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Ojos no tan bien cerrados

Fuentes: Rebelión

Nada justifica todo el dinero, el armamento y el apoyo diplomático que EE.UU. proporciona a Israel, a menos que se lo relacione con manipulaciones, como el dinero bajo la mesa y el chantaje.

I

Con miles y miles de muertos palestinos en estos casi dos años de operación de exterminio por parte de Israel, sabemos que los videos, las imágenes, los números y la evidencia, no son suficientes para detener la última gran catástrofe humana que hemos tenido que presenciar. El horror no es suficiente para frenar esto, claramente.

En el imaginario desde la Segunda Guerra Mundial, la idea de que los nazis alcanzaron los niveles más altos de oscuridad del espíritu humano quedó instalada por sus propias acciones y crueldad, como también gracias a la propaganda de los ganadores. En esa misma línea, Estados Unidos se autoproclamó garante de la bondad humana. Esta visión pueril de la existencia ha sido, en rigor, una instalación de décadas y décadas, de millones de dólares de propaganda y marketing, para haber perfilado al mundo a ser como es y sufrimos en nuestro presente. Por suerte, no en su totalidad. Y es que, finalmente, un grupo minúsculo de seres humanos –al menos en Occidente– decidieron hace mucho tomar un camino que los pueblos de nuestro planeta no han sido capaces de alterar. Y es que todo tiene que ver con detentar el poder.

No seré yo quien haga ahora una genealogía del poder desde los inicios de la humanidad. Sí creo, que podemos convenir en que las guerras, conquistas e invasiones están en los genes de la existencia humana. Documentado desde los fenicios mismos hasta ahora, el concepto de colonia, geopolíticamente hablando, perpetúa la idea de alguien instalándose en la tierra de otro. Al principio para comerciar, claro, como conocemos también ahora el concepto de colonias de inmigrantes que se asientan lejos de su hogar. O para robar lo que es de otros, digámoslo.

Tras el evidente declive del imperialismo europeo desde mitad del siglo XX tras la derrota nazi, particularmente de Gran Bretaña, los que toman la posta son sus colonias que, por cierto, adquirieron las mismas costumbres de sus predecesores. Ni hablar del despliegue de los anglosajones que desembarcaron del Mayflower y les robaron la tierra a los nativos norteamericanos y luego a los mexicanos. A recordar la Doctrina del Destino Manifiesto creada por John O’Sullivan en 1845, que señala que «el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno». Esta narrativa mesiánica se utiliza de la misma manera que el sionismo religioso, pues EE.UU. e Israel se consideran per se la realización de una promesa divina, justificando con ello su prepotencia esencial en el mundo. En fin, tanto poder llevó a EE.UU. a convertirse en el país que sólo tuvo a los soviéticos como contraparte durante toda la Guerra Fría. Desde principios de los noventa, al menos, podemos ver cómo hoy cae Europa: sus gobernantes han ido abandonando el cuidado a sus propios pueblos en favor de la visión y economía estadounidense que, a la vez, vive los estertores del fin de su hegemonía ante China y los BRICS, si bien sabemos que un gigante demora en caer, más aún, atendiendo a que reciclaron elementos del antiguo poder enemigo que puso en jaque al mundo, sin pudor alguno, como se podrá constatar a continuación.

II

La llamada victoria del Bien por sobre el Mal fue sólo una pantalla de lo que en realidad era una guerra por el poder. Tanto es así que EE.UU. no tuvo ningún empacho en perdonar a científicos y militares nazis, para transformarlos en agentes propios, a través de la Operación Paperclip en la que reclutaron a Wernher von Braun, Arthur Rudolph (ambos científicos que utilizaron a judíos esclavizados del campo de concentración Mittelbau-Dora, de los que al menos 12000 murieron en la producción de los misiles V-2), Reinhard Gehlen (Jefe de la inteligencia militar nazi en el Frente Oriental, compartió información que posibilitó el asesinato de miles de judíos, partisanos y civiles) y Adolf Heusinger, entre muchos otros nazis. Heusinger, Jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht (1940-1944), fue clave en los ataques a Checoeslovaquia, Polonia y Rusia, y participó en crímenes de guerra como implementar la Orden del Comisario (que mandataba a ejecutar a comisarios políticos soviéticos). Luego de guerra, esta «joya» fue asesor militar del Pentágono y la CIA en temas de defensa contra la Unión Soviética, para luego convertirse en 1961 en el Presidente del Comité Militar de la OTAN. No hay valores en el poder: en esos tiempos, lo único que importaba era competir por la hegemonía mundial contra la Unión Soviética (que también reclutó nazis, por cierto) a cualquier costo. Ahora, en pleno siglo XXI, el escenario no es el mismo, si bien la disputa del poder sigue sucediendo cada día. Huelga decir que la misma lógica de alianzas y ausencia de valores se ve en la creación de Israel, donde el poder geopolítico primó sobre la justicia histórica.

III

Es sabido que el periodista austrohúngaro Theodor Herzl es el padre del sionismo y que sondeó varios territorios aparte de Palestina (Uganda –llamada ahora Kenia– y Argentina, principalmente). Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial, el sionismo logró que Gran Bretaña, movida por sus intereses geopolíticos, emitiera la Declaración Balfour (apoyo del gobierno británico al establecimiento de un «hogar nacional» para el pueblo judío en la región de Palestina, bajo dominio del Imperio Otomano), mayormente para debilitar a sus enemigos (los otomanos) y para salvaguardar sus intereses en la región (seguir expandiendo su propio imperio y controlar el canal de Suez, además de sumar apoyo de EEUU y Rusia). No pudiendo garantizar aquello luego de la Segunda Guerra Mundial, es Estados Unidos quien tomó el mando de concretar el plan sionista que serviría ahora a sus propios intereses (tanto a los de los sionistas cristianos, principalmente dentro del protestantismo evangélico –es brutal el lobby de los Cristianos Unidos por Israel, CUFI–, que hasta el día de hoy plantean la escatológica conversión final de los judíos, como a los del presidente Harry S. Truman que, entre la sincera compasión mundial por el Holocausto y la crisis de refugiados judíos en Europa, en pos de la necesidad del voto de la comunidad judía para erigirse como presidente en 1945 y, claro, hacerse del control de la región mal llamada «Medio Oriente», se desliga de sus socios árabes en favor de los sionistas). Palestina, por otra parte, nunca pudo declararse como un estado soberano, ya que le fue impedido forjar estructuras estatales propias tras sufrir siglos de dominación otomana y británica. La ONU, ante el feroz lobby sionista y el desentendimiento de la realidad histórica del territorio palestino, optó por mantener la visión colonialista de los países más poderosos del mundo, en vez de devolver palestina a los palestinos: artificialmente, permitieron que los supremasistas sionistas se instalaran a ocupar la tierra de otro pueblo (la ONU, en vez de velar por los pueblos y la paz del mundo, se ha visto incapaz de cualquier movimiento ante la cantidad tremenda de vetos de EEUU, por lo que lo mínimo a lo que podemos aspirar es a una nueva organización que vele con igualdad por los intereses de todas las naciones, como lo ha planteado China este 2025, particularmente). El sionismo, un grupo ideologizado pero poderoso, aprovechándose de sus redes y del sufrimiento del pueblo judío por parte de los nazis, logró quitarle a los palestinos gran parte de su tierra, para imponer su visión de la realidad, muy ajena a los valores que detenta el judaísmo, como la sociopatía genocida demuestra con una claridad feroz a estas alturas (cfr. La limpieza étnica de Palestina, de Ilan Pappé). Es sólo cosa de ver la educación que inculcan a sus niños para odiar y despreciar la vida de los que habitan el país que tantos años llevan ocupando bajo la farsa de que es su tierra prometida (cfr. «Israeli Schools Seed Genocide: an interview with Nurit Peled-Elhanan», Jewish voice for labour, 2024). En los albores del sionismo, en 1893, los árabes comprendían aproximadamente el 95% de la población (sólo había 15.000 judíos), incluso estando bajo dominio del Imperio Otomano y luego de Gran Bretaña, bajo el nombre de Mandato Británico de Palestina. En 1948, al crearse Israel, los judíos eran ya el 35% de la población de Palestina, pero poseían solamente el 7% de las tierras. Israel es un proyecto colonial que se impuso por la fuerza y los intereses de potencias ajenas a la región, despojando al pueblo palestino. Y es algo que los mismos líderes sionistas han admitido.

IV

En 1956, Ben-Gurion le dijo a Nahum Goldmann, presidente del Congreso Judío Mundial: «Si yo fuera un líder árabe, jamás llegaría a un acuerdo con Israel. Es lógico: les hemos arrebatado su país. Claro, Dios nos lo prometió, pero ¿qué les importa a ellos? Nuestro Dios no es el suyo. Venimos de Israel, es cierto, pero hace dos mil años, ¿y qué les puede importar eso? Ha habido antisemitismo, nazis, Hitler, Auschwitz, pero ¿fue culpa de ellos? Sólo ven una cosa: nosotros vinimos y les arrebatamos su país. ¿Por qué tendrían que aceptarlo?». Basado en la justicia, la historia y vida de un pueblo, de la oscura manera de obrar, la crueldad de las décadas y las declaraciones que demuestran una brutal falta de humanidad, surge la pregunta inevitable: ¿debería un estado fundado a la sombra de tales antecedentes seguir existiendo?Pasa que el negocio inmobiliario es tan grande –sin olvidar el proyecto sionista mayor, que es el «Gran Israel», que persiste en la idea de hacer con la tierra del otro lo que le venga en gana a los ladrones–, al igual que el desprecio a los habitantes originarios de ese territorio, que se ha permitido a un grupo de abusadores que sigan perpetuándose en una tierra que nunca fue suya. Repitámoslo: fue usurpada primero por los otomanos, después por los británicos y luego por el sionismo que, a punta de lobby, dinero y conexiones (cfr. El lobby israelí y la política exterior estadounidense, de John Mearsheimer y Stephen M. Walt, de donde he usado varias citas incluidas aquí), robaron a los palestinos –cristianos, musulmanes y judíos– gran parte de la vida de siglos en su propia tierra. El único crimen adjudicable a Palestina fue aceptar a un grupo de judíos de Europa como refugiados cuando ese continente les dio la espalda y fueron expulsados de sus tierras. Y no fue crimen: fue solidaridad, humanidad. Un caballo de Troya para la entrada del sionismo a tierras palestinas. Ya en 1937, el líder sionista David Ben-Gurion decía: «Después de que formemos un gran ejército tras el establecimiento del estado, aboliremos la partición y nos expandiremos por toda Palestina». La creación de Israel en 1948 implicó actos que involucran limpieza étnica, ejecuciones, masacres y violaciones por parte de los sionistas, terror que continúa, lamentablemente, dada su idiosincrasia cultural, hasta el día de hoy, y que quedó grabado en el alma sionista como se puede leer en el diario de Ben-Gurion, que anotaba el 1 de enero de 1948: «Es necesario ahora una respuesta contundente y brutal. Debemos ser precisos en cuanto al momento, el lugar y a quienes atacamos. Si acusamos a una familia, debemos hacerles daño sin piedad, incluyendo a las mujeres y los niños. De lo contrario, esta no será una reacción eficaz… No hay necesidad de distinguir entre inocentes y culpables». Ese mismo año, el grupo sionista dirigido por Yitzhak Shamir asesinó a Folke Bernadotte, primer Mediador de la ONU en Palestina. Israel nunca procesó a los responsables, lo que da cuenta una vez más de la visión supremacista del sionismo por sobre el juicio de gran parte del resto de la humanidad (cfr. «Qué es Sionismo Religioso, la alianza supremacista judía y de extrema derecha con la que Netanyahu llegó a un acuerdo para gobernar», BBC, 2022) .

Como actualización, no queda más que insistir en el inconmensurable nivel de terror que ejercen los sionistas sobre los palestinos. Es sólo una parte muy menor de la población israelí la que condena cómo se ajusticia a otros seres humanos y se los condena a la muerte, la mutilación, la tortura y el terror de la existencia. La prisión sin resguardo humanitario alguno, menos justicia (cfr. «Israel y el Territorio Palestino Ocupado 2024», Amnistía Internacional). Lamentablemente, son demasiado pocos los israelíes dando una lucha real y sistemática contra su gobierno: los que se acercan a Gaza, lo hacen sólo con un afán perversamente turístico. Hay una visión de mundo que está feliz por el sufrimiento de otras personas, porque no los consideran humanos (cfr. «’The best show in town’: From a hilltop in Israel, observers have a sinister view of Gaza bombings», Le Monde, 2025). En términos de espectáculo, declara el actual Ministro de Finanzas de Israel, Bezalel Smotrich, en un discurso en mayo de 2025: «La ayuda humanitaria se permite sólo para que el mundo no nos acuse de crímenes de guerra mientras aniquilamos la Franja, mientras estamos destruyendo todo lo que queda en Gaza, dejándola en ruinas con una destrucción sin precedentes y el mundo no nos detiene» (cfr. «Backing off threat to quit coalition, Smotrich says entry of ‘minimum’ aid in Gaza won’t reach Hamas», The Times of Israel, 2025). Hoy vemos todo un territorio devastado hasta lo gris de ruinas bañadas de sangre, porque el valor de la vida ahí no existe para los sionistas. Quien llegó a ser primer ministro, Yitzhak Shamir –el mismo que asesinó a Folke Bernadotte– señalaba que «ni la ética judía ni la tradición judía pueden prescindir del terrorismo como medio de combate». El terrible ataque del 7 de octubre ocurre durante la casi imposible falla multisistémica del ejército e inteligencia israelí, en lo que se detectaron negligencias de los servicios de inteligencia, no tomar en serio informes (internos y extranjeros) de movimientos de Hamás, y, por último, una falla tecnológica de sensores y cámaras (cfr. «Report: New Evidence Reveals IDF Had Detailed Prior Knowledge of Hamas Plan to Raid Israel», Haaretz, 2024). Además, las autoridades sionistas han aceptado que Hamás es un grupo terrorista financiado por ellos mismos para forjar el caos (cfr. «Netanyahu admite que su gobierno permitió que Qatar enviara fondos a Hamás desde 2018», El País, 2025). Huelga decir que Hamás no es otra cosa que un grupo que no ama a su pueblo, y es así cómo ha permitido todo el sufrimiento que les ha tocado vivir a los palestinos, en pos de todavía mantener rehenes secuestrados, en un sinsentido inexplicable dada la aniquilación y destrucción de su pueblo y de su tierra. La resistencia del pueblo palestino ante la ocupación ha ganado el respeto y empatía de la humanidad y la historia, y deja en evidencia que no existe ninguna posibilidad de amor de parte de Hamás al pueblo palestino, al darle una cuestionable excusa a los sionistas para perpetuar una catástrofe de tales dimensiones. Sus métodos están muy lejos de la poesía palestina, que ha conmovido al mundo a través de muchísimos poetas, de un intelectual como Edward Said y de movimientos como BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), que han buscado justicia palestina a través de la resistencia cultural y no violenta.

Los judíos merecen vivir en Palestina, como los mismos palestinos, como cualquier otro individuo cristiano o musulmán, como siempre fue en esa tierra: como todos deberíamos poder hacerlo en cualquier lugar del mundo. Eso hablará del amor y respeto que cualquiera puede tener a una tierra que no es suya. Pero no robando, odiando ni abusando de los otros, como han sufrido los palestinos por culpa de la visión sionista de etnoestado bajo la que se forja Israel, aprovechándose de la religión judía como una tapadera de un proyecto colonialista y supremasista blanco. Son genealogía directa del imperialismo británico, del colonialismo y la ocupación de territorios ajenos, como EEUU (y la prepotencia de su adhesión «a la Doctrina Monroe, [que] puede obligar a los EEUU, aunque en contra de sus deseos, en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía internacional», como diría tramposamente Franklin D. Roosevelt en 1904). Los sionistas heredaron la oscuridad del nazismo y el apartheid de los boers en Sudáfrica. Ocupan la tierra palestina con una crueldad que exige la devolución de Palestina a sus habitantes desplazados, a la que fue esa tierra que aceptaba a todas las religiones como parte de su propia identidad. El sionismo es una ideología que no sólo roba tierras, sino que corrompe los valores humanos universales, perpetuando el ciclo de violencia colonial.

V

El AIPAC (American Israel Public Affairs Committee, Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí) es uno de los grupos de lobby más influyentes en EE.UU. (junto a la NRA y el ya mencionado CUFI). Se ha criticado su influencia en el proceso político de ese país,  pues nadie ha conseguido manejarlo tanto, logrando que incluso los estadounidenses hayan descuidado su interés por su presente y futuro, a la vez que buscan convencerlos de que los intereses de ambos países son idénticos. El AIPAC tiene un abrumador historial de éxitos en la promoción o bloqueo de legislación relacionada con Israel en el congreso de EEUU, aprovechando la tremenda influencia que tiene en los políticos a los que ha recaudado inmensas cantidades de dinero para sus campañas, incluso hasta en un 60%, (según Stephen Isaacs en Jews and American Politics, 115–39, 1974; y en Amy Keller en «Chasing Jewish Dollars: Can GOP Narrow Money Gap in 2004?», Atlanta Jewish Times, 17 de enero, 2003, citado por Mearsheimer y Walt), a través del AIPAC PAC, su comité de acción política. Y es tanto el dinero que pueden mover, que son capaces de apoyar a un candidato sólo para dejar fuera a cualquier otro contendor que sea crítico con Israel.

Nada justifica todo el dinero, el armamento y el apoyo diplomático que EE.UU. proporciona a Israel, a menos que se vinculen gracias a artes oscuras, como el dinero bajo la mesa y el chantaje (habiendo siempre más ejemplos: cfr. The Secret History of Israel’s Targeted Assassinations, de Ronen Bergman, 2018). Israel ni siquiera es un aliado leal a EE.UU.: partiendo por la visión soberbia del propio Netanyahu en el famoso video de 2001 que se filtró, dando cuenta de su desprecio por los palestinos y EE.UU.: «Lo principal, primero que nada, es golpearlos fuerte. No sólo un golpe, sino golpes tan dolorosos que el precio sea insoportable. Para los palestinos, el precio será que no puedan seguir. Hacerlos sentir el dolor, para que paren. Y no me importa lo que digan los estadounidenses. Siempre nos apoyarán al final», explica por qué aparte de desentenderse de detener la usurpación de tierras, la construcción de asentamientos y de frenar los asesinatos de líderes palestinos, sumemos la entrega de tecnología militar estadounidense a otros países. Pero, sin duda, lo más grave lo señala la Oficina General de Contabilidad de EEUU (Government Accountability Office o GAO), acerca de que Israel «lleva a cabo las operaciones más agresivas de espionaje contra los EEUU, por encima de cualquier aliado» (Duncan L. Clarke en «Israel’s Economic Espionage in the United States», Journal of Palestine Studies, 27, nº 4, 1998, citado por Mearsheimer y Walt). El AIPAC incluso estuvo involucrado en la entrega de documentación secreta por parte de Lawrence Franklin, un funcionario clave del Pentágono, a un diplomático israelí. Por una traición así a la patria, como se estila decir, le dieron 13 años de cárcel, que se transformaron en 10 cómodos meses de arresto domiciliario. Y ahí el AIPAC sigue operando, como si no hubiera pasado nada, porque la justicia prácticamente miró hacia otro lado. Votan por los que se cuadran con la visión sionista, se alinean en contra de alguien que quiera romper la parcialidad, hacen envíos masivos de cartas y animan a los editores de diarios a respaldar a los candidatos pro-israelíes y, claramente, a favorecer las percepciones del público sobre Israel (el New York Times, por ejemplo, cuestiona pocas veces las políticas de Israel y, aunque en ocasiones admite que los palestinos tienen demandas legítimas, su cobertura dista de ser neutral, tanto así que su antiguo director ejecutivo, Max Frankel, llegó a confesar que «Era mucho más devoto de Israel de lo que me atrevía a reconocer», citado por Mearsheimer y Walt), como también a presionar para que se quite todo gran auspicio a cualquier medio de comunicación, que no sea tan comprensivo con Israel (por ejemplo, llegaron a presionar para que WBUR, una radio pública en Boston, perdiera más de un millón de dólares en auspicios, señalan Mearsheimer y Walt). El mismo tipo de intimidación recae habitualmente sobre los campus universitarios, donde el libre pensamiento es lo que siempre debiera imponerse. Tal es la influencia sionista en el Capitolio, que muchos miembros del congreso estadounidense están acostumbrados a primero consultar al AIPAC cuando buscan información, antes que intentar pedírsela a la Biblioteca del Congreso o cualquier otra área con la experiencia necesaria. Así el AIPAC redacta discursos, colabora en la redacción de leyes, asesora estrategias, consigue copatrocinadores, etc. El sionismo mismo haciendo funcionar el corazón de la política de EEUU. Ariel Sharon lo dijo públicamente el 2003: «Cuando la gente me pregunta cómo pueden ayudar a Israel, yo les digo: ‘Ayuden al AIPAC’». Este poder no se ejerce sólo con donativos de campaña. La historia sugiere que la lealtad inquebrantable que Israel exige a EEUU –y que de alguna manera el AIPAC garantiza– se asegura también mediante artes más oscuras, herederas directamente de los métodos de la Guerra Fría y de la contrainteligencia más sucia. La historia nos revela que los poderes extranjeros coaccionan democracias, finalmente. A nivel interno y externo, esto es algo ya conocido y reconocido en Estados Unidos.

VI

J. Edgar Hoover es un gran ejemplo para determinar cómo ha funcionado EE.UU. a lo largo de su historia. Director del FBI durante ocho presidencias, Hoover fue muy cercano al presidente Nixon. Fue gracias a que un grupo de pacifistas irrumpieron, en marzo de 1971, en una oficina del FBI de la que robaron archivos ultrasecretos, que luego fueron difundidos por la prensa, que se supo que Hoover «había diseñado una campaña clandestina destinada a ‘desestabilizar’ y ‘neutralizar’ a las organizaciones de izquierda y de derechos civiles mediante el uso de informantes, campañas de desprestigio, complots crueles y astutos para romper matrimonios, hacer que despidan a la gente y exacerbar las divisiones políticas». El nombre del proyecto era Cointelpro («Programa de contrainteligencia»). Entre algunos de los delitos que se produjeron gracias a Cointelpro, el FBI espió a Martin Luther King, Jr. y lo grabó teniendo encuentros sexuales; también el FBI participó en una redada en la que fue asesinado en su cama Fred Hampton, de 21 años, líder de las Panteras Negras. Este racismo inicial viene desde sus tiempos estudiantiles donde formó parte de Kappa Alpha –su fraternidad de la Universidad George Washington–, que fue fundada en honor al General Robert E. Lee, famoso general del Sur esclavista. Su fraternidad se consolidó como modelo de la perspectiva racial conservadora con la que encaminó su vida, y fue gracias a ella que logró ser parte de la élite política de Washington al  ingresar, específicamente, a los círculos dominados por los nostálgicos congresistas del Sur. Dada la acumulación brutal de información y su necesidad de mantenerse en el poder, es que es innegable la capacidad que tuvo Hoover para intimidar e incluso chantajear a presidentes. Su biógrafa, Beverly Gage, deja en claro lo anterior en su libro G-Man: J. Edgar Hoover and the Making of the American Century. Fue tanto, que el presidente Nixon llegaría a decirle a sus asesores, que querían deshacerse de Hoover: «Podríamos tener entre manos a un hombre que derribará el templo con él, incluyéndome a mí». Gage habla del baúl de los secretos que acumulaba Hoover, lo que determinó la cantidad de deudas y temores acumulados que los presidentes sentían por él. A no imaginar eso mismo en todas las esferas pensables del poder.

Está más que claro, que este tipo de métodos de inteligencia, para mí artes oscuras, ciertamente, no sólo opera en EE.UU., sino que en todo el mundo. Muy conocido es el concepto de kompromat creado por la Unión Soviética, que sigue la línea del chantaje, mecanismo obvio en cualquier servicio de inteligencia. El kompromat refiere a la práctica de recolectar información comprometedora sobre cualquier persona, para usarla en su contra como herramienta de presión, chantaje o para dañar su reputación.

El parlamentario Jürgen Möllemann, ex vicecanciller de Alemania durante el gobierno de Helmut Kohl, pertenecía al Partido Democrático Libre (FDP) de Alemania. Acusó de manera pública al gobierno de Ariel Sharon de practicar una política de aniquilación contra los palestinos durante la Segunda Intifada (2000-2005). Fue tildado de «antisemita» y afirmó que el Mossad estaba detrás de una campaña de difamación en su contra, mientras era acusado de estar vinculado a tráfico de armas y evasión de impuestos. Todo indica que se suicidó al lanzarse en paracaídas. También, todos los cargos que se le imputaban fueron luego desestimados.

El recientemente asesinado político trumpista Charlie Kirk, si bien fue un defensor acérrimo de Israel, estuvo cuestionando, por ejemplo, la influencia judía en EE.UU. (dijo que los judíos controlan «no sólo las universidades; también las organizaciones sin fines de lucro, el cine, Hollywood, todo»), se opuso al proyecto de ley para penalizar cualquier boicot a Israel («En EE.UU. tienes el derecho a distintos puntos de vista. Tienes el derecho a estar en desacuerdo y protestar (…) el derecho a hablar con libertad es el derecho de nacimiento de todo estadounidense») y al apoyo incondicional a las guerras de Israel que pudieran arrastrar a EE.UU. (más nacionalista que Trump, el movimiento «America First» tocó su fibra al cuestionar los reales beneficios de la devoción de Washington por Israel), lo que generó acusaciones de antisemitismo: «Algunas personas me dijeron que si critico al AIPAC, soy antisemita». Cercanos señalaron hace semanas que Kirk temía que Israel lo mataría si se iba en contra de ellos.

Es bastante ingenuo pensar que servicios de inteligencia como el Mossad no operan en EE.UU., empleando todo su poder en contra de detractores y políticos extranjeros para garantizar la agenda de sus propios países (no vamos a olvidar la cantidad de intervenciones militares de EE.UU. vía golpes de Estado, ocupación o despliegue de tropas, destitución de gobiernos y asistencia militar, que en Chile conocemos), utilizando métodos de control que incluyen no sólo espionaje, sino también encubrimientos de crímenes graves y chantajes.

VII

No deja de ser altamente compleja la trama en la que está involucrado el presidente Donald Trump. Me refiero puntualmente al caso de Jeffrey Epstein,  brutal escándalo estadounidense que involucra abuso sexual, tráfico de menores y el encubrimiento a figuras poderosas. Sin ningún título universitario, Epstein logra un puesto en el exclusivo Colegio Dalton gracias a su director, Donald Barr (padre de William Barr, exfiscal general de EEUU), con el que no se sabe exactamente cómo se conocieron. Tampoco por qué lo contrató. Décadas después, Epstein es multimillonario y por primera vez acusado de abuso a decenas de menores, de lo que zafa con la ridícula condena (el 2008) de 13 meses de cárcel, con permisos de 12 horas al día para ir a su trabajo, durante 6 días de la semana. En ese momento el fiscal federal del Distrito Sur de Florida era Alexander Acosta, quien negoció y aprobó el pacto secreto con los abogados de Epstein, que evitó cargos federales graves y protegió a Epstein y sus co-conspiradores de una investigación más profunda. El 2017 Trump nominaría a Acosta como su Secretario de Trabajo, cargo al que este renunció cuando el Miami Herald publicó una investigación detallada en 2018 de lo que había pasado con el juicio a Epstein. Finalmente, en julio del año 2019, Jeffrey Epstein fue arrestado por tráfico sexual de menores. Un mes después aparece ahorcado en su celda, por supuestamente haberse suicidado mientras las cámaras estaban apagadas y los guardias dormían. Al menos un empleado y un par de víctimas han testificado que Epstein tenía un sistema de cámaras ocultas en sus propiedades, para grabar y chantajear a figuras poderosas. La lista total de personas involucradas, y sus prácticas, aún no ha sido develada. Resuena en todo esto la película Eyes wide shut (1999), de Stanley Kubrick.

Hay una manera de vivir el mundo en la que deberíamos estar todos de acuerdo. Comparto con muchos seres humanos, que lo más importante en nuestras culturas es el cuidado de nuestros niños. El sionismo israelí no ha tenido tapujos para asesinar, mutilar, secuestrar, abusar y torturar la vida de miles de infantes. Este contraste entre la retórica común de protección infantil y el desinterés por la vida de los niños palestinos expone una hipocresía estructural. En todo caso, es necesario indicar que la vulnerabilidad de la infancia queda también en evidencia al observar cómo los sionistas protegen a depredadores sexuales, particularmente en comunidades ultraortodoxas donde el encubrimiento ha sido sistemático.

Hay que considerar a la pedofilia como un delito inaceptable. ¿Hay que juzgar a un pedófilo como un criminal y también como un enfermo? Por cierta razón, no existen datos oficiales completos o públicos sobre el número exacto de pedófilos que Israel ha «recibido» (bajo la Ley del Retorno), aunque algo se sabe, ya veremos. Mientras, hay factores socio-religiosos complejos en comunidades ultraortodoxas israelíes que dificultan la aplicación uniforme de la ley para cuidar a los niños de los pedófilos. Las víctimas ultraortodoxas que reportaron abuso enfrentaron altas tasas de encubrimientos y represalias comunitarias, mientras una tasa baja de los casos derivados de abuso a tribunales rabínicos devino en sanciones significativas en contra del victimario: todo esto en el marco de que aún son muy pocos los casos de abusos pedófilos en comunidades ultraortodoxas los que se reportan a la policía. Casos así también suceden en otras comunidades en el mundo, como se ha denunciado extensamente, atendiendo a la reacción cómplice de encubrimiento a victimarios, que son reubicados en otras comunidades en las que vuelven impunemente a abusar de infantes, o al menos eluden la justicia.

Ejemplo de esta perturbadora manera de hacer las cosas es el caso de Malka Leifer, exdirectora de una escuela judía en Australia, acusada de 74 cargos de abuso sexual a alumnas, huyó a Israel en 2008 –facilitada por la propia comunidad judía ultraortodoxa de Melbourne– alegando motivos religiosos, y luego el sistema judicial israelí retrasó su extradición por más de 10 años, alegando problemas de salud mental. Se descubrió que simulaba enfermedades, por lo que finalmente, en 2021, fue extraditada a Australia y condenada en 2023. Yaakov Litzman, ministro de salud en varios gobiernos israelíes, y durante casi 20 años presidente del partido político Agudat Israel, usó su poder para presionar a peritos psiquiátricos, en pos de que declararan que Leifer no estaba mentalmente apta para ser extraditada. Litzman, por cierto, salió, prácticamente, libre de polvo y paja por esto, gracias a la permisibilidad sionista (cfr. «Litzman signs plea deal in Leifer case, avoiding jail time and paying symbolic fine», The Times of Israel, 2022). Existe también el reciente caso de Tom Artiom Alexandrovich, cabeza de la Dirección de ciberseguridad de Israel –directamente dependiente de Netanyahu–, sin inmunidad diplomática, fue detenido el pasado mes de agosto de 2025 en una redada contra pederastas en Las Vegas, EEUU, mientras intentaba concretar una cita con una menor de 15 años. Pagó una fianza de 10000 dólares y logró regresar a Israel sin ningún cargo federal. Un detalle no menor: al parecer también en EEUU han sentido complicado molestar a Israel buscando detener y luego extraditar pedófilos que atacan a sus niños, según CBS News. Así funciona el poder: a punta de redes de favores, pero también de ser demasiado permisivos y llamativamente blandos en cuanto a la pedofilia. En este caso, para encubrir pedófilos, incluso; a nazis, como ya fue señalado, en pos de acrecentar el poder de EEUU. Aparte, en 2017, en la Knéset (el parlamento israelí) se propuso enmendar la ley para negar la ciudadanía a personas con condenas graves, pero no se aprobó.

Los casos antes señalados apenas son la punta de un iceberg de una permisibilidad que, a fin de cuentas, es una perversa política mayor; considerando que más de 60 pedófilos (usando la Ley del Retorno) huyeron de EEUU a Israel desde el 2014, según la Jewish Community Watch (cfr. el reportaje «How Jewish American pedophiles hide from justice in Israel», de CBS News, 2020), que además señala que suponen que el número es mucho mayor, por las pocas capacidades y recursos con los que cuentan, atendiendo a que son demasiadas las víctimas que nunca fueron cuantificadas por los encubrimientos ya señalados. Israel termina siendo un refugio para pederastas, como EEUU lo fue para tantos nazis.

El sionismo, al igual que el imperialismo estadounidense, ha protegido a sus élites a través de las redes de poder que los constituyen y les garantizan impunidad. El juicio por corrupción contra Netanyahu, iniciado en mayo de 2020, y aún sin sentencia tras más de cinco años, ejemplifica esta dinámica, con retrasos permitidos por influencia política y apoyos externos, como el de Donald Trump, quien calificó el proceso como una cacería de brujas. Todo lo anterior ha permitido a Netanyahu mantenerse en el poder mientras Gaza sufre un genocidio con más de 70000 muertos a la fecha, sin contar todo el horror que han sufrido los palestinos y todos el resto de la humanidad.

VIII

Enfoncándonos en la relación de poder y justicia entre Israel y EE.UU., dejo aquí las siguientes preguntas:

¿Se ve acaso EEUU obligado a cumplir siempre los deseos de Israel, desviando financiamiento y recursos millonarios, en vez de suplir las necesidades de su propio pueblo, dado lo implacable del modus operandi sionista?

Aparte del poder que tiene el lobby, cabe considerar la siguiente pregunta: ¿Hay políticos pedófilos en EE.UU. que han y están siendo cooptados por el Mossad y/o la CIA, para sostener una relación tan estrecha y duradera entre ambas naciones, pese a la transgresión sistemática de los DDHH y el Derecho Internacional por parte de Israel, como lo vivieron los judíos y tantos otros por culpa de los nazis?

¿Cuántas décadas los sionistas hicieron a un lado la mirada sabiendo que EE.UU. acogió a nazis asesinos, favoreciendo sus propios intereses en detrimento a la justicia que merecían las víctimas del Holocausto?

¿Cuánto hay de lo anterior para que, salvo EE.UU., haya estado tanto tiempo apoyando la crueldad ejercida en contra de los palestinos?

¿Qué permite un genocidio más que un negocio de billones de dólares?

¿Será acaso que dentro de las élites existe una ligazón entre individuos extremadamente ricos que con conexiones políticas consiguen increíbles acuerdos de inmunidad, al creer que está justificado romper reglas, porque sienten, a un nivel intuitivo, que tienen derecho a hacer lo que quieren?

¿Cuánta libertad vivimos de verdad como seres humanos cuando tenemos que enfrentar tanto poder que no podemos ignorar?

¿Cuánto pueden realmente hacer todos los grandes representantes en el mundo para permitir que la vida palestina resurja de las cenizas de un gesto primigeniamente cruel y que se les restituya su tierra robada tanto por las ocupaciones otomanas y británicas anteriores, como ahora por Israel?

¿Cuáles son los pasos para desarticular este tipo de democracia que ya no representa lo que realmente quieren las personas para sus países y comunidades?

¿Hasta cuándo podremos resistir como humanidad a los políticos que cuidan más a los poderosos que a la mayoría de los seres humanos?

¿Cómo podremos lograr un mundo donde primen la paz y la justicia?

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