En el climax de la euforia guerrerista protagonizada por el gobierno de Bush, la mayoría de los candidatos demócratas con voluntad y opciones reales de competir por el sillón de la Casa Blanca acompañaron los tambores de guerra – unos abiertamente, otros de forma solapada, o con elípticos ejercicios de mutis por el foro. Al […]
En el climax de la euforia guerrerista protagonizada por el gobierno de Bush, la mayoría de los candidatos demócratas con voluntad y opciones reales de competir por el sillón de la Casa Blanca acompañaron los tambores de guerra – unos abiertamente, otros de forma solapada, o con elípticos ejercicios de mutis por el foro. Al resquebrajarse el consenso, comienzan los realineamientos. El levantamiento de sus pasos muestra un baile de asnos y elefantes que, con algunas disonancias, parecen seguir el ritmo que marca la banda.
Las cuentas
Cuatro de los ocho demócratas que se presentaron a las primarias para escoger el candidato presidencial del partido – Hillary Clinton, John Edwards, Christopher Dodd y Joseph Biden – eran senadores cuando en octubre de 2002 fue aprobada la Resolución conjunta para autorizar el uso de las Fuerzas Armadas de EEUU contra Irak. La ley recibió el voto favorable de 77 senadores – 29 de los cuales eran demócratas, incluyendo a los cuatro precandidatos.
Entre los otros cuatro contendientes de las primarias, sólo dos juegan las grandes ligas: el probable próximo presidente de los EEUU, Barack Obama, y el actual gobernador de Nuevo México, Bill Richardson. El primero basó gran parte de su discurso electoral en su oposición a la guerra contra Irak, que aderezó con su propuesta de aumentar la intervención militar en Afganistán y con la advertencia a Irán de que todas las opciones estaban sobre la mesa. El segundo – que no tuvo ninguna oportunidad en la contienda – venía de compartir los juegos de guerra en el gabinete de Bill Clinton, y de coordinar «asesorías estratégicas» para una firma de Henry Kissinger, uno de los grandes arquitectos de la injerencia militar estadounidense del último medio siglo.
La ley fue rechazada por 22 senadores – uno republicano, uno independiente y el resto demócratas. Entre los 20 demócratas que se pronunciaron en contra, sólo Edward Kennedy – cabeza actual del influyente clan y él mismo candidato en las primarias demócratas de 1980 – figuró en los titulares al brindar públicamente su apoyo a Barack Obama.
Un cuento de hadas
Cuando Obama se declaró en el año 2002 contrario a la agresión unilateral contra Irak que el gobierno de Bush estaba planificando, todavía era miembro del senado estatal de Illinois. Dos años pasarían antes de que pudiera tener voz y voto en las decisiones respecto de la ocupación, ya como miembro del senado nacional. El ahora candidato presidencial afirmó entonces que consideraba más importante eliminar a al-Qaeda y a Osama bin Laden, y aseguró que si bien no se oponía a todas las guerras, sí se oponía a las «guerras tontas«.
Durante la reciente campaña de las primarias del partido demócrata, el comando electoral de su principal contrincante, la senadora Hillary Clinton, acusó a Obama de «inconsistente«, asegurando que su posición inicial se diluyó en cuanto asumió como senador en 2005. Bill Clinton, el marido de la precandidata y presidente de EEUU durante el ataque masivo contra Yugoslavia de 1999, llegó a calificar su presunta oposición a la guerra de Irak como «el cuento de hadas más grande» que había escuchado nunca.
Responsabilidad y experiencia
El pasado mes de agosto, Obama nombró al veterano senador demócrata Joseph Biden como su candidato a vicepresidente. Conocido en Washington por su «experticia» en materia de política exterior, Biden jugó un papel central en la agresión contra Yugoslavia, apoyando activa y tempranamente la intervención militar y promoviendo la estrategia para la desintegración del país balcánico.
Cuando en 2002 Bush amenazó con atacar a Irak, Biden pujó inicialmente por impulsar mayores esfuerzos diplomáticos. No obstante, su voto como presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado fue decisivo para la aprobación de la ley que dio al gobierno carta blanca para la invasión. Al defender su decisión, habría dicho que «no se trata de una cuestión de moral, sino de política«.
Posteriormente, Biden consideró un error haber aprobado el ataque, afirmando que no midió las consecuencias de la pésima gestión de la guerra por parte de Bush. El objetivo de rehacer Irak a la imagen de los EEUU, afirma en sus memorias, era una «fantasía» que no podía imponerse sobre un país «frágil y decimado«. A pesar de su opinión sobre la mala gestión de la invasión, al visitar Irak el año pasado pudo observar en la mirada de los iraquíes «la esperanza y la expectación, como si la intervención de EEUU pudiera marcar la diferencia en sus vidas.»
Como alternativa al desastre de Bush, en 2007 Biden presentó ante el senado una ley para «ayudar a restaurar la seguridad«, que se conoce como el «plan de los tres estados» y que promueve la desintegración de Irak en territorios divididos por etnias y credos. Luego de que la ley fuera aprobada en el senado por la abrumadora mayoría de senadores, Biden afirmó que él era el único «con experiencia para acabar responsablemente con la guerra«. Sólo dos senadores no se pronunciaron, por estar ausentes de la cámara: John McCain y Barack Obama.
Contra las doctrinas preventivas
A comienzos del año pasado, Biden cargó contra Obama, señalando que no recordaba que hubiera presentado un solo plan o propuesta táctica para Irak. No obstante, aunque siguió oponiéndose a la decisión original de invadir el país, Obama afirmó en 2004 que su posición no era muy diferente a la de George W. Bush, y que las fuerzas estadounidenses debían permanecer en Irak. En 2005, al poco de estrenarse como senador en Washington, Obama sugirió un aumento de tropas, como paso previo para una eventual retirada completa.
Por su parte, la senadora Hillary Clinton votó en 2002 a favor de la guerra, al unísono con Biden y Mc Cain. Clinton defendió su voto, señalando que la decisión del senado representaba una advertencia para Sadam Hussein, y que no significaba que apoyara «ninguna doctrina preventiva«. Sólo a finales de 2005 empezó a cambiar de opinión, cuando aseguró que si hubiera manejado la misma información al momento de la votación, no habría apoyado la ley de la guerra.
En los dos años siguientes, tanto Obama como Clinton apoyaron todas las solicitudes que Bush realizó para aumentar los recursos para la ocupación militar de Irak. No obstante, a mediados de 2006, ambos se distanciaron de la propuesta del senador demócrata John Kerry – y en el caso de Obama, de su propia sugerencia de un año antes – de aumentar el despliegue de tropas, como medio para asegurar una «solución política» al conflicto.
Al igual que Clinton, Obama tardaría un año más para votar por primera vez en contra de las solicitudes de financiamiento para la ocupación – aunque ambos emitieron su voto sólo cuando la votación ya se había decantado a favor del recorte presupuestario. A finales de 2007, en plena campaña de las primarias, los dos candidatos copatrocinaron una propuesta de enmienda ante el senado que exigía el retiro progresivo de tropas y la reducción de los recursos para la guerra. La propuesta fue derrotada por abrumadora mayoría de votos, sin que ninguno de ellos estuviera presente en la cámara para respaldarla.
La verdad es un desastre
El senador Kerry fue el candidato demócrata en las elecciones de 2004, el año en que Bush fue reelecto. Un año después de promover el aumento de tropas, Kerry defendió a Clinton, cuando ésta exigió al Pentagono que hicieran público el plan de retiro de tropas de Irak. Kerry afirmó entonces que los estadounidenses tenían «el derecho y la responsabilidad» de saber que las tropas regresarían ordenadamente. En 2002, el 4 veces senador por Massachusetts había votado junto con Clinton, Biden y Mc Cain para autorizar la guerra contra Irak. En enero de este año, Kerry brindó tempranamente su apoyo a Obama, el senador que basó su campaña en su oposición a la guerra.
En 2004, Kerry escogió al senador demócrata John Edwards como candidato a vicepresidente para las elecciones presidenciales, luego de que éste último quedara segundo en las primarias del partido demócrata. Durante un debate televisado, Edwards acusó a Dick Cheney, el candidato de Bush, de mentir al público estadounidense, al asegurar que las cosas iban bien en Irak, «cuando la verdad es que es un desastre«; y al vincular a Saddam Hussein con los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Dos años antes, Edwards se había unido al senador Lieberman para patrocinar la ley que facilitó la invasión de Irak en base a esa conjetura, y a la acusación de que el dictador iraquí estaría pertrechándose de armas de destrucción masiva. Por descontado, Edwards votó a favor de la guerra, en armonía con el propio Kerry, y con Biden, Clinton y McCain.
En la campaña de 2004, Biden sorprendió al mundo político, al sugerir a Kerry que incorporara a Mc Cain como su candidato a la vicepresidencia, antes de que aquel se decantara por Edwards. Su propuesta, afirmó, era asegurar una «fórmula de unidad» contra George W. Bush – el causante del «desastre» en Irak que Mc Cain ha apoyado sin fisuras desde que se iniciara la agresión. Ahora, ambos compiten en la contienda electoral – uno como candidato presidencial republicano, y el otro como candidato demócrata a la vicepresidencia, bajo la fórmula de Obama.
El país de nunca jamás
Edwards volvió a presentarse a las primarias del partido demócrata de 2008, aunque se retiró de la contienda en febrero, tras perder toda opción de competir con Obama y Clinton. Durante su campaña, se mostró como un abierto adversario de la guerra contra Irak, proponiendo una retirada total de las tropas invasoras en el plazo de un año. Asimismo, prometió reconciliar a la superpotencia con el resto del mundo, tras «los peores abusos y enormes errores» de la era Bush.
Al comienzo de las primarias, el también candidato Denis Kucinich recordó que durante su candidatura como vicepresidente en 2004, Edwards había defendido férreamente la guerra. Kucinich reveló que a pesar de haber votado a favor de la ley que copatrocinó su compañero de fórmula, el candidato presidencial Kerry dudaba seriamente de si seguir apoyando la ocupación durante la campaña. No obstante, Edwards le hizo cambiar de opinión, argumentado que tenían que mostrar convicción y consistencia, para asegurar los votos.
En mayo pasado, poco tiempo después de declinar a las primarias, Edwards apoyó públicamente a Obama, afirmando que ya los demócratas habían hecho su elección. Al respaldar al senador de Illinois, Edwards afimó que era el hombre que sabía cómo crear un cambio duradero. Apenas 5 meses antes, había asegurado que Obama vivía en «el país de nunca jamás«, al creer que era posible negociar el cambio que proponía con los poderes fácticos.
Algo muy bueno
El gobernador de Nuevo México Bill Richardson fue también candidato en las primarias del partido demócrata. En marzo, retiró su candidatura y brindó públicamente su apoyo al candidato Obama. Posteriormente, éste lo incluyó entre sus candidatos a vicepresidente, aunque finalmente se inclinara por Biden.
Richardson estuvo por años ligado al gobierno de Bill Clinton – primero como embajador ante la ONU, y luego como secretario de energía – por lo que su respaldo público a Obama desató críticas feroces desde el entorno de Hillary Clinton. Al defenderse de las críticas, Richardson señaló que era necesario «unirnos como país«, para reparar el daño causado por Bush. Aunque seguía siendo fiel a los Clinton, afirmó, Obama tiene «el juicio, el temperamento y la experiencia para puentear las divisiones de la nación«, y para hacer que los EEUU sean de nuevo respetados en el mundo.
Al término del gobierno de Clinton, Richardson ya había tomado la iniciativa en ese sentido, al sumarse como director a uno de los múltiples puentes que la sociedad estadounidense diseña para enfrentar este tipo de coyunturas: la firma de «asesoría estratégica» Kissinger McLarty Associates, en la que hasta este año coincidieron Henry Kissinger, ex Secretario de Estado de Nixon y uno de los principales asesores de Bush, y Mack McLarty, jefe de la Casa Blanca durante la presidencia de Clinton.
En la presentación de su candidatura el año pasado, Richardson afirmó que había que hacer todo lo posible para frenar la violencia y lograr la reconstrucción de Irak. Al promover en agosto pasado la elección de Obama como nuevo presidente de los EEUU, destacó que su candidato luchará contra los terroristas «no donde nos imaginemos que estén, pero donde sabemos que están: en Afganistán y Pakistán«.
«Hay algo especial acerca de este hombre«, dijo Richardson al endosar en primer lugar la candidatura de Obama. «He intentado figurar de qué se trata, pero es muy bueno«.
Momentos difíciles
Al Gore fue vicepresidente de Bill Clinton durante sus dos mandatos, y el candidato presidencial demócrata en las elecciones de 2000, que perdió frente a Bush – aunque lograra un mayor número de votos que su contrincante. Ambos – Clinton y Gore – criticaron la política de guerra preventiva de Bush, aunque lo apoyaron cuando en marzo de 2003 inició la devastación de Irak. En 1998, habían propuesto ante el senado la Ley de Liberación de Irak. No obstante, no recibieron la luz verde de la que si gozó el actual presidente, luego del derrumbamiento de las torres gemelas.
Además de bombardear sistemáticamente a Irak durante sus dos mandatos, y de impulsar un bloqueo que causó la muerte de centenares de miles de iraquíes, el tándem presidencial fue artífice de la actual crisis del capitalismo financiero, al proponer y defender en 1999 la ley de reforma del sistema financiero que permitió la fusión de la banca especulativa y la banca comercial.
A mediados de julio, Al Gore respaldó la candidatura de Obama, afirmando que EEUU necesitaba más que nunca un cambio. Gore señaló que en los próximos años el país enfrentará retos difíciles – regresar las tropas de Irak y arreglar la economía, entre otros. Barack Obama es claramente «el mejor candidato para resolver estos problemas», dijo, «y traer el cambio para los EEUU«. Por su parte, Obama ha señalado insistentemente su interés en contar con Gore en su gabinete.
Contrapunto
El senador demócrata Joseph Lieberman fue candidato a vicepresidente de Al Gore en las elecciones de 2000, cuando Bush ganó por primera vez la presidencia. Posteriormente, Lieberman patrocinó junto a Edwards la ley que dio luz verde a la invasión de Irak, y coincidió en el voto con Biden, Clinton, Kerry, Mc Cain y el propio Edwards. Mientras el resto de senadores demócratas prominentes se fueron alineando progresivamente en contra de la guerra, Lieberman se convirtió junto con Mc Cain en el más emblemático defensor de Bush en sus horas bajas, abogando abiertamente por una escalada de tropas en Irak.
Este año, Lieberman se ha sumado activamente a la campaña del candidato republicano, e incluso se especuló ampliamente sobre la posibilidad de que fuera nombrado como su candidato a vicepresidente. Esto no evitó que en abril, Obama le brindara su total apoyo como candidato al senado por Connecticut. Aunque no están de acuerdo en todo, señaló, Lieberman es «un hombre de buen corazón«, que se preocupa por las familias trabajadoras de EEUU.
En marzo, el destacado senador demócrata Chris Dodd y también precandidato presidencial por el partido en 2007 afirmó que en «casi todos los asuntos«, Lieberman es un demócrata cabal. Él también lo es. Durante las primarias, respaldó el retiro escalonado de las tropas de Irak; en 2002, había votado a favor de la guerra, junto con Lieberman, Kerry, Clinton, Biden, Edwards y McCain. Un mes después de respaldar a Lieberman, Dodd se sumó a la campaña de Obama. Días después, Lieberman confirmó que McCain era «la mejor opción para unir y conducir nuestro país adelante«.
Grandes palos y zanahorias
En 2006, Lieberman se declaró demócrata «independiente», y brindó su apoyo a las reiteradas amenazas de Bush contra Irán, defendiendo la necesidad de tomar «acciones militares agresivas» contra los iraníes para «evitar que maten estadounidenses en Irak.» En mayo pasado, destacó que es crítico para la seguridad nacional «saber distinguir entre los amigos y los enemigos de EEUU, y no confundirse entre ambos.»
Por su parte, Obama afirmó en septiembre que su gobierno se mantendrá firme y claro en la inaceptabilidad de que Irán adquiera poderío nuclear. El candidato subrayó que siempre ha sido un amigo «incondicional» de Israel, al que calificó como «el alma de la democracia en oriente medio«, y ratificó que EEUU debe brindar todo el apoyo financiero y militar que requiera para asegurar su «sacrosanta» seguridad. En julio, durante una de varias visitas al Estado colonial sionista, Obama había afirmado que un Irán nuclear era una grave amenaza, que había que evitar con «grandes palos y grandes zanahorias«.
Biden también lo tiene claro. Luego de ser escogido como candidato a vicepresidente, tuvo que hacerle frente a un reporte de la radio del ejército israelí, en el que se afirmaba que estaba en contra de un ataque contra Irán. «Se trata de una mentira impulsada por sus oponentes«, señalaba el comunicado emitido por su oficina, «y no toleraremos a nadie que cuestione el registro de los 35 años que tiene Biden defendiendo la seguridad de Israel«.
Caballo ganador
Como Secretario de Estado durante el primer gobierno de Bush, Colin Powell lideró en el seno de la ONU la gran impostura sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, que derivó en la legitimación legal para la invasión. Al presentar su renuncia justo después de las elecciones de 2004, Powell afirmó que siempre atesoraría el tiempo al lado del presidente, y que se había logrado mucho en la «guerra global contra el terror«.
A dos semanas de las elecciones, Powell ha expresado su apoyo a Barack Obama, asegurando que «es el presidente que necesitamos«. El general retirado no escatimó elogios para el candidato, a quien calificó de figura de transformación: «es una nueva generación que llega al escenario mundial«, anunció.
Powell tiene una larga amistad con el candidato republicano Mc Cain, hasta el punto que también se barajó como su posible candidato a vicepresidente. No obstante, ahora ha señalado que la campaña del republicano es «decepcionante«, y que cree que EEUU necesita «algo más» que «la ortodoxia de la agenda republicana«. El ex funcionario de Bush manifestó que en los últimos años, el partido se ha orientado «un poco más a la derecha» de lo deseado, y dejó la puerta abierta para servir en el gobierno de Obama. El propio Obama ha afirmado que nombraría a Powell como asesor suyo, en caso de ganar la contienda.
El efecto burbuja
Scott McClellan, el portavoz de la Casa Blanca durante la invasión de Irak, no tiene ninguna oportunidad de competir en las primarias presidenciales de ningún partido, pero fue quien defendió diariamente la invasión y sus consecuencias durante casi cuatro años (2003-2006), en nombre del presidente y su gabinete. A mediados de año, el rostro de la guerra irrumpió en la campaña presidencial con la publicación del libro Qué ocurrió, La cultura del engaño en Washington, en el que critica duramente a Bush por haber «vendido» la guerra por medio de la «propaganda«.
McClellan salió al paso de las críticas a su libro desde el campo republicano, asegurando que su papel como secretario de prensa no era hacer política, y que tenía la inclinación a darle el beneficio de la duda al gobierno que representaba. Sólo al abandonar la «burbuja de la Casa Blanca«, pudo darse cuenta de la realidad. Ahora McClellan lo tiene claro: ha declarado públicamente su apoyo a Obama, afirmando que es el candidato con «más posibilidades de cambiar el modo en que funciona Washington«.
El modo en que funciona Washington
El congresista Dennis Kucinich fue el único candidato de las primarias del partido democrático que siendo legislador, votó en contra de la autorización para dar inicio a la guerra – en su caso, en cuanto miembro de la cámara de representantes. Kucinich, identificado como «demócrata de izquierdas», ha mantenido a lo largo de los años su voto contrario contra toda iniciativa para favorecer la intervención militar en Irak, y como candidato, anunció un plan para retirar las tropas en tres meses.
Desde el 2006, Kucinich ha exigido al liderazgo del partido demócrata que cumpla con el compromiso electoral de retirar las tropas que les permitió retomar el control del congreso en las elecciones parlamentarias de ese año. «Si no lo hacen», advirtió, «serán tan responsables como el Presidente por la continuación de esta guerra ilegal e inmoral.» En lugar de acabar con la guerra, denunció, los congresistas demócratas – y entre ellos, los principales precandidatos de las primarias demócratas – le otorgaron a Bush «cada dólar adicional que ha solicitado» para continuar con la ocupación militar.
El diputado por Ohio ha sido el patrocinador de las dos leyes elevadas al congreso para impugnar el mandato presidencial de Bush. La primera, recoge decenas de causas por las que el mandatario debería ser impugnado. La segunda es su abreviatura: contiene un solo artículo, que acusa a Bush de engañar al Congreso para que autorizara la invasión a Irak. Ninguna de las dos ha tenido apoyo alguno entre las personalidades más significativas del partido; la segunda le ahorra la desolación que vivió en junio, al leer los 35 artículos que componen la primera ante un hemiciclo virtualmente vacío.
Otro atípico candidato de las primarias fue Michael Gravel, quien como senador demócrata en los años 70, fue un abierto opositor de la guerra contra Vietnam. Tras un largo retiro, Gravel regresó hace pocos años a la política, para promover su iniciativa para la democracia directa. Durante la campaña, Gravel criticó la guerra en Irak y demandó el retiro inmediato de las tropas de ocupación. También reveló que la mayoría de los recursos de las campañas de los principales candidatos – Clinton, Obama y Edwards – venían de Wall Street. «¿Qué piensan que están comprando las corporaciones?«, afirmó.
Al retirarse de las primarias del partido demócrata y presentarse a las del pequeño partido libertario, Gravel sentenció que sus críticas a la guerra, al complejo industrial militar y al imperialismo estadounidense «no son toleradas por las elites del partido demócrata, que parecen estar fuera de tono con el ciudadano promedio«.
Tanto Gravel como Kuchinich denunciaron durante la campaña la intención de Bush de atacar a Irán, y criticaron duramente a Obama, cuando este afirmó que todas las opciones estaban en la mesa, en relación con las respuestas que daría al programa nuclear iraní. En septiembre de 2007, Gravel había denunciado que Hillary Clinton votó a favor de la ley que decretó a la Guardia Revolucionaria de Irán como una organización terrorista bajo la ley estadounidense; y recordó que Obama se ausentó convenientemente de la cámara, para no pronunciarse sobre una norma que representaba un nuevo peldaño en la estrategia de Bush para legitimar un eventual ataque contra Irán.
Lo verdaderamente importante
En el siglo XIX, surgieron los emblemas que caracterizan desde entonces al partido demócrata – un asno – y al republicano – un elefante. A pesar de las diferencias en el discurso y las refriegas por el poder que caracterizan al sistema bipartidista en juego, un balance de la actuación de las principales figuras del partido demócrata – incluyendo la de Barack Obama, el «candidato del cambio» – no arroja diferencias sustanciales en relación con la agenda militar del imperio en oriente medio.
Cuando John Edwards brindó su respaldo a Obama, afirmó que «es el momento de crear una sola América (sic) y no dos .» Por su parte, el demócrata Lieberman, al inicio del discurso en el que presentó a McCain como candidato republicano en la Convención del partido, reivindicó lo que calificó como una gran verdad: «ser un demócrata o un republicano es importante. Pero no es más importante que ser estadounidense«.
Dos aforismos que en boca de prominentes miembros del «partido del asno», parecen enunciar la voluntad de ratificar la sentencia de Noam Chomsky, cuando señaló recientemente que EEUU tiene esencialmente «un sistema de partido único«. Quizás al elefante le cueste mucho rebuznar, pero lo que parece evidente es que el asno no tiene problema en dejarse crecer la trompa, si ese es el designio del momento.