Es uno de los neologismos puestos en boga en la última década por los cruzados del capitalismo salvaje. Poco después de que se haya producido una muerte «no deseada» entra en funcionamiento la maquinaria mediática que, si no puede ocultar del todo el crimen, lo reduce a unas pocas líneas. Así, el término propagandístico «daño […]
Es uno de los neologismos puestos en boga en la última década por los cruzados del capitalismo salvaje. Poco después de que se haya producido una muerte «no deseada» entra en funcionamiento la maquinaria mediática que, si no puede ocultar del todo el crimen, lo reduce a unas pocas líneas. Así, el término propagandístico «daño colateral» se convierte en una gigantesca lápida que intenta aplastar y hacer olvidar para siempre la tragedia humana que provoca.
El calendario señalaba el 19 de julio de 2006, en plena ofensiva israelí contra Líbano. Con la excusa de la captura en territorio libanés y por parte de Hizbulah de unos soldados israelíes, el Gobierno de Ehud Olmert desató una campaña militar por tierra, aire y mar para borrar este movimiento islamista del mapa. Para ello, el Ejército más poderoso de la región contó con el apoyo político de los países del Norte, EEUU y la UE, además de las bombas más sofisticadas del Pentágono; entre ellas la bomba de 1.000 libras, la MK-83, dirigida por láser. También para ella el neoliberalismo ha ideado uno nuevo término: «bomba inteligente». Si lo fuera realmente, ese tipo de explosivo sabría cuándo tiene que explotar y cuándo no.
Aquel día, Abo Mohamad Chokr se hallaba en Montreal, Quebec, por asuntos profesionales. Sobre la mesa tenía los documentos para sacar de Líbano a su familia, cuya vivienda fue destruida en los ataques.
No podía dormir. Pasada la medianoche estaba escuchando las noticias. A las 7 de la mañana, hora local libanesa, una bomba MK-83, había matado a toda una familia en el pueblo de Nabysheet, en el valle de la Bekáa. El obús mató a la esposa de Chokr, Khajeda, y a sus cuatro hijos, Mohammad, Bilal, Talal y Yassin.
En un hotel céntrico de Beirut, Abo Mohamad Chokr cuenta, con su voz suave y tranquila, la eliminación de toda su familia por una bomba «made in USA» lanzada por un caza israelí sobre su hogar. Saca su móvil. «Me mandaron este vídeo hace poco. Es la agonía de mi hijo mayor». En la pequeña pantalla se ve a una persona gravemente herida y el espectador agradece la baja calidad técnica de la grabación para no tener que darse cuenta de más detalles. Se escucha, repetido, un lamento: ¡»Dios, Padre!», traduce Chokr.
Familia y amigos le aconsejan que siga viviendo su vida, que se case de nuevo. Él no puede. Su objetivo es otro. «Algún día veré a Bush en un lugar como Guantánamo», sostiene, decidido.
Bush es uno, porque Chokr quiere ver a todos los criminales de guerra en la cárcel: Olmert, Tony Blair… Mira de nuevo el vídeo de su hijo. «¿Cómo puedo parar viendo eso?».
A pesar de todo el dolor, Abo Mohamad Chokr sigue siendo una hombre sensato. Sabe que tiene que tener mucha paciencia para ver cumplido su deseo, «pero al pensar en ello me convierto de un hombre de 53 años en un joven de 18 años». El momento de mandar a George W. Bush a la cárcel aún no ha llegado, pero el régimen sionista ya ha perpetrado otra agresión, esta vez contra Gaza. «Ahí ha pasado lo mismo que en Líbano».
Las víctimas de «daños colaterales» han encontrado su defensor y sus autores, a un hombre que les recuerda su responsabilidad: política, legal y moral.
Es uno de los neologismos en boga en la última década. El eufemismo evoca la imagen de como la bola blanca del billar se choca contra otras, sin quererlo, en vez de hundir la proyectada en la profundidad de uno de los seis agujeros negros. En la vida real, los cruzados del capitalismo salvaje denominan «daños colaterales» a los muertos que no han querido asesinar pero que si lo han hecho porque no han dado a aquellas personas que habían condenado a muerte sin juicio previo. Poco después de que se haya producido una muerte «no deseada» entra en funcionamiento la máquina mediática que, si no logra tapar del todo el crimen, lo reduce a una noticia de pocas líneas. Por lo general pasa por desapercibido para la opinión pública de los países del Norte que no que quieren ser recordados que sus ejércitos o sus aliados están matando inocentes en otros lugares del planeta. Los muertos y sus familias apenas encuentran voz en los estados que podrían ser considerados como autores materiales o que de alguna otra forma ayudaron a cometer el delito. Por lo tanto el término propagandístico «daño colateral» se convierte en una gigantesca lápida que intenta aplastar y hacer olvidar para siempre la tragedia humana que una bomba «inteligente» u otro arma letal, disparada por otros hombres, haya producido.
Abo Mohamad Chokr, de 53 años, es un hombre alto y fuerte. Su fuerza física exterior tiene un equivalente interior que se hace escuchar por una voz suave pero decidida. Chokr es ciudadano libanés. Ha decidido trabajar el resto de su vida para que nadie pueda poner sobre la tumba de sus seres queridos la losa que llevan pinceladas las palabras «daños colaterales». A lo contrario.
El calendario marcaba el 19 de julio de 2006 y uno de los temas principales en los medios de comunicación fue la guerra que Israel había desatado contra el estado vecino de Libano. Como pretexto para la planeada agresión sirvió al gobierno sionista de Ehud Olmert la detención de unos soldados israelíes por el Hezbolá en territorio libanés. El ejecutivo de Tel Aviv desató una campaña militar por tierra, aire y mar para borrar este movimiento del islam político del mapa. Para ello el ejército más poderoso de la zona contó con el apoyo político de los países del Norte, EEUU y la UE, además de las bombas más sofisticadas que el Pentágono le ha querido facilitar a su principal aliado, el estado sionista. Entre ellas la bomba de 1000 libras, la MK-83, dirigida por láser. También para ella el neoliberalismo ha parido uno nuevo término: «bomba inteligente». Si lo fuera realmente, ese tipo de explosivo sabría cuando tiene que explotar y cuando no.
Aquel 19 de julio de 2006, Abo Mohamad Chokr se hallaba en Montreal, Canadá, por asuntos profesionales. Sobre la mesa tenía los documentos para sacar a su familia de Líbano, cuya infraestructura fue sistemáticamente destruida por las autodenominadas Fuerzas de Defensa Israelíes. El padre de familia no podía dormir. Pasada medianoche estaba escuchando las noticias que decían que a las 7 de la mañana, hora local libanesa, una bomba MK-83, había matado toda una familia en el pueblo de Nabysheet, situado en el valle de Bekaa. El obus mató a la esposa de Chokr, Khajeda y a los cuatro hijos Mohammad, Bilal, Talal y Yassin.
En hotel céntrico de Beirut, Abo Mohamad Chokr cuenta, con su voz suave y tranquila, la eliminación de toda su familia por una bomba «made in USA» y lanzada por un caza israelí sobre su hogar. Y como si tuviera que demostrar al periodista europeo que su esposa y los hijos forman parte de las 1400 víctimas mortales de aquella agresión israelí, aparte de los 4500 heridos, saca su móvil. «Me mandaron este vídeo hace poco», dice y añade: «Es la agonía de mi hijo mayor». En la pequeña pantalla se ve a una persona gravemente herida y el espectador agradece la baja calidad técnica de la grabación para no tener que darse cuenta de más detalles. Por los altavoces del móvil se escucha al mortalmente herido hablando en árabe. ««Díos y padre, díos y padre» es lo que está diciendo repetidas veces mi hijo», traduce Chokr.
La familia y los amigos le aconsejaron al viudo y padre sin hijos que siga viviendo su vida, que se case de nuevo. El no puede. Su objetivo es otro. «En mi vida voy a ver a Bush algún día en un lugar como Guantánamo», dice con su voz suave, pero decididamente.
Bush es una variable porque Chokr, quiere ver a todos los criminales de guerra en la cárcel: Olmert, Tony Blair… El padre mira de nuevo el vídeo de su hijo y pregunta: «¿Cómo puedo parar viendo eso?»
A pesar de todo el dolor Abo Mohamad Chokr sigue siendo una hombre sensato. Sabe que tiene que tener mucho aguante para ver realizado su deseo, «pero pensar en ello me convierto de un hombre de 53 años en un joven de 18 años». El momento de mandar George W. Bush a la cárcel aún no ha llegado, pero el régimen sionista ya ha perpetrado otra agresión, esta vez contra Gaza. «Ahí está pasando lo mismo que en Líbano» subraya y concluye: «por eso estoy decidido ir a Gaza para ayudar». Las víctimas de los «daños colaterales» han encontrado su defensor, y los autores de los mismos a un hombre que les recuerda sus responsabilidades política, legal y moral.
http://www.gara.net/paperezkoa/20090413/131896/es/Chokr-voz-que-clama–contra-danos-colaterales