoría es éste: nos abusan aquí, como nos abusaban allá, pero por lo menos nos pagan en dólares. Eso es lo importante, la tasa de cambio, cuánto vale un dólar en el país de origen.

El inglés no es solo el idioma es un proceso de asimilación, en mucho significa renuncia -dependiente de los zapatos- aunque a simple vista es un mundo de oportunidades nuevas, de descubrimientos, de conocimientos, de aprendizaje. No tan fácil decir: aprendé inglés y con esto tu vida cambiará. La vida ya cambió desde el momento en que se decidió emigrar.

De dicha yo aprendí a leer y a escribir en mi país de origen, soy una de las privilegiadas con esta oportunidad, ¿por qué me negué a aprender inglés y qué fue lo que hizo que me decidiera encararlo?

(Continúa)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.