El sistema electoral de los Estados Unidos es sencillo en lo que respecta a cómo se elige presidente/a: existe un Colegio Electoral con representación proporcional de los estados y quien más votos consigue en dicho Colegio gana.
Por eso no es crucial obtener más votos en todo el país -numéricamente hablando- en lo que se conoce como “voto popular”. Hillary Clinton en 2020 tuvo tres millones de votos más que Donald Trump, pero éste diseñó mejor su campaña para tener más representantes en el Colegio. Y ganó. Sencillo.
Amén de las teorías conspirativas -que Trump y sus seguidores difunden a diestra y siniestra- Estados Unidos es un país donde la palabra “fraude” está siempre sobre la mesa. Está tan naturalizado hablar de los fraudes que nadie se escandaliza por ello, ni se asocia la palabra (y el hecho en sí mismo) a un cuestionamiento del mito de “la mejor democracia”.
Muchas personas tomaron conciencia de la existencia de los fraudes cuando George Bush (h) le arrebató la elección en 2000 a Al Gore después de una larga disputa por cada voto en Florida, saldada por la mismísima Corte Suprema. Aunque Gore consideró que le robaron la elección nunca denunció fraude como si lo hace hasta el día de hoy Trump respecto de la elección de 2020.
Es más, cuando este año Joe Biden le dio una medalla en reconocimiento a sus 50 años de servicio dijo que Gore había aceptado el resultado “por el bien de la unidad y la confianza en nuestras instituciones”.
Salvo para quienes se dedican a estudiar los temas políticos, pocas personas saben que las trampas electorales y las denuncias de fraude no son nuevas en Estados Unidos. Son parte inseparable de su historia. En el año 2008, a raíz de una controversia en el Estado de Indiana, la Corte Suprema aseguró que “hubo ejemplos flagrantes de fraude que han sido documentados por respetados periodistas e historiadores a lo largo de la historia de esta nación”. A lo largo de la historia.
Clarísimo. Uno de los hechos más escandalosos incluso convirtió en verbo al apellido de su creador: el vicepresidente Elbridge Gerry (1813-1814). Por él se acuñó la frase “gerrymandering”: manipulación de los diseños de los distritos electorales para que un partido obtenga la mayoría. No hay que creer que es solo la historia del siglo XIX. En 2023 la Corte Suprema tuvo que lidiar con un caso de “gerrymandering” por el rediseño de distritos que iba en desmedro de la población negra. Año 2023.
El sistema electoral es tan complicado que para tomar dimensión del mismo solo basta con imaginar lo que implicaría procesar al mismo tiempo una elección con sistemas electorales de varios países con leyes y modalidades diferentes. Los propios especialistas aseguran que todo es muy confuso porque las leyes difieren de Estado en Estado, e incluso de condado en condado.
Además, como si esto fuera poco, las leyes sufren múltiples modificaciones y en algunos casos días antes de una elección. En Georgia, hace unas semanas, un juez anuló 7 nuevas reglas emitidas poco tiempo atrás por la junta electoral (dominada por jueces puestos por Trump) por considerar que son “ilegales, anticonstitucionales y nulas”.
Todo es como un gran rompecabezas donde hay que unir las piezas para llegar a un resultado. No es casual que el proceso de conteo de votos sea tan engorroso y que en la noche de la elección NO haya resultados oficiales. Es cierto que los medios de comunicación hacen sus proyecciones, pero conocer el resultado oficial puede tardar días o semanas.
Recientemente, oficiales electorales anunciaron que tener los resultados “puede tardar entre 10 y 13 días”. Siempre y cuando no haya impugnaciones.
El voto por correo suma confusión ya que cada estado tiene sus reglas para emitirlos, recibirlos y contarlos. En varios estados se cuentan los votos enviados por correo hasta una semana después del día de la elección, y en algunos se puede pedir un recuento parcial o total de los votos según las circunstancias.
Para colmo, ya hubo quema de buzones callejeros (drop box) donde se depositan los votos por correo en varias ciudades sin que se sepa cuántos sobres se quemaron. El listado de las técnicas reconocidas y extendidas sobre las formas de realizar fraude es sumamente extenso. A lo largo de la historia se ha votado en nombre de otras personas (vivas o muertas), de mudadas, o de quienes perdieron el derecho a votar, pero siguen registrados.
Han existido registros falsos de domicilio y votos de la misma persona en más de una jurisdicción aprovechando las debilidades de los sistemas que no están unificados.
Es común pedir las papeletas para el voto por correo en nombre de otra persona sin que ésta lo sepa, o falsificar firmas. También se paga para que voten por un candidato o se inscriban (de lo que se acusó recientemente a Elon Musk). Y es muy usual que se “asista” a personas analfabetas o discapacitadas al momento de votar, entre otras triquiñuelas. Ni que hablar de los diferentes métodos para alterar los resultados al momento del conteo.
Por otra parte, hay una larga historia de mecanismos sofisticados para evitar que distintos colectivos puedan votar. Es lo que se conoce como “voter suppression” (supresión del voto), que durante décadas le puso múltiples trabas para votar a la población negra. Uno de los métodos más comunes es la purga de padrones, que es lo que acaba de hacer la Corte Suprema del Estado de Virginia el 30 de octubre con el argumento de que estarían registrados ciudadanos extranjeros.
La gran paradoja es que Estados Unidos suele dictar cátedra sobre democracia y califica los procesos electorales de otros países como si su sistema fuera el mejor del mundo. Vale decir, que en ninguna otra de las grandes democracias consolidadas se habla con tanta naturalidad de la posibilidad de fraude como en ninguna otra de las grandes democracias consolidadas se habla con tanta naturalidad de la posibilidad de fraude como en Estados Unidos. Entonces, ¿cómo se explica que se siga elogiando un sistema electoral plagado de tantas irregularidades?
Porque Estados Unidos sabe vender sus “productos” mejor que nadie, aunque sean deficientes. Es marketing. Puro marketing. En manos de la nación más poderosa del planeta funciona. Casi como un acto de fe.
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