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Cuando lo que fuimos configura posibles cambios revolucionarios

Fuentes: Alai-amlatina

La Globalización y los Agronegocios, las cadenas agroalimentarias y el supermercadismo, reconfiguran a diario nuestras vidas, nos imponen nuevos hábitos, cambian nuestros entornos, modifican los paisajes que conocíamos y además, nos acostumbran a los cambios permanentes, cada vez más y más acelerados, y terminamos aceptándolos como algo natural, propio de los tiempos que corren. Nos […]

La Globalización y los Agronegocios, las cadenas agroalimentarias y el supermercadismo, reconfiguran a diario nuestras vidas, nos imponen nuevos hábitos, cambian nuestros entornos, modifican los paisajes que conocíamos y además, nos acostumbran a los cambios permanentes, cada vez más y más acelerados, y terminamos aceptándolos como algo natural, propio de los tiempos que corren. Nos olvidamos así, que cuando fuimos niños jugábamos a la pelota en las calles que eran nuestras y no de los automóviles, que el lechero solía tener las llaves de las casas y que entraba en la madrugada hasta las cocinas para dejar su espumante maravilla en la lechera que la dueña le dejaba preparada sobre la mesada. Y nos olvidamos también, que para las fiestas nos reuníamos decenas y decenas de parientes en casas de patios grandes como ya no existen, y en reuniones donde había liderazgos familiares que imponían pautas de comportamiento, por ejemplo: «de política no se habla»… Hoy ya no pueden nuestros niños jugar en la calle, ni tenemos casas de patios, no existen liderazgos ni siquiera códigos de convivencia, ni habría necesidad de prohibir el hablar de política, y además de todo eso y de tomar una leche que no es leche, porque es apenas un jugo turbio reconstituido, además de todo eso, creemos que debemos aceptar esos cambios porque todo ello configura una idea de progreso a la que rendimos pleitesía…

Pues no, no es el progreso, y si lo fuera maldito sea el progreso… mejor estábamos sin ese progreso que nos vendieron en mala, malísima hora. En verdad nos han recolonizado, nos han recolonizado a mansalva… y nos han acostumbrado a comer basura y a idolatrar los autos, nos han convencido que las comidas chatarra engordadas con soya son buenas y que los autos que matan a nuestros hijos son un avance de la modernidad y no reparamos en que nosotros viajamos como ganado en colectivos y trenes privatizados y que las rutas tienen ya dos «animitas»(1) por cuadra recordando los innumerables muertos de las autopistas y de un tránsito enloquecido y sin contención alguna. En verdad, extraviado el sentido común, vivimos en un universo de zonceras, y nos timan impunemente con la publicidad y con las campañas de la industria cultural, y no tenemos siquiera los viejos sabios que nos indiquen las trampas del camino…. Y escribimos esto desde el asco interior que nos abruma, desde el rechazo total y desde el cansancio de tanto discurso de pretendida progresía que apabulla, pero con el que no comemos ni volvemos a tener patria como la tuviéramos alguna vez…

El mundo ha vivido hasta el presente en la matriz del petróleo. Todo lo que nos rodea proviene del petróleo o ha sido construido con recursos provenientes del petróleo. Esta, es sin duda la civilización del petróleo y no lleva más de ciento cincuenta años desde que suplantó a la madera y al carbón de piedra. Algunos anticipan que esta etapa puede durar tal vez treinta o cincuenta años más, pero no más. No lo sabemos con exactitud, pero lo que es evidente, es que el petróleo está cada vez más caro y que extraerlo de la tierra o del fondo de los océanos, será cada vez más difícil. Pero hay además otros elementos a tener en cuenta: por ejemplo, que la industria del petróleo no consume patentes, porque todas han vencido debido a los años transcurridos. Tal vez por eso, las corporaciones petroleras no son las que hoy manejan el mundo como fuera en la época de la posguerra. Ganan mucho dinero, pero no alimentan el proceso global de lo que se llama «el Poder del conocimiento»: los patentamientos, las regalías, las nuevas marcas y la privatización de las tecnologías y de las invenciones. En ese sentido son el pasado. El poder del pasado que se va haciendo paulatinamente obsoleto y que pierde poder cuando como ahora, una nueva matriz comienza decididamente a sobreponerse sobre nuestras vidas. Nos estamos refiriendo a la matriz de la biotecnología. La soja transgénica, los organismos vivos genéticamente modificados, la nanotecnología y los biocombustibles, alconaftas y etanoles originados en la agricultura, son parte de la nueva matriz que comienza a instalarse sobre el planeta con el decidido respaldo del Imperio y de las mayores transnacionales conocidas tales como Monsanto y Cargill.

Argentina, en forma oficial desde los años noventa y seguramente desde bastante antes, parece haberse definido decididamente por la nueva matriz tecnológica, la de la biotecnología. No es tan sólo la opción por la soya y las semillas transgénicas, no es tan sólo el modelo de país proveedor de forrajes, ni ha sido solamente el compromiso de nuestra política exterior con los peores intereses de las corporaciones y de la organización mundial de comercio, es también el encolumnamiento de las principales instituciones científicas y tecnológicas de la Argentina, así como de las Universidades, que comienzan a involucrar crecientemente sus equipos de investigadores y sus presupuestos en estrategias vinculadas a la biotecnología y que comprometen masivamente sus políticas con las grandes empresas de semillas y de tecnologías vinculadas al agro y que expresan a la nueva matriz.

Presentar la producción de biocombustibles originados en la agricultura como una estrategia de crecimiento se halla en esa misma línea de opciones globales pero también de creciente colonización cultural, a que nos ha conducido el poder de los agronegocios. De hecho, en la Argentina, hemos optado por traspasar el problema energético: del petróleo a la agricultura, dejando graciosamente en manos de Repsol la exportación de lo que nos queda de petróleo y condenando al hambre a las próximas generaciones. ¿Por qué decimos lo que decimos? Porque ese petróleo que exporta Repsol, en manos argentinas y racionalizado con inteligencia, bien podría permitirnos sortear la crisis energética planetaria que se avecina, e ir más allá de ella gracias a nuestras propias reservas y dándonos de esa manera el tiempo necesario para generar nuevas fuentes de energía conque reemplazar el petróleo que se termina. Todo lo contrario, la opción que se ha tomado de producir biocombustibles para el mundo desarrollado, nos pone en la opción definitiva de sacrificar las tierras actualmente dedicadas a producir alimentos para nuestra gente, tierras que serán inevitablemente dedicadas a producir energía para mantener los niveles de alto consumo de los países centrales. Lamentablemente, la falta de conciencia sobre las acciones legislativas o de gobierno, no modifica sus inexorables consecuencias. Estas decisiones las han tomado las corporaciones y el grueso de los políticos, incluyendo a las cámaras legislativas, ignoran lo que han votado cuando han votado leyes de promoción a la biotecnología y además se encuentran desinteresados de toda reflexión al respecto. Vamos a condenar una vez más a nuestra población para saciar hambres lejanas, no tan sólo ahora de las vacas europeas y de los cerdos y de las aves de corral de China, tendremos que condenar los argentinos al hambre para saciar el hambre de combustibles de los motores de Europa y la ambición de los nuevos ricos de China de hacerse propietarios de un vehículo automotor.

Volvamos entonces al principio de nuestro editorial. Aquellas calles que eran de los pibes, con el carrito del lechero que visitaba nuestras casas y nos entregaba leche fresca. Aquellas reuniones familiares en casas grandes con huertas, frutales y gallineros al fondo, aquellos ferrocarriles argentinos y los tranvías y trolebuses, aquellos ganados que pastaban forrajeras naturales, el ir de compras al almacén o a la panadería y no a la góndola del supermercado, y el tener un Estado nacional que velaba por la seguridad del conjunto de la población y que garantizaba una niñez feliz y una vejez digna para todos los argentinos… Aquello, era en verdad el progreso, el verdadero progreso si es que lo hay. Hoy no solo es un recuerdo sino que también y desgraciadamente, es un horizonte deseable para el común de nosotros, y si continuamos construyendo ciudadanía como lo estamos haciendo desde el GRR con tanto éxito de toma de conciencia en la población harta de tanta mentira, podría llegar a ser, asimismo, un objetivo de lucha y una propuesta revolucionaria de cambio social. Crece el sentimiento de que necesitamos imperiosamente un país con desarrollos locales, independencia económica, soberanía alimentaria y justicia social.

(1) Altarcito propio del devocionario popular que indica el lugar de una muerte violenta.

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– GRR Grupo de Reflexión Rural, Buenos Aires www.grr.org.ar, www.resistalosagronegocios.info