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Condiciones sociales e institucionales que coadyuvan al control oligárquico (II)

Fuentes: Rebelión

El “todos contra todos” de la economía de mercado

Además de lo apuntado en la primera parte de este artículo (https://rebelion.org/condiciones-sociales-e-institucionales-que-coadyuvan-al-control-oligarquico/) el orden social establecido en Estados Unidos se estabiliza considerablemente por un sistema económico que a la larga afecta y mantiene en inseguridad a todos los trabajadores. El sistema se asienta en alto grado en la actitud del todos contra todos, tanto en un arriesgado laberinto empresarial, como en las decenas de millones que luchan por su sobrevivencia individual y por mantener sus puestos de trabajo o de quienes se encuentran endeudados, bajo el peso de obligaciones económicas que fueron reforzadas con las tarjetas de crédito y luego a través de hipotecas.

Aunque se reconoce la existencia de altos niveles de vida, según encuestas, el 78% de los ciudadanos dice vivir al día, ajustados a lo que cada vez reciben en sus salarios; mientras tanto solo un 26% de ellos tiene ahorros. Hoy, más de 100 millones de estadounidenses viven con deudas médicas por un total de casi $200 mil millones.1

Mientras los trabajadores, incluyendo sectores de las llamadas clases medias bajas, devienen más dependientes de los nuevos productos y servicios para sobrevivir de un día para el otro, mayor es la necesidad de una fuente de ingresos para pagar por ellos y menor la propensión a atender asuntos de gobierno, con lo que se aprieta aún más el agarre y dominio del capitalismo sobre sus vidas.

Como algunos han planteado, el consumismo es la forma moderna de cohecho que permite al capitalismo regular la democracia. El consumismo erosiona sobremanera el sentido de ciudadanía y, junto a las ataduras de los créditos, se ha logrado contagiar y aumentar la dependencia de vastos sectores de las clases explotadas. Más que como trabajadores, es como consumidores que los estadounidenses conforman sus juicios sobre los asuntos políticos. Muchos se ven atrapados compulsivamente tras los bienes materiales incluso superfluos, lo cual deviene en un factor más que anula los ideales sociales del individuo y lo transforma en un ser acrítico, conformista y fácilmente manejable mediante las técnicas de manipulación de masas.

Hay un irresistible atractivo por la novedad y la conveniencia, dado su creciente abaratamiento y hasta por la seducción de poseer algo que previamente era un lujo que solo los ricos se podían dar. Toda esa dependencia se hace más marcada dado que el sistema va lanzando hacia el mercado más aspectos de la vida antes marginales a la economía. La lógica del beneficio ha ido extendiéndose hacia áreas de la sociedad hasta ahora bastante respetadas (la cultura, la educación, la religión, la protección social…). Esa mercantilización de la vida se está convirtiendo en el único modo racional de afrontar la subsistencia.

Hay de hecho toda una serie de factores económicos, políticos y tecnológicos que se refuerzan mutuamente en esos sentidos, máxime cuando las propias bases de apoyo a las opciones progresistas o de cambio están atrapadas por el sistema, por el statu quo, y dependientes del mismo en sus necesidades básicas.

La sociedad estadounidense está enlazada por innumerables hilos de intereses, y los entes de poder se benefician de que, entre las ‘virtudes’ de la economía de mercado, está la capacidad de la misma para diluir la identificación de causas y responsables de los problemas.

Sumemos a todo lo anterior la fuerte tradición de “liberalismo individualista” enraizada en la conciencia y la imagen de país de oportunidades y de una supuesta movilidad social en ascenso, que se calzó sobre todo en los años del auge de post guerra y con un libreto ampliamente divulgado e interiorizado incluso por las clases bajas. Ahora bien, encuestas recientes registran una pluralidad de estadounidenses que han perdido fe en que mediante el esfuerzo y el trabajo bajo el capitalismo mejorarán sus vidas.

Otro factor a considerar es la movilidad real – en alto grado debida a la inseguridad de empleo – que frecuentemente impulsa a las personas a cambiar de medio ambiente y región, a desvincularse de sus pares, de sus raíces y limita su posibilidad de adquirir una conciencia de clase.

Como parte del declive del país en varios ámbitos, se debilitó el tejido social. Muchas organizaciones, instituciones religiosas y los sindicatos vieron desplomarse significativamente la cantidad de sus miembros. La gente se ha atomizado y se ha vuelto vulnerable.

Junto a ello está la ilusión de las soluciones individuales y el confuso concepto de las “clases medias”: vasto sector de personas – mayormente fuerza de trabajo con salarios altos–, que no quieren ni desean clasificar de otra manera, y que devienen depositarios de buena parte de la ideología del sistema y con aspiraciones y temores que los hacen fácil de manipular.

El sistema absorbe, diluye y coopta las opciones alternativas

Un elemento importante ha sido la capacidad que ha mostrado el régimen para absorber, e incluso dar cabida en su seno distorsionándolos, las demandas y movimientos en pro la igualdad y los derechos. Sectores del feminismo llegaron a insertarse y hacerse parte de la corriente prevaleciente en la sociedad, pero al propio tiempo devinieron más estrechos de miras y más bien centrados en enarbolar derechos individuales.

Los movimientos que buscaban cambiar o reformar el sistema redundaron en la inclusión de pequeñas élites, sin que el país emergiera realmente más comprometido con la igualdad formal en la esfera pública y aún menos equitativa en términos económicos, debido a los cambios efectuados hacia una mayor desregulación y libre mercado.

Consideremos también el impacto de la descentralización. Tal como se manifiesta en EE.UU., la misma oscurece y limita de hecho la apreciación de conjunto sobre la naturaleza de los problemas socioeconómicos y sociopolíticos; desvía la atención y despolitiza al ciudadano. La devolución a ciertas colectividades regionales y locales de responsabilidades organizativas y administrativas fragmentan la preocupación social y la alejan de los asuntos políticos globales y sustanciales. Como conjunto sin distinción de origen o de clases, la llamada “comunidad” disuelve los antagonismos en una multitud de pequeños problemas locales y crea la ilusión de un ejercicio directo del poder.

Por otro lado, el sistema se sostiene en el ámbito federal de un inmenso país, en el que los ataques contra algunos de sus puntos (instituciones, ideas, símbolos) no le producen gran daño a la totalidad, únicamente se forman agujeros y grietas puntuales o locales. “Para mantener la estabilidad interna solamente es menester controlar el “abanico de deseos”… de manera que no surjan grandes bloques sociales con deseos incompatibles, opuestos. La tecnología de la manipulación de la conciencia cumple esa tarea. La lucha por el grado de satisfacción de los deseos es completamente aceptable, pues no socaba la esencia de la sociedad”.2

Esa esencia de la sociedad, burguesa y elitista, fue conformada así por los llamados padres fundadores al redactar la Constitución, en la que insertaron precauciones diseñadas para fragmentar el poder sin democratizarlo. De ahí la separación entre los tres poderes y su débil sistema de límites y balances; la legislatura bicameral; las elecciones escalonadas con lo cual trataban de diluir el impacto de los sentimientos populares y las coyunturas. Asimismo el principio mayoritario fue estrechamente amarrado por un sistema de vetos de la minoría, que hacen menos probable la ocurrencia de acciones y de un curso político de matriz popular

James Madison decía que a la mayoría desposeída no se le debe permitir concertarse en una causa común contra el orden social establecido y que la unidad del sentimiento público también se evitaría aprovechando el ámbito extenso del país y el relativo aislamiento geográfico de sus comunidades.

Aquiescencia ciudadana ante una siempre cambiante colección de ‘malignos’ enemigos

El miedo a ‘los rojos’ en la guerra fría y luego ante la ‘amenaza del terrorismo’ confunde y manipula a las mayorías ciudadanas, que ‘buenamente’ han venido cediendo muchos de sus derechos.

El activista por la paz, ex parlamentario y periodista germano-israelí, Uri Avnery, recientemente fallecido, señalaba que la cultura estadounidense está basada en el mito del Oeste salvaje, el ‘Wild West’ con sus tipos buenos y tipos malos, en la justicia mediante la violencia y, dado que esa nación está compuesta por inmigrantes de todo el mundo, su unidad parece estar requerida de mostrar la amenaza de algún enemigo malvado y poderoso.

Las masivas protestas contra la guerra en Vietnam marcaron profundamente los círculos de gobierno en Washington, cuyo pánico detrás de la escena produjo el reconocimiento de que se hacía necesario hacer grandes inversiones en propaganda doméstica para asegurar el apoyo público a futuras aventuras imperiales o al menos su confusa aquiescencia. El agudo analista Robert Parry aludía (diciembre de 2014) al abarcador proyecto que se desarrolló para mantener a la gente temerosa y dócil, y para conformar lo que llaman ‘administración de las percepciones’. Y dice “Ello permite entender cuan atrapado en sí mismo se encuentra el pueblo estadounidense en una guerra contra una siempre cambiante colección de ‘malignos’ enemigos”.3

Al respecto, un papel directo lo tiene la maquinaria de propaganda del Pentágono con un presupuesto para esos fines de más de $600 millones; más que el conjunto de todas las demás agencias federales. Ellos producen cortos noticiosos, filmes, documentales y originan muchas de las noticias y el enfoque que luego aparece en la prensa comercial e incluye una capacidad de manipulación en estricta correspondencia con los objetivos de la Estrategia de Seguridad y Defensa de Estados Unidos.

Según el historiador Greg Grandin (New York University) la guerra proyectada como un ‘espectáculo’ ha contribuido a que una ciudadanía relativamente activista y preocupada por la paz y los derechos – como durante la era de Vietnam – se haya convertido en una audiencia mayormente pasiva, o sujeta a una histeria bélica.

Con posterioridad a la derrota en el Sudeste asiático, el manejo a la vez selectivo y descarnado de la información, y la dinámica entre lo secreto y lo espectacular de los hechos de gobierno – bien sean las agresiones y asesinatos extralegales con los ‘drones’ o las revelaciones acerca de la tortura y el espionaje doméstico masivo –, ha devenido casi un teatro colectivo y cínico, donde las esencias criminales son subsumidas y todo deviene un asunto “técnico” y de procedimientos.

Ello se despliega en una sociedad vulnerable a la manipulación por toda una serie de factores de carácter histórico, demográficos, económicos y políticos que permitieron aplastar las luchas obreras y han mantenido a la mayoría de la ciudadanía en un marco de apatía e individualismo, sujeta a inseguridades y temores, y con grandes segmentos marginados y/o cooptados. La manipulación de las diferencias y resentimientos raciales y anti inmigrantes coadyuva a relegar la identificación de clase e impedir la confluencia entre los oprimidos o los desafectos.

Gracias al continuo legado de la institución de la esclavitud, la maligna y perniciosa ideología y prácticas de “supremacía blanca” inhibe la cohesión social entre la población del país.

Mientras, infinidad de conflictos políticos se canalizan y diluyen por medio de legalismos, dilaciones y enrevesados procedimientos judiciales, afectados por el soborno creciente y el poder del dinero. Es específicamente estadounidense la forma en la que la institución judicial interviene en la vida política de los ciudadanos y actúa en función de vaciar los conflictos de su contenido político. A través de toda una serie de manipulaciones, muchas luchas y problemas económico-sociales, selectivamente, son transformados en casos criminales.

Predominio y alternancia entre dos partidos oligárquicos

Ha quedado establecido convincentemente que, por el financiamiento oligárquico ilimitado de las campañas, las elecciones están compradas en buena medida, tanto para el Congreso como para la presidencia, y que también son predecibles y viciadas las decisiones que luego adoptan la gran mayoría de los funcionarios electos de esa manera.

Según señala Noam Chomsky, muchos y muy serios estudios académicos acerca de la relación entre las actitudes de la gente y las políticas públicas demuestran que “para la formulación de éstas importa bien poco lo que el público piensa”. El 70% de las personas de más bajos ingresos en alto grado “están carentes de capacidad de ser tomados en cuenta. Sus actitudes no tienen influjo sobre las políticas y posiciones de sus propios representantes”. La influencia aumenta según la escala de ingresos.4

Un bien fundamentado estudio, por ejemplo, es el desarrollado por los reconocidos científicos Martin Gilens (Princeton) y Benjamin Page (Northwestern University). De acuerdo a sus conclusiones “los ciudadanos ordinarios virtualmente carecen de ascendiente alguno sobre lo que hace el gobierno de Estados Unidos”. Luego de examinar datos relacionados con más de 1,800 iniciativas políticas diferentes de finales del siglo XX y principios del XXI, Gilens y Page llegaron a la conclusión de que las élites adineradas y bien conectadas son las que consistentemente dirigen el rumbo del país, al margen de y en contra de los deseos de la mayoría, y sin importar cuál de los dos principales partidos tenga el control de la Casa Blanca o del Congreso.5

Es característico de la política en el país su fragilidad estructural y su volatilidad emocional. El propio sistema electoral manipulado y de limitadas opciones ocasiona el desenfoque y desmovilización periódica de los sectores progresistas, que en los años de elecciones – y en el período preelectoral – son empujados a enfilarse y apuntar sobre los ‘síntomas’ de la política, los temas de la coyuntura, la agenda que dicta el sistema, y no sobre la estrategia y las sustancias de la lucha.

En síntesis, los últimos años se han incrementado las desigualdades, se evidencian serias fracturas sociales y se ha producido un marcado descredito de las instituciones. Hay una multiplicidad de conflictos y grupos que presionan por sus demandas, incluyendo actos de violencia organizada, todo lo cual deviene en fuente permanente de tensiones estructurales. Sin embargo, finalmente, hasta ahora, casi todo se canaliza dentro de los causes del sistema, en marcos institucionales o semilegales, sin que tal descontento se convierta en una real alternativa política fuera del desprestigiado sistema bipartidista.

1 https://thehill.com/opinion/healthcare/3687384-americans-are-drowning-in-medical-debt-heres-how-our-leaders-can-help/

2 Serguei Kara-Murza: Manipulación de la Conciencia, t. 1,, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 54

3“The Victory of ‘Perception Management’, Robert Parry, en Consortium News, 29 December 2014

http://readersupportednews.org/opinion2/277-75/27767-the-victory-of-perception-management

4Entrevista con Abby Martin, Institute for Public Accuracy, 9 enero 2016.

5 Is America an Oligarchy? – The New Yorker, 18 abril 2014.

www.newyorker.com/news/john-cassidy/is-america-an-oligarchy. Ver asimismo artículo online de Paul Street: “Majority US Public Opinion Is Mocked by the Ongoing Presidential Election”, teleSUR, Marzo 6, 2016).

Enlace a la primera parte del artículo: https://rebelion.org/condiciones-sociales-e-institucionales-que-coadyuvan-al-control-oligarquico/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.