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¿Cinco claves para la reconstrucción?

Fuentes: Rebelión

Articulo revisado y ampliado por el autor -Abril 2008-

1.- Con base en la existencia social, determinada en lo fundamental por el lugar que se ocupa en el sistema de producción, se edifica un complejo entramado de sentimientos, aspiraciones, psicología colectiva …Es por medio de la ideología como esos sentimientos diferenciados de las clases y grupos sociales adquieren significado. La ideología, manifestación racionalizada de intereses de clase, se convierte en fuerza material cuando se expresa políticamente y prende en su base social, y esa es la función histórica del partido de clase, sin ello el partido pierde su condición de necesidad y la propia razón de su existencia.

Los sentimientos y aspiraciones inherentes a las clases y grupos sociales, operan con o sin partido, pero es por mediación de este, por la política, como superan la espontaneidad y se elevan a opción de poder. La suerte de ideología y partido está en última instancia ligada a la de la propia clase, declinan o se vigorizan al compás del papel que le corresponda a la clase en el sistema de producción. Pero no solo dependen de ello, está la intervención de los factores subjetivos de la historia.

La historia social -la de la lucha de clases- no discurre como cursan los cambios en la naturaleza. El ser humano es objeto y sujeto, no actúa mecánicamente, representa las cosas en su cerebro y en esa operación se entrecruzan y reflejan componentes socio-culturales de variada índole, singularmente el llamado sentido común que, sin perjuicio de la parte de verdad que comprenda, es, por definición, conservador, conformado, a fuego lento, por los valores de la sociedad de clases. Por todo eso el enfrentamiento ideológico es una parte decisiva en la conquista de la hegemonía clasista.

Este aspecto de la lucha de clases, ni se improvisa ni se libra por instinto. O se organiza o no se da, y si no se da lo que abandona la concepción de una clase lo ocupa la de otra. En la representación de las cosas y de la relación entre ellas no hay vacíos.

De la percepción del mundo exterior, de la realidad social, y de su asimilación intelectual, solo se libran los lisiados mentales. Para falsas representaciones la clase dominante cuenta -aún sin proponérselo- con la inestimable ayuda de una herencia jurídico-cultural que oprime como una losa la conciencia de las generaciones vivas; y con el poder espiritual que le permite su poder material. Por eso la ideología dominante es, en definitiva, la ideología de la clase dominante.

El Partido Comunista ha abandonado, desde hace decenios, esa dimensión de la lucha de clases. Desde luego que no ha sido por indolencia o torpeza, ni por incapacidad, por mucho que de esto también pudiera haber, sino por la deserción de parte sustancial de sus principales dirigentes y de un considerable numero de sus cuadros medios. Un buen criterio para hacer este juicio, para comprender lo que latía en el pasado inmediato tras aquella dejación, es observar donde se encuentran ahora aquellos dirigentes. El presente siempre ayuda a comprender lo que en el pasado permanecía encubierto, y su lógica interna.

2.- El proceso de producción, como se sabe, es el básico y vital de la sociedad. De suyo entonces que las relaciones de trabajo constituyen el vínculo que define y diseña a la propia sociedad, y el antagonismo de clase que ahí reside se convierte en lo decisivo para la movilización y transformación social. El marxismo y el partido marxista son fruto histórico de esa contradicción.

Cuando el partido hace dejación del específico interés de clase, de las contraposiciones inmediatamente ligadas a la contradicción fundamental, como eje central de su actividad, su declive se hará inevitable, será más rápido o más lento en función de factores coyunturales, pero ha perdido su norte y queda a remolque de los acontecimientos.

La posibilidad de sobrevivir implicándose en contraposiciones secundarias, asumiendo los intereses de grupos sociales intermedios o subordinados, o valores éticos, no deducidos de las leyes del desarrollo social y la lucha de clases, dependerá de que estos espacios estén abiertos, de que carezcan de expresiones políticas propias, o de que no se sientan representados por otras formaciones. En el mejor de los casos el partido quedará situado sobre un terreno frágil, sobre bases sociales vacilantes por su condición social, un terreno difícil de consolidar y fácilmente disputable.

El Partido Comunista de España, tras un largo proceso de contaminación ideológica, fue abandonando en sus concepciones y en su política, unas veces de forma expresa y otras por la vía de los hechos, la prioridad clasista que lo justificaba históricamente. La preferencia clasista en lo ideológico, en lo político y en lo reivindicativo, cedía ante planteamientos radical-democráticos. Uno tras otro con mayor o menor facilidad le fueron siendo arrebatados por la socialdemocracia, no en vano están y estaban distanciados del núcleo irreconciliable de la contradicción.

La democracia radical se expresa en un campo de derechos civiles y culturales que, en lo sustancial, por importantes que resulten, por progresivos que sean, por mucho que incomoden y obliguen a la clase dominante a virajes que le son dolorosos para preservar su hegemonía, son asimilables por esta.

La renuncia a la actuación como partido independiente ha conducido a la clase obrera a recular y situarse al filo de un simple factor de producción y con ello el propio partido ha retrocedido hasta las proximidades de la marginalidad, casi a contentarse con la grandeza de sus referencias históricas.

3.- El marxismo es la filosofía de la contradicción, del movimiento, de la negación de la negación, de la praxis como criterio de verdad. No se puede construir un partido marxista con una concepción orgánica que obstaculice o impida su adaptación a una realidad en permanente cambio.

La deformación verticalista de la concepción del partido que se fue imponiendo en el movimiento comunista desde la década de los años treinta, facilitó, de manera decisiva, la consolidación de una casta burocrática que, desde dentro, asestó el golpe más demoledor sufrido por el movimiento obrero en su historia. Lo peor de de aquella derrota es, sin duda, que de ella quedó una clase desconfiada de si misma, sin opción propia frente al capitalismo. Costará mucho remontar esa consecuencia.

La burocracia como problema, en el estado, en el partido y en todas las manifestaciones orgánicas del movimiento obrero, ocupó la atención de lo mejor del pensamiento marxista hasta aquellos años treinta. El abandono, hasta ignorarla, de esta cuestión -salvo aisladas excepciones- fue signo inequívoco de que el problema era una realidad social de la que se escindía y escapaba un grupo social parasitario -la casta burocrática- con posiciones reinantes en el tejido político-administrativo.

En los años ochenta la burocracia había agotado la fase de acumulación de privilegios, el paso siguiente y necesario de la lógica interna de aquella degeneración era transformarse en clase dominante con la liquidación total de la propiedad social, en sus expresiones económico-estructurales y en las político- ideológicas.

Negar que fueran factores internos, singularmente ligados a la concepción del partido y a la relación dialéctica partido-masas, los determinantes de la catástrofe, es negar incluso el nombre y apellidos de sus inspiradores y ejecutores, de dejarlo todo en el misterio de los accidentes inexplicables y, huelga decirlo, condenar a la esterilidad cualquier tentativa de reconstrucción.

La concepción leninista del centralismo democrático no comportó nunca, ni en la elaboración teórica, ni en la vida partidaria de los bolcheviques, la negación de corrientes y tendencias, ni tampoco la aceptación resignada de estas como una especie de mal menor. Por el contrario, la convivencia de corrientes y tendencias es una natural manifestación de la diferenciación interna de la clase, de la realidad cambiante, de la compleja elaboración ideológico-política … y, justamente por eso, una condición para unificar a la clase, para evitar la antagonización de contradicciones no irreconciliables, y para poner al partido en sintonía con la sociedad donde actúa.

Si la democracia interna fue siempre una necesidad para el partido, cuanto mas ahora, que una realidad hostil, determinada básicamente por factores internos al propio movimiento, ha puesto todo patas arriba amenazando de cerca con la liquidación total. La nueva situación, las certidumbres caídas y no reemplazadas, exige no ya asumir, sino promover, la más amplia y libre confrontación de opiniones.

En España la incapacidad, y sobre todo la falta de voluntad, para reconducir la realidad partidaria sobre las bases del centralismo democrático, ha alcanzado límites extremos. Al punto es así que la mayoría de los comunistas se encuentran al margen del partido; es mas, inconfesables intereses ligados al dominio del aparato han hecho lo imposible para que las cosas ocurrieran de esa manera -ahora hablar de intereses por el dominio del aparato parece una broma, como el aparato mismo, pero no ha sido así hasta el pasado mas reciente-.

Tras lo que ha sucedido, mantener concepciones del partido, que son la peor herencia del movimiento comunista y causa decisiva de la mas dura derrota, puede resultar hasta cómico si no fuera porque el derrumbe de lo que ya está en la frontera de la secta, puede arrastrar al abismo al único instrumento que ha creado la historia para hacer de la clase obrera una clase para si : el pensamiento marxista y el partido que lo convierte en fuerza material.

4.- La cuestión principal -y natural- para las clases en lucha es la cuestión del poder político. La estructura interna del partido de clase tendrá que ser la adecuada para atender aquella exigencia objetiva y para acumular fuerzas en función de ella.

El ascendiente del partido depende, sobra decirlo, de su acierto y efectividad en el desarrollo de la confrontación clasista en esas tres esferas de la lucha de clases – la ideológica, la política y la económico reivindicativa-, de su presencia en las manifestaciones de la contradicción y, sobre todo, de que la clase en general y la clase organizada en particular, lo identifiquen como organizador y vanguardia de la solución.

La acumulación de fuerzas del partido de la clase obrera requiere que se estructure para poder actuar, cotidianamente allí donde se expresa, en primer termino, la contradicción capital trabajo, en el proceso de producción. Es por eso, que la organización de los comunistas tiene que adquirir un carácter preferentemente sectorial empezando por la empresa y ramas de la actividad productiva y del trabajo asalariado. La organización territorial vendrá dada, en lo esencial, por la necesidad de dotar de unidad político-orgánica al conjunto de la actividad sectorial, para elevar lo parcial a lo general y por el propio marco espacial de distribución del poder político.

Si el partido comunista elimina la organización sectorial y la sustituye por la territorial, ello es manifestación tácita de la renuncia a la centralidad de la contradicción capital trabajo y, precisamente por ello, queda invalido para poder operar en esa esfera. Así, el partido pierde la fuente decisiva para su fuerza y para su identidad como partido de clase.

Posiblemente una de las iniciativas que de manera mas inmediata manifestó efectos liquidadores y de desarraigo en la relación partido-clase, en el partido comunista de España, fue aquella suplantación de la estructura celular -sectorial- por la territorial -agrupaciones-. De hecho, para el partido, la conciencia social dejó de entenderse como fruto principal del lugar que se ocupa en el proceso productivo para comprenderse como deducida del lugar de residencia. Semejante concepción condujo, a velocidad de vértigo, a desbaratar su organización de base, a que se diluyera el criterio de partido en los enfrentamientos clasistas. El partido en el devenir diario de la lucha reivindicativa de la clase quedó a expensas de lo que hicieran otros, limitado a una fuerza circunstancial de apoyo a los sindicatos. Y eso en el mejor de los casos.

La experiencia dijo, en poco tiempo, que las agrupaciones eran una forma de organización que flotaba en el vacío, inoperante, una suerte de club; una estructura ineficiente incluso a efectos electorales. La posición del partido ni se elaboraba ni se trasladaba a los centros nerviosos de la contradicción, sino al vecino. Esta estructura era coherente con la transformación de un partido, concebido históricamente para organizar y dirigir la lucha, en una especie de partido de opinión. La formula novedosa quebró la tensión combativa de la base, impidió que esta se concretara y terminó con liquidar, por inanición, a las propias agrupaciones.

Aquella iniciativa de liquidación orgánica fue parte integrante, capital, de un lavado de antagonismo que durante la transición, y después de ella, se practico en todos los ámbitos de la actividad partidaria. Se venía a decir que el antagonismo no está en la realidad del sistema de producción, sino en la subjetividad comunista, en una inercia que había que superar. Donde desde luego si que no estaba la idea básica del antagonismo entre los intereses capitales de las clases. era en el pensamiento de unos dirigentes obsesionados por ganar respetabilidad burguesa y entroncarse, como flanco izquierdo, en el sistema. Al final la medicina acabo con el enfermo y con los propios curanderos.

5.- Sin perjuicio de su común interés estratégico, la clase obrera no es homogénea, está diferenciada con cada vez mas significativos cambios, tanto de orden estructural como cuantitativos. Es sobresaliente el desplazamiento del sector industrial al de servicios; franjas importantes de las llamadas profesiones liberales se le aproximan por la vía de su asalarización, igual fenómeno se advierte en círculos amplios de los llamados «autónomos» -con status ficticiamente deslaboralizado- ; fracciones importantes de la clase arrastran una existencia de precariedad y rotación profesional que les desarraiga y configura con rasgos de subgrupo social …la diferenciación interna de la clase da lugar , se comprende, a desiguales niveles de conciencia, y a diversas derivaciones ideológicas y predisposiciones políticas.

Al tiempo conviven cerca de la clase capas intermedias y grupos civilmente discriminados…y toda una acumulación de conflictos que si bien tienen, en última instancia, su origen en la contradicción central del sistema, se manifiestan con gran autonomía política y con concepciones especificas distanciadas estratégicamente de la aspiración socialista, a menudo sin tan siquiera esa aspiración por su naturaleza no antagónica con el sistema, pero susceptibles de confluir en la lucha por transformaciones democráticas.

En las alianzas cobra todo su sentido la política como un arte y como una ciencia, se pone a prueba la capacidad estratégica del partido de la clase, y hasta el temple y aptitud subjetiva de sus dirigentes.

La disolución del partido de la clase en la forma que adquiera la política de alianzas conduce, a la postre, al debilitamiento de la fuerza de atracción de la clase, a que se diluya su identidad, y con ello a la perdida de soporte de las propias alianzas. A la vez, considerar a los aliados de cada momento como apéndices del partido, como una suerte de «invitados», determina en breve plazo la disolución de la alianza, el aislamiento político-social del partido y al tiempo, también, la huida de la propia clase a ámbitos políticos que ofrezcan mayor arropamiento.

En la desgraciada experiencia de Izquierda Unida se conjuraron, con efectos devastadores, las tendencias liquidadoras de la corriente comunista -con su letal perdida de identidad- y las que de hecho limitaban la propuesta unitaria a una proclamación formal divorciada de una practica que, en modo alguno buscaba la unidad, que no la deseaba y que, en todo caso, hacia imposible la convivencia con cualquier potencial aliado.

La práctica ha resultado ser de una elocuencia inapelable. Resulta en extremo difícil de comprender, al margen de la mortal combinación entre la mezquindad sectaria y las tendencias liquidadoras, tanto la incapacidad de IU para atraerse a un basto campo de

tendencias situadas a la izquierda de la socialdemocracia, incluyendo a buena parte de los comunistas y del movimiento obrero organizado, como las tentativas de desplazar hasta la total marginación al propio partido comunista.

La particularidad es que una y otra deformación tienen la misma residencia en el seno de un partido comunista paralizado al limite por una tensión interna que empeora con cada paso que de.

La reconstrucción de la izquierda comunista, ha dejado de ser cuestión del PC, sencillamente porque no puede. Es problema que han de resolver los militantes del PC y los comunistas de este país. El proceso de reconstrucción o se desenvuelve y se impone desde fuera de ese circulo enfermo hasta el tuétano, o no habrá proceso. Entonces solo queda la agonía.