Es increíble leer esta noticia: «Nelson Mandela y su partido político, el Congreso Nacional Africano (ANC), estarán en la lista negra de organizaciones a las que Estados Unidos considera terroristas, hasta que se apruebe un nuevo proyecto de ley, según fuentes del Congreso». No es que traiga el texto publicado diez años atrás. Es de […]
Es increíble leer esta noticia: «Nelson Mandela y su partido político, el Congreso Nacional Africano (ANC), estarán en la lista negra de organizaciones a las que Estados Unidos considera terroristas, hasta que se apruebe un nuevo proyecto de ley, según fuentes del Congreso». No es que traiga el texto publicado diez años atrás. Es de estos primeros días de abril de 2008.
La misma información dice que, aún siendo presidente de Sudáfrica, la Casa Blanca debía emitir una orden especial para que pisara suelo estadounidense. Pero es de una absoluta imbecilidad burocrática que siga en esa lista negra, mientras el Capitolio no apruebe una ley que permita quitarlo de la misma.
Varias cosas nos revela esa noticia. Primera: que la lista negra de la Casa Blanca ya existía antes del atentado contra las Torres Gemelas. Segunda: que el gobierno de Washington, pone en la lista conforme a la conveniencia de cada momento. Tercero: que, integrar la lista negra, es decisión personal y reservada del presidente de turno pero, para tachar un nombre, se requiere una ley.
Todo el poder que se confiere a sí mismo el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica ha alcanzado signos de omnipotencia que, lo mismo se usa para capturar o simplemente asesinar a una persona o invadir un país sin razón alguna o con razones inventadas. Sólo los recientes casos de Granada, Panamá, Afganistán e Irak, ilustran ese poder omnímodo que se atribuyen quienes ocupan la Casa Blanca.
En esa lista, como sabemos por experiencia propia, están el Presidente Evo Morales, el Vicepresidente Álvaro García, varios senadores y diputados nacionales, así como dirigentes sindicales y sociales. Oficialmente y también públicamente, la embajada de ese país, ha sido emplazada a dar a conocer la lista, pero el mutismo al respecto es inalterable.
No se trata de este o aquel presidentes. Son todos por igual, los que comenzaron a organizar ese poder, desde Monroe y cada uno de sus sucesores agregando algo más. Demócratas y republicanos por igual. Violentos y pacíficos, da lo mismo. Una rápida mirada desde Harry S. Truman, quien ordenó el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki hasta Bush Jr., por más de 60años, ni uno solo de los presidentes norteamericanos ha dejado de ejercer ese poder contra todos los países y personas del mundo.
¿Qué acción terrorista perpetró Nelson Mandela, para merecer estar incluido en esa lista? Ser presidente del Congreso Nacional Africano y estar en contra del régimen del apartheid que, ¡cuándo no!, era aliado de Washington. Nada tiene que ver con acciones, ni con razones, sino con la seguridad de Estados Unidos. Por tanto, el hecho de que Mandela es negro y luchó toda su vida contra los blancos del apartheid, fue razón suficiente para declararlo terrorista. Esa misma razón permite que el Ku Klux Klan siga teniendo existencia legal en aquel país y que el asesinato de Martín Luther King, hace 40 años, siga impune.
No hay ni siquiera que preguntar cuáles son los argumentos por los que nuestros gobernantes están en esa lista. Respecto de ellos, ni siquiera se sugiere que podría estudiarse la redacción de un proyecto de ley que los libere de esa maldición.
Por cierto, la cuestión es: ¿cómo es posible que exista ese tipo de listas negras, propias de la Inquisición? Entonces, cualquiera puede darse cuenta que esos signos de primitivismo subsisten en esas listas y en los muros que están levantándose a lo largo de la frontera con México.
Si la Organización de Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos tuvieran, realmente, la misión que señalan sus respectivas declaraciones, no hay duda que los gobiernos de Washington serían condenados por terroristas. Pero no es así. Al contrario, Nelson Mandela es acusado de terrorista y también lo es Evo Morales. Esa es la democracia que se disputan ahora los candidatos demócratas y republicanos. Y tenemos que sufrirlos.