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Entrevista a Magdalena León, economista feminista miembro de la Red Latinoamericana de Mujeres

«Auditar la deuda sirve para hacer reivindicaciones con conocimiento; no pagar es muy simplista»

Fuentes: Eldiario.es

Magdalena León es una economista feminista miembro de la Red Latinoamericana de Mujeres Transformando la Economía y del Instituto de Estudios Ecuatorianos. Participó en la auditoría de la deuda ecuatoriana y ha trabajado sobre el concepto de ‘buen vivir’ en la economía.

Magdalena León es una economista ecuatoriana que forma parte de la Red Latinoamericana de Mujeres Transformando la Economía, un movimiento que nace a finales de los noventa para introducir la economía en la agenda feminista. «Habíamos tenido un periodo de fuerte ascenso del movimiento, pero muy en torno a los temas de violencia, política, participación… y eso era consecuencia también del fuerte movimiento neoliberal que pasábamos y que hizo una separación entre lo económico y lo social», explica. La economista, que participó en el proceso de auditoría de la deuda de Ecuador, asistió en Madrid al encuentro ‘Otra Economía está en marcha’ organizada por Economistas Sin Fronteras.

¿En qué está trabajando actualmente la Red?

Con el nuevo siglo la red se involucró directamente en dinámicas como el Foro Social Mundial. Eso nos permitió salir de una dinámica sectorial de mujeres para construir una agenda común, darle una mirada feminista a todo, ofrecer una propuesta del feminismo como solución para llegar a otra economía, a otra civilización. El feminismo ha aportado cuestiones como la soberanía alimentaria, la reproducción ampliada de la vida, la idea de poner la vida como eje de la organización, pero también ha hecho visibles procesos que en condiciones de desventaja y desigualdad han sido protagonizados por mujeres. Eso se ha conjugado con que en algunos de los países vivimos procesos de cambio, que en algunos casos se llaman revoluciones. Todo eso para América Latina ha sido un poco acelerado, hemos pasado en unos años de una situación neoliberal, sin horizontes, a abrirse todas estas posibilidades. Nosotras hemos estado vinculadas a estos procesos.

¿Y en esos procesos han conseguido estar presente estas nuevas miradas?

Sin duda, quizá a veces no con un protagonismo directo, pero sí han estado de distintos modos, introduciendo los temas por donde cada país permitía. Los procesos de refundación a través de nuevas constituciones fuero un espacio bien importante porque ahí debatíamos qué país, qué economía queríamos, y pudimos ser parte de esas definiciones y participar de esos espacios. Y no era solo poner nuestra agenda sobre la mesa, era ver también cómo lo hacíamos porque los cómos son fundamentales. Eso pasa por superar una cierta visión cosmética del género y las mujeres, de añadir esos términos a cuestiones que son absolutamente incompatibles. El desafío era que apareciera menos la palabra mujeres pero que hubiera un contenido radical de transformación. Nosotras, por ejemplo, trabajamos para que hubiera una redefinición del término trabajo en la Constitución de Ecuador.

¿En qué sentido?

En el sentido de hacer visibles y reconocer distintas formas de organizar el trabajo, de que fuera reconocido como algo económico, no solo como una actividad social. Hay distintas formas de hacer y organizar el trabajo y todas ellas aportan. Es algo que permite romper la separación entre lo productivo y lo reproductivo, lo remunerado y lo no remunerado, el empleo y el no empleo.

¿Y está teniendo esa redefinición alguna consecuencia práctica?

Sí. Derivado de ese reconocimiento estaba el derecho de las amas de casa a la Seguridad Social porque es trabajo, es economía y produce, aunque no tenga un valor de mercado. Nuestra cobertura pública de derechos es algo que se ha ido recomponiendo en Ecuador, así que se estableció un sistema que empieza con una política social antipobreza: la entrega del bono de desarrollo humano dirigido a las mujeres que están en situación de exclusión, que tienen dependientes y que no tienen un ingreso. Era una herramienta ya previa que se incrementó y se reinterpretó como una remuneración parcial a ese trabajo. Eso le dio otro sentido e hizo visibles cosas.

A partir de ahí, las mujeres que ya reciben el bono tienen un aporte a la Seguridad Social para tener una pensión en el futuro, no tienen todas las coberturas, pero sí la pensión. Ellas hacen una aportación personal mínima, y el resto lo asume el estado.

Es, entonces, una forma de remunerar su trabajo. Sin embargo, muchas economistas feministas rechazan remunerar el trabajo de cuidados porque lo consideran una forma de perpetuar la división sexual del trabajo. ¿Qué opina?

Que partimos de la realidad. A veces nos situamos por fuera de lo que las mujeres viven y criticamos desde un deber ser. En estos momentos en América Latina frente a políticas de transferencias condicionadas como los bonos, se dice que hay un neomaternalismo, una crítica a las mujeres como madres. Compartimos en ciertas fases esa crítica, pero en la realidad las mujeres son madres y eso marca la experiencia y marca una realidad de la que no podemos abstraernos. Lo que se ha demostrado en estos procesos es como desde esa politización de la maternidad se puede dar un salto hacia otras esferas. Los padres viven otra experiencia.

Y ¿por qué es así?, ¿no habría que cambiar eso, generar las condiciones para que las experiencias de padres y madres sean más parecidas?

Sí, pero quizá son formas de llegar a la igualdad por otros caminos. Esto puede ser una forma de reconocer otras realidades, de ver otros elementos potenciadores de cambios que antes no veíamos.

Aquí una reivindicación muy fuerte es la de equiparar los permisos de paternidad y maternidad precisamente para generar un gran cambio social. Si se potencia el rol de madre o se dan esas ayudas, ¿no es una forma de perpetuar ese rol de las mujeres como únicas encargadas de la reproducción y los hombres de la producción?

Detrás de estas cuestiones subyace el espejo del mercado, parece que siempre lo importante es la producción y en su espejo hay que hacer todo lo demás. Los permisos tienen un referente de familia de pareja que, en la realidad, la mayoría de las mujeres de América Latina de los sectores populares no viven. Su realidad es otra. Creo que hay un modelo de política pública que apela al espejo del mercado o al ideal de familia o con una connotación de clase media, una serie de elementos que no están en la realidad de muchas mujeres. Decimos ‘es que en Noruega, en Suecia’, pero vamos a ver cómo viven las mujeres en cada sitio. Es también importante salir de la victimización, una cierta mirada ha buscado siempre las opresiones. En medio de relaciones de desigualdad y opresión, hay un aporte de las mujeres y hay que reconocérselo. Si no, el discurso de la opresión es desmovilizador.

Igual que otras economistas usa el concepto del ‘buen vivir’, pero ¿cómo explicar que el buen vivir es parte de la economía?

Tiene ante todo una dimensión material, hay una noción de buen vivir en todas las culturas del mundo que plantea una construcción constante de equilibrios para mantener la vida. Eso alude a la relación con la naturaleza, la naturaleza nos pone límites. Tiene que ver con esta idea de que el consumo desbordó las necesidades hace mucho tiempo. No se trata de que cada individuo viva muy bien como pueda sino de buscar equilibrios entre nuestra supervivencia y los recursos del entorno para permitir que la vida siga.

¿Y cómo aplicar eso a la economía de un país?

Creo que una primera aplicación tiene que ver justo con el reconocimiento de qué procesos, actividades y producciones sirven para reproducir la vida y cuáles no, y quiénes las hacen, reconocer esto como aportaciones. Cuando pones como parámetro la reproducción de la vida se revelan y revalorizan otros procesos. También se pueden cambiar las formas de organizar la producción, hay otras formas distintas que han sido consideradas de menor estatus, pero que pueden contribuir a generar una diversidad económica que ayude al cambio. Supone también resignificar el cuidado. Se suele entender como el cuidado de las personas, pero el hecho es que la vida se cuida en todos los sentidos: el agua, la tierra, la energía, los alimentos… y eso implica trabajo.

Otro de los temas de los que se habla en España es de la deuda y de la posibilidad auditarla. Usted participó en la auditoría que tuvo lugar en Ecuador y que aquí mucha gente toma como referencia. ¿Ve viable y necesario ese proceso?

La experiencia nuestra se dio en condiciones distintas porque el ajuste estructural en América Latina se desplegó en un momento de realce del capitalismo y no teníamos salidas. El ajuste se aplica ahora en el norte cuando hay una reconocida crisis del capitalismo, creo que eso hace que sean contextos distintos y quizá facilita las cosas. Había un trabajo acumulado de movimientos sociales en torno al tema, había grupos que trabajaban otros temas pero que estaban atravesados por el común interés por la deuda. La llegada al Gobierno de gente que venía de esas filas y que pudo poner eso en la agenda oficial, el hacer la auditoría como acción de Gobierno, es algo singular.

Aquí podríamos pensar en una auditoría ciudadana, que se ha hecho en otros sitios, y que sirve para en un primer momento aproximar a la gente a un tema económico que ha permanecido distante, que no es fácil de descifrar, que no es sencillo que la gente se apropie de él. Hay que ver qué intersecciones entre la deuda y la vida de la gente ha habido para que tener la certeza de que un problema ha sido generado por la deuda.

¿Y para qué sirve la auditoría?, ¿es razonable el discurso de impagar parte de la deuda?

Eso sirve para que la gente haga reivindicaciones y presiones con conocimiento de causa sobre un tema que en estos momentos es inherente a muchos países. En el caso de Ecuador fue más fácil porque era una decisión del Gobierno hacer la auditoría para luego usar sus resultados e implementar una política que no necesariamente tiene que ser no pagar. Decir eso es muy simplista, la deuda es compleja, tiene distintos tramos y al hacer una auditoría técnicamente hay que diferenciar cada cosa. Hasta en la deuda ecuatoriana, en la que se incluyó el término ilegitimidad, que es algo que está fuera de la lógica financiera, no supuso el no pagar. Se puede decir: esto no se debería pagar, pero ¿qué condiciones tienes para hacer eso? Eso supone generar condiciones para llegar a eso o adoptar otro tipo de medidas.

Por ejemplo, en nuestro caso había mucho peso de la deuda comercial, donde se probó que había mucha ilegitimidad, y se hizo una recompra. Eso permitió bajar sustancialmente el peso del pago de la deuda en el presupuesto e invertir los términos de inversión social y deuda.

¿Entonces cree que plantear no pagar parte de la deuda no es realista?

La estrategia postauditoría es eso, una estrategia. No es decir ‘no debemos, no pagamos’, para eso ya tenemos consignas. No es ratificar eso, sino encontrar cuestiones más concretas que sirvan para dialogar y encontrar salidas.

Fuente: http://www.eldiario.es/economia/palabra-aparezca-contenido-radical-transformacion_0_340166458.html