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A Muñoz Molina: la Marsellesa no es toda la humanidad

Fuentes: Rebelión

Como los vientos que de siempre ciñen el solar patrio son más bien violentos, quiero empezar con una declaración de intenciones, por mucho que no sea plato de mi gusto, pero como decía, el ambiente secularmente enrarecido aconseja dejar clarito desde el principio algunas cosillas.   Estas cosillas son: que el autor no tiene por […]

Como los vientos que de siempre ciñen el solar patrio son más bien violentos, quiero empezar con una declaración de intenciones, por mucho que no sea plato de mi gusto, pero como decía, el ambiente secularmente enrarecido aconseja dejar clarito desde el principio algunas cosillas.
 

Estas cosillas son: que el autor no tiene por voluntad poner a caldo a ningún personaje cimero, por más o menos efímera y fundada que sea su gloria. Es deporte nacional no dejar títere sin cabeza, con parecido fuste al del caballero cervantino con el retablo de las maravillas de Maese Pérez. No, no es eso. Quienes venimos usando de un tiempo a esta parte Internet lo mejor que sabemos les hacemos un gran favor a los poderosos e instalados arremetiendo ad hominem y con furia furiosa más que quijotesca. No se trata aquí de darles ese tipo de argumentos, como si los medios de masas, hoy por hoy aún hegemónicos, no fabrican o queman si viene al caso vanidades con motivos del todo más inconfesables.

 

Por tanto, no es otro el empeño en lo que vendrá a continuación, que combatir las ideas bienpensantes de un sistema  que Muñoz Molina hace suyo. Si MM (si se me permite en lo sucesivo por abreviar) habló un día del «artista consentido» (El País de 17/04/04), y reconociendo que no le falta razón cuando en el estereotipo de intelectual al que se refiere menciona entre sus vicios el criticar por costumbre aquello que muchas veces le beneficia y acomoda; no es menos razonable que también se puede hablar de un cierto escritor o «artista complacido», que mide y administra con sumo cuidado la dirección de sus dardos según es la importancia de sus blancos o dianas, y que más preferiblemente, prefiere hacer frente común a causas aglutinantes como el terrorismo, repitiendo si es preciso un día sí y otro también, las mismas verdades sin entrar jamás en más profundas reflexiones, como ha ya mucho tiempo que el bravo de Alfonso Sastre y el justo y respetuoso Elías Díaz, enfrente, intentaran un día (vísperas del 23-F, por cierto). Algunos nos pretenden hacer creer que contra Franco vivían mejor. Y vemos que contra los vascos también. No es cosa de perder a tontas sus privilegios y una carrera «bien labrada».

 

De hecho, este artículo quiere ser una respuesta a una conferencia  de MM, «Ciudadanía, culturas, libertades», pronunciada en unas jornadas que la Escuela Judicial del Consejo General del Poder Judicial dedicó a los «Extranjeros y Derecho Penal», título de las mismas harto elocuente.

 

Repito, en consecuencia, que no hay nada personal en todo esto. Hace tiempo que no soy lector de novelas. Leí El invierno en Lisboa cuando el autor era presentado como una «joven promesa». No me gustó y me pareció que imitaba estéticas o modas foráneas sin acierto. Pero es mi opinión sin más importancia y ya un tanto lejana. Algo más actual fue la lectura de sus crónicas cuando el juicio en el Tribunal Supremo por el secuestro de Marey. Algunas, en particular, eran fabulosas y así tuve ocasión de manifestárselo, casualmente, a él y a su santa en una ocasión. (Bueno, más bien el santo es MM).

Con entusiasmo me evocó las paredes del casón de las Salesas que le sobrecogían. Con sus ojos abiertos y de niño que se asoma al tenebroso mundo de los mayores supo tejer una prosa que devuelve al periodismo la orfebrería de otros tiempos. Por ello, que de animadversión nada.
 

Únicamente, contrariedad a los clichés de pensamiento correcto y acomodaticio que maneja. Habla MM de «fetiches verbales que actúan sobre el adversario como el rayo paralizador de las antiguas películas de marcianos». (Por cierto, ¡qué sería del mundo sin sus estilizadas y recurrentes comparaciones!)Y cita entre ellos la palabra cultura, «y su derivado multiculturalismo, como mestizaje o racismo». Yo le diría que eso es agua pasada, que de ese abuso fetiche ha brotado una respuesta de signo contrario, o que el sistema, sobre todo las multinacionales, claro, lo ha deglutido convenientemente. Como señalara el Taguieff del «racismo y sus dobles» hoy son los racistas los que hablan de culturas y diferencias, y el poder también. Tanto, que afirmar ahora la multiculturalidad precisa al menos de algunas puntualizaciones introductorias. En conclusión, tenemos un fetiche con efecto boomerang. Y tampoco se libra de incurrir en los mismos el propio MM. ¿Qué otra cosa es el «universalismo heredado de la Revolución francesa» conjugado con las «amenazas igualitarias y modernizadoras del liberalismo político, de la industrialización y del comercio»? Entrados en el siglo XXI ya tenemos algo de perspectiva más profusión de datos globales ¿no?

 

Según Muñoz Molina el «amor por las tradiciones» es reaccionario y enmascara los privilegios heredados y los colectivismos son gregarios, propios de las sociedades primitivas y porque no decirlo, gregario tiene una connotación animal, de sociedad pre-civilizada. «En España, más que ideas, lo que suelen intercambiarse son anatemas» (MM). Totalmente de acuerdo, sólo cambio el sentido de lo dado.

 

El «universalismo heredado» propiamente sólo es eso, transmitido por una cultura dominante en Europa y que posteriormente se hizo universal en cuanto se extendió no con buenas razones sino por la fuerza de las armas. De sus frutos son  herederos los cuatro costados del orbe, con mucho más dolor y desgracia que provecho: pensemos en Africa, algo más que un momento. Esto no es creer en un «relativismo posmoderno», como denuncia MM, sino creer en que las cosas son relativas mucho antes de la modernidad, lo que tampoco significa que uno sea relativista o no crea en aspiraciones más o menos universales en cuanto positivamente hay constancia o evidencia. Ver la injusticia no nos convierte en injustos, no verla como el pueblo alemán (o antes tantos otros, incluido el español) no vio el holocausto, sí.

 

Los lugares comunes que maneja MM se enlazan con el reparto arbitrario de fobotipos. No deja de resultar  sorprendente, mejor cito: «…Cualquier persona con un poco de humanidad, por ejemplo, considera que maltratar sádicamente a los animales es universalmente reprobable. Pero, ¿y si resulta que tirar cabras vivas desde un campanario es una tradición local, o que martirizar a un becerro o emborracharlo y luego apalearlo son costumbres que forman parte de una cultura popular?» ¿Porqué MM se va al último pueblo de España y no al primero, esto es la monumental plaza de las Ventas del Espíritu Santo? ¿Es que ahí no se martiriza un toro o becerro, se le emborracha de su propia sangre y metales y luego herido lo mata un hombre vestido de mujer muy llamativo -como lo describiría mi amigo poeta Antonio Quesada- y lo celebran los que forman parte de una cultura popular? Le ocurre, a MM, algunas veces que prefiere atacar a un consejero de su comunidad que a un ministro de todo el Esta

 do español, perdón, de España.*
 

Otro manido fobotipo que perpetra es el de la ablación del clítoris cuando ironiza en que lejos de ser perseguida acabará siendo una prestación de la Seguridad Social. Ya puede Javier de Lucas mil veces explicar que el Código Penal no es la mejor solución para conflictos de naturaleza cultural o política en una democracia, sí, democracia, como dicen ellos; o acordarse de la ablación total en que consiste, con demasiada frecuencia, la violencia doméstica, que es como mutilamos a las mujeres por estos pagos. Esto último no es un fobotipo: ¡qué casualidad! Pues que MM siga mirando al modelo francés, a la escuela laica que yo también defiendo pero no cuando enfrenta y divide consigo mismo a aquellos que está obligada a educar.

 

Concluye Antonio Muñoz Molina su conferencia  con un movimiento (puesto que es melómano) troppo allegro, casi de éxtasis triunfal. Porqué ver las cosas de forma negativa: si vivimos en el mejor de los mundos posibles y habidos, ¡alegría!, démosle la vuelta.
 
«Hemos salido de una dictadura inmovilista, nos hemos dado una democracia y una constitución (¿les suena? -comentario mío-), hemos vivido el proceso más agitado y más fértil de modernización económica de toda nuestra historia, nos hemos integrado…., estamos asistiendo a una universalización sin precedentes de los valores y de los saberes…poniendo a prueba las capacidades de integración de nuestro sistema educativo y político, de nuestra sociedad entera, tan uniforme hasta hace poco. Y justo ahora es cuando más cerriles nos volvemos….»

 
(Aplausos).
 
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*        Mi maestro Lacasta-Zabalza le afea en su inmejorable libro España uniforme su fobia al término excusado. Cito:
 
(se refiere, especialmente, a MM) «…que, al llegar a lo de Estado español en boca de los dirigentes de la política de las nacionalidades, pierden los estribos y elaboran tesis propias de un nacionalismo español absolutamente prepolítico (El País, 9 de noviembre de 1977). Desde ese sitio tan incómodo, Muñoz Molina dice que: «Existía, aún parece que existe, una cosa llamada Estado español, término que los nacionalistas copiaron de Franco».
 
Con ejemplar y jocoso razonamiento el profesor Lacasta, continúa: «Y, según la lógica absurda de Muñoz Molina, habría que cambiar la Constitución de 1978 para que el rey fuera el jefe de España y no el jefe del Estado español (art. 56.1). Y los que padecimos el régimen franquista, estábamos equivocados y no escuchábamos gritar a su generalísimo ¡Arriba España!, sino ¡Arriba el Estado español!»