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Cronopiando

Benedicto XVI, El Koala y la España cañí

Fuentes: Rebelión

Publicaba en estos días Carlos Martínez en Rebelión un magnífico artículo sobre la venida a la comunidad valenciana de Su Santidad y los preparativos que, a tal efecto, están implementando las autoridades, circunstancias todas que bien sirven de ejemplo, sobre lo cerca que a algunos les queda, todavía, la España del botijo y de las […]

Ratzinger Publicaba en estos días Carlos Martínez en Rebelión un magnífico artículo sobre la venida a la comunidad valenciana de Su Santidad y los preparativos que, a tal efecto, están implementando las autoridades, circunstancias todas que bien sirven de ejemplo, sobre lo cerca que a algunos les queda, todavía, la España del botijo y de las castañuelas, de la mantilla y del pasodoble torero, esa siniestra sombra con montera o tricornio que todavía nos persigue y de la que aún ni se saben las fosas ni se cuentan los muertos.

La visita del Papa Ratzinger, alias Benedicto XVI, es con motivo del «V Encuentro Mundial de Familias», acto organizado por la Iglesia con la entusiasta participación de las autoridades de Valencia y la región levantina que, no obstante ser la comunidad más endeudada del Estado español, como apuntaba Carlos Martínez en su artículo, ya anuncian estar dispuestas a gastar «lo que haiga falta», con tal de estar a la altura del evento.
Y es que, el día que llegue el Papa, piensan, Valencia va a estar presente en los informativos de todo el mundo, en boca de todos los comentaristas, en los titulares de todas las primeras páginas y, como dice Sabina, esos cinco minutos de fama bien podrían servir para retirar a la mamá, al papá, al abuelo, a la abuela, a los sobrinos, a la familia… de los funcionarios que manejen los más de 20 millones de euros que se van a gastar para recibir al representante de Dios. Discreta suma para lo que el Papa se merece, aunque costosa para lo que los bolsillos de los valencianos pueden. Suerte que el presidente de la comunidad valenciana no es hombre que se deje amilanar por pendejadas y, arropado por el resto de su autonómico gobierno, se dispone a quemar la traca más onerosa que se recuerde, y sin Fallas de por medio que la justifiquen.
Al fin y al cabo, el dinero lo aportan los ciudadanos. A ello se debe, supongo, la cara de satisfacción con que anunciaba los gastos, resaltando en su entusiasmo que nunca otro gobierno, autonómico o no, había gastado tanto dinero en recibir al Papa. Algo así como que usted, que se pasa la vida pidiendo café y sal a los vecinos, les informe hoy, entre risas y palmas, que para recibir a su suegro el domingo, ya que viene a comer, va a hipotecar la casa y necesita, además, las aportaciones que puedan hacerle para sufragar el festejo. Con la diferencia, eso sí, de que su casa es propia y la comunidad valenciana, hasta el momento, no es de su presidente.
El escenario para recibir a Su Santidad (y cuando digo «Su Santidad» quiero decir la suya) se instalará en la muy adecuada Ciudad de las Ciencias, exactamente, sobre un puente por el que circulan diariamente 140 mil vehículos que, durante los próximos dos meses, deberán buscarse otra ruta ya que el puente y las inmediaciones estarán cerradas para facilitar el montaje y desmontaje del colosal altar que se quiere erigir. Las obras a realizar se llevarán por delante parte de los jardines del Turia pero ya la alcaldesa de la ciudad, Rita Barberá, se ha apresurado a decir que cuando todo pase y se vuelvan a trasplantar los árboles que ahora se van a arrancar, y se reacondicione el lugar «no quiero ni pensar lo bonito que estará cuando lo hagamos». Y si ella no lo quiere pensar, los ciudadanos tampoco, que bastante tienen con pagar el traslado por Valencia de los árboles que no desaparezcan.
Y total, y lo que sigue es absolutamente confidencial, para que, finalmente, el Papa suspenda su presencia en el encuentro por causas de fuerza mayor que todavía no se han hecho públicas y que sólo dos días antes de su frustrada visita se darán a conocer. Desgraciadamente no puedo confesar cuales son mis fuentes informativas pero doy fe que son tan confiables como las que utiliza el periódico El Mundo para confundir a la Orquesta Mondragón con la Cooperativa del mismo nombre, o las que nutren a El País habitualmente.
Y no es esta la única astracanada nacional ni sus únicos intérpretes.
Un alto funcionario navarro de Educación no sólo declaraba en estos días que «la educación debe ser ilustrada» sino que, incluso, resultaba ileso. Tan admirable conclusión no era la primera muestra que daba el funcionario de su preclara inteligencia. No hace mucho, ante denuncias de que en una escuela navarra se impartía educación ilustrada al aire libre, respondía, para tranquilidad de algunos desconfiados padres, que Alejandro Magno y Aristóteles habían estudiado al aire libre y, que se sepa, no fueron idiotas.
Ante semejante derroche de ingenio nada más lógico y natural que emergiera la figura de «El Koala», un intérprete del llamado rock rústico que debe su apodo a las habilidades demostradas descolgándose de los andamios cuando trabajaba como peón en la construcción. Su obra «Opá, voy acé un corral», engendro musical donde los haya, servirá de himno a la selección española de fútbol en el mundial que se avecina.
Pero tiene razón «El Koala» porque su propuesta musical es absolutamente imprescindible.
Hace falta, y con urgencia, un corral, un gran corral, uno del tamaño de Valencia, por poner un ejemplo, en el que quepan todos los animales que no sólo andan sueltos, sino que, incluso, ostentan presidencias autonómicas, alcaldías de ciudades como Valencia, secretarías de Educación y primeros puestos entre los superventas del «hit-parade» de la bazofia.
Un corral del tamaño de toda la comunidad valenciana, por poner otro ejemplo, en el que quepa ese 38 por ciento de audiencia que tuvo Eurovisión, el más patético y costoso festival que se recuerde y, cuya única bondad, es saber que, aunque resulte increíble, no será tan infame como el próximo; un corral en el que quepan todos los mercachifles, hijodalgos, beneméritos, saltimbanquis, volatineros y demás especimenes de la flora y fauna nacional; un corral por el que trasladar el cáncer de la tonadillera y su séquito de dolientes, en el que tengan cabida las estafadoras por más esposa y suegra del torero que sean; y que cuente con todos los Bustamantes y Bisbal del medio.
Un corral del tamaño de esa España cañí, un tercer ejemplo, en el que quepan todos los alcaldes, asesores urbanísticos y votantes de Marbella; y todos los directivos y accionistas de esas dos empresas filatélicas a quienes ahora se pide que el Estado absuelva y socorra; y todos los empresarios navarros dedicados al tráfico de esclavos portugueses, y todos los gobernantes navarros que han hecho del tráfico del miedo la más lucrativa de las profesiones; un corral en el quepan los responsables de la muerte de 3.500 españoles por consumir aceite de colza adulterado, para quienes no ha habido jueces que les «construyeran nuevas imputaciones» evitando que siguieran en la cárcel; un corral en el que meter todas las medallas que Aznar y la misma comunidad valenciana entregaran a su eminencia pederastísima Marcial Maciel Degüello, superior de la orden Legionarios de Cristo que, no obstante haber sido acusado de violación en el pasado, de tráfico de drogas y robo, fue recompensado, además de con medallas, con 200 mil euros por el gobierno valenciano. Al padre Degüello, el Papa lo acaba de descabezar no por su apego a la pederastia, sino por lo reiterado de sus felonías. Y, por supuesto, tampoco lo ha remitido a la justicia terrenal, contentándose con quitarle los galones y dejarle puesto el uniforme.
Hace falta un corral, eso sí, que tenga sol, para que el temor que Valle-Inclán manifestara en Luces de Bohemia, «¿y qué sería de este corral sin sol?» no se torne, todavía, más sombrío.
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