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Cáliz envenenado

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El Cáliz Envenenado

Israel celebró el saque de honor en la copa del mundo matando a toda una familia en Gaza y desde entonces, desde el comienzo de la temporada, no se ha permitido un respiro en sus sistemáticos bombardeos y asesinatos de palestinos.

Así es, esta es la época en que parece que la gente pierde automáticamente un poco la cabeza. Incluso si eres un poco displicente, tienes que disimular que estás entusiasmado para que no parezca que estás fuera de onda. Si estás en política, no quieres que te consideren un estirado que es indiferente ante los temas que le interesan a la gente. Pero si eres un fan, entonces tienes que ir como loco. Tienes que ser salvaje -en el sentido socialmente aceptado, desde luego, cuando la gente sonríe y dice con mezcla de admiración y broma, «¡Se le fue la olla!»

Si la gente normal se siente contenta colocando la bandera nacional en la antena de su coche, el auténtico fan del fútbol debe pintar todo su coche con los colores de la bandera nacional, pintarse la cara asimismo con esos colores y desfilar ante la familia en una demostración de que nos lo estamos jugamos todo.

Un juego propio de granujillas de calle se ha convertido en un carnaval internacional de consumismo. Un suceso internacional relativamente modesto ha devenido una industria global que depende de la ligereza, frivolidad y evidente parálisis mental, un pretexto para escapar de los incordios de la vida. Una nueva religión consumista barre el mundo y sus rituales se practican en las plazas públicas. La mayoría de sus emblemas y talismanes

-banderas, máscaras y bufandas- se hacen, por supuesto, en China. El frenesí consumista, el deseo de no ser menos que los demás, el miedo a desmarcarse de la multitud, han metido a gente que nunca había estado interesada en el fútbol en el círculo de un griterío histérico que semeja como si alguien se hubiera caído de un edificio.

Pero el mundialismo no es una religión tan universal como pudiera parecer. A pesar de la exhibición omnipresente de sus adornadas banderas en lo alto de los tejados, en ventanas y quioscos, la gente no la ha sustituido por su bandera nacional, contrariamente a los alegatos de algunos economistas políticos que están haciendo votos por un culto al consumismo universal a partir de una identidad humana transnacional. En su lugar, las banderas, bufandas y máscaras son sólo deshechos consumistas que sirven para contaminar cualquier medio ambiente. Ninguna vacación está completa ya sin petardos, artilugios y baratijas para las que la gente vacía sus bolsillos a fin de ganar popularidad. Mientras tanto, cualquier noción de sentimiento supranacional queda desmentida cuando las muchedumbres se separan y se juntan detrás de banderas diferentes sobre la base de cálculos de parroquia, y cuando los políticos locales suben a bordo de un viaje barato repartiendo regalitos y premios a sus compañeros de viaje a cambio de apoyos.

El juego de los pobres ya no es para los pobres. Se ha convertido en una empresa de mil millones de dólares que se financia mediante publicidad, que es inmensamente rentable, y que los pobres, ahora, tienen que pagar para poder ver. Los ritos y rituales del mundialismo son líricos. Las sesiones de las audiencias colectivas son inofensivas e incluso reconfortantes, hasta que el partido se termina y quienes celebran la victoria empiezan a desfilar por las calles haciendo sonar las bocinas de los coches en medio de la noche.

Y como si todo ese ruido y conmoción no fuera suficiente para distraer la atención del enorme crimen que tipifica la naturaleza misma de la ocupación, las disensiones internas palestinas tuvieron que estallar. No es difícil ver cómo la situación podría incendiarse espontáneamente fuera de todo control, cómo dos facciones rivales se atacan la una a la otra instando a mucha buena gente a la violencia y cómo los denominados activistas de una de las partes crean situaciones que fuerzan a sus dirigentes a emprender acciones que obligan a los activistas de la otra a responder. Tales son las volátiles dinámicas del ghetto – el desgarro de la miseria, los campos (o ciudades) sumidos en la pobreza en que viven los palestinos.

Israel comete sus crímenes – el bombardeo indiscriminado de zonas residenciales que mata a familias enteras, el bloqueo económico que intenta romper la voluntad de la gente y trata de obligarles a lamentar el día en que votaron por los candidatos «equivocados», los actos arbitrarios de castigos colectivos brutales y la violencia vengativa perpetrada contra civiles – en los ghettos. Israel creó esos ghettos; creó el entorno urbano, social y económico que llevó a sus habitantes a elegir las opciones políticas por las que Israel les castiga ahora.

Gaza no siempre fue así. Hubo un tiempo en que era una agradable e incluso relativamente opulenta ciudad costera. Sin embargo, después de 1948, se convirtió en un enorme campo de refugiados, hacia el que huyeron los habitantes de la mayoría de las ciudades palestinas situadas en el sur de la costa. Tras la ocupación de 1967, las autoridades israelíes ayudaron a que se transformara de campo de refugiados en conglomerado de barrios bajos marginales. Sus habitantes se convirtieron en una fuerza laboral barata para el área de Gush Dan, en los alrededores de Tel Aviv, y fueron aprovechados también como consumidores de productos israelíes. Cualquier actividad económica independiente o semi-independiente que hubiera existido antes fue eliminada en el proceso de reestructuración y aclimatación de esos barrios a una vida de dependencia total de la demanda y abastecimiento del mercado laboral de Israel. Al mismo tiempo, sin una autoridad central alrededor que pudiera desarrollar actividades de planificación, las condiciones de vida se deterioraron aún más bajo dos factores de presión que atenazaban la ciudad: expansión y masificación descontrolada. Gaza, que ha proporcionado gran cantidad de militantes de base al movimiento de liberación nacional palestino, se transformó en un enorme campamento con una única puerta que podría ser cerrada de un portazo durante una Intifada. Gaza, debido a su geografía, ha facilitado los castigos colectivos y el haberse convertido en la mayor prisión del mundo.

Una inmensa colonia penal, una colección de suburbios excesivamente masificados, un pozo negro de pobreza y frustración listo para explotar en cualquier momento porque no hay un atisbo de esperanza – eso es Gaza. Está ahí, frente a nosotros, cualquiera lo puede analizar o diagnosticar. Por eso, Israel, sobre todo Israel, no tiene derecho a juzgar o quejarse sobre cómo se comportan los habitantes de Gaza. Israel es la maldición de Gaza; hizo de Gaza lo que Gaza es actualmente.

Y ahora, Israel quiere hacer lo mismo con el resto de los territorios ocupados. No quiere que existan más Hebrón, Nablus, los suburbios de Jerusalem – Abu Dis, Al Izriya, al-Ram, y así las zonas de alrededor del muro de separación van siendo transformadas en racimos de mini-Gazas. Israel quiere a los palestinos en una situación que tiene su base en planes elaborados hace tiempo y que están llevándose a la práctica en estos momentos. El desenganche unilateral de Gaza fue sólo la fase primera de esos planes, la primera vuelta atrás en lo que creó. Poco importa que los misiles Qassam actúen como perdigones en el trasero israelí. Desde el desenganche, se le ha recordado a Israel que no puede convertir Gaza en una prisión y volver la espalda sin que al menos le piquen a cambio. Gaza quiere probar que Israel no puede sencillamente lavarse las manos de sus problemas en Gaza mientras deja los problemas de Gaza sin resolver.

A la par que su desenganche de Gaza, Israel continuó la construcción del brutal muro de separación que serpentea a través de Cisjordania y alrededor de Jerusalén. El objetivo de este muro es diseccionar Cisjordania en trozos, cada uno de los cuales sufrirá el mismo destino que Gaza: entradas que pueden ser cerradas de golpe, superpoblación, horizontes negados de desarrollo.

Aunque esto es lo que Israel tiene reservado para Cisjordania, preferiría más que todo transcurriera bajo la apariencia de un convenio de liquidación. Es por eso por lo que está buscando una parte fiable para actuar como guardia, carcelero y superintendente de los mínimos medios de subsistencia. Esa parte será llamada gobierno y la prisión servirá para supervisar lo que se denominará estado. Pero, con acuerdo o sin acuerdo, Israel está determinado a crear esos ghettos largándose a continuación. Algunos políticos palestinos están intentando sacar partido de este dilema y declaran que esperan cambiar los planes israelíes entrando en negociaciones para alcanzar un acuerdo con Israel. Mejor algo que nada, dicen. Mejor regatear para conseguir el mejor acuerdo posible que dejar que Israel imponga unilateralmente una solución. Esta actitud no llevará a una situación mejor; es más, es una receta para la derrota porque deja en manos de Israel, en última instancia, el control de la política interna palestina, tan vulnerable ante la volátil dinámica generada por la pobreza.

Ponerse en contra del gobierno palestino alegando que deberían hacerse concesiones, como la de reconocer a Israel a cambio de comida, es una vía peligrosa. Europa ha prometido levantar el bloqueo si esas concesiones se producen pronto, pero no han tratado de asegurar concesiones recíprocas por parte de Israel. Hacer recriminaciones al gobierno palestino, en vez de mantenerse junto a él en un frente unificado contra el bloqueo, equivale a levantar bandera blanca. Defender que los palestinos tienen que alcanzar un acuerdo con Israel antes de que éste siga impetuosamente con sus propios planes, supone capitular ante estos planes.

Esto sitúa la disputa palestinos contra palestinos en un punto completamente diferente. El juego ahora estriba en que quienquiera mostrar que puede firmar un acuerdo con Israel, o conseguir que Israel negocie, debe eliminar los obstáculos del camino, i.e. el gobierno palestino popularmente elegido. Esta posición entra en contradicción con todo el fundamento de las elecciones democráticas y el principio de soberanía y el de autonomía en la toma de decisiones. Pero eso es de lo que trata precisamente la creciente campaña alrededor del referéndum a partir del denominado documento de los presos, un intento de llevarse los «beneficios» del bloqueo internacional contra el pueblo palestino presentando un partido cualificado para negociar con Israel, una vez que todos los elementos encontrados en el camino -desde Arafat hasta el gobierno elegido- hayan sido eliminados. Obviamente, ese partido estará preparado para ser flexible, es decir, para aceptar las condiciones israelíes.

El documento de los presos es un excelente esfuerzo conceptual y deberían tenerse en cuenta sus fundamentos. Sin embargo, la asamblea de detenidos políticos que lo elaboró, importante como es, no puede sustituir a las organizaciones e instituciones políticas. ¿De qué sirven todas esas organizaciones políticas comprometidas en un diálogo si no se les concede ningún derecho para modificar ese documento? Los individuos que están tratando dicho documento como si fuera de su propiedad privada no están interesados en él como una contribución al debate político sino como una herramienta para conseguir sus propios planes. No lo consideran precisamente un documento sagrado. Al contrario, lo han reducido a un arma a blandir contra los adversarios políticos en casa, en lugar de abordarlo cómo una base posible para una agenda contra el enemigo real, que era presumiblemente el objetivo perseguido por quienes elaboraron el documento. Por esta razón están ahora divididos los palestinos. Pero están divididos sobre la consideración del referéndum como estratagema política, no sobre el documento mismo.

Si quienes presionan para que se celebre un referéndum apoyaran la sustancia del documento, seguramente estarían de acuerdo, si alguno de los participantes en el diálogo así se lo pidiera, en renunciar al acuerdo de Ginebra ya que éste entra en conflicto con el documento de los presos acerca del derecho al retorno. También podrían considerar la renuncia a la Hoja de Ruta, o al menos a albergar diversas reservas contra ella, en tanto que la Hoja de Ruta insiste en que la AP tiene que desmantelar la infraestructura del «terrorismo». Es más, dudo que estuvieran dispuestos a hacerlo. La consistencia no es algo que les interese. Y menos aún les preocupan los principios contenidos en el documento de los presos, principios que ya han puesto en peligro. Lo que les importa es conseguir que Hamas también se comprometa a conformarse con el documento reconociendo a Israel a cambio de nada y admitiendo su legitimidad internacional.

Pero la legitimidad internacional, ciertamente de la forma en que está siendo explicitada, es un concepto muy nebuloso. Por ejemplo, parece cubrir cada decisión que toma el Cuarteto. Por otro lado, el derecho internacional tiene un fundamento concreto. Todas las partes palestinas tendrían derecho a insistir en que se respete el derecho internacional y pedir el cumplimiento de la resolución 194 de Naciones Unidas, que establece el derecho al retorno de los palestinos, el fallo del Tribunal Internacional de Justicia sobre el muro de separación y otras innumerables resoluciones de Naciones Unidas que apoyan los derechos de los palestinos.

Cualquier participante en el diálogo inter-palestino que sea sincero en su deseo de formular una estrategia común debería utilizar argumentos racionales para persuadir a los otros participantes de su punto de vista, y oponerse a utilizar el bloqueo como pretexto para hacerle tragar sus opiniones a los otros. Una estrategia común es un medio para promover el bienestar común mediante la unidad lograda alrededor de una serie de principios consensuados. A esa estrategia no puede llegarse o sustentarse mediante coacción. El propio concepto de gobierno de unidad nacional impone no sólo un techo en la libertad de acción de sus miembros constituyentes sino un suelo por debajo del cual no deberían hundirse.

En las circunstancias actuales, Hamas no puede dirigir un gobierno sin un programa. Pero este programa no puede basarse en una ficción. Fatah no debería tratar de obligar a Hamas a adherirse a los acuerdos de Oslo como si estuvieran en vigor. Hace tiempo que las cartas de garantía de Bush a Sharon y el plan de desenganche unilateral de Sharon anularon Oslo. Todo lo que queda de Oslo es la Autoridad Palestina, y esta Autoridad envió su propio pasado a la historia tan pronto como Hamas decidió tomar parte en las elecciones legislativas.

En cuanto a Hamas, nada le obliga a reconocer retroactivamente ese pasado. Hamas tiene todo el derecho a rechazar Oslo y su lógica. Pero Hamas no tiene derecho a dirigir la Autoridad Palestina sin una plataforma política que promueva la unidad nacional. Hamas no ganó las elecciones legislativas de manera tan abrumadora como para ignorar a todos sus rivales – en términos de reparto de votos ganó quizá el 44% de los mismos. Ni tampoco Fatah, que obtuvo el 43% de los votos, salió tan malparado como para esconderse. Pero las elecciones no se realizaron sobre una base proporcional que arrojara unos resultados por los que uno de los partidos pudiera adueñarse del parlamento y le diera derecho a crear un gobierno -aunque fuera un gobierno de unidad nacional- y elegir un primer ministro.

Si las partes que intervienen en el diálogo pudieran llegar a consensuar una estrategia común, lo que sería factible si son sinceras en su intención de formar un gobierno de unidad nacional, entonces será posible acordar a tal fin una agenda política. Un consenso palestino servirá como base poderosa desde la que moverse en el frente internacional, contra el muro de separación, contra el plan Olmert y contra el bloqueo económico, mientras que en el frente doméstico servirá para mantener la resistencia contra la ocupación según los medios y objetivos acordados.

No creo que el referéndum tenga lugar. Las facciones palestinas tienen sólo dos posibilidades de acción ante ellas: que lleguen a un acuerdo o que lleguen a las manos antes de que se celebre el referéndum. En cualquiera de los casos, no habrá referéndum. Naturalmente, uno confía en que lleguen a un acuerdo. Tienen que llegar a un acuerdo. Toda esta historia alrededor del referéndum no es precisamente un juego en el cual apoyamos a uno de los equipos adversarios mientras luchan para ganar la copa del mundo. Se trata de muy diferentes formas de eliminación y, a la larga, la única copa a alcanzar está llena de veneno.

Texto original en inglés: http://weekly.ahram.org.eg/2006/801/op2.htm

El Cáliz Envenenado