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Siria, la tierra de las grandes historias que deben terminar

Fuentes: Fuente: https://nlka.net/archives/12908

El conflicto sobre y en Siria parece necesitar constantemente de la invocación o fabricación de grandes historias. En este artículo, tomaremos prestado el término «historia» en el sentido empleado con habilidad por Yuval Noah Harari para discutir la importancia de las historias en un contexto global.

El mundo siempre ha necesitado historias que contar, como las del fascismo, el comunismo, el liberalismo y las transformaciones que este último ha experimentado. El anhelo de una historia no solo devuelve la esperanza a las masas, sino que también las distrae de enfrentar sus problemas reales. En otras palabras, mitiga los efectos negativos de la desaparición de una narrativa cuyo centro de atención sean los sistemas políticos, sean estos democráticos o autoritarios. La existencia de una historia actúa como un motor que mantiene alejados de abordar sus verdaderos desafíos a los desempleados, los desesperados, los marginados y quienes desean un cambio. La historia de la Siria islámica, por lo tanto, surge tras haber sido moldeada por las narrativas de otros. Vale pues la pena tomar prestado este término clave para ayudarnos a comprender lo que ha sucedido y sigue desarrollándose en el contexto sirio.

El término «narrativa» puede considerarse el equivalente de la palabra «historia», ya que la literatura política siria lo ha utilizado comúnmente para describir las percepciones de los grupos civiles sobre sí mismos o para expresar sus preocupaciones. Sin embargo, este término tiende a referirse principalmente al pasado, mientras que «historia» a menudo denota visiones o fantasías relacionadas con el futuro.

Se podría argumentar que la primera narrativa siria se encarnó en los esfuerzos de los movimientos políticos desde la formación de la entidad siria para crear historias singulares. La narrativa posterior a la retirada de las fuerzas francesas alumbró la imaginación de los partidos derivados del Bloque Nacional para debatir sobre la unidad árabe, ya sea en relación con la unidad territorial y política con los hachemitas en Irak o una narrativa paralela centrada en la unidad con Egipto o el Hijaz. Esta base fundamental inicial para expandirse de la estrecha Siria a un espacio árabe más amplio sirvió como base práctica para tendencias más extremas en el nacionalismo árabe, como el Partido Baaz, que surgió poco antes de la Nakba palestina.

La historia de la unidad se intensificó cuando Siria se unió con Egipto, lo que llevó a ambos países a renunciar a sus nombres en favor de uno nuevo: la República Árabe Unida. Aunque el nombre de Siria había sido ampliamente utilizado durante más de un siglo antes de esta unificación, Egipto renunció al significado histórico de su nombre por el bien de un sueño utópico apresuradamente concebido por los nacionalistas sirios y presentado a Gamal Abdel Nasser. A pesar de la posterior separación en 1961, los sirios han revisitado la monótona historia de la unidad árabe múltiples veces desde que los líderes del golpe del Baaz tomaron el poder dos años después de la separación. Sin embargo, esta historia ha permanecido como poco más que una señal que no apuntaba a nada sustancial, sirviendo principalmente para abordar la movilización interna y la interferencia en los asuntos árabes.

La causa palestina también fue posicionada en el corazón de la historia siria, categorizada bajo el nombre de «libertad». La doctrina oficial del país la adoptó de una manera propagandística que carecía de autenticidad, especialmente en un momento en que jordanos, libaneses, sirios e incluso los propios palestinos sufrían bajo el peso de las medidas y políticas del Baaz respecto a la cuestión palestina.

Sería inexacto afirmar que el Baaz inventó la causa palestina y las subsiguientes historias de resistencia y desafío; más bien, cooptó a todos los sirios para abrazar esta causa y distraerlos de los asuntos relacionados con sus propias vidas políticas. En realidad, Palestina sirvió como un terreno común para la actividad política tanto leal como opositora, y se convirtió en la historia preferida por la mayoría de los sirios hasta el 2011. Sin embargo, la violencia del régimen y las realidades de la guerra siria alteraron radicalmente la perspectiva general de los sirios sobre el conflicto palestino-israelí. Mientras el régimen mataba, con todo su armamento, a los propios partidarios de Palestina en Siria,  empleaba a combatientes iraníes y de Hezbollah para llevar a cabo asesinatos brutales y eliminar cualquier solución política o humanitaria bajo el pretexto del camino hacia Jerusalén, y los sirios comenzaron a trascender la causa palestina en favor de sus propias luchas. Esta lucha fue impulsada por un intenso deseo de librarse de un régimen caracterizado por asesinatos y desplazamientos de población, que buscó ayuda externa para subyugar y eliminar la disidencia interna con una crueldad sin precedentes.

La Babilonia armada

La guerra siria en curso ha llevado al país a la etapa de intervención extranjera, transformando el país en un campo de batalla para yihadistas sunitas y chiitas. Siria se ha convertido en un nueva Babilonia: una mezcla de elementos humanos, culturales y lingüísticos luchando entre sí, matando sirios y destruyendo su patria en nombre de grandes narrativas definidas por términos como «yihad» y «seguridad nacional» de los países vecinos. Esto ocurrió con el respaldo de los estados que competían por influir en Siria antes de que posteriormente esos países intervinieran bajo sus propios nombres explícitos. 

El régimen sirio, junto con un segmento de la oposición, abrió la puerta para que los jugadores internacionales y regionales establecieran una presencia en suelo sirio, lo que llevó a la emergencia de narrativas aún más grandiosas en el corazón del conflicto sirio. A fines de 2015, Rusia resolvió proteger Damasco, acumular activos en Siria, firmar contratos en los campos del petróleo y la energía, y apoderarse de los recursos vitales del país a lo largo de la franja costera de 180 km. Los defensores de la ideología putinista construyeron su narrativa de poder alrededor de la noción de que Rusia es un imperio terrestre, mientras que Washington opera como un imperio marítimo. Esta búsqueda de equivalencia simbólica en la retórica oficial de Putin dirigió a Rusia hacia la guerra en Ucrania, lo que resultó en una humillante pérdida de su posición e influencia en Siria. 

Con la exitosa expulsión de Bashar al-Assad de Damasco por parte de Hay’at Tahrir al-Sham, Moscú perdió sus ambiciones de larga data, desde la época de los zares, de mantener una presencia cómoda a lo largo de las costas de aguas cálidas. Además, perdió sus roles estratégicos anticipados en Oriente Medio, los cuales habían comenzado en Siria a finales de 2016, cuando comenzó a prepararse para ofrecer sus servicios a las naciones del Golfo y regionales como una alternativa al dominio estadounidense. 

Mientras tanto, después de que la narrativa rusa se hiciera añicos, lo que queda para Moscú es su capacidad para preservar un solo aspecto de su historia siria: mantener sus bases militares en el Mediterráneo. Estas bases están en riesgo, a pesar de las garantías ofrecidas por Ahmed al-Sharaa y su disposición a mostrar cierta flexibilidad hacia Moscú, lo cual no contenta adecuadamente las aspiraciones de los rusos. El desarrollo más probable es el declive del rol de las relaciones ruso-sirias, que comenzó a mediados de la década de 1950, un cambio que se reflejará en la doctrina de armamento del nuevo ejército sirio. Esta vez, el armamento del ejército sirio podría no seguir los modelos orientales. 

Además, los rusos no consideraron la posibilidad de que algunas regiones de Siria pudieran convertir la costa siria en una región autónoma independiente, con las fuerzas rusas encargadas de su protección. Tras el control de Hay’at Tahrir al-Sham sobre las provincias costeras y sus pueblos, los rusos ya no pueden permitirse enfrentarse a esa realidad con el mar a sus espaldas, expuesta a posibles enemigos. 

En contraste con esta visión onírica que tiene Rusia, la experiencia del califato del ISIS y su violencia televisada obligaron a los estadounidenses a reconsiderar la narrativa de perseguir a los yihadistas, que comenzó después de los eventos del 11 de septiembre de 2001. Esta persecución incluyó el redescubrimiento de los kurdos, tras el fin  de las exploraciones anteriores de Henry Kissinger y Richard Nixon a finales de la década de 1960. 

Los Estados Unidos han alcanzado el pico de sus victorias sobre el terrorismo, personificadas por su alianza con las Fuerzas Democráticas Sirias en el frente sirio. Con el deseo de Donald Trump de mantener la memoria de la victoria sobre el ISIS, el improvisado presidente decidió abandonar la problemática Siria y retirar sus fuerzas. Sin embargo, este movimiento fue frustrado por los estrategas en Washington, lo que llevó al surgimiento del enfoque en rastrear la influencia iraní y la necesidad de frenar su presencia en Siria. Esto se hizo especialmente evidente después de que las predicciones de los estrategas sobre la creciente influencia de Irán en Siria, que podría amenazar los intereses de Tel Aviv, se hicieran realidad el 7 de octubre de 2023. Este evento añadió otro capítulo a la historia estadounidense: la seguridad del aliado israelí requiere monitorear las actividades iraníes en el corredor sirio hacia el Líbano. Mientras tanto, la segunda fase de la visión de Trump sobre la presencia estadounidense en Siria sigue sin ratificarse, especialmente por la capacidad de Al-Qaeda, que opera bajo su actual nombre eufemístico (Hay’at Tahrir al-Sham), para gobernar  en Damasco. 

Como una confirmación, sin precedentes, podemos hablar de la derrota de Irán, el colapso de su agenda imperialista en la región y el fin de la hegemonía de los Guardianes de la Revolución. La noción de los hábiles «tejedores de alfombras», conocidos por su profunda paciencia estratégica frente a los ataques israelíes en Líbano y Siria, ha comenzado a resquebrajarse. Hoy, después de haber sido una potencia regional significativa con influencia en Beirut, Damasco, Bagdad, Sana’a y en todo el Golfo Pérsico, Irán parece transitar a convertirse en un estado secundario, acercándose al punto de cerrar sus propias fronteras.

Teherán ha gastado decenas de miles de millones en Siria y ha movilizado numerosas milicias sectarias de Irán, Irak, Líbano, Pakistán y Afganistán, equipadas con sus banderas, insignias y lenguas extranjeras, en un esfuerzo por extender su arrogante hegemonía. Ha construido decenas de santuarios y ha revivido tumbas olvidadas bajo la excusa de ser lugares de entierro de imanes chiíes. Además, Irán ha interferido con las creencias de los sirios, ya que líderes tribales y dignatarios han revelado sus vínculos de parentesco con la familia del Profeta y se han involucrado en los esfuerzos de movilización de Irán, buscando ganancias financieras, influencia y favores.

A lo largo de 14 años, Irán ha dado una lección de arrogancia y soberbia, fracasando constantemente en llamar a cualquier iniciativa para resolver la crisis siria por medios políticos. En cambio, la narrativa de Irán ha sido de suma cero—o, para expresarlo de manera más tajante, suicida—centrada en un único héroe que debe finalmente triunfar, lo que se presenta como la versión vulgar y distorsionada del Shahnameh (Libro de los Reyes), esta vez creada por los Ayatolás.

Simultáneamente, los turcos han seguido sus propias historias sobre un mundo otomano moderno, bajo el cual diversas organizaciones islamistas políticas y yihadistas han prosperado. Han comenzado a atraer figuras de la oposición siria con necesidades específicas, particularmente acceso a financiamiento, subvenciones y beneficios especiales. En consecuencia, Turquía ha patrocinado una coalición opositora que permanece eternamente sumisa a los dictados turcos, junto a facciones armadas que el gobierno turco ha involucrado en programas de “turismo armado” fuera de Siria, particularmente en Libia, Azerbaiyán y Níger.

¿No evoca esto recuerdos de cómo estas facciones representaban una caricatura turca de la «Fuerza Quds» iraní? ¿O recuerda uno a las compañías de seguridad que amalgamaban mercenarios dispersos y los enviaban a batallas específicas? Naturalmente, Ankara ha apoyado todas las facciones opuestas a Assad, algunas de las cuales tuvieron un papel funcional en combatir y desplazar a los kurdos, mientras que otras fueron diseñadas para mantener un equilibrio con los rusos y los iraníes.

El 8 de diciembre, Turquía insinuó que era responsable de derribar el régimen de Assad con el martillo de Hay’at Tahrir al-Sham. Enviaron rápidamente, como un equipo de avanzada, a  su inteligencia a Damasco, así como a su ministro de Exteriores, quien realizó dos visitas para entregar una declaración de victoria, como recordatorio a las antiguas  de manera reminiscentes de las potencias coloniales, pidiendo además el fin del experimento de autoadministración de Rojava. La prisa de Ankara revela varias intenciones, incluyendo su deseo de reemplazar las influencias chiitas con un equivalente sunita, así como su plan de sustituir los contratos firmados por los iraníes con Assad por contratos de suministros  turcos que incluirían nuevas demarcaciones de fronteras terrestres y marítimas, junto con el establecimiento de bases militares y logísticas. Las empresas relacionadas con el gobierno de Ankara se encargarían ahora de la reconstrucción de la infraestructura destruida. Este afán turco por asegurar contratos de sostenibilidad militar recuerda sus acciones en Libia bajo los gobiernos de Fayez al-Sarraj y Abdul Hamid Dbeibah.

Además, la narrativa de reclamar el liderazgo sobre el mundo suní no ha disminuido desde la caída del régimen de los Hermanos Musulmanes en Egipto y Túnez. Turquía aspira a que Damasco se convierta en la puerta principal para una estrategia de dominación regional, similar a lo que Irán ha perseguido durante los últimos 14 años. Esto indica la ambición de Turquía de convertirse en el nuevo vecino de Israel. En los últimos días, los seguidores del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan han pedido “Llévanos a Jerusalén,” a lo que él respondió con calma en árabe, utilizando los acentos de los sultanes: “El que tiene paciencia tendrá éxito.” Mientras tanto, el simbolismo turco alcanzó su punto máximo con los lemas de los manifestantes y las tendencias en las redes sociales que afirmaban: «Ayer, Santa Sofía; hoy, la Mezquita de los Omeyas; mañana, la Mezquita de Al-Aqsa.»

Erdoğan ahora busca capitalizar la derrota de Assad, con quien solía reunirse frecuentemente y a quién estrechaba la mano, en favor de sus políticas internas. En las pasadas elecciones municipales, los votantes castigaron al gobernante, Partido de la Justicia y el Desarrollo, por lo que percibieron como una falta de respuesta adecuada de Turquía ante la situación de la población de Gaza. Erdoğan tiene ahora la oportunidad de desviar la atención del ciudadano medio turco las debilidades de su  gobierno respecto de Israel. En consecuencia Siria será marcada, en la retórica populista y la literatura del partido gobernante, como el primer paso en el supuesto camino hacia Jerusalén, retomando a su favor la narrativa previamente adoptada por Irán. No es sorprendente que esta vez el camino hacia Jerusalén se establezca que debe pasar por Qamishli, Deir ez-Zor, Homs y Damasco.

En resumen, el capítulo relacionado con Irán—y posiblemente incluso con Rusia—ha llegado a su fin, y Turquía parece lista para adentrarse en un viaje para posicionar a Siria como la pieza central de su próxima narrativa. Este esfuerzo es desalentador y representa una amenaza en un territorio pantanoso, lleno de cambios, violencia y desarrollos inesperados. Turquía pronto podría reconocer que está a punto de convertirse en vecino de Israel, como lo indican los informes de los medios israelíes. Tel Aviv sin duda tendrá los medios para gestionar la presencia cercana de un invitado desafiante, que no es menos astuto que los iraníes. Además Turquía se ha colocado en una posición de rivalidad geopolítica contra un ambicioso mundo árabe, liderado por Arabia Saudita y los EAU. Una competencia que podría someterla a las mismas tensiones regionales experimentadas por Irán.

El callejón sin salida o «quienes liberan deciden«

Tras el colapso del régimen, surgió el lema “quienes liberan deciden”. Esta consigna refleja una visión engañosa y práctica que habla del gobernante victorioso que debe ser obedecido y contra el cual no se permite la rebelión. Tal visión nos presenta a Ahmad al-Sharaa, un hombre con un nombre registrado en el registro civil sirio, como un gobernante que decide la forma del diálogo nacional, el proceso de transición, su cronograma y sus visiones sobre el próximo régimen, la administración del Estado y cómo lidiar con el tejido social pluralista. También decide la visión de su grupo sobre la constitución, el parlamento y las leyes que deben implementarse.

La historia de Al-Sharaa está profundamente arraigada en su trasfondo yihadista dentro de Al-Qaeda. Su gobierno se basa en el fanatismo, las redes de parentesco y la dependencia de su círculo íntimo. En su gobierno actual, cuatro ministros provienen de Halfaya en el campo de Hama, incluido su hermano Maher al-Sharaa. Todos los miembros de su gobierno provienen de su experiencia gobernando Idlib. La administración probada en Idlib es el núcleo del actual gobierno de Siria debido a su homogeneidad, y el tiempo para el injerto o el cambio de color gubernamental aún no ha llegado.

La experiencia del líder en el Palacio del Pueblo, un título equivalente a la presidencia, que subraya su capacidad para evitar los conceptos fundamentales para la nueva Siria, como la democracia, el parlamento, la igualdad de género y la ciudadanía igualitaria. En su lugar, emplea terminología asociada con la Shura, el Consejo de Shura y el contrato social. Existe una aspiración de construir una narrativa similar a la experiencia de Khomeini en las declaraciones de al-Julani, donde la república se convierte en una entidad teocrática sólida, con leyes que confinan a las minorías religiosas a espacios estrechos y les impiden integrarse con la mayoría o la nación suní, relegándolas a ser eternamente sujetas a un sistema de contrato medieval.

Es evidente que Al-Sharaa busca construir una historia en Siria caracterizada por una república islámica centralizada en todo: desde su enfoque en un presidente, hombre suní y árabe, hasta la centralización del poder en Damasco en manos del grupo dominante, además de la centralización de la riqueza entre aquellos con favor y lealtad.

En un Estado teocrático surge la necesidad de disciplinar a los grupos religiosos o sectarios, o a aquellos etiquetados como herejes y alarmistas. Esto implica que Siria podría estar expuesta a guerras civiles y al sometimiento de otras identidades a una gran identidad construida. Hemos sido testigos de la primera manifestación de esta narrativa en los pueblos drusos y cristianos de Idlib. Encontramos ecos de ello en la intimidación hacia los alauitas en la costa, que actualmente se están excluyendo de la administración y de la consolidación del nuevo poder. La propia población suní, a pesar de ser mayoría, está dividida en facciones urbanas y rurales, clases sociales y culturales variadas así como de diferentes tendencias religiosas, lo que lleva a muchos a adoptar  la vestimenta impuesta por la nueva autoridad.

Existe un espacio dentro de esta historia imaginada sobre el futuro de Siria que se asemeja a la experiencia iraní, que abre la puerta a la posibilidad de guerras civiles que podrían alejar al país del modelo persa o resultar en ciclos de eliminación que apunten a un grupo concreto que sirva de disuasión para los demás. Esto representa otra posible imagen de guerra civil, similar a las experiencias libias o sudanesas, en las que se activa el conflicto entre facciones.

Mientras tanto, se están llevando a cabo ensayos para las anticipadas sesiones de diálogo nacional, que son reuniones públicas con figuras de una sociedad civil destruida por la prolongada guerra siria. Sin embargo, tales reuniones no proporcionan una alternativa para un diálogo significativo, que debería incluir a representantes feministas, culturales, de la oposición y de partidos, así como a representantes reales de las diferentes regiones. Este tipo de diálogo representa una nueva versión del modelo de «lealtad» promovido por Hay’at Tahrir al-Sham, que está lleno de tergiversaciones en nombre del nacionalismo. Los resultados por lo general son genéricos, donde los participantes reiteran una misma retórica sobre la preservación de la unidad nacional y la integridad del territorio sirio, mientras que apenas aportan en contenidos sustanciales.

No hay visiones en el horizonte por parte de Al-Sharaa para proponer una solución justa a la histórica cuestión de los kurdos en Siria, más allá de la habitual y monótona declaración de que “los kurdos son parte del tejido sirio.” Lo cual es un reflejo  del discurso en Irán, desde 1979, donde el reconocimiento verbal ocurre fuera del marco constitucional que delimita el país. Mientras tanto, la maquinaria del régimen iraní suprime violentamente la presencia política y cultural del pueblo kurdo a través de medios legales, la aplicación de tribunales de la sharia y sus horcas.

Naturalmente, Siria está ahora sujeta a las condiciones para escribir una nueva gran historia sobre su futuro, esta vez escrita por Hay’at Tahrir al-Sham, extraído del pasado Omeya e islámico, para proyectar una sensación imaginada de supremacía y gloria en medio de un presente altamente complejo. Después de ser temporalmente un estado árabe y una posible patria para los partidarios de los movimientos nacionalistas árabes bajo el régimen Baazista, Damasco parece estar lista para convertirse en un waqf (habiz – donación) para los musulmanes de todo el mundo, así como en un santuario para aquellos perseguidos por los tribunales europeos y árabes bajo la excusa de protección islámica. La transformación de Damasco en una metrópolis islámica representa un capítulo de esta historia en desarrollo, señalando que el vínculo de pertenencia a una nación islámica imaginaria para los muyahidines extranjeros que llegan desde Afganistán, India o China, puede eclipsar la identidad nacional.

Lo que siempre debe defenderse es que Siria debe pertenecer a los sirios, tanto hombres como mujeres, sin excepción. No debe ser rehén de las historias de los estados extranjeros, que buscan incorporar a Siria en sus esferas de influencia o de seguridad nacional, ni debe ser cautiva de un grupo obsesionado por el poder, sus propias historias y su visión del mundo. Hoy en día el deseo predominante entre la mayoría de los sirios es que el país logre estabilidad, permitiendo que hombres y mujeres encuentren su camino hacia sus lugares de trabajo, las panaderías y las urnas, libres de las grandes historias que han fragmentado esta nación.

Quienes buscan la liberación no deben tomar decisiones unilaterales; de lo contrario, todos los caminos hacia la justicia, la igualdad y la ciudadanía seguirán bloqueados.

Shoresh Darwish es escritor, periodista, investigador político y abogado sirio. Escribe sobre la cuestión siria y la kurda, además de su interés por estudiar la formación política y social de la región. Es investigador asociado en el Centro de Estudios Kurdos.

Centro de Estudios Kurdos (KCS): Fundado en 2014 en Alemania, es un centro de investigación independiente y no partidista que aspira a informar, educar y fomentar el diálogo internacional sobre los kurdos y su condición.

A través de la publicación de investigaciones, entrevistas con académicos y responsables de políticas y la participación y realización de conferencias, el KCS tiene como objetivo ampliar el alcance de la discusión y el análisis crítico en torno al complejo y multifacético tema kurdo. 

Hasta ahora, el KCS ha promovido una amplia investigación académica sobre los kurdos y el Kurdistán en árabe y kurdo. En 2022, el KCS ha lanzado su página en inglés, iniciando un nuevo y emocionante capítulo para el Centro.

El KCS prioriza especialmente la investigación centrada en una variedad de cuestiones interseccionales que afectan a los kurdos, incluidos los estudios de género, discapacidades, medio ambiente y minorías étnico-religiosas.