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En el espíritu de la unidad popular chilena

Aportación a la Diada

Fuentes: Rebelión

CÁNDIDA MENDOZA LÓPEZ. IN MEMORIAM (24-5-1922, Casillas de Martos, Martos, Jaén – 17-8-2015, Pineda de Mar, Barcelona)   «-Dime dónde vas, morena, dime dónde vas, salada, dime dónde vas, morena, a las tres de la mañana. -Voy a la cárcel de Oviedo a ver a los socialistas, que los tienen prisioneros Gil Robles y los […]

CÁNDIDA MENDOZA LÓPEZ. IN MEMORIAM
(24-5-1922, Casillas de Martos, Martos, Jaén – 17-8-2015, Pineda de Mar, Barcelona)

 

«-Dime dónde vas, morena,

dime dónde vas, salada,

dime dónde vas, morena,

a las tres de la mañana.

-Voy a la cárcel de Oviedo

a ver a los socialistas,

que los tienen prisioneros

Gil Robles y los fascistas»

Canción popular (tras los hechos de octubre del 34)

Hace pocos días murió, a los 93 años, en paz y en casa junto a los suyos, una de las últimas protagonistas directas de nuestra Guerra Civil. En su entierro sonó, cantado por Paco Ibáñez, el poema de Miguel Hernández «Andaluces de Jaén». Así fue ella, y sus hijos y marido, no tanto andaluces como jornaleros de Jaén, recogiendo desde niños aceitunas. Republicano y socialista fue su marido (comunista su suegra), combatiente en la Guerra Civil, tras la cual fue internado en un campo de concentración del que pudo salir pronto.

En aquella época, a pesar de su analfabetismo poseían una cultura autónoma (milenaria en el campesinado), con valores propios, inidentificable, inconmensurable con la del terrateniente y sus lacayos (muy religiosos, pero nada querían tener que ver con la iglesia y sus representantes: «¿acaso no son hombres como nosotros?»). También punto de vista propio enraizado en una austera y sencilla sabiduría popular («Nadie nació con una longaniza bajo el brazo»; «El dinero, los billetes, tendrían que dejar de valer al pasar un mes»), así como conciencia histórica y experiencia concreta de la mayor condena campesina, siempre amenazante: la esclavitud por deudas («Lo que quieras, Cándida, pero réditos, no»).

Una sabiduría popular, práctica, que se sabía necesitada de conocimiento por un doble motivo, interrelacionado: para no ser engañados directamente en el trabajo y para no ser engañados indirectamente, en los demás ámbitos de poder de clase, a través de un leguaje que no comprendían («Como mínimo todos tendríamos que saber Leyes», es decir, Derecho). El afán, la voluntad de conocimiento: ese fue el núcleo de la educación de sus hijos, y más tarde de los consejos a sus nietos. El otro fue el de los valores, expresados desde la práctica, que tal vez identificamos con arcaísmos (como arcaico es el campesinado) como bondad, nobleza, vergüenza, humildad, sencillez, veracidad, dignidad.

Eso les intentaron transmitir a pesar de una doble dificultad, dramática: la derrota en la guerra acompañada de una saña fascista genocida («había acabado la guerra y habían ganado, pues muy bien; pero a qué venía ir a buscar a trabajadores y asesinarlos o encarcelarlos», recordaba ella) y la miseria subsiguiente para quienes no tenían nada -más que esos valores-, junto a la posterior emigración (con el dolor de marchar dejando, en contra de su voluntad, a familiares queridos) a un mundo distinto, antagónico -la ciudad, Barcelona- donde la mínima independencia vivida en el campo, la libertad que ella otorgaba en la republicana (unos conejos en una casa, pelar mulos, los jornales en la estación de la cosecha) siguió degradándose para ellos en la sobreexplotación («Jamás trabajó tanto, ¿y para qué?») y en la vida diaria en los suburbios obreros.

De ello quedó una austeridad reforzada, sin duda frustradora, obligada si querían no desprenderse de los valores con los que se veían a sí mismos dignos. Y resistieron: el mismo que recién iniciada la Guerra Civil marchó a pie, convencido de que iba a morir, desde Córdoba a Jaén para despedirse de su madre («-Pepe, ¿qué haces aquí? ¡Te van a fusilar por desertor! -Las cartucheras llevo llenas. Que vengan: he venido a ver a mi madre, cuando la vea volveré»), se volvió a afiliar al sindicato en los 70 («Cándida, si no vuelvo pregunta por mí en CC OO»).

Ella, Cándida López Mendoza, disponía de una memoria portentosa, fortalecida por una cultura campesina, oral, en la que la mujer era ya dipositaria y transmisora de sus elementos, desde los hechos más cotidianos hasta los hechos históricos, colectivos, más decisivos (fueran vividos u oídos de los que los vivieron). Eran, han sido (y son las pocas que quedan) nuestra memoria popular viva.

Así fue, anónima como la de tantos otros, su vida. Hoy la celebramos, en su muerte: agradecidos y afortunados, una dignidad diferente pero la misma defendemos junto a ellos. Con amor, igualitario, piedad hacia los derrotados y memoria ferazmente viva de los que no agacharon la cabeza. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.