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Hispanidades

Fuentes: Nueva Tribuna

El tópico de la España muy católica y filantrópica que jamás se ensució las manos con la esclavitud tiene muy poquita relación con los hechos.

Un género de tópicos particularmente detestables son las falacias incrustadas como priones en el cerebro de la gente a base de una incesante repetición o de un pertinaz silencio de la educación y los media. Uno de ellos quiere que España fuera ajena a la trata de esclavos. Una aplastante mayoría juraría de buena fe en Santa Gadea de Burgos que nuestro país no tuvo arte ni parte en ese descomunal crimen de lesa humanidad.

No cabe duda de que su contribución fue menor en comparación con Gran Bretaña o Francia, pero eso fue porque su poderío no permitía empresas de más envergadura. En cuanto se mencionan estas tropelías o a sus protagonistas, vuelan las acusaciones de buscar llamar la atención. Sin embargo, los datos, aunque rigurosa y vergonzosamente ocultos, señalan muy otro panorama.

La fortuna del marqués de Comillas fue fruto, en gran medida, de tan nefasto comercio, y Pedro Blanco fue uno de los máximos traficantes de carne humana del siglo XIX. La propia María Cristina de Borbón, madre de Isabel II y reina regente en su minoría, fue una negrera al por mayor. Su objetivo era mantener el funcionamiento de su mayestático ingenio azucarero de Santa Susana en Cienfuegos, Cuba. Al igual que no pocos monarcas europeos, se adaptó a la perfección al afán de lucro y a la parálisis moral de la triunfante burguesía.

En las décadas finales del siglo XIX, el ilustre emprendedor Julián de Zulueta y Amondo, propietario de gigantescas plantaciones y de tres ingenios azucareros en la isla, se hizo acreedor al título de príncipe de los esclavistas. Si esto recuerda la consagrada expresión príncipe de las tinieblas, puede que no sea casualidad. Estos son solo ejemplos de un enorme legajo solo conocido por los especialistas o personas interesadas en el tema. Como en todos los países, las autoridades y buena parte de sus habitantes prefieren la gloria sin verdad a la verdad sin gloria. Pero esas atrocidades se cometieron, y condenarlas al olvido es una renovación de los crímenes.

Foto: Documento de venta de una persona esclavizada en Perú (Wikipedia)

Por si a alguien se le ocurre la peregrina idea de disculpar eso escudándose en los manidos argumentos «son casos aislados» o «es un momento muy concreto de la historia», hagamos un sucinto recordatorio. La esclavitud tenía una amplia solera en España mucho antes del siglo XIX. Y no estamos hablando de la Hispania romana. «Esclavos berberiscos, turcos, caucasianos, tártaros, e incluso griegos [o sea bizantinos] comienzan a aparecer en el siglo XIII en las grandes metrópolis de España y de Italia» (Bonassie: Libertad y servidumbre). ¡Vaya, qué cosas!

Este tráfico infame estaba ligado a las corrientes comerciales que atravesaban el Mediterráneo. Los esclavos eran exóticos artículos de lujo que daban lustre al prestigio de las élites. Se usaban en labores domésticas y artesanales, y su número fue creciendo en los siglos siguientes. Era, pues, una larga tradición, no como esas fiestas y ceremonias centenarias a las que tan apegados están los lugareños, y de las que unos pocos decenios atrás nadie tenía la menor noticia.

Mayormente, esos desdichados servían a la ostentación, la tendencia al despilfarro y el culto a la apariencia inherentes al fenotipo de nuestras clases parasitarias. «Bueno, pero España no participaba en la captura y trata de las víctimas», dirán algunas almas de cántaro. ¿En serio, George? Iradiel, en Historia medieval de la España cristiana, refiriéndose a los puertos del litoral occidental andaluz, anota que «tales actividades, comenzadas a finales del siglo XIV […] se convirtieron en expediciones normales de ocupación de las Islas [Canarias] y proporcionaron el acceso directo al oro sudanés a través de las rutas transaharianas y los primeros objetos de comercio: esclavos, pieles […]». Se mencionan asimismo prácticas predatorias en las rutas Atlánticas africanas, así como incursiones de rapiña (cabalgadas) y de rescate en las costas de Gambia y en el Golfo de Guinea, en dura competencia con los portugueses.

El sur de España fue en esos siglos tierra de esclavitud. Hace su aparición en los sitios más insospechados:

La presencia de sirvientes o esclavos en los conventos contradecía la petición de aportaciones por parte de las monjas y […] suponía contraer gastos que consumían los bienes del convento. En 1591, por ejemplo, se compraron ocho mujeres negras para el convento de la Encarnación, destinadas a remplazar a ocho sirvientas que habían muerto (Perry: Ni espada rota ni mujer que trota).

La necesidad de esplendor y exhibición de estatus a cualquier precio alcanzaba, pues, a instituciones presuntamente consagradas a la vida contemplativa y dotadas de voto de pobreza. Ya podemos imaginar la disposición de ánimo de nobles y petimetres aficionados a dejarse ver y lucir sus pompas, aun a costa de pasar hambre –véase el hidalgo del Lazarillo de Tormes–. Y eran legión los que pretendían hacer alarde de alta estirpe.

En el Madrid de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, y sobre todo en las grandes ciudades del sur […] se contabilizan millares de esclavos: por lo menos 6000 en Sevilla a comienzos del siglo XVII, de 3000 a 4000 en Córdoba o en Málaga (Bennassar: La España del Siglo de Oro).

En la zona oriental de Andalucía, se trata de prisioneros de guerra musulmanes –piratas berberiscos o soldados capturados en Lepanto, aunque también moriscos españoles apresados en las rebeliones granadinas–. En la Andalucía occidental se hicieron cada vez más numerosos los esclavos negros, principalmente a partir de 1580. Muchos de ellos, vestidos con coloridas y extravagantes libreas, servían para boato y ornamento de sus señoriales dueños. Otros eran conminados a trabajar en la agricultura o la artesanía.

El tópico de la España muy católica y filantrópica que jamás se ensució las manos con tan turbios negocios tiene muy poquita relación con los hechos. Pero bueno, no insistiremos en el tema. Esto no le quita el sueño a nadie, al contrario que la presencia de ministros de según qué fuerza política, la cual, al parecer, no dejaba dormir en su día al 95% de los españoles.

Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura—ocio/hispanidades-esclavitud/20241012105201231372.html