Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Durante los últimos 60 años, todos los que han buscado una solución auténticamente pacífica y justa para Israel y Palestina, se han enfrentado al mismo obstáculo: el sentimiento de invencibilidad de Israel y su arrogancia militar, propiciadas por el apoyo inquebrantable de los gobiernos occidentales y de EEUU.
A pesar de los recientes reveses en el campo militar, el gobierno israelí todavía tiene que despertar a la realidad de que, sencillamente, Israel no es invencible. La noria de la historia, que ha conocido el auge y la caída de algunas grandes potencias, no va a detenerse. La experiencia también ha demostrado repetidamente que ni las armas nucleares de Israel ni los miles de millones anuales que financia Washington pueden comprar la «seguridad» del Estado hebreo.
Aunque Israel puede celebrar cualquier versión sesgada de la historia si lo desea, todavía no puede derrotar a un pueblo, gente corriente armada con su voluntad de sobrevivir y reclamar lo que legítimamente es suyo. El mismo problema al que se enfrentó Estados Unidos en Vietnam, Francia en Argelia e Italia en Libia. El pueblo palestino no se va a evaporar. Los intentos de minar la unidad palestina, instigar la violencia civil y acicalar y presentar caracteres sospechosos como «representativos» de los palestinos, han fracasado en el pasado y van a seguir fracasando.
Aparentar, y tratarlo de este modo, que el conflicto es algo inventado y sostenido por la avaricia árabe y el terrorismo palestino, ha ayudado a Israel a ganar simpatías, al tiempo que, simultáneamente, ha ocultado lo que debería presentarse como un urgente ejemplo de injusticia basada en el colonialismo y la limpieza étnica.
Aún más: describir la mera existencia de los palestinos como una «amenaza», un «problema y una «bomba demográfica» es inhumano y verdaderamente una forma de racismo con todas las le la ley. A lo largo de sus 60 años de existencia, los sucesivos gobiernos israelíes han tratado a los palestinos -los habitantes nativos de la Palestina histórica- como indeseables y por tanto despreciables habitantes de una tierra que se les prometió sólo a los judíos por algún poder divino hace miles de años.
Este arcaico concepto se las ha arreglado para definir la corriente principal de la política en Israel y cada vez más en EEUU, permitiendo a las doctrinas religiosas discriminar y reprimir brutalmente a los palestinos, tanto a los ciudadanos de Israel como a los residentes de los territorios ocupados.
Huelga decir que ni un muro de acero figurado, como el propuesto por Vladimir Jabotinsky en 1923, ni la sólida estructura actual que se está construyendo en Cisjordania, pueden separar eficazmente a Israel de su «problema», los palestinos. Un área que apenas tiene el tamaño del estado estadounidense de Vermont, no puede sostener un complejo modelo semejante -un país que está incondicionalmente abierto a todos los judíos que quieran inmigrar y una población oprimida a la que se enjaula entre muros, verjas y cientos de puestos de control militar-, sin invitar a la perpetuación del conflicto.
Lo que Israel ha creado en Palestina desmiente su propia afirmación de que su último deseo es paz con seguridad. Mientras que la ocupada Jerusalén Este está totalmente anexionada por un diktat gubernamental israelí, el 40 por ciento del total de la extensión de Cisjordania se usa exclusivamente para el servicio de los ilegales colonos judíos y los militares israelíes. ¿Cómo se puede tomar en serio la afirmación de Israel de que quiere vivir en paz, mientras continúa invadiendo las vidas, confiscando la tierra y usurpando el agua de los palestinos?
Cuando Israel invadió Jerusalén Este, Cisjordania y la Franja de Gaza en 1967, los ciudadanos judíos celebraron el «retorno» a la Samaria y Judea bíblicas y la reunificación de Jerusalén. Aproximadamente otros 300.000 palestinos fueron barridos étnicamente, añadiéndose a los muchos otros que expulsaron de la Palestina histórica en 1948.
Así, la mayoría de los palestinos han quedado como rehenes en un limbo israelí inventado que sugiere que ni son ciudadanos de Israel, ni de su propio estado, ni merecen los derechos de una población civil ocupada, según la Convención de Ginebra.
Pese a ello, la insistencia de Israel por emplear «soluciones» militares en su trato con los palestinos, siempre ha sido contraproducente. Los palestinos, desde luego, se ha rebelado y los han reprimido, lo que sólo ha conseguido empeorar la contienda y aumentar el nivel de violencia
La aceptación de la existencia de Israel por la OLP y la resolución 242 de la ONU como un primer paso hacia la solución de los dos estados fue tanto ridiculizada como rechazada por el gobierno israelí, que sigue disponiendo sus propias ineficaces, y últimamente destructivas, soluciones.
A través de los años, Israel trasladó su fuerza militar para erigir más asentamientos y transferir población suya a los territorios palestinos ocupados. Incluso tras los Acuerdos de Oslo de septiembre de 1993, la construcción de asentamientos no se detuvo, al contrario, se aceleró. Tras las recientes conversaciones de Annapolis en noviembre de 2007, Israel continúa concediendo permisos para construir más viviendas en asentamientos ilegales con el pretexto del «crecimiento natural».
Pero esto puede haber llegado demasiado lejos, quedándose ellos mismos y los palestinos con pocas opciones.
En una entrevista al periódico Haaretz, del 29 de noviembre del 2007, el Primer Ministro israelí, Ehud Olmert, advertía que sin un acuerdo para dos estados, Israel se enfrentaría a una «lucha al estilo sudafricano por la igualdad de voto» en cuyo caso «Israel se habría acabado». Es irónico que los líderes israelíes estén ahora abogando por la misma solución que rechazaron con vehemencia en el pasado. No obstante, la versión israelí del acuerdo de los dos estados apenas recoge las mínimas expectativas de los palestinos.
Sin Jerusalén, sin el derecho de retorno para los refugiados como quedó consagrado en la Resolución 194 de la ONU, y con una Cisjordania tomada por unos 216 asentamientos y seccionada por un muro gigantesco, preguntar a los palestinos si aceptarían una versión israelí de la solución de los dos estados es preguntarles por su eterno encarcelamiento, subyugación y derrota; lo que llevan rechazando generación tras generación.
Si Israel está verdaderamente interesado en una resolución pacífica de este sangriento conflicto, que esté basada en derechos humanos y legales iguales, en la justicia, la seguridad y una paz duradera, entonces tendrá que añadir una nueva palabra a su léxico: coexistencia. Judíos y árabes coexistieron pacíficamente antes de que emergiera el sionismo y son capaces de hacerlo en el futuro. Cualquier otra solución simplemente institucionalizaría el racismo y el apartheid, minaría la democracia y los derechos humanos y además perpetuaría la violencia.
Es la hora de un estado laico y democrático, de dejar de lado el debate académico obsoleto y de establecer un auténtico diálogo entre Palestina e Israel. Este es el rumbo acertado, moral y urgente de la acción que se requiere ahora.
Original en inglés:
Ramzy Baroud (www.ramzybaroud.net) es el creador y editor de PalestineChronicle.com. Sus trabajos se difunden en muchos periódicos y publicaciones del mundo. Su último libro es The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle (Pluto Press, London).
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respet5ar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.