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Contexto político del sufrimiento en Euskal Herria

Fuentes: Rebelión

Cuando comencé a redactar estas notas eran 104 los trabajadores muertos en accidente en Euskal Herria en el 2007, dos días después y todavía sin finalizarlas ascendían ya a 106. Y no hubo llamadas de Gobierno, ni de portavoces de partidos, ni del lehendakari Ibarretxe, ni de Diputaciones, ni de Ayuntamientos, ni de Gesto por […]

Cuando comencé a redactar estas notas eran 104 los trabajadores muertos en accidente en Euskal Herria en el 2007, dos días después y todavía sin finalizarlas ascendían ya a 106. Y no hubo llamadas de Gobierno, ni de portavoces de partidos, ni del lehendakari Ibarretxe, ni de Diputaciones, ni de Ayuntamientos, ni de Gesto por la paz, Lokarri u obispos de la Iglesia a manifestarse en plazas o concentrarse ante Ayuntamientos. La muerte de un trabajador, de 106 trabajadores, y el dolor de sus familiares sigue siendo en nuestro pueblo para las instituciones, empresarios, Iglesia y gran parte de los ciudadanos en el 2007 una puta mierda.Ante las escenas de guerra y sufrimiento, servidas a diario en nuestras calles, pantallas y en nuestra vida, traigo a la consideración del lector cuatro textos breves y profundos, publicados en los últimos días, que sitúan el sufrimiento de nuestro pueblo:

1.- Educación para la ciudadanía de Carlos Tena,

«En el reino de Juan Carlos I, jamás las leyes fueron tan violentadas desde los propios tribunales; jamás los jueces esgrimieron tanta demagogia para justificar decisiones ilegítimas; jamás hubo un entorno de tanta agresividad, que no flotaba en las calles desde los tiempos de la muerte del dictador; jamás un organismo como el Constitucional había sido cuestionado en foros internacionales. Se ha consagrado el Estado de Derecho Retorcido. (Por cierto, no sé qué cara pondría el inquilino de la Zarzuela y sus mesnadas, si en la constitución venezolana se integrara un artículo eximiendo al presidente de cualquier responsabilidad penal, como en la española, que protege al monarca ante cualquier denuncia, por cualquier presunto delito). No hay ninguna duda. España no es un país en paz, democrático, progresista, culto y divertido, sino en continua zozobra social, sufriendo retrocesos importantísimos en las libertades mínimas, inculto y aburrido. Así las cosas, no sería extraño que Aznar fuera el próximo candidato al Premio Nobel de la Paz. Enhorabuena a Zapatero, que ha logrado superar en desfachatez, mediocridad e inutilidad al mismísimo Felipe González. Pero a José Luis, para tener contento a su rey y a su amigo Rajoy aún le falta acabar con ETA. Ya sabe la fórmula de su correligionario sevillano: unos cuantos millones de euros de los fondos reservados, veinte funcionarios como Vera o San Cristóbal, Barrionuevo o Corcuera, unas conversaciones con Sarkozy, prohibiciones, porrazos a mansalva (debe aprovechar ahora que el recién nombrado Fiscal General de los USA es partidario de la tortura), miles de detenciones, amenazas, más violencia, que en cien años todos calvos».

2.- Fragmento de «El arma más poderosa» de Carlo  Frabetti:

«En esta «España democrática» (las comillas indican el uso irónico de ambos términos) heredera de Franco y de los Reyes Católicos, que llama «fiesta nacional» a la tortura pública de animales y que cada año celebra con una grotesca exhibición de armamento el genocidio de los pueblos de América; en esta España que acepta a un rey impuesto por un dictador y que llama democracia a un pacto entre oligarcas, podemos tener la certeza estadística de que seguirán muriendo mujeres a manos de sus parejas, detenidos a manos de sus torturadores, jóvenes antitotalitarios a manos de fascistas. Pero podemos hacer algo para evitarlo… Las cinco o seis mujeres que todos los meses mueren a manos de sus parejas en el Estado español, no son sino la expresión más brutal de una implacable y generalizada guerra de géneros (o mejor dicho, de la implacable y generalizada opresión de un género por el otro); en una sociedad tan machista como la nuestra, es inevitable que los malos tratos infligidos a mujeres constituyan una práctica sistemática y casi siempre impune, y cuando las agresiones se cuentan por miles o millones, es una mera cuestión probabilística que algunas resulten mortales… Todos hemos visto o vislumbrado en nuestros televisores a un antidisturbios abriéndole la cabeza a una joven estudiante que estaba hablando por teléfono, o a un heroico defensor de nuestras fronteras pateando a un africano caído en el suelo tras intentar saltar la valla de la vergüenza, o a varios mossos d’esquadra apaleando a un detenido esposado, o a un grupo de guardias civiles matando a golpes a un ciudadano que había ido a poner una denuncia… Los que protestan, los inmigrantes, los pequeños delincuentes, los okupas, los marginados, los nacionalistas de izquierdas, los «antisistema»: estos son los nuevos enemigos de los burgueses de siempre, y hay que combatirlos por todos los medios».

3.-  «Una extraña aventura» de Eva Forest. Ed. Hiru. Su experiencia en una comisaría española

«Hay una huella que se me ha quedado… Es un momento, no sé cuando, en que alguien a quien estaban torturando gritó: ¡Socorro!… Un instante terrible, desde luego… La soledad del que pide auxilio sin un amigo que le oiga. Y ellos se reían a carcajadas… Lo habréis oído. Dicen que las mantas de la DGS son lúgubres y sucias, malolientes siempre. Que apestan a sudor, a baba seca y a todo tipo de excrecencia humana. Que entre sus ásperos pelos tan oscuros pululan abundantes parásitos al acecho de morada más viviente y apropiada. Que invisibles, millones de gérmenes, portadores de los más terribles y ancestrales peligros, de enfermedades malditas nombradas ya en la Biblia, yacen en espera de fértiles mucosas. Y que, por encima de todo, tapando la trama de la basta tela, brillan el moco amarillo, la baba y el sanguinolento esputo, los residuos del grano que revienta y la legaña y toda secreción que el cuerpo humano expulsa y también el gonorreico flujo de la puta callejera… Todo el mundo lo dice. Y, pensándolo bien, con objetividad, desde el conocimiento científico con énfasis tantas veces apelado, es posible que sea así. No lo sé… Pero discrepo. Son cosas raras que le ocurren a uno, cosas muy raras… Veréis. A mí me bajaban de madrugada, esposada aún, el cuerpo dolorido, y al entrar allí en aquel calabozo casi cueva y ver en el suelo esta manta criticada tan dispuesta allí, esperando… No sé. Eran momentos un poco especiales, andaba una muy quebrada… -No creo haberlo comentado nunca, me ha venido ahora con lo tuyo-. Entraba allí, liberadas ya las manos del grillete. Miraba alrededor buscando algo en aquel mundo tan feroz, tan agreste y complicado, perdida en aquella desolación cósmica del ser acorralado, y me tendía despacio sobre el suelo y me enrollaba con gusto en esa manta y sentía, al hacerlo, un agradecimiento infinito de aquella compañía. Yo no sé, pero discrepo de la opinión general. Son cosas raras, sentimientos que se le fijan a uno. Yo me tumbaba allí, me daba media vuelta, sin asco alguno, os lo juro, sin notar en absoluto esa aspereza. Todo era por fin suave, protector, cálido…»

4.- tomado de la obra de teatro «La mula y el buey» de Carlo Frabetti

el GENERAL (lee):

» Como narrador, he de hacer a menudo el esfuerzo de ponerme en el lugar de personajes que poco o nada tienen que ver conmigo. Y más de una vez me he preguntado, en los últimos meses, cómo me sentiría si fuera un guardia civil honrado y con dos dedos de frente. Pues bien, si yo fuera un guardia civil honrado (y estoy seguro de que los hay) me sentiría muy mal… En la primera plana de un diario que se vende en los quioscos de todo el Estado español, se leía hace poco en grandes titulares: «Amaia Urizar denuncia que fue violada con un arma durante su arresto», y en el interior de dicho diario, a doble página, el estremecedor relato del ultraje enmarca una fotografía de la madre de la torturada leyendo públicamente su denuncia… Si yo fuera un guardia civil honrado y con dos dedos de frente, tendría que asumir que solo hay dos posibilidades: o el testimonio de Amaia es veraz, o es un montaje. Y, en consecuencia, no podría evitar preguntarme: «Si es verdad, ¿por qué no se castiga a los culpables de tan infame atropello? Y si es mentira, ¿por qué la Guardia Civil tolera tan tremenda acusación, de la que se desprendería que nuestro cuerpo alberga a los más repugnantes canallas, a los seres más envilecidos y cobardes que se pueda imaginar?»… Si yo fuera un guardia civil honrado y tuviera lo que hay que tener (es decir, dignidad y coraje), exigiría una investigación. Si descubriera que algunos de mis compañeros de cuerpo habían cometido realmente las atrocidades denunciadas por Amaia Urizar, los retaría a duelo, les partiría la cara con mis propias manos, no pararía hasta verlos en la cárcel. Porque, de ser ciertas las acusaciones de Amaia, esos canallas, además de cometer el más repugnante de los crímenes, habrían deshonrado mi uniforme, habrían pisoteado mi bandera y habrían escupido sobre la Constitución y sobre el Estado de derecho que hemos jurado defender. Y si, por el contrario, llegara a la conclusión de que todo había sido un montaje, exigiría que cayera sobre los calumniadores todo el peso de la ley. ¿Acaso podría publicar un diario de amplia difusión, en primera plana y a tres columnas, que, pongamos por caso, el presidente del Gobierno había violado a un jardinero de la Moncloa con una manguera? Pues bien, la mencionada acusación es aún más grave. Y no es la primera… Por lo tanto, si yo fuera un guardia civil honrado y con dos dedos de frente, llevaría mucho tiempo estupefacto e indignado. Me habría quedado de piedra al ver como Anika Gil denunciaba haber sufrido torturas y agresiones sexuales por parte de la Guardia Civil en un documental visto por millones de espectadores (La pelota vasca, de Julio Medem). Me habría estremecido ante artículos como El silencio de los lobos o La cobardía de los lobos, donde se plantean preguntas que, al haber quedado sin respuesta, ponen en entredicho el honor de la Benemérita… Y si yo fuera ministro del Interior o de Defensa y hubiese dicho recientemente que siento la mayor de las repugnancias ante la tortura, no podría cruzarme de brazos ante una denuncia como la de Amaia Urizar. Abriría inmediatamente una investigación rigurosa para depurar responsabilidades, en un sentido o en otro. Porque un ministro del Interior o de Defensa con un mínimo de dignidad y de respeto por su país y por su cargo, no puede ignorar un testimonio así, tanto si es cierto como si es falso. En el primer caso, tiene el inexcusable deber de castigar a los culpables con la mayor severidad; en el segundo, el de perseguir a los calumniadores con igual rigor. Porque decir que la Guardia Civil viola con pistolas a las detenidas equivale a decir que nuestra supuesta democracia es una farsa tan grotesca como la «democracia orgánica» de Franco, y que las estereotipadas sonrisas de nuestros gobernantes no son más que la tapadera de una cloaca hedionda… Y aunque no fuera ni guardia civil ni ministro, sino un simple ciudadano, me sentiría como una auténtica rata -una rata de esa cloaca en la que terroristas de uniforme torturan y violan impunemente– si no hiciera todo lo posible por arrancar esa tapadera de talantes y sonrisas, para mostrarles a los que no se enteran, o no quieren enterarse, en qué clase de «democracia» nos estamos revolcando. Como, además de ciudadano, soy escritor, me sentiría como una rata si no escribiera lo que estoy escribiendo y si no denunciara públicamente el silencio cómplice de tantos compañeros y compañeras de oficio». (Deja de leer y mira al Escritor).

¿Sabe, ha entendido ahora de qué le estoy hablando?