Recomiendo:
0

Cualquiera puede ser moro

Fuentes: Deia

Quiero en primer lugar dar las gracias a los miembros del jurado por atreverse a tomar la decisión que tomaron, aun sabiendo que serían reconvenidos por los celadores del Estado. También quiero expresar mi gratitud a quienes, a contracorriente, han defendido la concesión del premio en la prensa española, donde los vascos nos movemos en […]

Quiero en primer lugar dar las gracias a los miembros del jurado por atreverse a tomar la decisión que tomaron, aun sabiendo que serían reconvenidos por los celadores del Estado. También quiero expresar mi gratitud a quienes, a contracorriente, han defendido la concesión del premio en la prensa española, donde los vascos nos movemos en bastantes ámbitos como en territorio enemigo.

Me gustaría recordar cuatro libros de ensayo que he leído estos días: Autopsiarako frogak, de Koldo Izagirre; Walter Benjaminen aingerua Gernikako bonbardaketatik, el ensayo sobre los bombardeos masivos, de Ignazio Aiestaran; Goizuetan bada gizon bat, de Patziku Perurena; y Darwin gurean, de Kepa Altonaga. Veo que comparto con ellos intranquilidades y empeños, y tengo que decir que cualquiera de ellos, y quizás alguno más que no he leído, merece ese premio al que algunos de esos títulos ni siquiera optaban.

En cuanto al premio como tal, se me hace lejano y casi ajeno. Y no solo por falta de costumbre. Sorprendido, además, por el revuelo que se ha originado, me viene a la memoria un cuento de Yeha en el que el Correveidile llega y le dice: «Yeha, ¡te traigo buenas noticias!». «¿Qué pasa?». «¡En la casa del Caid están cocinando tortas!». «¿Y eso qué tiene que ver conmigo?». «Es que te van a dar una.» «¿Y eso que tiene que ver contigo?». Sé que el alboroto no tiene que ver con el libro. Ni siquiera tiene que ver conmigo, sino con prejuicios y fantasmas que adquieren con frecuencia más consistencia que los criterios objetivos y las personas de verdad. Por eso quisiera explicar muy brevemente de qué va el libro a quienes no puedan leerlo.

Se ha dicho en la prensa, como para defenderme, que no escribo de política; pero las 700 páginas de letra apretada de ese libro no tratan más que de política actual, si bien tienen poco que ver con eso que se da en llamar «actualidad política». El ensayo sigue el hilo de la colonización española del Rif a lo largo de casi doscientos años para plantear, sobre todo a partir de la página 353, los conflictos y disyuntivas con los que todos convivimos hoy.

Entre las ideas que he tratado de formular en ese ensayo está la de la teatralización de la política. Me refiero a los prejuicios, tinglados y fantasmas que hacen tan difícil que una sociedad se organice políticamente de una manera libre y democrática.

Ahora quisiera explicar brevemente qué son los moros, ya que es notorio que no existen. «Me han pegado porque dicen que soy moro», se queja un niño al que han golpeado. No le pegan «porque es moro», sino «porque dicen que es moro». Y hay que insistir en que los moros no existen, puesto que nadie se define como moro. Sin embargo, precisamente por ello, cualquiera puede ser moro de una u otra manera. Una de las actitudes más bajas que hay es el odio a los oprimidos y el dominio sobre ellos, aduciendo que la propia manera de ser de los dominados justifica la dominación sobre ellos. Ya dijo Elias Canetti que de ese enredado sentimiento no están libres ni los más esclarecidos filósofos.

En cuanto al premio, pese a que me lo hayan concedido, no puedo dejar de notar su poco honorable historia. Desde su fundación, más que para reconocer el quehacer literario, el Premio se instituyó para que el espectáculo literario encumbrase la oficialidad política.

No siendo eso al parecer suficiente, la concesión del premio se ha ido manipulando reiteradamente de manera partidista. Y no comenzaron a manipularlo precisamente los partidos que gobiernan ahora, si bien estos han continuado haciéndolo. La manipulación, siendo negativa para los escritores discriminados, también ha perjudicado a los propios premiados, quienes, puesta en duda la honradez de los premios, no podían sentirse más que como el corredor de la película de Woody Allen.

Tengo entendido que tanto escritores como editores han pedido repetidamente que se eliminen condiciones y requisitos de presentación de las obras. Esos obstáculos son claramente innecesarios si el premio persigue enaltecer los mejores libros publicados el año anterior.

Convivimos con problemas de difícil solución, como las desigualdades socio-económicas, la insuficiente democracia, el militarismo, la desinformación o la inaudita cleptomanía de los ricos a costa de los pobres. Tampoco será fácil en nuestro país superar el conflicto de las últimas décadas o acordar formas de autogobierno. Lo del premio debería ser mucho más sencillo, porque que el premio deje de tener restricciones beneficiará naturalmente a todos, incluso a los que las han impuesto, que inmediatamente quedarán liberados de cargar con esas disposiciones tan insociables y tan tontas.

He leído estos días en El Correo, el periódico del Don Celes de mi infancia, un artículo de un profesor de Teoría Política de la UPV, y según él cualquier gobierno tiene la obligación de promocionar solo la literatura de su cuerda ideológica. De lo anterior se deduce que la literatura debería limitarse a ensalzar al gobierno.

En mi opinión, la literatura es más para cuestionar las cosas establecidas que para ensalzar nada. En cuanto a los gobiernos, espero que representen cada vez más a la gente, en lugar de ser instrumentos para imponer al 99 por ciento de la población las cosas que decide, según estiman estos días los que en Nueva York protestan ante Wall Street (y quizás no exageren), el 1 por ciento.

Joseba Sarrionandia, Escritor y Premio Euskadi de Ensayo 2011

Fuente: