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Carta al rey Gaspar

Fuentes: Rebelión

No muy querido Gaspar: Si bien no simpatizo con reyes de ninguna clase y antes que la corte prefiero la aldea, lo cierto es que este año me he sobresaltado al pensar que a lo mejor eso de la III República va en serio y dentro de poco no quedarán en este país, como dijo […]

No muy querido Gaspar:

Si bien no simpatizo con reyes de ninguna clase y antes que la corte prefiero la aldea, lo cierto es que este año me he sobresaltado al pensar que a lo mejor eso de la III República va en serio y dentro de poco no quedarán en este país, como dijo una vez Palmiro Togliatti, más reyes que los de la baraja. Aunque lo deseo, no sé si estoy preparado para eso, porque son muchos años de hojear «Hola» y «Lecturas» en salas de espera diversas y se me hace difícil imaginar un mundo sin testas coronadas (no sólo de cuernos), sin yates bribones con patrones ídem y sin ejércitos de escoltas en los remontes de Baqueira-Beret.

Antes de que eso ocurra y rueden todas las coronas (con o sin cabezas dentro), quiero darme una última oportunidad de entrar en contacto con la realeza. Y como parece que el rey al que presuntamente votamos al votar la Constitución (tanto a él como a su descendencia, por los siglos de los siglos), ese rey, digo, no puede hacer casi nada por iniciativa propia (aparte de mandar callar de vez en cuando), unido eso al hecho de que cada año por estas fechas aparece a las puertas de muchos comercios un trío de reyes de guardarropía diz que venidos de Oriente y que uno de ellos responde al mismo nombre que usted, me animo a escribirle esta carta para pedirle un par de cosillas que por mi buen comportamiento considero humildemente que merezco.

La primera es que deje de repartir carbón a todos los que no le votaron en ese plebiscito que se montó usted hace poco para perpetuarse en el trono. Comprendo que, siendo usted asturiano, tenga un interés especial en salvar la minería del carbón. Pero piense que es una sustancia muy negra y que tizna mucho, especialmente a quien, como usted, no para de repartirla a diestro y siniestro (sobre todo esto último). De modo que, al paso que va, no habrá quien le distinga de su colega Baltasar, de lo negro que se va a poner.

La segunda es que siga, como manda la tradición, la estrella que viene de Oriente. No sé si se ha fijado bien, pero la que está siguiendo ahora viene claramente de Oczidente (con zeta de Zapatero). Si sigue votando a favor de presupuestos neoliberales, leyes que privatizan la educación, proyectos de recuperación de la memoria que consagran el olvido y cánones digitales, por muchos gestos «progres» que haga en materias secundarias, descubrirá el día menos pensado que ha caído de las cumbres del Olimpo a las ciénagas de Ferraz (incluso es posible que algunos pajes de su séquito acaben yéndose a Génova).

Todo esto que pido no es para mí solo. Es para mucha gente que allá por 1986, cuando el señor X nos metió definitivamente en la OTAN después de una campaña de intoxicación sin precedentes, decidimos no claudicar ante la derrota y, sin creer en dioses, reyes ni tribunos, emprendimos el esfuerzo de poner en pie una izquierda con dos erres: racional y radical. Parece que usted cree que la primera erre es incompatible con la segunda. Es su problema, no el nuestro. Si ha decidido que su comitiva, en lugar de proseguir la dura marcha, se quede en el ameno oasis de la izquierda conformista, allá usted. Pero por favor, devuélvanos los camellos, que a nosotros no nos asusta la travesía del desierto.

* Miguel Candel es profesor de la Universidad de Barcelona