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Cristina explicó a Obama lo que no le habían enseñado en sus escuelas

Fuentes: ALAI

Si algo le faltaba al presidente estadounidense Barack Hussein Obama para poner de manifiesto su bajo nivel de estadista fue la lección que le diera hoy en Panamá su colega argentina Cristina Elisabet Fernández cuando aquél, desentendiéndose de los atropellos que su país había cometido a lo largo de más de un siglo y medio […]

Si algo le faltaba al presidente estadounidense Barack Hussein Obama para poner de manifiesto su bajo nivel de estadista fue la lección que le diera hoy en Panamá su colega argentina Cristina Elisabet Fernández cuando aquél, desentendiéndose de los atropellos que su país había cometido a lo largo de más de un siglo y medio se atrevió a decir que no le interesa el pasado.

Obama sostuvo delante de los presidentes de los países de América en la Cumbre de Panamá que no está interesado «en ideología y cosas que sucedieron cuando no había nacido», mostrándose como un exponente del pragmatismo más elemental y abyecto propio de una etapa del capitalismo gerencial contra el cual no sólo se pronunciaran pensadores y políticos de izquierda sino acerca del cual ya había advertido en 1776, en su «Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones», el gran pensador escocés Adam Smith.

La presidenta argentina que en más de una ocasión había puesto de manifiesto su interés en un serio estudio del pasado, adscribiéndose en los criterios revisionistas, fue contundente al responder a Obama que le interesa «la historia porque ayuda a entender lo que pasa y prevenir lo que puede llegar a pasar» de manera que al entenderse «por qué pasaron las cosas» se pueden desarrollar estrategias más adecuadas hacia el futuro.

Y el revisionismo no es crear un nuevo relato que reemplace al existente si no investigar y poner a la luz los hechos que hagan que se sepa realmente como fueron las cosas y no como nos las contaron aquellos interesados en justificar hechos que beneficiaron, casi siempre, a los poderosos y perjudicaron a los que no lo eran.

Por ejemplo, al presidente Obama no le puede interesar que se revise la guerra durante la cual los Estados Unidos de América le robaron a México más de la mitad de su territorio ni la guerra civil entre el Norte y el Sur, explicada en el presunto anti esclavismo de Abraham Lincoln cuando, en realidad, se debió a la necesidad del Norte del algodón que el Sur producía y vendía a los europeos, especialmente al Reino Unido, al punto de que la esclavitud recién fue abolida cuando la guerra ya llevaba un año y medio de combates en los campos de batalla entre las viejas colonias británicas industrializadas (Norte) y las viejas colonias españolas agrícolas (Sur) arrebatadas, como se dijera, a México.

Al mismo Obama no le interesa que se recuerde que Panamá, el país anfitrión de esa Cumbre, fue creado en 1903 en función de los negocios de su país en la región razón por la cual en 1901 había firmado un tratado con el RU desconociendo la soberanía colombiana sobre buena parte del Caribe y que, en función de ello, impulsó la «independencia» panameña que dio lugar a la excavación del Canal de Panamá y su manejo, durante muchas décadas por los propios EUA.

Mejor no hablar de las múltiples operaciones militares estadounidenses contra gobiernos populares en el Caribe incluida aquella auto voladura del navío «Maine» con el que se justificó la guerra contra España en 1898 cuando ya los patriotas cubanos tenían derrotado al ejército colonial español. Ello le permitió a los EUA apoderarse hasta hoy de Puerto Rico, durante más de medio siglo de las Filipinas y tener a Cuba como una dependencia económica hasta la Revolución de los barbudos encabezada por Fidel Castro.

Los romanos, que en su relato oficial también introdujeron tergiversaciones múltiples, tenían, sin embargo, un dios de la historia, Jano, el del inicio y el fin de todas las cosas y en cuyo honor se denomina el primer mes del año (enero, January, gennaio, janvier, janeiro). Jano tenía dos caras visibles: una en lo que debiera ser la nuca, con la que estudiaba el pasado, y mientras observaba el presente con una tercera oculta, proyectaba el futuro con la cara delantera. Fue el dios más importante y reconocido de esa civilización más allá de que existiese un jefe de todos ellos, el Zeus griego devenido en Júpiter.

Cuando Cayo Julio César Octaviano pretendió ser divinizado se cambió el nombre por Augusto (el elegido por los augures) e hizo que se estableciese el relato de la fundación de la familia Julio-Claudia con la llegada a Ostia del troyano Eneas, hijo legendario de Afrodita. El hijo de Eneas, Julus, fue el primero de la zaga de los Julios hasta Augusto quién así fue divinizado como heredero de Afrodita. Y el propio Augusto tuvo su justificación a través de dos historiadores de la época, Tito Livio Patavino (más prudente) en sus «Décadas de Historia Romana» y Publio Virgilio Marón (dando por cierto todo) en «La Eneida». Una leyenda convertida en historia cierta le sirvió para ser convertido en Dios tiempo después.

Obama no quiere justificar a los malos ni cuestionarlos. En ambos casos, si hiciera eso, los EUA no quedarían bien. Lo mejor es ignorar los hechos, sobre todos los ocurridos antes de su nacimiento. Es el mismo criterio que usó Bartolomé Mitre cuando se regodeó de haber uruguayizado a José Gervasio de Artigas. Este, declarada la independencia de la Banda Oriental se fue a vivir al Paraguay donde murió casi dos décadas más tarde declarándose siempre argentino oriental. Sin embargo, haberlo hecho prócer de la hoy República Oriental del Uruguay le sacó de encima al patriciado argentino un señor molesto de ideas inconvenientes, de esas ideologías de las que tampoco se interesa Obama.

Fuente: http://alainet.org/es/articulo/168898