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¿Adonde va Estados Unidos?

Fuentes: La Jornada

Sí, el título es el mismo que uno reciente de I.Wallerstein pero el enfoque es diferente porque, para él, como para la casi totalidad de los observadores estadounidenses (por no decir todos), lo que pasa en Estados Unidos es el centro y no la expresión local de un proceso mundial que incide profundamente en ese […]

Sí, el título es el mismo que uno reciente de I.Wallerstein pero el enfoque es diferente porque, para él, como para la casi totalidad de los observadores estadounidenses (por no decir todos), lo que pasa en Estados Unidos es el centro y no la expresión local de un proceso mundial que incide profundamente en ese país.

Por ejemplo, Wallerstein prescinde, al analizar los cambios en la visión de sí mismos que han experimentado sus compatriotas, del efecto de las derrotas en Corea y, sobre todo, en Vietnam, de la retirada ingloriosa del Líbano y de Somalia, del hecho de que la primera potencia mundial no pudo acabar con el régimen cubano, que está a un tiro de piedra de sus costas, y del fracaso en su intento de golpe en Venezuela, que reforzó al gobierno de Hugo Chávez (y también al de Fidel Castro).

Por ejemplo, prescinde del efecto del alza del petróleo sobre la economía estadounidense y también sobre el imaginario del estadounidense medio, al que la cultura oficial le prometía un bienestar constante y que se encuentra ahora sometido al temor ante un futuro incierto.

Por ejemplo, no tiene en cuenta para estudiar los posibles desarrollos de la sociedad estadounidense dos escenarios: uno favorable al capitalismo mundial y a la hegemonía estadounidense y el otro lleno de tremendos peligros para ambos. O sea, la posibilidad de la asimilación capitalista de China y de Rusia, con un papel subordinado y semicolonial frente a Estados Unidos, posibilidad que constituiría un nuevo tanque de oxígeno para el capitalismo mundial mediante la incorporación plena al mercado de las transnacionales de 1 400 millones de chinos y de cientos de millones de rusos, lo que llevaría a toda Asia (sobre todo a la India) a ser semicolonia yanqui. O, por el contrario, un escenario marcado por el fracaso de la política de Putin ante la negativa de los campesinos rusos a entregar la tierra y, a la larga, ante la resistencia nacionalista de la segunda potencia nuclear mundial (Rusia), a ser una colonia estadounidense y la resistencia de la sociedad a aceptar un nuevo Zar y el aborto del intento de construir las bases para la democracia, que es el único fundamento de una modernización efectiva. Además, en el mismo escenario tendría un papel fundamental la fuerte resistencia de la inmensa mayoría de la población china (la del interior, la campesina) a ser expulsada de la tierra y a enterrar para siempre los sueños igualitarios, resistencia que impediría el éxito de la política del bloque burocrático-militar-capitalista que busca desarrollar el capitalismo con el control del partido único. Por lo tanto, ese escenario empujaría a Washington a continuar con sus preparativos estratégicos de guerra contra China, convertida en una potencia amenazadora desde todos los puntos de vista.

La extensión y el reforzamiento del capitalismo en escala mundial, en el primer caso, daría nuevo impulso y estabilidad a la derecha ultraconservadora estadounidense y a la reducción de los espacios para la democracia en EEUU, así como para reducir aún más los salarios reales en ese país. Y, en el segundo caso, en cambio, conduciría a una guerra mundial y a un caos, con alianzas inéditas entre los diferentes actores y con grandes consecuencias en la estabilidad interna en Estados Unidos que, por primera vez, viviría una guerra mundial también en su propio territorio.

Los cavernícolas (cristianos fundamentalistas, secta Moon, antidarwinistas, racistas a la Huntington, aliados de Sharon, etc.) tienen en nuestro vecino una fuerte base de masas que se apoya en el temor al aislamiento de Estados Unidos en el mundo (la angustiosa pregunta «¿por qué todos nos odian?») y en la sensación de que la hegemonía estadounidense está en entredicho. Eso, y no los partidos, divide a los estadounidenses. Se hunde la confianza en el «sueño americano» y en la asimilación de las minorías (el «melting pot» tan alabado). El racismo, aterrorizado por los Otros, es la única defensa del «modelo americano». Por eso no estamos frente a una elección entre dos proyectos. No sólo porque un perro rabioso es igual a un perro hidrófobo (Kerry y Bush son ambos patrioteros y belicistas) y no hay reales diferencias entre los dos partidos del establishment. No lo estamos porque, a pesar de esa similitud, en realidad medio Estados Unidos se moviliza contra la aventura en Irak y contra la guerra preventiva y la otra mitad a favor de las mismas, lo que hace que la elección sea de hecho un plebiscito sobre una política que pone en riesgo el futuro de todos y del planeta, lo cual es sentido por millones de personas aunque nadie lo comprenda muy bien. De esa polarización semiconsciente, provocada por el impacto económico y político de lo «exterior» (que en la mundialización, incluso en Estados Unidos es también «interior»), viene la posibilidad de politizar y movilizar a los habitantes de un país muy poco informado, poco culto, provincial y menos educado en la lucha de clases que existe en nuestro desinformado planeta. Eso es nuevo.

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