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Conflicto israelo-palestino: Pasión por la fotografía

Fuentes: Insurgente

Sin duda seguiremos empecinados en el sinsentido de una Cumbre que, en vez del camino expedito para la paz, ha trazado solo el compromiso de «relanzar las negociaciones del proceso», como si la búsqueda de la coexistencia sin muerte de uno y otro lado -más del lado palestino que del israelí, por supuesto- no constituyera […]

Sin duda seguiremos empecinados en el sinsentido de una Cumbre que, en vez del camino expedito para la paz, ha trazado solo el compromiso de «relanzar las negociaciones del proceso», como si la búsqueda de la coexistencia sin muerte de uno y otro lado -más del lado palestino que del israelí, por supuesto- no constituyera ya suficiente antecedente para un acuerdo rotundo.

Claro que ciertos analistas se regodearán en el hecho de que la cita de Annapolis, capital del estado norteamericano de Maryland, contribuirá en la búsqueda de un consenso que permita la apertura de las primeras negociaciones formales desde hace siete años, desde Camp David (2000), con Bill Clinton, Yasser Arafat y Ehud Barak.

Y la reciente tendría toda la apariencia de un logro, si no estuviera maculada por el rosario de fracasos de las anteriores, todas anunciadas a tambor batiente. ¿Por qué la nueva, preparada a toda carrera por el presidente y parte de sus secuaces; entre ellos, la secretaria de Estado, Condoleessa Rice? Parte, porque contra ella bogó con saña impar un grupo de conservadores tales como los miembros del American Enterprise Institute, la Freedom Watch y la infaltable Coalición Judía.

Aquí diversos comentaristas entrecruzan razonables criterios que tratamos de resumir. Empecemos por el inefable George Walker Bush. El hombre, a poco más de un año de despedirse de la Casa Blanca, aspira a mejorar su pésimo legado -incluso a darle un toque cosmético a su imagen-, lóbrego por causa de los pantanos en que se han convertido Iraq y Afganistán. De paso «acallaría las críticas (las habría acallado, de fructificar la malhadada Cumbre) a sus siete años de inacción, en realidad aval a la estrategia israelí en torno a la cuestión palestina».

Ahora, sobre los otros dos protagonistas de la plática pesa algo así como un hado oficioso que hace a muchos dudar de ésta. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, afronta varios escándalos de corrupción, y, de acuerdo con sólidas fuentes, difícilmente podría sobrevivir a la tempestad política que seguiría si aceptara propuestas palestinas, aunque fueran mínimas.

¿Qué exigía la Autoridad Nacional Palestina, al menos previamente a la Cumbre? Bueno, tal reseña el colega Dabid Lazkanoiturburu, abandonada la solución de un Estado no teocrático (Israel) común y único en la antigua Palestina, y tras el reconocimiento de Israel por la ANP, ésta clamaba por un Estado con todos los atributos de soberanía en Cisjordania y Gaza. Algo rechazado por Tel Aviv, que aboga, a capa y espada, por reservarse el control del espacio aéreo y las fronteras de una entidad que entonces devendría fantasmal, extraña al Derecho Internacional.

Confinado en Cisjordania, tras la expulsión de la ANP de Gaza por la organización islámica y nacionalista Hamas, vencedora en los comicios generales de 2006 y asediada por hombres fuertes de la Autoridad como Mohammed Dahlan, quien nunca se ha conformado con la pérdida legal del poder, el presidente Mahmud Abbas -y en ello coinciden diversos observadores- al parecer ha aspirado a utilizar la Cumbre como palanca contra Hamas, objetivo compartido por los principales promotores, los EE.UU., y sus aliados europeos, que no se permiten medias tintas a la hora de castigar a la población palestina, con un férreo bloqueo que mantiene a Gaza al borde del colapso absoluto.

Si las certezas sobre el fracaso de las conversaciones quedaran en lo expuesto alcanzaríamos a quitarnos de encima el posible sambenito de agoreros con que algunos intentarían desacreditarnos, porque estas líneas no tendrían razón de ser. Pero la vida obliga. Sucede que, siempre según el colega mencionado, y otros tantos, fuera de las estructuras de la ANP, «institución autonómica nacida de los tan denostados Acuerdos de Oslo (1993), y de la actual Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el islamismo político y la izquierda palestina rechazaban de plano la participación en la cumbre de Annapolis», actitud a la que se sumaban no solo Hamas, sino la Yijad Islámica, el Frente para la Liberación de Palestina (FPLP), el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) y otros grupos menores. A ello habría que adicionar el ringlero de reservas mostrado por amplios sectores de Al Fatah -del presidente Abbas-, encabezados por el prisionero político Marwan Barghuti, parlamentario y líder en Cisjordania de la histórica agrupación.

Como si no bastara la renuencia, en Israel, más allá de Kadima -formación fundada por Sharon- y del Laborismo, el premier Ehud Olmert no cuenta con el aval de varias agrupaciones ultrasionistas y aliadas de su Gobierno, que o está en una encrucijada o solo acudió a la cita por pura maniobra desviacionista. Desviacionista, porque, sin ser tonto, debe de saber que contra las exigencias palestinas se yerguen también la derechista Likud, del ex primer ministro Benjamín Netanyahu y los 270 mil colonos que ocupan tierras en Cisjordania.

Y ante los incrédulos rememoremos la desconexión de Gaza (septiembre de 2005), farsa que concluyó con la presencia de colonos judíos en la paupérrima Franja pero que no influyó en nada en la disminución del control del territorio por Israel, que se arroga el «derecho» de incursionar en él cuando lo entiende pertinente, llevando en andas la destrucción y la muerte de los martirizados habitantes, los cuales, sumados a los de Cisjordania y a los que viven en el propio Israel, han visto demolidas 18 mil de sus casas desde 1967, para poner aquí un mero ejemplo de «táctica» fascista… perdón, quisimos decir sionista. ¿O es lo mismo?

Además, sobre la memoria histórica de los palestinos gravita una relación de desencuentros y frustraciones. Por ello intuyen de primera mano que, con el encuentro de Annapolis, Washington está intentando desesperadamente el cumplimiento de su estrategia del Gran Oriente Medio -mercado y petróleo-, tratando de salvar el escollo del conflicto israelo-palestino; la salomónica «solución» al fiasco de las fuerzas armadas sionistas en un Líbano defendido con las mejores artes de la guerra irregular por la combativa Hizbulá; el desviar la atención mundial de la actitud enhiesta de los iraníes, en su empeño de hacerse de la energía nuclear con fines pacíficos, así como la vergüenza del chasco en Iraq y Afganistán.

Una cumbre venía haciendo falta, sí. Pero una Cumbre que haga olvidar a los palestinos, como plantea Juan Carlos Díaz Guerrero, de Prensa Latina, el cambio del panorama regional causado por Israel desde 1967, con la extensión de su territorio más allá de las fronteras establecidas en 1948. Y la ocupación de Cisjordania, Jerusalén este, Gaza, el Sinaí egipcio (a la postre devuelto) y las alturas del Golán.

¿Cómo podrían abstraerse, los palestinos, de la violación israelí de la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, considerada el punto de partida para establecer el proceso de paz, con sus inherentes acuerdos de retirada de las tierras ocupadas y el retorno de los refugiados, solicitado con antelación por la Asamblea de la ONU mediante la Resolución 194, de 1948? ¿Cómo soslayar la bofetada histórica de que, a partir de la Guerra de los Seis Días, en 1967, se ha establecido una férrea alianza entre Tel Aviv y un Washington que en 140 ocasiones» ha ejercido el poder del veto contra sanciones condenatorias de un aliado al que apuntala en lo económico y lo militar con erogaciones monetarias que parecen infinitas? (Desde 1949 hasta 2006 Israel recibió directamente más de 156 mil millones de dólares). Y ni hablar del espaldarazo militar, y de la vista gorda ante el desarrollo nuclear bélico de Tel Aviv…

¿Cómo olvidar, caramba, el recierto aserto de USA sobre que Israel es «la patria de los judíos», en un más que nítido desaire a un Abbas de posición precaria quizás ante gran parte de su pueblo? Por eso la Casa Blanca se encrespa y advierte que nadie espere una declaración de principios. Declaración que, por supuesto, no hubo en la famosa Cumbre de Annapolis, solo «pródiga en el compromiso de «iniciar discusiones inmediatas (…) y de hacer todo los esfuerzos posibles para llegar a un arreglo de paz antes de finales de 2008». ¿Oslo, Wye Plantation, Camp David, Annapolis…? Si acaso hitos de un engaño mayúsculo… y la secreta pasión de posar para los fotógrafos.