El cese del fuego declarado de forma independiente por Israel y Hamás el 18 de enero es frágil. Las gestiones regionales e internacionales para consolidarlo se estancaron y aumenta el riesgo de escalada. Tampoco ayuda que para las elecciones generales del próximo martes en Israel, Benjamín Netanyahu, ex primer ministro del derechista Partido Likud, y […]
El cese del fuego declarado de forma independiente por Israel y Hamás el 18 de enero es frágil. Las gestiones regionales e internacionales para consolidarlo se estancaron y aumenta el riesgo de escalada. Tampoco ayuda que para las elecciones generales del próximo martes en Israel, Benjamín Netanyahu, ex primer ministro del derechista Partido Likud, y sus aliados tengan grandes posibilidades de triunfar.
Israel prohibió, incluso, el ingreso de materiales de construcción a Gaza. El ataque militar que lanzó el 27 de diciembre contra ese territorio palestino dejó miles de viviendas e infraestructura básica destruidas y a sus 1,5 millones de habitantes sumidos en una grave crisis humanitaria.
Desde el 18 de enero, Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) y el primer ministro israelí Ehud Olmert han enviado representantes a Egipto. El jefe de la inteligencia egipcia Omar Suleiman, intermediario de la tregua que duró seis meses y se rompió en diciembre, canaliza otra vez la negociación indirecta entre los bandos en pugna. Pero las hostilidades no se terminaron del todo. Los cohetes lanzados desde Gaza por Hamás u otras facciones, que siguen cayendo de vez en cuando en el sur de Israel, aumentaron la popularidad de Netanyahu.
Recrudecen las duras críticas del ex primer ministro conservador al gobierno de Olmert por no haber «terminado el trabajo» en ese territorio palestino. Presionado por el Likud y sus aliados, Olmert se niega a acceder a las condiciones de Hamás, quien exige que el acuerdo obligue a Israel a levantar las sanciones que mantiene contra Gaza desde que ese partido islamista ganó las elecciones parlamentarias palestinas en enero de 2006.
Hamás se tomó por las armas el control de Gaza en junio de 2007, tras enterarse, según alegó, de una conspiración coordinada por el general estadounidense Keith Dayton y el hombre fuerte del secular partido Fatah Mohamed Dahlan, conocida como Plan Dayton, y expulsó de forma preventiva a sus adversarios.
George Mitchell, enviado especial del presidente estadounidense Barack Obama, terminó su gira por Israel, los territorios palestinos y otros tres países árabes aliados de Estados Unidos, y comunicó a Washington sus conclusiones el miércoles. El enviado prevé regresar a la región a fines de este mes. Mientras, ninguna figura del gobierno de Estados Unidos hizo ninguna referencia de peso sobre el conflicto.
La secretaria de Estado (canciller), Hillary Rodham Clinton, se limitó a declarar que Hamás debía cumplir las tres condiciones formuladas por el gobierno del ex presidente George W. Bush en 2002, antes de participar en cualquier tipo de intercambio diplomático formal.
Washington exige al movimiento islamista que reconozca en sus estatutos el derecho a existir del estado judío, que renuncie al terrorismo y que adhiera a todos los acuerdos firmados entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), controlada por Fatah, en representación del pueblo palestino.
El impulso con el que la presidencia de Obama, iniciada el 20 de enero, se zambulló en el proceso de paz palestino-israelí en su primera semana parece haberse disipado.
Las grandes potencias regionales e internacionales deben resolver tres asuntos importantes.
En primer lugar, estabilizar el cese del fuego. Segundo, encontrar la forma de que Hamás participe en las negociaciones formales, aun si es de forma indirecta. Por último, dar impulso a las deliberaciones de paz entre Israel y los líderes palestinos.
La participación de Hamás en las negociaciones es reconocida como una necesidad imperante cada vez por más figuras de peso internacional, incluidos estadounidenses como el ex secretario de Estado James Baker (1989-1992), del opositor Partido Republicano.
El ex presidente Jimmy Carter (1977-1981) realizó varias misiones de paz en Medio Oriente en los últimos años, en estrecha colaboración con Robert Pastor, incluidas dos rondas de negociaciones con el líder de Hamás en Damasco, Khaled Meshaal, el año pasado.
Carter y Pastor también mantuvieron intensas conversaciones con líderes israelíes y visitaron las comunidades del sur de Israel afectadas por misiles lanzados desde Gaza.
En una alocución en el Centro Palestino de Washington, Pastor subrayó la necesidad de que el acuerdo de cese del fuego sea «firmado, público y oficial. Es preciso un texto único reconocido. La tregua debe reducirse a sus elementos básicos y no debe sucumbir ante cuestiones externas como el reclamo israelí de incluir la liberación del soldado Gilad Shalit».
Este cabo del ejército israelí fue capturado en junio de 2006 por insurgentes de Gaza y desde junio del año siguiente permanece bajo control de Hamás como prisionero de guerra.
Por su parte, Israel tiene 12.000 presos políticos palestinos, incluidos una veintena de legisladores cisjordanos de Hamás. Desde 2006 hay negociaciones intermitentes por un intercambio de prisioneros.
Pastor sostuvo que un acuerdo de cese del fuego debe especificar el fin de toda agresión militar, la apertura de los cruces fronterizos de ese territorio palestino por Israel y la creación de un mecanismo de control que incluya al Cuarteto, instancia de mediación integrada por Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La falta de un acuerdo escrito y público para el último cese del fuego de seis meses impidió que Hamás insistiera en que Israel cumpliera un compromiso que, según el movimiento islámico, Olmert había prometido, explicó el experto del Centro Carter.
Se trata del restablecimiento del paso de mercancías en los cruces fronterizos tal y como era antes de las sanciones dispuestas en 2006.
Pastor y otros analistas consideran que Hamás y Fatah, al frente de la Autoridad Nacional Palestina desde Cisjordania, deben superar con urgencia las diferencias que mantienen desde junio de 2007 a fin de acelerar la reconstrucción de Gaza y avanzar a paso seguro hacia un acuerdo de paz definitivo.
Es un hecho objetivo que Hamás y Fatah necesitan su ayuda mutua, remarcó el politólogo Mouin Rabbani, desde Ammán.
Fatah, para recuperar algo de la legitimidad política que le arrebató Hamás con el valor y la capacidad desplegada en el último enfrentamiento armado con Israel. Hamás, para acceder a foros internacionales y a asistencia, lo que ahora le está vedado.
Pero, según Rabbani y numerosos analistas, no será fácil restablecer la relación entre ambas facciones, principales movimientos políticos palestinos.
El distanciamiento se exacerbó de forma significativa por la fuerte campaña contra Hamás desarrollada por el gobierno de Bush, que involucró a importantes dirigentes de Fatah, según el analista y ex negociador palestino Amjad Atallah, radicado en Washington.
«Si Estados Unidos pone fin a esta campaña, la reconciliación será mucho más fácil», sostuvo.
Respecto de la posibilidad de reanudar y fortalecer el proceso de paz definitivo, todo plan queda supeditado al resultado de las elecciones generales de Israel de este martes y al largo proceso de conformación de la coalición gobernante, casi siempre necesario en ese país. Esta vez no sería la excepción.
Varios analistas a favor de la paz, como el periodista israelí Gideon Levy, sostienen que con un gobierno del Likud y su clara oposición a la creación de un Estado palestino, la situación es más clara de lo que fue con la centroizquierdista coalición de Olmert.
El actual primer ministro mantuvo interminables negociaciones acerca de la creación de un Estado palestino, mientras seguía construyendo asentamientos ilegales y dificultó a los palestinos la consolidación institucional en Cisjordania y Gaza, según Levy.
La posible victoria del Likud y las consecuencias que pueda tener sobre las negociaciones de paz están por verse. Lo que sí queda claro es que la última guerra influyó profundamente en la política interna de Israel y de Palestina y fortaleció a los partidarios de línea dura de ambas naciones.
Los riesgos siguen siendo grandes para la estabilidad del orden regional, ampliamente dominado por Estados Unidos, y para la desesperada situación de la población de Gaza.