Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
La solidaridad que demostremos con los palestinos hoy determinará en qué tipo de país vivimos cuando termine la pandemia.
Oficiales de la policía fronteriza israelí usan máscaras faciales durante los enfrentamientos con manifestantes palestinos en Jabal Al-Arma, cerca de la ciudad de Beita, Cisjordania, 11 de marzo de 2020. (Nasser Ishtayeh / Flash90)
Es imposible saber qué tan fuerte o débil es una casa hasta que la golpea una tormenta, si sus cimientos son estables, si su infraestructura es fiable o su techo está debidamente sellado. Todos estos elementos se están poniendo a prueba ahora que la tormenta del coronavirus golpea nuestras costas y gana velocidad en Israel y en los territorios ocupados.
Esto es tan cierto en nuestros hogares personales como en el ámbito nacional y mundial. Todo se pone a prueba en momentos como este, desde los planes gubernamentales a largo plazo hasta la calidad de la formación de los proveedores de servicios.
Como en cualquier prueba sorpresa hay quienes comienzan improvisando, obligados a pensar con poco tiempo libre. Sin embargo, y bastante rápido, queda claro que no se puede confiar solo en la improvisación. Nuestro éxito depende en gran medida del grado en que nos hayamos preparado con anticipación.
De repente las historias de los notables logros de la Start-Up Nation parecen fugaces y demasiado frágiles ante el abandono del sector público por parte del Estado. Los presupuestos de salud de Israel sistemáticamente se han ido secando durante años y las consecuencias, incluida la grave falta de camas de hospital, pruebas y ventiladores disponibles, están a la vista de todos. El sistema educativo ha quedado prácticamente suspendido, ya que la inversión necesaria en tecnología de aprendizaje en línea no se realizó a tiempo. Todo esto está surgiendo solo un mes después de que los primeros israelíes fueran diagnosticados con COVID-19 y justo antes de las semanas difíciles que aún quedan.
Todo el tiempo el llamado «proceso de paz» se ha dejado en un rincón lejano de la psique nacional israelí. Estas dos palabras, que se gastaron y causaron mucha risa antes de la furiosa pandemia mundial, son poco más que un encubrimiento de la renuencia y la incompetencia crónica de nuestra nación, al lidiar con lo que rápidamente se está convirtiendo en una necesidad existencial.
Nos hemos negado obstinadamente a ceder el control sobre los millones de palestinos que viven en la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este. Y con el control viene la responsabilidad, ¿qué haremos con Gaza si el número de casos de coronavirus se dispara allí? ¿Qué haremos cuando nos quedemos sin ventiladores y las personas infectadas en Cisjordania no puedan respirar?
Israel no solo es responsable de sus nueve millones de ciudadanos, sino de los 14 millones de seres humanos que viven bajo nuestro control entre el río y el mar. Sin embargo, su dominio sobre el pueblo palestino nunca ha sido tan miope, presuntuoso y peligroso.
Impedimos activamente que una nación entera se construya un hogar nacional, un Estado. Los metimos implacablemente en bantustanes haciéndoles imposible desarrollar su propia economía, infraestructura pública y relaciones diplomáticas normales. Bombardeamos hospitales y centrales eléctricas en Gaza sin detenernos a preguntarnos qué pasaría cuando los enfermos llegaran a la cerca pidiendo tratamiento médico que nos negamos a proporcionarles.
Trabajadores de salud palestinos desinfectan a los trabajadores palestinos cuando regresan de Israel a Cisjordania en un puesto de control en Tarqumiya, 27 de marzo de 2020. (Wisam Hashlamoun / Flash90)
Ahora más que nunca está claro que el capitalismo sin restricciones y el nacionalismo frenético que ha guiado a los sucesivos gobiernos israelíes nos han fallado. Todavía es demasiado pronto para saber si los líderes populistas como Donald Trump, Jair Bolsonaro y Boris Johnson pagarán sus errores o si como su amigo Viktor Orbán explotarán la crisis para intensificar su asalto al Estado de derecho y fortalecer aún más su poder.
Nosotros que hemos cortado el trabajo a los activistas de la sociedad civil debemos ayudar de cualquier manera que podamos a combatir la pandemia. Debemos vigilar atentamente los intentos de las autoridades de asaltar el poder para garantizar que la crisis no se explote para dañar irreversiblemente nuestras instituciones democráticas. Y debemos establecer con valentía nuestra visión para un futuro mejor.
La izquierda ya no puede permitirse el lujo de permanecer callada o avergonzada de quiénes somos y en qué creemos. Para nosotros la palabra clave siempre ha sido, y sigue siendo, solidaridad. Verdadera solidaridad que exige una mayor inversión en nuestros servicios públicos y menos tributos vacíos desde nuestros balcones.
La solidaridad que demostramos el uno con el otro ahora determinará en qué tipo de país viviremos el día después de que el coronavirus desaparezca. Nuestra solidaridad con el pueblo palestino determinará si podemos reemplazar la ocupación interminable por un futuro diferente en el que otra nación ya no esté sometida a nuestro gobierno.
Esto no es un ejercicio, es un código rojo. Debemos aprovechar este momento y liberar a los millones de palestinos bajo nuestro control para que finalmente puedan gobernarse libremente. Si decidimos posponerlo una vez más nunca nos recuperaremos como nación. Podemos elegir salir de esta crisis mejor equipados para enfrentar las difíciles decisiones que tenemos por delante o podemos continuar enterrando nuestras cabezas en la arena. La elección es nuestra.
Avner Gvaryahu es el director ejecutivo de Breaking the Silence.
Fuente: https://www.972mag.com/israeli-solidarity-coronavirus-test/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión.org como fuente de la traducción.