Ahora que está muy de moda utilizar la historia para dar lecciones sobre cómo tenemos afrontar los problemas derivados de la realidad del país, es conveniente hacer un breve repaso sobre las constantes problemáticas que afectan a lo largo de este periodo a Andalucía, como ejemplo de un territorio que parece no saber muy bien […]
Ahora que está muy de moda utilizar la historia para dar lecciones sobre cómo tenemos afrontar los problemas derivados de la realidad del país, es conveniente hacer un breve repaso sobre las constantes problemáticas que afectan a lo largo de este periodo a Andalucía, como ejemplo de un territorio que parece no saber muy bien cuáles son sus problemas y a quienes se votan para solucionarlos.
Desde mucho antes del comienzo del periodo democrático la cuestión del desempleo ha sido uno de los problemas más acuciantes al que se han tenido que enfrentar los andaluces, que durante todo el periodo de la democracia ha mantenido unos índices por encima del resto del país, debido a la poca preocupación de sus políticos por solucionar la insuficiente industrialización y el cada vez más alto grado de dependencia del exterior para conseguir unos objetivos que, si se atiende a lo conseguido por los políticos del comienzo a los políticos actuales y sus políticas, resultan haber sido inútiles a estas alturas de la historia si echamos un vistazo atrás y recordamos los repetitivos discursos de investidura durante el periodo democrático y sus fantasmagóricas pretensiones por hacer cumplir unos programas políticos que perduran inacabados en la actualidad.
De estas deficientes políticas derivan continuas situaciones de inestabilidad, pobreza y desigualdad social, que se justifican desde los discursos políticos con la particular predisposición del pueblo andaluz para hacer frente a los problemas del día a día gracias a su voluntad luchadora, pero esto no es una propuesta seria y mucho menos hacer política en estos tiempos.
La pérdida de sectores tan importantes para Andalucía como el naval y sus astilleros, siderúrgico y textil han mandado a la calle a miles de trabajadores abocando a sus familias a la pobreza extrema. Estas industrias que favorecían a los obreros dejó paso a unas industrias que benefician a las clases sociales acomodadas, como serán las industrias de las nuevas tecnologías, relacionadas con energías renovables, ya sean eólicas o solar, siendo un claro ejemplo el caso de Abengoa y su legado familiar, actualmente en crisis, que con seguridad serán rescatados económicamente por las espaldas de los obreros/as que tan pocos beneficios han obtenido de ella.
Para variar, la agricultura es la que sigue manteniendo casi exclusivamente el peso de la economía andaluza. ¿Cuál es el problema? Las nuevas tecnologías se han introducido en uno de los sectores que más puestos de trabajo ha creado a lo largo de la historia de esta región, las cuales han permitido aumentar los rendimientos pero a cambio de dejar a muchos trabajadores/as en el paro. Esto se debe, entre otras muchas razones, a que la introducción de estas modernizaciones se ha producido en aquellos suelos que cumplen unas supuestas condiciones relacionadas con la dimensión y ubicación de las tierras, inexplicablemente en manos de los terratenientes andaluces. ¿Qué resultados ha tenido estas políticas? Que las pequeñas explotaciones han sido incapaces de adaptarse a los modelos económicos y europeos actuales dando como resultado más empobrecimiento, y eso si no hablamos de la industria de la pesca, que pasa por unos momentos muy difíciles como manifiesta la realidad de muchas comarcas pesqueras andaluzas.
El sector terciario, junto a la agricultura, se ha convertido progresivamente en uno de los pilares fundamentales de la economía andaluza en detrimento de otros sectores, siendo el turismo de sol y playa uno de los sectores más potentes, pero también resulta ser una fuente de empleo estacional que repercute en la población y a grandes rasgos en la economía andaluza, mostrando un carácter continuo en el tiempo de precariedad y estancamiento en un desvirtuado plan de desarrollo autonómico.
Desde que se abrió el periodo democrático hasta nuestros días, los políticos/as andaluces han venido prometiendo un futuro halagüeño que nunca llega y una modernidad que siempre está por alcanzar. Se empeñan, a sabiendas del desastre, en continuar haciendo unas políticas que el tiempo y la historia nos dicen que no son efectivas, sino todo lo contrario. ¿Quiénes son los que no ven esta situación inmovilista? ¿Qué es lo que hacemos mal? ¿Qué es necesario que ocurra para que los andaluces se den cuenta de que siguen siendo un cortijo para el beneficio de unos pocos?
Los cambios que prometen legislatura tras legislatura se ciegan por la sobrecarga de poder de sus dirigentes y clientelas, que frustran los avances en la búsqueda de una solución a la realidad andaluza y del país en general. Lo que vemos no es más que una lucha por mantener el poder que poco tiene que ver con los intereses y las preocupaciones de los votantes, que confían después de muchos sacrificios en una democracia que deja de existir después de las urnas.
No hace falta estar abriendo continuamente una nueva etapa política para solucionar las problemáticas de Andalucía porque ni siquiera se ha comenzado con la que se abrió por octubre de 1982, sino que lo verdaderamente importante es abrir los ojos a la realidad y pasar de la voluntad a los hechos, abandonar las políticas de tutelas y sanear por completo las estructuras de gobierno, abandonar el discurso de los políticamente correcto y hacer una política honrada en beneficio de Andalucía, el resto de autonomías y sus pueblos.
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