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Genocidio al estilo occidental

Fuentes: Voces del Mundo [Imagen de portada: “Exploren Gaza” (Mr. Fish)]

Gaza es un páramo de 50 millones de toneladas de escombros. Ratas y perros hurgan entre las ruinas y los fétidos charcos de aguas residuales sin tratar. El hedor pútrido y la contaminación de los cadáveres en descomposición se elevan desde debajo de las montañas de hormigón destrozado. No hay agua potable. Poca comida. Una grave escasez de servicios médicos y apenas refugios habitables. Los palestinos corren el riesgo de morir a causa de municiones sin detonar, abandonadas tras más de 15 meses de ataques aéreos, descargas de artillería, impactos de misiles y explosiones de proyectiles de tanques, así como por diversas sustancias tóxicas, como charcos de aguas residuales sin tratar y amianto.

La hepatitis A, causada por el consumo de agua contaminada, está muy extendida, al igual que las enfermedades respiratorias, la sarna, la desnutrición, el hambre y las náuseas y vómitos generalizados causados por la ingestión de alimentos rancios. Las personas vulnerables, incluidos los niños y los ancianos, junto con los enfermos, se enfrentan a una sentencia de muerte. Alrededor de 1,9 millones de personas han sido desplazadas, lo que representa el 90% de la población. Viven en tiendas improvisadas, acampadas entre losas de hormigón o al aire libre. Muchos se han visto obligados a mudarse más de una docena de veces. Nueve de cada diez viviendas han quedado destruidas o dañadas. Edificios de apartamentos, escuelas, hospitales, panaderías, mezquitas, universidades -Israel voló la Universidad Israa de la ciudad de Gaza en una demolición controlada-, cementerios, tiendas y oficinas han sido arrasados. La tasa de desempleo es del 80% y el producto interior bruto se ha reducido casi un 85%, según un informe de octubre de 2024 publicado por la Organización Internacional del Trabajo.

La prohibición por parte de Israel del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (UNRWA, por sus siglas en inglés) -que calcula que limpiar Gaza de los escombros dejados tras de sí llevará 15 años- garantiza que los palestinos de Gaza nunca tendrán acceso a suministros humanitarios básicos, alimentos adecuados y servicios.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo calcula que reconstruir Gaza costará entre 40.000 y 50.000 millones de dólares y llevará, si se dispone de los fondos necesarios, hasta 2040. Sería el mayor esfuerzo de reconstrucción posbélica desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Israel, abastecido con miles de millones de dólares en armas por Estados Unidos, Alemania, Italia y el Reino Unido, creó este infierno. Y pretende mantenerlo. Gaza seguirá sitiada. Tras una oleada inicial de entregas de ayuda al comienzo del alto el fuego, Israel ha vuelto a recortar drásticamente la ayuda transportada en camiones. Las infraestructuras de Gaza no se restaurarán. Sus servicios básicos, como plantas de tratamiento de agua, electricidad y alcantarillado, no se repararán. No se reconstruirán sus carreteras, puentes y granjas destruidos. Los desesperados palestinos se verán obligados a elegir entre vivir como cavernícolas, acampados entre trozos irregulares de hormigón, muriendo de enfermedades, hambre, bombas y balas, o el exilio permanente. Estas son las únicas opciones que ofrece Israel.

Israel está convencido, probablemente con razón, de que con el tiempo la vida en la franja costera se volverá tan onerosa y difícil, especialmente a medida que Israel encuentre excusas para violar el alto el fuego y reanudar los ataques armados contra la población palestina, que será inevitable un éxodo masivo. Se ha negado, incluso con el alto el fuego en vigor, a permitir la entrada de la prensa extranjera en Gaza, una prohibición diseñada para impedir la cobertura del horrendo sufrimiento y muerte.

La segunda fase del genocidio de Israel y la expansión del «Gran Israel» -que incluye la toma de más territorio sirio en los Altos del Golán (así como llamamientos a la expansión a Damasco), el sur del Líbano, Gaza y la Cisjordania ocupada- se está consolidando. Organizaciones israelíes, incluida la organización de extrema derecha Nachala, han celebrado conferencias para preparar la colonización judía de Gaza una vez que los palestinos sean objeto de una limpieza étnica. Las colonias exclusivamente judías existieron en Gaza durante 38 años hasta que fueron desmanteladas en 2005.

Washington y sus aliados en Europa no hacen nada para detener la matanza masiva retransmitida en directo. No harán nada para impedir que los palestinos de Gaza se consuman de hambre y enfermedades y acaben por despoblarse. Son cómplices de este genocidio. Seguirán siendo socios hasta que el genocidio llegue a su sombría conclusión.

Pero el genocidio de Gaza es sólo el principio. El mundo se está desmoronando bajo los embates de la crisis climática, que está desencadenando migraciones masivas, Estados fallidos y catastróficos incendios forestales, huracanes, tormentas, inundaciones y sequías. A medida que se desmorone la estabilidad mundial, la aterradora maquinaria de la violencia industrial, que está diezmando a los palestinos, se hará omnipresente. Estos asaltos se cometerán, como en Gaza, en nombre del progreso, de la civilización occidental y de nuestras supuestas «virtudes» para aplastar las aspiraciones de aquellos, en su mayoría gente pobre de color, que han sido deshumanizados y desechados como animales humanos.

La aniquilación de Gaza por parte de Israel marca la muerte de un orden mundial guiado por leyes y normas acordadas internacionalmente, un orden violado a menudo por Estados Unidos en sus guerras imperiales en Vietnam, Iraq y Afganistán, pero que al menos se reconocía como una visión utópica. Estados Unidos y sus aliados occidentales no sólo suministran el armamento para mantener el genocidio, sino que obstruyen la exigencia de la mayoría de las naciones de que se respete el derecho humanitario.

El mensaje que esto envía es claro: Tú, y las normas que pensabas que podrían protegerte, no nos importan. Nosotros lo tenemos todo. Si intentáis quitárnoslo, os mataremos.

Los drones militarizados, los helicópteros de combate, los muros y barreras, los puestos de control, las bobinas de alambre de espino, las torres de vigilancia, los centros de detención, las deportaciones, la brutalidad y la tortura, la denegación de visados de entrada, la existencia de apartheid que conlleva ser indocumentado, la pérdida de derechos individuales y la vigilancia electrónica son tan familiares para los migrantes desesperados a lo largo de la frontera mexicana o que intentan entrar en Europa como lo son para los palestinos.

Israel, que como señala Ronen Bergman en «Rise and Kill First» (Levántate y mata primero) ha «asesinado a más personas que cualquier otro país del mundo occidental», utiliza el Holocausto nazi para santificar su victimismo hereditario y justificar su Estado colonial de asentamientos, el apartheid, las campañas de asesinatos en masa y la versión sionista del Lebensraum.

Primo Levi, que sobrevivió a Auschwitz, veía la Shoah, por esta razón, como «una fuente inagotable de maldad» que «se perpetra como odio en los supervivientes y brota de mil maneras, contra la voluntad de todos, como sed de venganza, como quiebra moral, como negación, como hastío, como resignación».

El genocidio y el exterminio masivo no son dominio exclusivo de la Alemania fascista. Adolf Hitler, como escribe Aimé Césaire en «Discurso sobre el colonialismo», parecía excepcionalmente cruel sólo porque presidía «la humillación del hombre blanco». Pero los nazis, escribe, simplemente habían aplicado «procedimientos colonialistas que hasta entonces se habían reservado exclusivamente a los árabes de Argelia, los coolies de la India y los negros de África».

La matanza alemana de los herero y los namaqua, el genocidio armenio, la hambruna de Bengala de 1943 -el entonces Primer Ministro británico Winston Churchill desestimó con ligereza la muerte de tres millones de hindúes en la hambruna llamándolos «un pueblo bestial con una religión bestial»-, junto con el lanzamiento de bombas nucleares sobre los objetivos civiles de Hiroshima y Nagasaki, ilustran algo fundamental sobre la «civilización occidental». Como comprendió Hannah Arendt, el antisemitismo por sí solo no condujo a la Shoah. Fue necesario el potencial genocida innato del Estado burocrático moderno.

«En Estados Unidos», dijo el poeta Langston Huges, «no hace falta que a los negros nos digan lo que es el fascismo en acción. Lo sabemos. Sus teorías de supremacía nórdica y supresión económica han sido realidades para nosotros desde hace mucho tiempo».

Dominamos el mundo no por nuestras virtudes superiores, sino porque somos los asesinos más eficientes del planeta. Los millones de víctimas de proyectos imperialistas racistas en países como México, China, India, el Congo, Kenia y Vietnam son sordos a las fatuas afirmaciones de los judíos de que su condición de víctimas es única. Lo mismo hacemos con los negros, los morenos y los nativos americanos. También sufrieron holocaustos, pero estos holocaustos siguen siendo minimizados o no reconocidos por sus perpetradores occidentales.

«Estos eventos que tuvieron lugar en la memoria viva socavaron el supuesto básico tanto de las tradiciones religiosas como de la Ilustración secular: que los seres humanos tienen una naturaleza fundamentalmente ‘moral’», escribe Pankaj Mishra en su libro «The World After Gaza» (El mundo después de Gaza). «La corrosiva sospecha de que no la tienen está ahora muy extendida. Muchas más personas han presenciado de cerca la muerte y la mutilación, bajo regímenes de insensibilidad, timidez y censura; reconocen con conmoción que todo es posible, que recordar las atrocidades del pasado no es garantía de que no se repitan en el presente, y que los fundamentos del derecho internacional y la moralidad no son seguros en absoluto».

La matanza en masa es tan parte integral del imperialismo occidental como la Shoah. Se alimenta de la misma enfermedad de la supremacía blanca y la convicción de que un mundo mejor se construye sobre la subyugación y erradicación de las razas «inferiores».

Israel encarna el Estado etnonacionalista que la extrema derecha de los Estados Unidos y Europa sueña con crear para sí misma, un Estado que rechaza el pluralismo político y cultural, así como las normas legales, diplomáticas y éticas. Israel es admirado por estos protofascistas, incluidos los nacionalistas cristianos, porque ha dado la espalda al derecho humanitario para utilizar la fuerza letal indiscriminada para «limpiar» su sociedad de aquellos condenados como contaminantes humanos.

Israel y sus aliados occidentales, como vio James Baldwin, se encaminan hacia la «terrible probabilidad» de que las naciones dominantes «que luchan por aferrarse a lo que han robado a sus cautivos y son incapaces de mirarse en el espejo, precipiten un caos en todo el mundo que, si no pone fin a la vida en este planeta, provocará una guerra racial como el mundo nunca ha visto».

Lo que falta no es conocimiento –nuestra perfidia y la de Israel son parte del registro histórico– sino el coraje para nombrar nuestra oscuridad y arrepentirnos. Esta ceguera voluntaria y amnesia histórica, esta negativa a rendir cuentas ante el imperio de la ley, esta creencia de que tenemos derecho a usar la violencia industrial para ejercer nuestra voluntad marca el comienzo, no el final, de las campañas de matanza masiva del Norte Global contra las legiones crecientes de pobres y vulnerables del mundo.

Chris Hedges es un escritor y periodista ganador del Premio Pulitzer. Fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times.

Texto original: The Chris Hedges Report, traducido del inglés por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/02/02/genocidio-al-estilo-occidental/