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A Washington en carreta de mulo

Fuentes: Progreso Semanal

La Campaña de la Gente Pobre fue concebida para crear la presión política requerida para realizar los tipos de cambio económico que el Dr. King y sus asesores creían que eran necesarios. «A la nación no le costaba un centavo integrar los mostradores de almuerzo», dijo King durante un viaje en febrero de 1968 a […]

La Campaña de la Gente Pobre fue concebida para crear la presión política requerida para realizar los tipos de cambio económico que el Dr. King y sus asesores creían que eran necesarios. «A la nación no le costaba un centavo integrar los mostradores de almuerzo», dijo King durante un viaje en febrero de 1968 a Mississippi, «pero ahora nos enfrentamos a problemas que no pueden solucionarse sin que la nación gaste miles de millones de dólares y sufra una radical redistribución del poder económico».
Ese mismo mes anunció a los reporteros sus exigencias de una inversión anual de $30 mil millones en medidas anti pobreza, un compromiso del gobierno con el empleo total, la promulgación de un ingreso garantizado, y la construcción de 500 000 de viviendas asequibles por año.
 
Sin embargo, la mayor parte del tiempo King se contentaba con enmarcar los objetivos de la Campaña de la Gente Pobre en términos amplios.  Su propósito, pensaba él, era dramatizar la realidad del desempleo y la privación llevando a los excluidos de la economía al umbral de los líderes de la nación. El historiador Rick Perlstein cita una de las primeras expresiones de King acerca de su visión, en la cual el Reverendo declaraba: «Tenemos que venir en carretas de mulo, en viejos camiones, en cualquier clase de transporte que la gente pueda obtener.  La gente debe venir a Washington, sentarse si es necesario en medio de la calle y decir: ‘Estamos aquí; somos pobres; no tenemos dinero; ustedes nos han hecho así… y hemos venido para quedarnos hasta que ustedes den alguna solución’.»
 
Otra propuesta temprana que resuena en nuestra crisis aún no resuelta de servicios de salud fue sugerida por el asesor Andrew Young, quien imaginaba a «mil personas necesitadas de servicios médicos y de salud sentadas dentro y alrededor del Hospital Naval de Bethesda, de manera que nadie pudiera entrar ni salir hasta que ellos fueran atendidos. Eso haría más dramático el hecho de que hay miles de personas en nuestra nación que necesitan servicios médicos».
 
Lamentablemente, los planes del movimiento fueron desorganizados violentamente.  El 3 de abril de 1968, poco antes de que comenzara la Campaña de la Gente Pobre, el Dr. King fue asesinado.
 
Nunca sabremos cuál hubiera podido ser el impacto de la movilización si el Dr. King no hubiera muerto. El 12 de mayo, en el medio de motines en más de 100 ciudades, el Rev. Ralph Abernathy encabezó a un grupo de varios miles a Washington, D.C. y levantó en el Bulevar una villa  miseria llamada «Ciudad Resurrección».  En el momento álgido de la Campaña de la Gente Pobre, casi 7 000 residentes y seguidores del campamento cabildearon en el Congreso y organizaron eventos para llamar la atención de la nación hacia la pobreza.
 
Sin embargo, la campaña fue atacada por una lluvia persistente e intensa que convirtió a Ciudad Resurrección en un lodazal. Los conflictos por el liderazgo se enraizaron. Y el asesinato de Robert F. Kennedy, quien estaba convirtiéndose en una decidida voz a favor de la justicia económica, desalentó al campamento. El 8 de junio, poco antes de que los manifestantes se marcharan, la procesión fúnebre de Kennedy se detuvo frente al Memorial Lincoln.  Miles de personas, incluyendo a muchos de Ciudad Resurrección, permanecieron bajo la fina llovizna y rindieron tributo cantando el «Himno de Batalla de la República».
 
Discutiendo, movilizando, agitando
 
Casi cuarenta años después, el 21 de enero de 2008, los candidatos presidenciales demócratas John Edwards, Hillary Clinton y Barack Obama participaron en un debate realizado el Día de Martin Luther King, Jr., patrocinado por CNN y el Caucus Negro del Congreso. A cada candidato le preguntaron si el Dr. King apoyaría su campaña en caso de que estuviera vivo.
 
Barack Obama dio la respuesta adecuada. «No creo que el Dr. King hubiera apoyado a ninguno de nosotros», dijo. «Creo que hubiera hecho un llamado al pueblo norteamericano a exigirnos responsabilidad… Yo creo que el cambio no sucede de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. El Dr. King comprendía eso. Fueron aquellas mujeres que prefirieron caminar en vez de tomar el autobús, trabajadores sindicalizados que están dispuestos a enfrentarse a la violencia y la intimidación para tener el derecho a organizarse… Ellos discutiendo, movilizando, agitando, y finalmente forzando a los funcionarios elegidos a responsabilizarse. Creo que esa es la clave».
 
Al cumplir un año su administración, se ha convertido en un cliché decir que el Presidente Obama necesita ser presionado por un movimiento popular animado para que haya un cambio progresista en Washington. Pero sería un flaco servicio al Dr. King argumentar en contra. A los que creyeron que no era políticamente factible que la Campaña de la Gente Pobre obtuviera una victoria legislativa, King explicó: «Dos años antes de que fuéramos a Selma, la Comisión de Derechos Civiles recomendó que se hiciera algo de manera muy fuerte para erradicar (la discriminación)… Sin embargo, nada se hizo hasta que fuimos a Selma, montamos un movimiento y nos dedicamos realmente a la acción para desviar a la nación del curso que estaba siguiendo».
 
Para King no había un camino para la política económica justa, a no ser que fuera para organizarse «con el fin de presionar al Congreso, y apelar a la conciencia y al interés propio de la nación».
 
Sin que la gente realice acciones en el espíritu de la visión de Martin Luther King, puede que unos pocos norteamericanos continúen acumulando una riqueza exorbitante, mientras que muchos otros, llevados por la crisis actual al ocio, la inseguridad o la ejecución de su hipoteca en contra de su voluntad, no tendrán más remedio que esperar ser liberados de una caprichosa e incierta economía.
 
Mark Engler, escritor residente en la Ciudad de Nueva York, es analista principal de Foreign Policy In Focus y autor de Cómo dominar el mundo: la próxima batalla por la economía global (Nation Books).

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