Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Los palestinos no quiere nuevas elecciones en los territorios ocupados, sino un voto libre para un organismo dirigente verdaderamente nacional.
«Dejad a la gente decidir por sí misma lo que quiere», declaró ayer [18 de diciembre] Mahmoud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina. Pero ya existe un consenso nacional, una unidad subyacente en una plataforma común. El pueblo palestino está de acuerdo: en efecto, debe haber elecciones palestinas, pero no otra ronda de elecciones en los territorios palestinos ocupados para un presidente de la Autoridad Palestina o para su consejo legislativo.
Las elecciones que todos los palestinos (los millones que están bajo la ocupación y los millones que están fuera en los campos de refugiados) están pidiendo son para el Consejo Nacional Palestino, el parlamento en el exilio, que es el organismo nacional que representa a todos los palestinos. El Consejo Nacional Palestino es el organismo institucional que forma la base soberana de la Organización para la Liberación de Palestina, que es el único representante legítimo del pueblo palestino, reconocido como tal por Naciones Unidas, la Liga Árabe, Estados Unidos y la Unión Europea, y el propio pueblo palestino.
Los palestinos bajo la ocupación ya han elegido un consejo legislativo bajo la ocupación que representa una porción del organismo político. Hoy los palestinos piden elecciones para toda la población palestina. El «documento de unidad nacional» de los prisioneros [palestinos] acordado este verano refleja esta demanda popular y hace de ella un artículo fundamental de consenso y acuerdo entre los partidos.
En el momento en que Fatah perdió poder en las elecciones legislativas frente a Hamas en enero, estaba obligado a dar un paso que le habría llevado más cerca del pueblo al que busca representar. Estaba obligado a apartarse, a aceptar el resultado de las elecciones y el duro hecho de que este partido había sido derrotado. De esa manera se podría haber aprovechado de los muchos beneficios democrático que se le confieren a aquellos que pierden poder en unas elecciones: la oportunidad de volver a conectar con los votantes, de aprender por qué habían perdido, de descubrir qué tenían que hacer para recuperar la confianza de su pueblo, de animarles a dejar de ser dirigentes que trabajan para otro y de empezar el difícil pero gratificante proceso de volver a ser representativos.
En vez de ello, se les dijo que seguían en el poder, y la «comunidad internacional» les dijo que tenían que desempeñar este papel o asumir la responsabilidad de abandonar a su sufriente pueblo a un destino aún más cruel que el que estaba sufriendo en Gaza, Cisjordania y el Jerusalén ocupado.
Y así, a lo que estamos asistiendo hoy es al horrible e inevitable resultado de un proceso de coacción deliberada, diseñado para obligar a un pueblo ocupado a renunciar a sus representantes electos. El que ésta sea la coacción que están llevando a cabo el puño de hierro del ocupante militar israelí, que está reteniendo los vitales impuestos palestinos, y sus aliados neocons, el gobierno estadounidense, es un hecho esperable y al que hay que ofrecer resistencia.
Lo que es más duro de entender es cómo insisten de manera tan flagrante en esta coacción los británicos, la Unión Europea, los mismos actores que deberían apoyar a los palestinos -si no por los valores comunes compartidos de decencia, por sus responsabilidades contractuales como co-signatarios de la Cuarta Convención de Ginebra, que les obliga tanto a respectar como a asegurar el respeto al tratado que protege a la población civil bajo ocupación militar.
De hecho, el pueblo palestino ya ha hablado: a favor de unas elecciones para el Consejo Nacional Palestino, a favor de que se levante el boicot a una autoridad democráticamente elegida; a favor de la libertad y de la independencia.
Karma Nabulsi enseña política y relaciones internacionales en la Universidad de Oxford. Es la autora de Traditions of War: Occupation, Resistance and the Law