Recomiendo:
8

Ahora que nadie se acuerda de Gaza

Fuentes: Nueva Tribuna

Si juzgamos las relaciones entre palestinos e israelíes solo por lo sucedido desde 1948 -año en que se fundó el Estado de Israel-, podríamos llegar a la conclusión equivocada de que ambas comunidades han estado siempre en guerra. Nada más lejos de la realidad.

A mediados del siglo VII, los discípulos de Mahoma recogieron en el Corán las palabras sagradas que –según ellos– Dios había revelado al profeta. Se trataban en su mayoría de preceptos, normas y leyendas extraídas de culturas muy anteriores, entre otras la judía. Musulmanes y judíos compartieron desde entonces hábitos como no comer carne de cerdo, extremar las medidas higiénicas, circuncidar a sus hijos y no tener imágenes en sus templos. No sólo vivían juntos, mezclados, sino que su compenetración era tal que cuando en una misma calle nacía un niño judío y otro musulmán, los padres contraían lazos familiares y los hijos eran considerados hermanos. 

Entre el siglo VIII –creación del Emirato independiente de Córdoba– y principios del XX –fin del imperio otomano y comienzo de la ocupación británica–, judíos y musulmanes actuaron al unísono tanto en los momentos felices de Al-Andalus o Sefarad como para defenderse de los ataques de que fueron objeto por los cruzados cristianos o los invasores turcos. Haim Zafrani, profesor judío de la Sorbona, llega a afirmar en un magnífico estudio sobre las relaciones entre estos dos pueblos, que fue decisiva la llamada de socorro de los judíos que vivían en España desde la ocupación romana para que los musulmanes se decidieran a cruzar el Estrecho de Gibraltar. Víctimas de persecuciones y ultrajes por los monarcas visigodos, los judíos españoles enviaron emisarios a sus amigos musulmanes, quienes en el siglo VIII decidieron entrar en España para expulsar a los “bárbaros”.

Evidentemente el motivo principal que propició la presencia musulmana en España fue la expansión de su imperio y su cultura, pero no se puede desdeñar lo que afirma Haim Zafrani y otros arabistas de prestigio mundial como Harris, Elquimst, Montávez, Marín Niño o Cutler. 

Durante el periodo de máximo esplendor del Califato de Córdoba, Abderramán III tuvo como primer ministro, médico y persona de su máxima confianza al hebreo Hasday Ibn Shaprut, las sinagogas gozaron de la misma protección que las mezquitas, en las universidades estudiaban y enseñaban alumnos y profesores de las dos comunidades sin el menor problema y muchos de los altos funcionarios del califato eran judíos. 

Fue en la Córdoba califal donde los judíos dejaron de ser agricultores y ganaderos para dedicarse a lo que hoy llamamos “profesiones liberales”, a la filosofía, la filología, las ciencias, el derecho o las finanzas. Sin embargo, esa alianza fructífera de culturas no sentó nada bien a los analfabetos cristianos europeos del otro lado de los Pirineos quienes, impotentes ante la fortaleza y el progreso de Al-Andalus, decidieron en 1096 iniciar las matanzas sistemáticas de judíos en las ciudades de Worms, Mainz y Colonia, matanzas que llegaron a su punto culminante con la primera cruzada, cuando los valientes guerreros del Papa tomaron Jerusalén y mataron a más de sesenta mil árabes y judíos recluidos en sus mezquitas y sinagogas, dentro de uno de los más vergonzosos capítulos de sangre y pillaje de la historia europea.

Después, coincidiendo con periodos de crisis, Europa sería escenario de numerosos progrom, que consistían en matar judíos sin motivo racional alguno. La expulsión de los judíos de España coincidió con la derrota de los musulmanes, refugiándose ambas comunidades en las tierras de las que procedían, donde continuaron su alianza para defenderse de los abusos turcos

Con el derrumbe del Imperio otomanoPalestina cayó en manos de los británicos, que con la generosidad y el altruismo que siempre les caracterizó, aprobaron en 1917 la Declaración Balfour por la que se comprometían a crear una Estado judío en aquellas tierras, logrando destruir una convivencia pacífica de siglos. A partir de esa fecha, judíos y musulmanes se enzarzaron en conflictos que fueron creciendo en intensidad desde el Holocausto y la creación del Estado de Israel en 1948. 

Gracias a la intervención de Gran Bretaña, dos comunidades que se habían ayudado, que habían intercambiado conocimientos y costumbres, que habían vivido en armonía se convirtieron en enemigas irreconciliables: Siguiendo los planes británicos -y estadounidenses-, millones de judíos se asentaron en una tierra que no era suya, creando un Estado artificial y excluyente donde antes todos vivían sin fronteras. 

El Estado de Israel nace, pues, como una máquina de guerra, pues sólo por la fuerza se puede sustituir una población por otra. Hoy, según recientes encuestas, un 65% de los judíos son partidarios de la creación de un Estado palestino, el mismo porcentaje que asegura que la violencia sólo cesará negociando. Sin embargo, las autoridades judías, que parecen haber olvidado el horror nazi, aunque lo practican muy bien, han convertido Gaza en una prisión en la que los hospitales no tienen luz durante la mayor parte del día, donde se ha cortado el suministro de agua potable, donde, debido al bloqueo, el 60% de la población está en paro, donde han dejado de funcionar las escuelas y el hambre, las enfermedades infecciosas, la tortura y el asesinato son las señas de identidad de un territorio abandonado por todos: Gaza tiene 360 kilómetros cuadrados y un millón y medio de habitantes, es la región con mayor densidad de población del mundo, pero Occidente considera que no tienen derecho a la vida.

Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/global/ahora-nadie-acuerda-gaza-palestina-genocidio/20221005121636203536.html