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Una afectada por el aumento de los alquileres registra los efectos de la gentrificación en el céntrico barrio madrileño

Compramos tu barrio, el documental que denuncia la especulación en Lavapiés

Fuentes: Público.es

Paola Rey (Bogotá, 1976) podría ser una de las protagonistas de este documental, pero no sale en la pantalla porque está detrás de la cámara. Ella también residía aquí, mas tuvo que irse cuando la casera le advirtió de que le iba a subir el alquiler de 730 a 1.200 euros. Un piso de ochenta […]

Paola Rey (Bogotá, 1976) podría ser una de las protagonistas de este documental, pero no sale en la pantalla porque está detrás de la cámara. Ella también residía aquí, mas tuvo que irse cuando la casera le advirtió de que le iba a subir el alquiler de 730 a 1.200 euros. Un piso de ochenta metros cuadrados, incluyendo el altillo. Ahora vive más allá del río, en el barrio de Puerta del Ángel, cuyas viviendas también han subido de precio. Desde arriba, se deja sentir el efecto centrífugo de la gentrificación de la almendra. Desde abajo, haciendo pinza, la rehabilitación del entorno del Manzanares, bautizada como Madrid Río.

En principio, la documentalista -quien ha vivido en varios países y lleva en Madrid una década- se propuso rodar una cinta que reflejase la vida de un pueblo en el corazón de la urbe, aunque la realidad la forzó a modificar su idea inicial. «Era un proyecto sobre Lavapiés como ejemplo de resilencia», recuerda David Losada (París, 1976), guionista y productor. La intención de plasmar la capacidad de sus gentes de resistir a la adversidad en el centro de una ciudad afectada por la especulación inmobiliaria se fue diluyendo, hasta adquirir la forma del problema mismo: el monstruo ya está aquí y ha empezado a devorarnos.

Paola le hizo una contraoferta a su casera, ofreciéndole más dinero, pero la rechazó. «David tuvo la idea de grabar lo que nos estaba pasando. Yo lo veía como un caso aislado, no como una historia que contar, hasta que empecé a conocer situaciones similares», explica la cineasta, quien comenzó a filmar su propia vida -mudanza incluida- no para que saliese finalmente en la película, sino como una terapia para sobrellevar el trance.

Ambos habían conocido la vida callejera en Madrid, ciudad acogedora y abierta, adjetivan. Sus años de juventud en Bogotá y en las afueras de París -David, hijo de emigrantes gallegos, aterrizó aquí hace veinte años- no había sido tan humanos. «Más que un barrio, aquello eran bloques», explica Losada, licenciado en Empresariales. Ahora no sólo ejerce de productor, sino también de guionista, entrevistador y sonidista. Todo lo que haga falta para sacar adelante Compramos tu barrio, en el que llevan dos años trabajando de forma autónoma, si bien han lanzado una campaña de micromecenazgo para afrontar la posproducción.

O sea, que dos urbanitas descubrieron la vida de pueblo en el último oasis del Madrid histórico, aunque desde que se pusieron manos a la obra han asistido a la subida de las aguas, que amenazan con anegar Lavapiés de una gentrificación que ha venido acompañada de la turistificación. «Nuestro corazón, al principio, buscaba la exaltación del barrio, al tiempo que dejaba en el aire una pregunta: ¿qué será de las ciudades dentro de treinta años si, cuanto más crecen, los barrios van desapareciendo?». David apela a su memoria para enlazar una respuesta: «Si vacías el centro, la gente se ve obligada a desplazarse a la periferia, y mi experiencia en París es horrible».

Su documental trata de eso, y de los que se quedaron, y de los que se tendrán que ir. Ceden la voz a quince vecinos y a tres políticos del Ayuntamiento. Algunos de ellos ya no están, como la propia Paola, porque la inclemente evidencia se ha adelantado a la plasmación en imágenes de aquella realidad. El proceso de aburguesamiento es aceleradísimo, hasta el punto de que volvieron a sujetar la cámara cuando ya había terminado la fase de rodaje, porque siempre surgía alguna novedad. Por ejemplo, la reciente amenaza de cierre de Bodegas Lo Máximo, cuyas dueñas ya habían sido entrevistadas al comienzo de la grabación, tras la compra del edificio por un fondo de inversión británico.

No lejos de allí, Bodegas Alfaro siente el aliento de la especulación en la nuca. También han adquirido la finca, aunque su contrato de alquiler seguirá vigente durante más tiempo que el de los residentes. Los socios que cogieron el traspaso hace un par de décadas mantuvieron la esencia ética y estética: caña bien tirada, barra de cinc, pitones y quejío, ambiente cañí. Al frente ya sólo queda Ángel Morrillo, quien le sirve un vinito a Olivia: «Esta señora es una leyenda viva del barrio». Los bares han proliferado, pero ella nunca ha faltado a su puntual cita con Bodegas Alfaro «porque es la querencia».

El tabernero habla a cámara: edificios enteros convertidos en apartamentos de alquiler vacacional. «Ahora hay gente que viene de visita, cuando antes algunas guías recomendaban no entrar en él». Calle Olmo arriba, la pantalla proyecta un grito: «¡Paco se queda!». El anciano acicala una planta en el balconcillo mientras varios activistas cuelgan pancartas en las que puede leerse: «El barrio para quien lo habita». Francisco Rodríguez, con una existencia tan tortuosa como la de una vuelta ciclista por etapas, regentó un bar hasta que su cuerpo no respondió, por lo que todo el mundo lo conoce por Paco, el del F.M.

Teresa, a sus años, tuvo que escuchar: «Este edificio ya no es para pobres, sino para ricos». Le ofrecieron 2.000 euros por dejar su hogar, pero se negó. El aumento del alquiler sería estratosférico. «Nosotros somos cucarachas en este momento», resume ante el objetivo la inquilina de Argumosa, 11. Iñaki Alonso, arquitecto, teoriza sobre el problema: «Como sociedad, hemos entregado nuestros espacios al comercio y nos tenemos que ir a vivir a otros lugares. Una batalla difícil de revertir, triste y dura». La pelea contra el poder económico, insiste, será compleja y desigual. Y el enemigo ya ha cruzado las líneas defensivas. «Y pensar que la pregunta inicial iba a ser: ¿resistirá Lavapiés?», reflexiona con nostalgia Rey, quien reconoce que cuando escuchó los tambores de guerra ya era tarde.

«Yo me veía como una víctima de la subida de los alquileres que, en el fondo, podía recurrir a sus amigos. Minimicé mi caso, por lo que la idea original era que la película fuese una alarma para despertar a la gente del barrio ante lo que estaba pasando. Pretendía advertir de que podían desdibujar el tejido humano, pero ahora veo que ha sido devastador», se lamenta la directora colombiana. «Escuchabas un ruido lejano, sin percibir de dónde procedía ni qué era. Y, de repente, observas atónita que un buldócer arrasa con todo. Cuando montaba el documental, no podía evitar las lágrimas. Lo que iba a ser una historia positiva se convirtió en una realidad desgarradora».

Paola y David querían filmar el último barrio del centro de Madrid, como lo definen los realizadores: su tejido social, las redes interpersonales creadas, su fuerte vínculo humano. «Pensé que merecía la pena contarlo, porque era una forma de contribuir a que siguiese siendo así», explica la licenciada en Comunicación Social. «Ahora, cuando se estrene, mostrará un viaje a la dimensión trágica de lo que está sucediendo en Lavapiés: el bofetón», añade el productor de contenido, quien deja claro que fue éste pero podría haber sido otro. El fenómeno no es exclusivo de Madrid, como tampoco lo ha sido de otras ciudades europeas, aunque quizás podría sorprender que un caramelo tan goloso, a diez minutos de la Puerta del Sol, no fuese antes objeto de una feroz especulación.

Así lo refleja la cinta, que muestra tanto a las víctimas -desahuciados de sus hogares; afectados por la subida de alquileres o el fin de su contrato; y hosteleros, quienes también sufren la carestía del metro cuadrado- como a los vecinos y a los activistas, quienes tratan de poner coto a la gentrificación, es decir, al aburguesamiento: los inversores compran una finca, expulsan a los inquilinos y los convierten en pisos de renta alta o de uso turístico, lo que provoca el cambio de la fisonomía humana cuando el paisanaje se ve desplazado a otras latitudes. Como la propia Paola, que vive más allá del río, pues la zona al sur de Lavapiés -Embajadores, Palos de la Frontera, Delicias o Legazpi- también se ha encarecido.

Dos años y medio después de empezar a filmar, una vez que consigan el presupuesto necesario para la posproducción, se apagarán las luces y se escuchará una voz en off: «Los carteles de compro tu piso están en todas partes: en los buzones, en las calles, en el suelo, en las ventanas de los coches. El tema está en boca de todos. Cojo la cámara y empiezo a grabar los sitios de toda la vida». Y a sus personas: «Es como un pequeño pueblo dentro de Madrid. Es lo que hace que la ciudad sea vivible», dice alguien. «Si queda como una atracción turística, dejarán una placa con Aquí vivió Gloria Fuertes, pero molaría dejar gente viva también», ironiza Ambrus -tras la barra- El Chúngaro -sobre el escenario-.

«Quería exaltar el barrio y la realidad decapitó mi idea, aunque ahora hay que ponerle cara a los especuladores. Estoy cansada de escuchar eso de que la batalla del centro está perdida. Porque un fondo buitre no es un ente sin rostro, sino una corporación con nombre que se apropia del territorio», zanja la directora, cuya historia quizás no concluya aquí. «A los dos meses de llegar a mi nuevo edificio, donde sólo vivimos gente en alquiler, me enteré de que lo habían vendido a una socimi. Fue como arrastrar la pesadilla». Paola y David ya tienen el título para una siguiente entrega: Compramos tu ciudad.