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Barrio chino: cuando la frontera es un buen negocio

Fuentes: Ctxt

De lunes a jueves, en uno de los pasos de la valla de Melilla, 3.000 mujeres y hombres intentan ganarse la vida cargando bultos de hasta 90 kilos mientras la Guardia Civil les controla con violencia

La valla de Melilla tiene cuatro puertas. Cuatro rendijas que ahondan la desigualdad entre Europa y África. Beni Ensar: la más famosa y las más concurrida; la única aduana de comercio lícito. Farhana: peatonal y de coches al este de la ciudad. Mari Guari: solo para niños y niñas marroquíes que estudian en colegios de Melilla gestionados por el Ministerio de Educación del país africano. Finalmente, Barrio Chino: la puerta del porteo, la mina de oro, uno de esos límites especialmente pensados para que, en el salto de mercancías de un país a otro, algunos ganen mucho dinero. Parecen las palabras de un conspiranoico, sin embargo, no hay otro modo de explicar lo que ocurre en esta puerta que separa el Estado español del Reino de Marruecos.

Solo los residentes de la provincia de Nádor y de la ciudad de Melilla pueden cruzar por Barrio Chino. No pueden pasar ni coches, ni turistas, ni migrantes, ni gente refugiada, ni animales, ni bicicletas, ni periodistas, ni motos, ni nada de nada. Pese a que podría parecer una frontera tranquila un sábado, de lunes a jueves, de 8.30 a 11.30 de la mañana, Barrio Chino es un caos. Son las horas en las que miles de personas cruzan el paso con enormes bultos cargados a la espalda mientras la Guardia Civil controla la zona.

En Barrio Chino se produce lo que técnicamente -de un modo eufemístico- se llama -llaman- «comercio atípico» y que comúnmente es conocido como porteo. Marruecos no permite el comercio de mercancías de forma tradicional si no es por la puerta de Beni Ensar, pero sí que deja que cada persona pueda pasar por las otras tres puertas fronterizas con su propio equipaje a cuestas. Se entiende entonces que los grandes fardos que llevan las porteadoras y los porteadores, que llegan a pesar hasta 90 kilos, son «equipaje de mano». Las limitaciones se deben a que el país norafricano considera que Melilla es un territorio ocupado e intenta -de un modo más bien tibio- poner trabas a las fronteras controladas por el Estado español.

Así, los comerciantes de Melilla adquieren la mercancía que llega en barco desde los lugares más diversos del planeta. Al ser un puerto franco, la compran a bajo coste porque los cargueros pagan menos tasas que en los puertos marroquís. Luego, los comerciantes hacen llevar esa mercancía ya preparada en fardos de entre 60 y 90 kilos hasta las cercanías de Barrio Chino, y allí, las porteadoras y los porteadores la transportan a pie hasta Marruecos. Normalmente se trata de productos como ropa o mantas, pero también alcohol y tabaco: productos que no se fabrican en el Reino de Mohamed VI y se venden bien allí.

Según datos de la Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía (APDHA), esta actividad no es secundaria en Ceuta y Melilla. La organización rescata un dato de 2005 para dar cuenta de la importancia de esta forma de comercio: 1.000 millones de euros es el dinero que el «comercio atípico» generaba en las dos ciudades autónomas a mitad de la década pasada. En 2013, TVE afirmaba que la frontera de Barrio Chino movía anualmente 600 millones de euros. La Cámara de Comercio Americana de Casablanca señala que 45.000 personas, de las cuales el 75% son mujeres, se dedican a esta actividad. Indirectamente, dice la Cámara, 400.000 personas viven del porteo.

Otra cifra impactante que invita a la reflexión: el 70% de la actividad económica de Ceuta depende del «comercio atípico». Una más: el Real Instituto Elcano consideraba en 2013 que el comercio atípico representaba el 30% de las exportaciones del Estado español a Marruecos.

Dicho esto, no parece extraño descubrir que haya mujeres en Barrio Chino que cada día recorran los 130 kilómetros que separan sus casas en Marruecos de Melilla.

«¿De qué te crees que vive toda la gente aquí?», pregunta retóricamente el dueño de un pequeño hotel en el centro de la ciudad autónoma. «Antes dependíamos de los que venían a hacer la mili; de sus novias, sus padres… ahora Melilla depende del porteo… y todo eso se va a acabar porque Marruecos está construyendo un puerto franco», añade.

Teniendo en cuenta que estamos hablando de una actividad fundamental para la ciudad, debería ser ampliamente lucrativo dedicarse a ella. En lo que al porteo se refiere, la realidad está muy lejos de esta idea.

En su vertiente física, se trata de una tarea casi imposible. Al inicio, cuando este trabajo empezó a tomar fuerza allá por los años noventa, concretamente cuando en 1991 el Estado español firmó los acuerdos de Schengen, pero estableció Ceuta y Melilla como ciudades con un régimen comercial especial, quienes se dedicaban a la tarea, eran básicamente mujeres. Actualmente la crisis económica del Estado español y la pauperización del norte marroquí han hecho que también los hombres decidan convertirse en porteadoras.

En Barrio Chino, 3.000 personas trabajan en este oficio. «10 euros por viaje», afirman unas mujeres que rondarán los 50 años – según un informe de colectivo Iridia, la mayoría de personas que trabajan aquí tienen entre 30 y 65 años. Pese a que ya son las 11.00 de la mañana y con toda seguridad les cerrarán el paso de Barrio Chino en los morros, las mujeres esperan en una larga cola para poder cruzar por última vez la frontera. «¿Cuántos viajes al día podéis hacer? ¿tres? ¿cuatro? ¿cinco?», preguntamos. Las mujeres se desternillan de risa y empiezan a llamarse en árabe las unas a las otras. Mientras hacen el gesto de desenroscar un tornillo invisible de la sien con el dedo índice, entendemos que dirán algo así como: «¡Oye, que este loco pregunta si hacemos cinco viajes!». Se mueren de la risa.

El número máximo de veces que cruzan en un mismo día la frontera con mercancía a cuesta es dos -20 euros-; si tienen mucha suerte, muchísima, recalcan las mujeres, tres -30 euros-.

En los últimos años, para desesperación de las porteadoras, la policía ha decidido reducir de forma drástica las horas de paso de mercancías. «Los hacemos para que las personas que están aquí no tengan que trabajar en las horas de más calor», comenta un Guardia Civil. Añade el policía que están pensando en poner un toldo en la explanada, para que los y las porteadoras trabajen a la sombra. «La culpa es de Marruecos porque no quiere invertir dinero aquí», dice el agente. Con todo, no parece muy verídico que la reducción de horas se deba al respeto que tienen las fuerzas de la ley por las personas que trabajan en este oficio.

«Los separamos en dos filas, una para hombre y otra para mujeres», afirma otro Guardia Civil llamado Román que se encarga de hacer tours para periodistas por esta puerta de la valla de Melilla. «No saben hacer colas, son un poco primitivos», nos confiesa otro agente. En ese modo de hablar de las personas y en la forma de organizar esta actividad hay algo parecido al trato que recibe el ganado en un matadero.

Barrio Chino es una explanada de tierra -y polvo- atentamente vigilada por un dispositivo policial. Tiene forma de embudo: desde la parte donde los mayoristas dejan las mercancías hasta la puerta de la frontera, por donde solo pasa una persona, hay una leve rampa que se anda fácilmente a pie. Sin embargo, si en ese andar se tienen que llevar 90 kilos a cuestas, la tarea se complica. Es por este motivo que muchas personas que se dedican al porteo empujan los fardos por el suelo o utilizan monopatines sobre los que ponen la mercancía para hacerla rodar y no caer exhaustos. «Esto del monopatín lo inventó un compañero Guardia Civil», afirma un agente poniendo de nuevo sobre la mesa la idea que tiene la ley de quien vive del «comercio atípico». No son ni capaces de pensar cómo hacer mejor su trabajo, parece que diga.

La policía desposee a las porteadoras del beneficio de poder ser inteligentes para poderlos tratar físicamente como animales; eso es a golpes. El informe del colectivo Iridia señala que «los casos de violencia verbal son diarios y las agresiones físicas muy comunes». Hoy la frase se cumple a rajatabla. Los Guardia Civiles ejecutan su trabajo a golpe de grito y de vez en cuando, si las colas se alteran y alguien echa a correr para ver si consigue ganarse un viaje extra -un sueldo extra-, usan las porras para contener al resto. Es un gesto que no impresiona, no nos impresiona, no les impresiona. La violencia en Melilla está tan interiorizada que ya no sorprende.

Una mujer de las mismas que antes se reían enseña, sin dejar de reír, sus piernas para mostrar un moratón causado por el golpe de un policía hace unos días. Un hombre nos lleva a un lugar apartado para que no nos vean los Guardia Civiles y confiesa que «la policía es muy dura con nosotros, pero hoy no hacen nada porque estáis vosotros delante». Tenemos que hablar a escondidas porque, según comenta, si los policías nos descubren, luego se ensañarán con él.

Los agentes de la Guardia Civil no son los únicos que mandan y golpean. Cada mañana de porteo, un grupo seleccionado, una élite, ayuda a los policías en sus tareas de «control de masas». Son los que despectivamente las porteadoras y porteadores llaman Chipi Changas. Según afirma José Palazón, un activista de Melilla que lleva años trabajando con los menores que viven en las calles de la ciudad, «a cambio de hacer el trabajo sucio de la policía, se les permite pasar la frontera de Barrio Chino antes que nadie; a primera hora de la mañana y sin colas ni empujones». 

Ésta es la violencia diaria resumida. Luego está la violencia extraordinaria, la violencia que provoca avalanchas y que en el año 2008 acabó con la vida de Safi Azizi. Murió asfixiada. O la violencia en forma de duras condiciones de trabajo que el 20 de noviembre de 2017 mató a un hombre de 66 años. Murió de una parada cardiorrespiratoria. 

La vulneración de derechos humanos en Barrio Chino obliga a hacernos preguntas: ¿Por qué las autoridades no regulan este tipo de comercio para que sea menos lesivo? La respuesta podría estar en los motivos económicos. Hay personas que están haciendo mucho dinero con el «comercio atípico». Según confiesa Román en su mayoría es gente de nacionalidad española.

«Por cada camión, los jefes ganan 1.000 euros», dice el porteador que teme ser visto por la policía. Teniendo en cuenta que ninguna de las personas que se dedican a este trabajo está asegurada, podemos intuir que se trata de una actividad libre de impuestos y altamente rentable. Si se legislara el trabajo y la seguridad de las porteadoras, las pérdidas para los comerciantes serían millonarias. Es en el limbo legal, pues esas personas llevan «equipaje de mano», que las autoridades se inhiben de responsabilidades y no regulan lo que pasa en Barrio Chino.

En el mismo bando, el de aquellos grupos que no quieren que las cosas cambien, se encuentran los mayoristas melillenses. Son ellos quienes presionan a las autoridades de la ciudad para que se agilice el comercio; para que existan las menos trabas posibles y que fluya el tránsito humano y de mercancías.

En febrero de 2017, la Guardia Civil -a través de la Asociación Española de Guardias Civiles (AEGD)- escribía en su web una nota de queja dirigida a la Asociación de Comerciantes de Melilla (ACEMEL). En ella, la AEGD exigía a los comerciantes de la ciudad autónoma que dejaran de presionar al Gobierno para que se suavizaran los controles en las puertas de la valla. Al mismo tiempo se denunciaba al Gobierno por su trato de favor -lo que en otros vocablos se llama tráfico de influencias- hacia los comerciantes de la ciudad. La nota de la policía señalaba que «no cabe ‘disfrazar’ la realización de contrabando llamándole ‘comercio atípico’, ya llevamos más de 20 años con la historia de ‘comercio atípico’, evadir impuestos, pagar tasas, esto no sólo no es atípico, sino que es ilegal y las autoridades deben dejar, de una vez por todas, de exigir a los encargados de cumplir hacer cumplir la ley (…). Quizás sea el momento de denunciar a estas autoridades ante los tribunales competentes».

Leer para creer: la Guardia Civil asumiendo que lo que ocurre en la frontera que vigila es netamente ilegal.

Otra explicación para entender por qué sigue existiendo Barrio Chino, en esta ocasión a cargo de José Palazón: «El porteo es una actividad que sirve para blanquear dinero de actividades ilícitas». Drogas podría ser la palabra que sustituye a «actividades ilícitas» en su frase. El famoso periodista italiano Roberto Saviano ya advirtió en su libro CeroCeroCero que cuando hablamos de tráfico de drogas, las formas de blanquear dinero son de lo más imaginativas.

El resumen de todo se hace fácil, como si un círculo se cerrara. Mientras algunas pocas gentes hacen fortunas, otras personas tienen que sufrir el peso del trabajo y la violencia policial. Eso es Barrio Chino.

Fuente: http://ctxt.es/es/20180328/Politica/18621/Melilla-frontera-Barrio-Chino-negocio-porteadoras.htm