El miércoles pasado se cumplieron mil días de Trump en la Casa Blanca y la pregunta desde hace tiempo no es cuál es el último hecho o comentario del presidente más mentiroso, corrupto, xenofóbico, racista, antimigrante, antintelectual, anticiencia, y peor hostigador de mujeres en la historia moderna del país, sino cómo se le ha permitido proceder […]
El miércoles pasado se cumplieron mil días de Trump en la Casa Blanca y la pregunta desde hace tiempo no es cuál es el último hecho o comentario del presidente más mentiroso, corrupto, xenofóbico, racista, antimigrante, antintelectual, anticiencia, y peor hostigador de mujeres en la historia moderna del país, sino cómo se le ha permitido proceder más allá de su día mil uno.
El multimillonario populista, quien preside en la era de mayor concentración de riqueza en el último siglo, ha proclamado ser la bandera nacional; toda crítica y acusación en su contra es calificada de traición y antipatriótica. No sólo se proclama como el elegido y juega con la noción de que tal vez debería ser líder vitalicio, sino que se autoelogia al considerarse alguien con sabiduría sin paralelo
y un genio muy estable
. Quien lo cuestione -incluidos legisladores, jueces, fiscales, denunciante formales, comentaristas- son calificados de enemigos de Estados Unidos. Trump ha superado las alturas desde donde se cayó Richard Nixon, quien en una entrevista famosa con David Frost declaró que cuando el presidente lo hace, eso implica que no es ilegal
, al responder a actos ilícitos ordenados por el presidente.
Este régimen -con el cual se han agotado todos los adjetivos para calificarlo- ha transgredido todas las normas que supuestamente definen el poder federal en este supuesto faro de la democracia
. El presidente ha llegado a ser calificado de autócrata
y hasta protofascista por representantes del propio establishment; un reconocido almirante acaba de declarar que este presidente está atacando a la república
estadunidense.
Sus agresiones contra supuestas instituciones sagradas, incluyendo altos mandos del Pentágono, la llamada comunidad de inteligencia
y partes del Poder Judicial de este país, su abierta obstrucción a investigaciones de fiscales federales, la imposición explícita de sus intereses políticos y económicos por encima de los del país (incluido recientemente en el caso de Ucrania como en su incesante promoción de sus negocios), su cuestionamiento de la lealtad patriótica de opositores políticos y su declaración de que los medios son los enemigos del pueblo
son marcas registradas de su régimen.
Durante sus mil días en la Casa Blanca Trump ha hecho más de 13.400 declaraciones falsas o engañosas (http://www.washingtonpost.com/ graphics/politics/trump-claims-database/).
Junto con las dos decenas de mujeres que lo han acusado de comportamiento sexual inapropiado, que incluye intentos de violación sexual, un nuevo libro revela otras 43 en esta lista.
Ni hablar de las violaciones de derechos humanos de niños y familias inmigrantes tan ampliamente documentados, ni los ataques contra los derechos fundamentales de las mujeres y de la comunidad gay, la anulación de normas ambientales y laborales, como el apoyo casi explícito a sectores racistas ultraderechistas, entre tanto más.
¿Cómo es posible que se haya permitido todo esto? es la pregunta que -a pesar de acciones de protesta (algunas masivas), investigaciones oficiales y denuncias formales- sigue en el aire.
Algunos señalan que Trump enfrenta una coyuntura en la cual se está debilitando repentinamente, con generales, almirantes, diplomáticos y otros ex altos funcionarios denunciando públicamente sus políticas desastrosas, mayor disidencia en su propio partido, y una reducción en la tasa de aprobación en las encuestas, todo mientras se acelera el proceso de impeachment; de hecho, por primera vez la mayoría favorece que sea destituido de su puesto.
Pero por ahora sigue siendo el rey. Todo esto ya no es culpa sólo de este conductor de reality show, que nunca ha ocultado quién es o cuál es su juego, sino de todos los que lo siguen tolerando y han decidido actuar bajo reglas de un juego que el propio Trump ha destrozado.
Tal vez el único premio de consolación para los demás es que, por ahora, todo estadunidense -y todo aliado internacional de este presidente- tiene anulada la autoridad (y arrogancia) moral para criticar a otros pueblos y sus gobiernos.
Por lo menos hasta que ya no dejen pasar un día más a este régimen.
Fuente: http://www.jornada.com.mx/2019/10/21/opinion/031o1mun