La campaña electoral norteamericana avanza, al menos la fecha de elección de un presidente para United States se hace cada vez más próxima. Ante ello ninguno de los dos candidatos escatima espacios para apuntalar sus puntos fuertes y señalar los débiles de su oponente. Algo que ya va siendo costumbre en las «modélicas» democracias occidentales. […]
La campaña electoral norteamericana avanza, al menos la fecha de elección de un presidente para United States se hace cada vez más próxima. Ante ello ninguno de los dos candidatos escatima espacios para apuntalar sus puntos fuertes y señalar los débiles de su oponente. Algo que ya va siendo costumbre en las «modélicas» democracias occidentales. La contienda entre los dos candidatos pasa de las convenciones de cada partido al connotado cara a cara ante las cámaras de televisión, en una carrera por vencer al otro en las respuestas a temas candentes para las agendas de la futura administración. Así pasó el 27 de septiembre pasado, el reciente 7 de octubre y así pasará el próximo 15 de octubre en su tercer y último «asalto» entre dos opuestos clamando victoria en la lucha contra el otro, esa especie de metamorfosis en la que ha devenido la contienda electoral de esta sociedad «democrática». En ambos contendientes, en su devenir hasta hoy, se ha apelado a la palabra «Change», como sinónimo del cambio esperado para el país del norte. Para el caso de los demócratas pudiera ser entendible tal término en tanto amén de las distinciones, al menos en plantilla, representan otro partido diferente al del actual gobierno; pero para el caso de los republicanos, harina del mismo costal y representantes de la mismísima administración Bush, sinceramente tal palabra deja no pocas dudas y contrastes.
Ante la estrategia republicana bien vale apuntar algunos amagos que se han venido reiterando y que tal pareciera especialidad de las derechas cuando las cosas no van bien. En su última etapa, y tras la decisión de quien sería el candidato a la vicepresidencia, como es sabido el republicano John McCain incluye en su estrategia de marketing electoral, más que una candidata a la vicepresidencia, un rostro joven y bien cuidado, no menos conservador y republicano pero a fin de cuentas un rostro joven y bien cuidado. Un dia antes de ser presentada pocos en la Unión habían escuchado el nombre de Sarah Palin, quien unos días después ya se había convertido en un verdadero suceso de marketing electoral.
A cualquier observador bien aguzado no escaparía el detalle de que la Convención Republicana alberga tras las imágenes una muy bien pensada estrategia de propaganda que repara en los detalles estéticos y los giros del lenguaje más que en las aportaciones de contenido, concentrando la atención en las simpatías en tales detalles más que en la propuesta en sí. No es que Obama y Biden lo pasen por alto, sino que en McCain y Palin se hace más evidente, en tanto estos últimos han de jugar con la retórica del discurso y la imagen del discursante más que con el contenido de una propuesta en la que ellos mismos son los primeros convenidos de que en su política no habrá cambios sustanciales.
En la convención republicana en el discurso de McCain, las cámaras que televisan la jornada, hacen centro en la figura de la Palin más que en el propio McCain, tal y como si fuese ella quien se postula a presidenta en lugar del mismísimo veterano. Cosa que en los demócratas presenta otros matices, en tanto ciertamente Obama es el referente de imagen cuando de candidato a la presidencia se habla y Biden apenas es televisado, salvo en sus necesarias presentaciones públicas.
Para los republicanos la figura de Sarah Palin resulta determinante. El contraste entre el veterano de la guerra de Vietnam y la joven estéticamente muy bien cuidada y madre de cinco hijos, de costumbres conservadoras e invocando el nombre de Dios, resulta un curioso atractivo para un público que bien prioriza la estética en la elección política antes que la razón de peso en el programa electoral.
La Convención Republicana abuchea las referencias de McCain a su oponente. « My opponent said.. .» y entonces arremete la crítica tal y como si fuese Obama el causante de los descalabros de la política republicana de la actual administración. Cualquier referencia a Barack Obama es demonizada en las palabras de McCain. Los cortes de cámara de televisión alternan entre McCain rígido y Palin enérgica, con rostro meticulosamente maquillado para la ocasión y peinado de camerino a la usanza para las cámaras. Detalle en los que no hay nada de casual o espontáneo sino todo un tratamiento de imagen que busca obnubilar los reales resortes que mueven esta candidatura republicana.
Para Palin la guerra de Irak resulta una voluntad de Dios, literalmente así dicho por ella y de ser por McCain en aquellas tierras estaría hasta la eternidad. Un clon de Bush hijo y de Bush padre, pudiera llegar a pensarse de no ser que tal candidato reniega de su antecesor y apela a la palabra «Cambio», tal y como si estuviese hablando desde algún bando opuesto al de la actual administración. Pero objetivamente se trata del mismo partido, republicano a fin de cuentas, con antecesores como el aún actual presidente Bush o su padre, y memorias como las de Reagan, Ford, Nixon, Eisenhower o McKinley, y una larga lista pasando por los desatinos de Calving Coolidge entre el 1923 y 1929 y Herbert Hoover que le sucedió hasta 1933 y en quienes coincidieron las fuertes sacudidas de las crisis económicas de aquellos obscuros años veinte y treinta.
A estas alturas, la palabra «cambio», viniendo de labios republicanos, aún endulzada con atractivas fotogenias y sofismas, no deja de ser toda una contrariedad. Con toda seguridad, aún cuando paradójicamente los republicanos también hablen de «change», el radicalismo del partido republicano está intacto en sus líneas duras de ultraderecha neoliberalizada en estos inicios de siglo XXI. Tanto la guerra a Irak como los gastos bélicos en la región del medio oriente, así como las apelaciones al patriotismo americano o los estándares de desatención del sector público, resultan expresos o visibles en el programa de McCain / Palin. Cualquier referencia a la actual crisis económica responsabilidad de la administración republicana, es desvirtuada con audaces giros del lenguaje que dejan la impresión de no tener responsabilidad en tales descalabros, sino más bien la promesa de cambiar lo que McCain atribuye como si fuese consecuencia de los demócratas como Barack Obama. Paradojas del mundo al revés, pues ha sido en estos ocho años de administración republicana donde se ha dado esta última debacle casi generalizada del imperio norteamericano. Cuestión literalmente develada por el propio Obama en más de una ocasión en las convenciones o en los recientes debates.
Probablemente algunas de las pocas diferencias visibles entre McCain y su antecesor, resultan las particularidades personales de cada uno, donde muy a diferencia de Bush, McCain ofrece una imagen más sosegada, segura y coherente que su antecesor, al cual no menciona o evita cualquier asociación, aún cuando ello no signifique que la esencia o los resortes de la administración cambien. Da gracias antes de tomar la palabra y repite los términos claves tal y como si estuviese meticulosamente pensado en el guión de una muy bien montada estrategia lingüística. Acudimos aquí entonces, a una muy bien montada escena, en la que no es nada casual que la imagen del actual presidente Bush, apenas sea televisada. Pareciera que esté expresamente pensado. Y es que en efecto tampoco resultaría conveniente a los fines del marketing electoral republicano, que los votantes potenciales a tal partido y los muchos indecisos o abstinentes del voto, ante la imagen del señor de las guerras, las torres gemelas, el ya lejano y casi olvidado pero retomado Afganistán, el Irak casi inexistente en los medios del norte pero constante proveedor de féretros y mutilados «americanos» en vuelta de pago a casa, el desastre de New Orleans y tantas otras peripecias de la actual administración Bush, asocien la propuesta McCain a la cabeza del mismo partido del actual mandatario.
Del otro lado, y como contraste a McCain y Palin, Barack Obama encarna por su parte una alternativa demócrata más comedida y que apuesta por el cambio real: «Change, Change…», se leen en los carteles en toda la Convención Demócrata. Y en efecto pudiera implicar cambios interesantes. No obstante queda la intrigante pregunta de cuánto pudiera hacer una administración demócrata con Obama a la cabeza, de modo que ciertamente llegue a implicar un cambio radical en el actual orden de cosas a las que se ha llegado en Estados Unidos de Norteamérica. Si como contrapartida los resortes republicanos y su ideología están encarcaladas en la médula de las líneas políticas que tradicionalmente han regido en las administraciones norteamericanas. ¿Cuáles soluciones posibilitarían el incremento del gasto público? ¿Cuales amortizarían la cruenta crisis en debacle que suma a todos los sectores de la vida financiera norteamericana, sin que en un lapso de unos años vuelva a implosionar su economía? ¿Dónde queda la proclamación de una nueva regulación migratoria? ¿Dónde queda la extensión de los servicios públicos de atención médica y educativa? ¿Dónde queda la rectificación e indemnización a los países devastados y víctimas de las incontables intervenciones militares mal llamadas humanitarias? ¿Dónde queda el ejercicio de mea culpa y el rectificar para no cometer los mismos atropellos en nombre de la tan llevada y traída «democracia»? Escollos estos a los que no escapa ni uno ni el otro candidato.
En tanto los debates acontecen, la vida citadina y cotidiana continúa. Dos afroamericanos, uno tocando los cincuenta y el otro joven de unos treinta años, irrumpen discursando en el metro en Canal Street Station, línea roja rumbo al Bronx. Pudieran haberse conocido en el acto de subir al mismo vagón con estilos muy emparentados. Traen una jeringonza que, parecieran políticos haciendo campaña para vender el fajo de chupachups que uno de ellos ofrece por la «voluntad» a los viajantes para así ganar la vida. Pasan ocho paradas, la arenga se hace intimidatoria, el mayor de ellos en medio de la jeringonza le confiesa al otro que está poseído por el crack, y el joven le espeta que si quiere cambiar que vote por Obama: » ¡If you want to change, vote for Obama!«.
Bajaron en la próxima parada, una antes de Columbus Circle. El vagón queda en silencio. Solo el traqueteo de los rieles. Así anda la campaña. En silencio quedan los electores una vez que las riendas del gobierno queden en manos de uno o de otro, y las golosinas del marketing electoral hayan quedado en el silencio de un traqueteo que se deja en el pasado en tanto el nuevo presidente quede sujeto de los hilos que mueven las empresas con las que está comprometida su compaña, y que para entonces pidan las cuentas, sea uno o sea el otro; solo que en McCain las cartas ya están echadas y vistas.
No obstante, siempre queda la duda en medio de una sociedad llevada y traída por la estética y asfixiada por el poder de la empresa neoliberal. Tal parece que los de abajo lo saben mejor que nadie. Poco para estos pobres que montaron en el metro quedará resuelto. Ellos, a fin de cuentas, muy probablemente tampoco lleguen a votar.
Ya lo diría Guy Debord en La sociedad del espectáculo: «unidad y división en la apariencia». Un sabor que cada vez se va haciendo más fuerte en el día a dia de las paradojas de esta campaña.
Yodenis Guirola es profesor e Intelectual Cubano. Investigador de la Universidad de Barcelona