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Un caso clásico de exterminio colonial

Genocidio perpetrado por los nazi-sionistas en Palestina

Fuentes: Rebelión - Imagen: Un palestino lleva el cuerpo sin vida de un niño que ha sido sacado de entre los escombros tras el bombardeo sobre el campo de Yabaliya.

“Los suprimimos por completo, sin dejar ni siquiera un bebé vivo que llorara por su madre muerta. Esta es, sin comparación la mayor victoria que han conseguido los soldados cristianos de los Estados Unidos”. -Mark Twain, 1906, a propósito de la masacre de Bud Dajo en Filipinas, Citado en Daniel Inmerwahr, Cómo ocultar un imperio. Historia de las colonias de Estados Unidos, Capitán Swing, Madrid, 2023, pp. 158-159.

“El periódico israelí Haaretz informa que el Ejército de Israel ha creado las llamadas ‘zonas de exterminio’ dentro del enclave palestino, donde soldados israelíes matan a cualquier persona que ingrese al área. Un soldado reservista dijo al periódico: ‘En cuanto las personas ingresan a la zona, principalmente hombres adultos, tenemos la orden de disparar y matar, incluso si esa persona está desarmada’”. (Disponible en: https://elpopular.uy/con-licencia-para-matar-zonas-de-exterminio-en-enclaves-palestinos/ Abril 2 de 2024.)

1 – Lo que acontece hoy en Gaza y en Cisjordania donde son asesinados en forma premeditada miles de seres humanos es un caso clásico de exterminio colonial, que como tal no tiene nada de nuevo, si lo inscribimos en la historia de la expansión europea de los últimos 550 años. Lo novedoso estriba en que no se oculta y se hace a plena luz del día, con la complicidad de falsimedia mundial.

Este colonialismo de estirpe europea tiene unos patrones similares que se repiten como si fueran gotas de agua: pretendida superioridad en todos los planos de la existencia (racial, cultural, religioso, social…) a partir de lo cual se justifica la conquista y sometimiento; racismo a flor de piel, sustentado en la proclamada grandeza del hombre blanco occidental; posesión de los territorios y exterminio de los seres humanos que pueblan esas tierras desde hacía mucho tiempo, con el argumento de que las tierras estaban despobladas e incivilizadas o que sus habitantes no las saben aprovechar y por eso hay que expulsarlos y matarlos; violencia generalizada para someter a los pueblos nativos, con unos niveles de sadismo poco antes visto;  destrucción deliberada y planificada del sustento de los pueblos conquistados (alimentos, plantas, animales domésticos, fuentes hídricas, creencias y costumbres) con el objetivo de arrasar con el complejo tejido socio-metabólico de relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, que aseguran su existencia; justificación y alabanza de los crímenes cometidos a nombre de la justeza de la guerra, puesto que los “salvajes” deben desaparecer para que los “civilizados” (europeos blancos y sus descendientes en Estados Unidos, Israel y otros lugares del mundo) lleven el progreso y la modernidad a los “territorios vacíos” que encontraron a su paso; justificación religiosa a nombre de una superioridad espiritual que les da patente de corso para matar, torturas y exterminar a aquellos pueblos en los que predominan otras concepciones espirituales y religiosas que se consideran diabólicas… 

Todo esto y mucho más caracteriza al colonialismo europeo y eso mismo es lo que replica al pie de la letra el Estado de Israel. Desde esta óptica, es un caso típico del comportamiento del colonialismo de colonos (de poblamiento o de asentamiento) cuyas características adquieren un nivel de destrucción que alcanza niveles no vistos por los pueblos sometidos: “los pueblos indígenas se enfrentaban a un estado de guerra permanente (o “para siempre”) que involucraba a muchos tipos de seres y entidades no humanos: patógenos, ríos, bosques, plantas y animales desempeñaban un papel en la lucha”[1].

Los genocidas de todas las épocas cuentan con apologistas de diversa índole (misioneros, evangelizadores, académicos, intelectuales, escritores, novelistas, científicos, periodistas…) que aplauden el carácter pretendidamente civilizador de las potencias coloniales. De allí se desprende un culto abierto a la ciencia y a la tecnología que se emplea para realizar las masacres coloniales, las cuales se justifican con el argumento de que los pueblos superiores se imponen y destruyen a los inferiores.  Si se ve con más detalle el asunto resulta que en el mundo real cuando los colonizadores ocupan los territorios no solo usan sus sofisticadas tecnologías sino métodos bestiales de exterminio, entre los cuales sobresalen el quemar vivos a los habitantes de una comunidad, envenenarlos, matarlos con cuchillos y machetes, confinarlos para que sean más propensos a la transmisión de enfermedades, inocularlos con virus para matarlos en forma masivo, bombardear sus viviendas y lugares de residencia y mil formas por el estilo. Al respecto, vale citar algunos ejemplos históricos, para poner de presente que Israel es una aberración colonial en pleno siglo XXI, y lo es porque cuenta con el apoyo de sus padres putativos y colonialistas de vieja dada, de Europa y de los Estados Unidos.

Un administrador belga, portado por sus empleados en Congo, hacia 1950.

2– Los holandeses al conquistar la isla de Banda, en el archipiélago de las Molucas, y para esclavizar a sus habitantes recurrieron a la práctica de tierra arrasada bajo la consigna de “quemar sus viviendas donde quiera que estén”. Esta masacre, perpetrada en 1621, fue de tal magnitud que, según los genocidas holandeses, “por la gracia de Dios, todas las ciudades y emplazamientos fortificados de las Banda habían sido tomados, arrasados y quemados, y alrededor de más de mil doscientos almas habían sido capturadas”[2].

Esto se replicó, igualmente, en el actual territorio de los Estados Unidos, donde los ingleses entre 1636 y 1638 realizan la “primera guerra deliberadamente genocida de la historia”, la cual consistió en el exterminio de los pequots, una tribu algonquina. Allí procedieron a quemar las viviendas con sus habitantes, entre los que se encontraban mujeres y niños. Este pueblo fue exterminado y un historiador puritano escribió en tono aprobatorio, con una retórica similar a la que usan ahora los genocidas de Israel: “El nombre de los pequots (como lo fuera el de Amalec) ha sido borrado de la faz de la tierra, sin que quede nadie que sea o que (al menos) se atreva a llamarse a sí mismo pequot”[3]. Este es un caso en donde genocidio y divinidad se encuentran, algo que está presente desde entonces en la mayoría de los procesos de dominación colonial de origen europeo, y se prolonga hasta el día de hoy en Israel, que presume de una pretendida grandeza que le conceden los libros “sagrados”.

Recreación del Sendero de Lágrimas cherokee

3– En los exterminios coloniales se mata en forma masiva a seres humanos y se destruye “toda la red de conexiones no humanas que sustentaban cierta forma de vida”, entre los cuales se encuentra la destrucción de sus casas, de sus instrumentos de trabajo, de sus medios de transporte, de sus animales domésticos, de sus cultivos, de sus creencias…[4] Los primeros exterminios coloniales eran relativamente limitados, porque la tecnología disponible no permitía genocidios a escala industrial, pero esos exterminios sí tenían un gran impacto y alcanzaban una gran dimensión porque se destruían las redes de subsistencia de los pueblos atacados, sus cultivos y animales que eran imprescindibles para su subsistencia. Eso se hizo con saña por los colonos blancos en los Estados Unidos que aniquilaron a los búfalos, una práctica ecocida que tenía el objetivo de consumar el genocidio de los pueblos indígenas durante el siglo XIX.  Así, las tropas de Estados Unidos exterminaron al pueblo dine en el siglo XIX, mediante la quema de sus reservas de alimentos, la eliminación de su ganado y talando los árboles de sus huertos. De esa forma, se exterminaba la red vital que los sustentaba, un componente central de cualquier genocidio. Uno de los oficiales de Estados Unidos que dirigía esos genocidios lo justificaba de esta forma: “Llegada la hora señalada, [Dios] querrá que una raza de hombres, al igual que las razas de animales inferiores, desaparezcan de la faz de la tierra y ceda su lugar a otra […]. Las razas de los mamuts y los mastodontes y los grandes perezosos tuvieron su principio y su fin, el hombre rojo de América está llegando al suyo”[5].

Masacre de indígenas en California

4– Los genocidios coloniales son justificados con el sofisma de que son parte de las “guerras justas” que adelantan, por el bien de la humanidad, los civilizados contra los pueblos bárbaros y salvajes, los cuales son un obstáculo que debe ser eliminado para que nada ni nadie impida que la luz del progreso del hombre blanco y occidental brille en todo el mundo. Al respecto, un imperialista de pura cepa, que llegó a ser presidente de Estados Unidos, Teodoro Roosevelt, lo decía sin el más mínimo pudor: “En el fondo, la más justa de todas las guerras es la guerra contra los salvajes, aunque tiende a ser también la más terrible e inhumana. El colono rudo y feroz que expulsa al salvaje de unas tierras pone a toda la humanidad civilizada en deuda con él”[6].

Los voceros del colonialismo y del imperialismo aseguran que las guerras que buscan exterminar a los “salvajes”, a quienes se considera como seres inferiores, no debe “mostrar compasión alguna hacia los no combatientes, en la que se acosa sin remordimientos a los débiles y se trata a los vencidos con una ferocidad despiadada”. Y estas son las más justas de todas las guerras[7].

A partir de tales principios genocidas, no sorprende que Estados Unidos ‒patrocinador y financiador directo de los asesinos de Israel‒ sea el campeón mundial del genocidio, como heredero putativo de sus padres, los colonialistas europeos de vieja data. Por ello, tampoco resulta sorprendente que, en diversos lugares del mundo, desde finales del siglo XVIII y hasta el día de hoy, Estados Unidos haya llevado a cabo crímenes de lesa humanidad, como el realizado en Filipinas a comienzos del siglo XX. Allí, uno de sus altos generales ordenaba a sus soldados: “No quiero prisioneros. Quiero que matéis y queméis, cuanto más matéis y queméis más me complaceréis”[8]. Algo que no es muy diferente a lo que hoy pregonan, con plena impunidad, los genocidas de Israel.

Soldados de Estados Unidos exhiben calaveras, luego de una batalla contra los rebeldes de Filipinas, 1899.

Resulta ilustrativo que Estados Unidos tenga un interminable prontuario de prácticas genocidas, que ha “enseñado” al resto del mundo y cuenta con alumnos aventajados, entre los cuales el primero sin duda alguna es Israel. Citemos al respecto algunas de esas prácticas genocidas, como lo relatan soldados de Estados Unidos que participaron en la guerra contra Vietnam, en las décadas de 1960 y 1970.

Un soldado describe los crímenes en los que participó: “Una noche [matamos dos Vietcong] Armstrong inmediatamente comenzó a cortarles las orejas y a metérselas en la mochila. Luego le cortó la cabeza a uno, y puso todo dentro de la mochila”.  “Luego Emo sacó nuevamente su bolso. Tiró de los cordones amarillos y abrió. Vertió los dientes humanos sobre la mesa”[9].

Otro soldado detalla los brutales métodos de tortura y asesinato que se ponían en práctica contra los inermes prisioneros, principalmente campesinos, en Vietnam:

“En aquella época había un juego que se llamaba Guts. Tripas. Era cuando le daban el prisionero a una compañía y todos se ponían en fila y le hacían cualquier cosa. […] Y es así como se juega Guts. Entonces, desnudaban al prisionero y lo ataban a un árbol. Todo el departamento se ponía en fila. Al menos doscientas personas.

El primero tomó una bayoneta y le picó un ojo. Puso la bayoneta en la esquina del ojo y se lo sacó. […] Luego le rebanó una oreja. Y lo golpeó en la boca con la 45. Le rompió los dientes y se los sacó. Luego le cortaron la lengua. Lo cortaron por todas partes. Le derramó insecticida encima. Le irritaba todo el cuerpo y la piel se le empezó a poner blanca. Al final perdió el conocimiento”[10].

Entre las prácticas genocidas que caracterizan al exterminio colonial sobresalen las de índole sexual, contra las mujeres de los territorios ocupados. Otra vez, el relato de un veterano de Vietnam resulta terriblemente ilustrativo de la barbarie inhumana de los “civilizados” Estados Unidos:

“Cuando veía mujeres a las que les ensartaba botellas de Coca-Cola en el vientre, yo no hacía nada. Cuando me enteré de que otro reparto había violado a una mujer y que después le había insertado una M-16 en la vagina y luego había apretado el gatillo, yo no dije nada. Y cuando vi que un GI pisoteaba un feto después de que una mujer embarazada fuera asesinada en una emboscada, yo no hice nada. ¿Qué podía hacer? Era una bestia”[11].

Y una última mención, a través de las propias palabras de un soldado de Estados Unidos que muestra la arrogancia del dominio imperialista y colonialista, cuando señala que ellos se creen y actúan como si fueran dioses:

“En Vietnam te dabas cuenta de que tenías el poder de tomar una vida. Tenías el poder de violar a una mujer y nadie te podía decir nada. Ese sentirse como un dios cuando estabas en el campo. Era como si fueras un dios. Podías tomar una vida. Podía cogerme a una mujer. Podía golpear a cualquiera sin tener consecuencias. Era sentirse como un dios al que uno podía dejar salir en Vietnam”[12].

Nótese que esa pretensión de sentirse Dios es uno de los rasgos distintivos de los genocidas de Israel, puesto que ellos se creen el pueblo “elegido de Dios” y eso, dicen ellos, les concede prerrogativas para exterminar a los palestinos.

Vietnam celebra los 50 años de la ofensiva que cambió el rumbo de la guerra
Prisionero vietnamita torturado por soldados de Estados Unidos, 1968

5– Como puede notarse en esta selección, breve e ilustrativa, de la lógica del exterminio colonial en diversos momentos de la historia de los últimos cinco siglos de expansión europea-estadounidense por el mundo, las prácticas genocidas no son un elemento aleatorio. Son una parte constitutiva de la “carga del hombre blanco” como supuestos portadores de la “civilización”, que los lleva a someter, conquistar y exterminar a los “barbaros” y “salvajes”, como ellos mismos denominan a los pueblos no europeos.

Esa es la misma lógica que guía las acciones genocidas de Israel, como se comprueba con algunas afirmaciones de sus ideólogos y voceros. Citemos unas cuantas.

Israel se proclama el portavoz de la civilización, mientras los palestinos, árabes e islamistas representan la barbarie. Así lo dice el genocida en jefe, Benjamin Netanyahu: “Nuestra victoria es la victoria de Israel contra el antisemitismo. Es la victoria de la civilización judeocristiana contra la barbarie”. Y en otra ocasión afirmo: “Esta es una batalla no sólo de Israel contra estos bárbaros, sino de la civilización contra la barbarie”. No quedan dudas del lenguaje colonialista, tan propio del siglo XIX y de la época de los grandes imperios coloniales de Europa, que hoy replica al pie de la letra los genocidas de Israel.

Y en las conversaciones de índole virtual de los habitantes de Israel se pueden leer mensajes tan gratificantes y humanitarios, que demuestran porque Israel es el “pueblo elegido de Dios”, como estos: “Un árabe bueno es un árabe muerto”, “Basura. Barredlos de la faz de la tierra y que no quede rastro. Matad a todos los gazaties y a todos los árabes de todas partes”. “A todos los árabes del mundo y a todos los árabes que estén leyendo este mensaje, ojalá todos los miembros de vuestras familias tengan cáncer”[13].

Y, para terminar, los soldados de Israel, aupados por sus comandantes genocidas, realizan las mismas atrocidades de los imperios coloniales de Europa, porque saben que esos crímenes van a quedar impunes, tal y como aconteció con los veteranos de Vietnam que mencionamos arriba. Y ahora se regocijan de esas atrocidades, a través de las redes antisociales, en donde sus llamados al odio, su reivindicación del genocidio y la bestialización de los palestinos reviven lo visto en otros tiempos de dominio colonial europeo. En esa dirección, no puede sorprender que los genocidas de Israel, algo que además se ha vuelto el sentido común dominante en la mayor parte de ciudadanos de Israel, digan que “Dios nos dios esta tierra y nadie nos la puede quitar”, para refrendar el supuesto carácter divino de los peores genocidas de la historia reciente del mundo.

NOTAS:

[1]. Amitav Ghost, La maldición de la nuez moscada. Parábolas para un planeta en crisis, Capitán Swing, Madrid, 2023, p. 78.

[2]. Citado en A. Ghosh, op. cit., p. 40.

[3] . Citado en A. Ghosh, op. cit., p. 39.

[4] . A. Ghosh, op. cit., p. 59.

[5]. Citado en A. Ghosh, op. cit., p. 70

[6]. Daniel Immerwahr, Cómo ocultar un imperio. Historia de las colonias de Estados Unidos, Capitán Swing, Madrid, 2023, p. 92.

[7]. Citado en D. Immerwahr, op. cit. p. 150.

[8]. Citado en D. Immerwahr, op. cit., p. 148.

[9]. Citado en Alessandro Portelli, Historias orales. Narración, imaginación, diálogo, Prometeo Editorial, Buenos Aires, 2023, p. 408.

[10]. Citado en A. Portelli, op. cit., p. 408.

[11]. Citado en A. Portelli, op. cit., p. 413.

[12].  Citado en A. Portelli, op. cit., p. 414.

[13]. Citado en Antony Loewenstein, El laboratorio palestino. Cómo Israel exporta al mundo la tecnología de la ocupación, Capitán Swing, Madrid, 2023, p. 249.

Publicado en Revista Izquierda No. 117, junio de 2024

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.