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Sobre la historia de la dolorosa relación entre la izquierda israelí y los judíos orientales

«¿Cómo puede hablar este mono de una ideología que se desarrolló en Europa?»

Fuentes: 972mag

Traducido del ingles para Rebelión por J. M.

«Nosotros somos el progreso y la modernización, la libertad y la igualdad, la ‘paz y el amor’, ¿y qué son ellos?»

Una familia de inmigrantes judíos de Yemen en el Ministerio de Absorción de Inmigrantes, 1948-1949. (Foto: Wikicommons)

La sabiduría popular es que los judíos orientales y la izquierda son como el agua y el aceite y nunca podrán mezclarse. Esto es extraño, porque muchos de los inmigrantes que llegaron a Israel desde los países islámicos en la década de 1950, de Irak y Egipto en particular, eran comunistas. Es decir, los zurdos. Gracias a ellos, dice Sami Michael [prominente escritor israelí de ascendencia iraquí] en la nueva serie documental On the Left (En la izquierda N. de T.) que hizo para el Canal 8, el Partido Comunista de Israel tuvo el apoyo del 20% en algunos Ma’abarot (campos de acogida para los inmigrantes en tránsito), algo notable. Cuando pregunto a Michael que entonces por qué están ausentes de las filas del Partido Comunista (Maki, Partido Comunista de Israel en aquel momento), responde: «Ellos [el Maki] nos consideraban primitivos a los que había que enseñar y educar porque, «¿qué es lo que saben realmente del comunismo’? Lo llamaron «comunismo primitivo», «los trapos del proletariado». «Esta combinación de judíos orientales y comunistas, continúa Michael, nos dejaba a todos los genios fuera de la botella. Desde su punto de vista, esta fue la última insolencia, la corrupción absoluta. ¿Cómo puede hablar este mono de una ideología que se desarrolló en Europa? ¿Cómo se atreve? Esto era el «comunismo de salón».

Ese pudo ser el origen de la grieta. Para los líderes de los movimientos de izquierda israelíes, tanto sionistas como no sionistas, incluyendo al Mapai de Ben-Gurion (Partido de los trabajadores de la Tierra de Israel), al Mapam (Partido Un ido de los Trabajadores) y al Maki, la izquierda, ya -y con razón- que se percibía moderna y revolucionaria era incompatible con la idiosincrasia oriental, que veían primitiva y atrasada. Que aprendan a leer y escribir, a encender la cocina o a usar el baño, se argumentaba, tal como se afirma actualmente contra la comunidad etíope. Sólo entonces se les podrá autorizar a tocar a los «Santos de entre los santos»: Engels y Marx y sus enseñanzas. Por cierto, no se hacía ninguna mención a la construcción de la nación o al poder militar, su enfoque principal fue en la reparación de la situación económica. La cuestión de la justicia social, añade Michael, no existía en el Maki de ese momento.

el Maki, sin embargo, no estaba solo. Desde entonces la mayor parte de los movimientos de izquierda sionistas han considerado a los judíos orientales excedentes, seres innecesarios que carecen de sofisticación y modernidad para aceptar las ideas nobles de la izquierda. ¿Qué tenemos en común con ellos, se preguntaban casi de viva voz, empujando sin cesar a los judíos orientales a los acogedores brazos de la derecha y de los judíos ultraortodoxos, que prácticamente les abrazaron emocionados y los patrocinaron con «operaciones», «programas» o «proyectos» (como el proyecto de rehabilitación de barrios en dificultades o el Programa de Apertura diseñado en «beneficio del pueblo», es decir los judíos orientales, y así sucesivamente). La izquierda israelí siguió diciendo «somos Europa, somos el progreso y la modernización, la libertad y la igualdad, la ‘paz y el amor’, ¿y ellos qué son? Polvo humano, siempre lloriqueando y quejándose, marginándose del colectivo ‘Israel trabajador’ y carentes de una apropiada conciencia sionista. Les costará años, si alguna vez llegan, subir a las alturas embriagadoras de nuestra conciencia socialista ilustrada.

Pero los judíos orientales no entendieron. Interpretaron hasta lo más recios escupitajos como una lluvia benigna. Los padres de Prosper Azran, exalcalde de Kiryat Shmona, a quienes a su llegada transportaron directamente en camiones de lona al confín del mundo y los dejaron allí, hundidos literalmente hasta la cintura en el lodo, aún creían en «Dios y país». «Lo que el Estado necesitaba lo hicimos, dijo Azran. Cuanto más nos excluían más ansiosos estábamos de formar parte de la construcción. Cabe destacar que durante la década de 1950 y hasta la década de 1960, señala, a muchos judíos orientales de la segunda generación nacidos en Israel, les pusieron los nombres de David (por Ben-Gurion) y Herzl (por Benjamin Zeev/Theodore). Tan entusiastas eran los nuevos judíos orientales que no sólo los excluyeron de las ciudades y los llevaron a lejanos asentamientos en desarrollo en las zonas más remotas del país y el desierto, sino que además se convirtieron en israelíes a medias o israelíes condicionados para pertenecer, conectarse o sentirse parte. La mayoría de ellos votaron a favor de Mapai, al que identificaban con el propio Estado. Esto se sumó a la ola de «ashkenzación» (mimetismo con los judíos europeos, N. de T.) que ya había comenzado y significaba un escape a cualquier precio de su idiosincrasia de judíos orientales reescribiendo la biografía de cada uno, cambiando su nombre, trabajando su acento y ocultando su cultura.

Que no haya duda. En los márgenes, en los oscuros cuartos de almacenaje del Nuevo Sionismo, los judíos orientales eran los núcleos de las izquierdas a los que no se ha llamado de izquierda pero se comportaban como tales. Tomemos, por ejemplo, los disturbios de Wadi Salib en 1959, cuando cientos de judíos orientales -nuevos inmigrantes procedentes de Marruecos descargados en hogares palestinos abandonados en Haifa para que hicieran frente a la pobreza y la angustia insufribles- se levantaron y exigieron sus derechos en una serie de fuertes protestas que fueron reprimidas brutalmente por el régimen de Ben-Gurion. ¿Puede etiquetarse esta revuelta común, basada en una clase económica y étnica, como no de izquierda? Por no hablar de los disturbios esporádicos de los judíos orientales que se iniciaron en los períodos de las Ma’abarot, como por ejemplo los disturbios de Pardes Katz o los movimientos políticos de corta duración definidos y compuestos de judíos orientales que trataron de obtener escaños en el Parlamento israelí desde las primeras elecciones en las que no siquiera se aproximaron al umbral electoral. En las primeras elecciones a la Asamblea Constituyente [después la Knesset] los sefardíes y el Partido de las Congregaciones de Oriente, liderados por Bechor Shalom Shitrit, ganaron cuatro escaños, la Confederación Yemenita dirigido por Zacarías Gluska ganó un escaño mientras que los demás no cruzaron el umbral del mínimo.

En otras palabras siempre hubo judíos orientales de izquierda en los márgenes, pero los medios partidistas (Davar, Al Hamishmar, LaMerchav, etc.) ignoraron su presencia con una rudeza insensible, nunca se los asocia con la izquierda a pesar de que la izquierda abarca sus reclamos como por ejemplo y en primer lugar la igualdad económica. De hecho, a excepción de una serie de monumentales escritos de Shalom Cohen en Haolam Hazé, «Screwing the Blacks» (Fijando a los Negros, N. de T.) a principios de 1950, y un extenso informe sobre los disturbios de Wadi Salib (1959), así como en la revista Haolam Hazé, no había prácticamente ninguna expresión virtual de los judíos orientales, por no hablar de sus aspiraciones económicas, sociales o políticas, que por lo demás eran en todos los sentidos objetivos de izquierda hasta la médula

Todo lo que siempre quise ser era un judío oriental, común y sociable

De hecho, hasta la fundación de las Panteras Negras israelíes, el primer movimiento de izquierda integrado por judíos orientales, casi no hubo presencia política de ese sector de la sociedad israelí; sí se podían apreciar algunos como ministros de policía, bienestar social y correos. En los primeros años del Estado, estas posiciones fueron ocupadas siempre como «muestra» por judíos sefardíes faltos de conciencia, que eran siempre obedientes miembros del partido del gobierno, Mapai, como Bechor Shitrit, Moshe Hillel, Israel Yeshayahu, etc. De hecho, fueron las Panteras Negras de Israel, movimiento compuesto principalmente de activistas vecinales en dificultades, la segunda generación de la gran ola de inmigración, cuyos dirigentes fueron llamados Charlie y Saadia, Abergel y Kokhavi [todos claramente apellidos de judíos orientales] quienes, momentáneamente y poco después del nacimiento de ese movimiento, imbuidos de las ideas de izquierda de sus predecesores, lo convirtieron en un verdadero movimiento de izquierda. Los activistas principales de las Panteras se encontraron con los activistas de Matzpen [Compass], un movimiento marxista antisionista radical que existía desde 1962, etiquetado «peligroso» desde su creación. Entre sus miembros figuran la abogada Leah Tsemmel, Michel (Mikado) Warschawski, Moshe Makhover, Akiva Orr, Shimshon Vigoder y Haim Hanegbi, junto con Rami Livné, Udi Adiv e Ilan Halevi, actualmente representante de la OLP en diversas organizaciones europeas. Esta conjunción dramática y posiblemente trascendental donde se compartían tanto coyunturas del momento como grabaciones de Jimmy Hendrix, pronto se convirtió en una discusión de la ideología, la visión y la práctica.

«Poco a poco y gradualmente», cuenta el líder de las Panteras Charlie Biton, «empezamos a oír algunas nuevas ideas de los miembros Matzpen, no solamente sobre los barrios marginales, la economía y pobreza absoluta, sino también sobre los asentamientos, las fronteras y las prioridades nacionales. «Yo vengo de un hogar sionista», dice. «Mi padre era un incondicional del Likud. Estas ideas me parecieron extrañas al principio, pero al final me convencí». «He sido un activista de Matzpen durante años», dice Shimshon Vigoder. «He participado en centenares de actividades contra la ocupación y los asentamientos. Pero no fue hasta que me hice amigo de las Panteras cuando de repente me di cuenta de lo que significaba ser marroquí. Lo que experimentamos con Matzpen era nada en comparación con los golpes y la violencia que sufrimos allí y el tipo de loca persecución de que fue objeto Matzpen, que es de conocimiento público». «Me pregunto por qué fue tan brutal la persecución. ¿Qué hizo que las autoridades tuvieran tanto miedo? Biton se apresura a responder: «Fue esta conexión entre los judíos orientales y la izquierda. Se dieron cuenta de que tal unión sería la caída del gobierno de Mapai».

Estas ideas de izquierda, sin embargo, no se difundían de forma fluida entre los líderes de las Panteras. De hecho, se dividieron y despedazaron el movimiento. Algunos grupos disidentes se unieron a Mapai. Otros se centraron en el activismo de la Histadrut (Sindicato de Trabajadores), luego la mayoría formó un frente común con el Rakah Comunista (Nueva Lista Comunista, sucesora del mismo partido que había expulsado de sus filas a los primeros activistas judíos orientales de izquierda). Biton, por ejemplo, fue miembro del Parlamento durante cuatro períodos, hasta que se desilusionó. «La izquierda israelí es hipócrita», afirma. «Sólo nos querían para asegurarse los votos. Siempre he expresado una opinión política, Vilner y Toubi [líderes veteranos de Rakah] habrían golpeado el techo. Todo lo que querían es que yo fuera era un amigable judío oriental mizrahi, atrasado». Bromeo con Biton, «¿Así que eras el David Levy de Rakah [figura simbólica de los judíos orientales en el Likud]? «Sí», dice sin reparos. «Yo era el David Levy de Rakah. Nada más y nada menos».

Los partidos de izquierda guardaron silencio, nos ignoraron y nos dimos por vencidos

Y ese es el segundo y fundamental problema. Los movimientos de izquierda de Israel, tanto los genuinos como los fraudulentos, siempre han considerado a los judíos orientales activistas aportadores de votos, atractivo cebo para las masas ignorantes, más que individuos completos y socios igualitarios que podían hablar con la misma pasión de las cuestiones de reformas laborales y económicas y de la paz. Ese era, sin duda, el punto de vista predominante en Mapai. Y fue igual para la mayoría de los kibbutznik (miembro de las granjas colectivas, N. de T.) y el Mapam pseudo izquierdista. También era cierto para el Rakah Comunista, así como para los nuevos movimientos de izquierda que surgieron después del Big Bang, de 1965, Haolam Hazé, Koaj Jadash (Este mundo nuevo poder) dirigido por Uri Avnery (editor de la revista radical Haolam Hazé); el Ratz de Shulamit Aloni (Movimiento por los Derechos Civiles y la Paz) y más tarde Sheli (Paz para Israel), Moked (Foco) y otros. Estos movimientos de izquierda no sólo eran principalmente askenazíes (judíos de la Europa Occidental N. de T.) y burgueses, sino que también se centraron en cuestiones que estaban aparentemente muy lejos de la atención o la conciencia del público judío oriental -los derechos humanos, el conflicto palestino-israelí, la separación entre religión y Estado, etc-. Por lo tanto, mientras la mayoría del público mizrahi luchaba con dificultades económicas y privaciones, la marginación social, la exclusión casi total de todos los ámbitos (política, educación, empleo, cultura, geografía y más), la mayoría de los nuevos movimientos de izquierda estaban preocupados por los problemas que el público mizrahi consideraba burgués, autoindulgente o ambos al mismo nivel.

Cuarenta años después Biton se pregunta, «¿Cómo puedo hablar de la paz y el conflicto cuando mi público está preocupado por su próxima comida?» Amir Peretz sostiene que los movimientos de izquierda sionista no sólo han convertido el tema de la paz en algo sólo para miembros selectos de un club cerrado a las masas, sino que también ignoraron descaradamente la verdadera situación de las masas y luego se quejaron de que eran de derechas, primitivas y carentes de conciencia socialista. Prosper Azran añade que «en los movimientos de izquierda después de 1967 había grupos especializados. Estaban preocupados por un solo tema, la paz, en el que yo y otros como yo no teníamos nada que aportar. De hecho sólo me querían cuando hablaban del salario mínimo, de la seguridad social o de ciudades en desarrollo. «Pero yo», añade con sorna, «estaba por las soluciones integrales, no sólo una solución rápida a los problemas localizados. Me consideraba una persona inteligente tan capaz de hablar de los asuntos de la paz y la seguridad como de economía, pan y trabajo». Amir Peretz añade:» Si nos fijamos en las actitudes de los judíos orientales a lo largo de los años, encontramos que siempre han estado a favor de una solución política del conflicto palestino-israelí, completamente moderados a pesar de la feroz retórica. Pero nunca pudieron encontrar un hogar político en ninguno de los movimientos de izquierda». En este sentido, se dice, fue el tango perfecto: cuanto más ningunearon los movimientos de izquierda -encabezados por el Mapai- a los judíos orientales y solo los querían como votantes subordinados, más crecía la distancia con ese público, y con el tiempo se redujeron sus filas hasta casi su extinción.

Otro punto a destacar aquí es la muy discutida dimensión emocional. Inmediatamente identificables como árabes, mirar, hablar y comportarse como los árabes en todos los aspectos y querer diferenciarse y tomar distancia del enemigo árabe, peligroso e ilegítimo, el público de los judíos orientales se precipitó en los brazos acogedores de la derecha y los ultraortodoxos, que detestaban, temían y perseguian a los árabes de manera abierta y sin complejos, a diferencia de la izquierda sionista que era aparentemente pro árabe. Parecían estar diciéndose: «Yo no quiero ser árabe ni parecerme a ellos, quiero ser tan israelí como sea posible. Y ser israelí implica ser un sionista (ferviente) que odia a los árabes, abiertamente patriótico, casi racista». Y por eso, a pesar de tener en parte una cultura árabe -el arabismo es una parte integral de su código genético- su visibilidad pública llegó a ser clara y terriblemente de derecha, exterminadores de árabes y conservadora.

¿Y qué hicieron los partidos de izquierda en respuesta a estos cambios históricos que impulsaron al público mizrahi al rincón más oscuro? Callaron, hicieron la vista gorda y se rindieron en la pelea. En vez de apoyar al fragmentado y estigmatizado y siempre disculpándose ante el público de judíos orientales y convertirlos en un puente para la paz por miles de formas, los movimientos de izquierda, tanto sionistas y antisionistas, los partidos políticos y organismos no parlamentarios (como Paz Ahora, Yesh Gvul, etc) se tornaron cada vez más retraídos y restrictivos, y no sólo en términos de la variedad de temas que abordan, sino también en su composición étnica (asquenazíes y judíos orientales asimilados a los ashkenies) y su medio ambiente social (burgués, urbano, secular, educado).

¿El resultado? La aceleración del capitalismo salvaje (que comenzó ya durante el gobierno de Mapai, a pesar de la postura socialista adoptada por Ben-Gurion y sus compinches, por no mencionar el primer gobierno encabezado por el difunto Yitzhak Rabin, que abrazó los valores republicanos y capitalistas durante su mandato como embajador de Israel en Washington DC y los implantó sin demora cuando se convirtió en el primer ministro israelí), la desaceleración y la eventual interrupción del proceso de paz, así como catalizar la Intifada palestina, un descenso dramático de la situación social, económica y política de los judíos orientales (asociados automáticamente con la derecha, con lo cual la izquierda se sentía menos obligada a asumir la responsabilidad de su situación y su destino, y se sintieron particularmente reivindicados después del cambio político gravitatorio de 1977); la exacerbación de la imagen negativa del público judío oriental, que ya no formaba parte del bando de la «derecha» (ciertamente desde el punto de vista de los medios de comunicación de izquierda) y así sucesivamente. En resumidas cuentas, les digo buena suerte a todos.

Ron Cahlili es director de cine. Su último trabajo, On the Left (En la izquierda) es una serie documental sobre la historia de la izquierda israelí recientemente transmitido por el canal HOT 8 y disponible en el vídeo a la carta. Este artículo se publicó originalmente en hebreo en Haokets, una página de inrernet israelí sin fines de lucro, independiente y progresista que aloja la discusión crítica, donde cientos de escritores publican piezas profesionales y originales sobre temas socioeconómicos, culturales y filosóficas, el activismo de los derechos humanos, el feminismo y la política Mizrahi. Visite su blog en idioma Inglés.

Fuente: http://972mag.com/how-can-this-monkey-be-talking-about-an-ideology-that-developed-in-europe/69465/

rCR