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Cuando se trata de la paz, Israel nunca pierde la oportunidad de perder una oportunidad

Fuentes: Voces del Mundo

Durante más de medio siglo el mayor obstáculo para la paz en Oriente Medio no ha sido la ausencia de iniciativas palestinas audaces, sino la implacable determinación israelí de enterrarlas antes de que puedan echar raíces.

Una y otra vez, desde el reconocimiento sin precedentes de Israel por parte de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1988 y su renuncia a la lucha armada, hasta las ofertas de alto el fuego de una década por parte de los líderes de Hamás, los líderes palestinos han puesto sobre la mesa compromisos históricos.

Y una y otra vez, Israel ha respondido a estos momentos no con las manos abiertas, sino con los puños cerrados, el sabotaje político y los asesinatos. El patrón es tan constante, tan deliberado, que «perder una oportunidad para la paz» ha dejado de ser un trágico accidente y se ha convertido en una doctrina calculada.

En 1988 la Organización para la Liberación de Palestina le hizo a Israel la oferta más generosa de la historia palestina. La OLP aceptó el Estado de Israel, cedió el 78% de la Palestina histórica a «un Estado judío», condenó «el terrorismo en todas sus formas» y pidió a cambio un Estado en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este.

Este debería haber sido el escenario soñado por Israel: poner fin al conflicto, a la Primera Intifada y a su aislamiento internacional, y asegurar su futuro en la región. Sin embargo, Tel Aviv entró en pánico.

El primer ministro Yitzhak Shamir rechazó inmediatamente el gesto de la OLP calificándolo de «loco y peligroso» y prometiendo que Israel «nunca permitirá la creación de un Estado palestino independiente en los territorios ocupados».

Su ministro de Defensa, Yitzhak Rabin, prometió utilizar «mano dura» para aplastar esta oferta de paz. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel activó un equipo de control de daños para desacreditar la propuesta de la OLP. El único periodista israelí, David Grossman, que se atrevió a informar sobre la decisión de la OLP fue despedido de su trabajo en la radio y atacado en la Knesset y en todos los medios de comunicación israelíes.

El Gobierno israelí y las organizaciones proisraelíes estadounidenses también criticaron a los judíos estadounidenses que se reunieron con Yasser Arafat para aprovechar su gesto de paz. Estados Unidos denegó a Arafat el visado para presentar su oferta en la Asamblea General de la ONU.

Hoy la historia se repite, ya que los países europeos intentan ofrecer a Israel una salida a su imagen gravemente dañada por el genocidio de Gaza.

El pasado mes de mayo, en Singapur, el presidente francés Emmanuel Macron describió el reconocimiento de Palestina como «un deber moral y una necesidad política», pero luego vació de contenido esa declaración al condicionar ese gesto simbólico al desarme de Hamás, su salida de Gaza y su exclusión de cualquier papel en el gobierno palestino.

El Gobierno israelí volvió a entrar en pánico y acusó de inmediato a Macron de «liderar una cruzada contra el Estado judío».

Desde entonces, Tel Aviv ha estado atacando de manera similar a todos los países que han expresado su intención de reconocer a Palestina y lo ha acusado de «recompensar» a Hamás, sabotear las negociaciones de alto el fuego y empujar a Israel hacia el «suicidio nacional».

La frenética reacción de Israel es reveladora. Los israelíes entienden que el reconocimiento es una maniobra europea para revivir la fachada de un proceso de paz, muerto hace mucho tiempo, y evitar confrontar o responsabilizar a Israel por su genocidio.

El reconocimiento no tendría ningún impacto en el avance de la creación de un Estado palestino, ni frenaría la acelerada anexión de Cisjordania por parte de Israel.

Sin embargo, incluso un simple gesto como este provoca pánico en Israel porque Netanyahu está tratando de persuadir a sus aliados occidentales de que la única solución a la cuestión palestina es la despoblación de Gaza.

Los líderes occidentales intentan culpar del rechazo de Israel al gobierno de extrema derecha de Netanyahu. Sin embargo, todos los partidos políticos sionistas israelíes, incluido el izquierdista Meretz-Laborista, han dejado clara su oposición a la solución de dos Estados.

Este rechazo no es nuevo ni es consecuencia del 7 de octubre, sino que ha sido una característica constante de los sucesivos gobiernos israelíes desde que comenzó la ocupación en 1967.

Foto: La construcción ilegal de asentamientos israelíes en la Cisjordania ocupada y en Jerusalén Este se ha más que duplicado desde los Acuerdos de Oslo de 1993. [Getty]

Frustrar las «ofensivas de paz» palestinas

En 1976 la OLP y los países árabes impulsaron una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU que pedía la solución de dos Estados. La resolución recibió el apoyo de todos los miembros del Consejo de Seguridad, pero Israel la rechazó, por lo que Estados Unidos la vetó.

En 1981 la OLP respaldó oficialmente una propuesta de la Unión Soviética para la creación de un Estado palestino en los territorios de 1967 y la «seguridad y soberanía» de Israel. Meses más tarde, el rey Fahd de Arabia Saudí ofreció a Israel la propuesta más generosa posible: Israel se integraría en la región y se le garantizaría la paz de todos los países árabes si aceptaba la solución de dos Estados.

Esta oferta se reiteró en 2002 como la «Iniciativa de Paz Árabe» y fue respaldada por 57 países musulmanes, pero Israel la ignoró.

Israel vio una amenaza en este impulso y lo consideró una «ofensiva de paz»: los palestinos se estaban volviendo demasiado moderados e Israel se estaba quedando sin excusas para mantener la ocupación.

Tel Aviv respondió con una guerra contra la OLP en el Líbano con el fin de aplicar las «presiones militares más feroces» para socavar a los moderados palestinos y hacer que la OLP adoptara una línea más dura «para detener su ascenso a la respetabilidad política».

Oslo y la farsa del proceso de paz

En 1993 Israel se vio obligado a aceptar los Acuerdos de Oslo por su fracaso en aplastar violentamente la Primera Intifada y su incapacidad para hacer frente al aislamiento internacional, la presión y el daño económico, diplomático y político resultante de su estrategia de «romper los huesos» contra manifestantes civiles desarmados y niños.

El mundo aclamó Oslo como una nueva era de paz, pero Israel introdujo suficientes lagunas en el acuerdo para evitar el fin de la ocupación. El primer ministro Rabin, que ganó el Premio Nobel de la Paz por Oslo, dejó muy claro que se trataba únicamente de una separación, no de la creación de un Estado palestino.

«No aceptamos el objetivo palestino de un Estado palestino independiente entre Israel y Jordania. Creemos que existe una entidad palestina separada que no es un Estado», afirmó.

Apartheid significa «separación», y eso es lo que ocurrió sobre el terreno. Los asentamientos israelíes crecieron exponencialmente y, durante el «proceso de paz», se trasladaron más colonos al territorio ocupado que antes de Oslo. Mientras tanto, los palestinos se vieron obligados a vigilar la ocupación israelí y a frustrar la resistencia armada, lo que hizo que el apartheid no tuviera ningún coste para Tel Aviv.

En 2000 Israel dejó claro en Camp David que lo máximo que ofrecería a los palestinos no era un Estado soberano independiente, sino tres bantustanes discontinuos separados por asentamientos israelíes y puestos de control militares, sin ningún derecho de retorno para los refugiados palestinos.

Israel mantendría el control sobre el espacio aéreo, la radio, la cobertura de telefonía móvil y las fronteras de Palestina con Jordania, y conservaría sus bases militares en el 13,3% de Cisjordania, al tiempo que anexionaría el 9% e incluso mantendría tres bloques de asentamientos en Gaza que dividen el enclave en partes separadas.

El propio negociador y ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Shlomo Ben Ami, dijo que si fuera palestino, habría rechazado las demenciales condiciones de Camp David. Eso no ha impedido que Israel siga afirmando desde entonces que la cumbre de 2000 fue su «oferta más generosa» y repitiendo el bulo de que «no tenemos ningún socio para la paz en Palestina» para legitimar la perpetuación del apartheid.

En 2005 Israel dejó claro que su redespliegue de tropas en Gaza y el traslado simbólico de 9.000 colonos de Gaza a Cisjordania tenían como objetivo «congelar el proceso de paz» e «impedir el establecimiento de un Estado palestino».

Un año más tarde Ehud Olmert se convirtió en primer ministro y el presidente de la Autoridad Palestina, Abbas, intentó acercarse a él para entablar conversaciones de paz. Un alto funcionario israelí declaró a The New Arab que Abbas se pasó 16 meses implorando a Olmert que hablara con él y negociara, pero este último siguió postergando la cuestión.

Finalmente, cuando comenzaron a salir a la luz los problemas legales de Olmert, este se embarcó en una acción destinada a dejar huella negociando una propuesta similar a la de Camp David, al tiempo que lanzaba la guerra más sangrienta contra Gaza hasta ese momento, la Operación Plomo Fundido.

Tras 36 reuniones en las que los palestinos hicieron todo lo posible por llegar a un acuerdo, Olmert tuvo que dimitir de su cargo y Netanyahu le sucedió.

Foto: El genocidio de Israel en Gaza tiene el objetivo explícito de despoblar el territorio palestino. [Getty]

Las repetidas propuestas de Hamás

Una de las piedras angulares de los argumentos de Israel para mantener el apartheid ha sido la ridiculizada mentira de que «dejamos Gaza y a cambio recibimos los cohetes de Hamás».

Israel también culparía del colapso del proceso de paz a los ataques de Hamás en la década de 1990, aunque el primer ataque importante de Hamás en 1994 en la estación de autobuses de Hadera, en el que murieron cinco personas, se produjo sólo después de la masacre de la mezquita de Ibrahim, en la que 29 fieles palestinos fueron asesinados durante la oración por el colono israelí Baruch Goldstein.

Al igual que la OLP, Hamás también hizo varias ofertas de paz a Israel, aunque con mayor cautela. Los líderes del grupo vieron que la Autoridad Palestina había reconocido a Israel, abandonado la resistencia armada y colaborado con las agencias de seguridad israelíes contra sus propios compatriotas palestinos, aunque no había recibido nada a cambio y había perdido toda influencia o herramienta de presión para obtener concesiones significativas de Israel.

Por lo tanto, el punto de partida de Hamás en las negociaciones fue un alto el fuego de entre 10 y 30 años que incluía el cese total de las hostilidades sin desarme.

Cuando Hamás hizo esta oferta en 1997, Israel respondió de inmediato intentando asesinar al máximo líder político del grupo, Jaled Meshal, en Jordania. Cuando el fundador de Hamás, Ahmed Yassin, reiteró la oferta en 2004, Israel lo asesinó dos meses después. Más tarde, funcionarios israelíes admitirían que podrían haber hecho las paces con Hamás bajo el liderazgo de Yassin.

De manera similar, cuando el máximo comandante militar de Hamás, Ahmad Al-Yabari, comenzó a promover una propuesta de alto el fuego permanente, Israel lo asesinó en 2012. Haaretz calificó a Yabari como «el subcontratista de Israel en Gaza», ya que hizo todo lo posible por proporcionar tranquilidad a Israel durante los alto el fuego y evitar que otros grupos armados violaran esta calma.

En 2006, tan pronto como Hamás formó un gobierno, el entonces primer ministro Ismael Haniyeh envió una carta a la administración Bush ofreciendo un compromiso con Israel basado en la solución de dos Estados.

El asesor de Haniyeh, Ahmad Yusef, presentó una propuesta de paz demasiado indulgente, que el partido Fatah del presidente Abbas calificó de «peor que la declaración Balfour». Se basaba en el establecimiento de un Estado palestino con fronteras temporales en un tercio de Cisjordania (zonas A y B) y la Franja de Gaza, para luego ampliar lentamente los límites del Estado mediante negociaciones y diplomacia.

Israel respondió imponiendo un bloqueo draconiano a Gaza y presionando a Suiza y al Reino Unido, que habían acogido a Yusef, para que le prohibieran a él y a cualquier líder de Hamás la entrada en sus países. También retuvo los ingresos de la Autoridad Palestina para llevar a la quiebra y al colapso al gobierno de Hamás en Gaza. Tel Aviv y Estados Unidos comenzaron entonces a tramar un golpe de Estado para derrocar a Hamás.

En 2008 Hamás se comprometió con un colono israelí, el rabino Menachem Froman, a formular una propuesta de alto el fuego que levantara el asedio de Israel a Gaza y, a cambio, garantizara el cese total de las hostilidades.

Hamás aceptó la propuesta final, Israel la rechazó de plano y, más tarde ese mismo año, lanzó la Operación Plomo Fundido, cuyo objetivo era, según la ONU, «castigar, humillar y aterrorizar» a la población civil de Gaza.

El Instituto Estadounidense de la Paz informó en 2009 que Hamás había «enviado repetidas señales de que podría estar dispuesto a iniciar un proceso de coexistencia con Israel».

Incluso durante el actual genocidio de Israel en Gaza, Hamás ha manifestado en repetidas ocasiones su voluntad de participar en un proceso político y se ha ofrecido a deponer las armas y desmantelar su ala militante si Israel pone fin a su ocupación. Alternativamente, ofrecieron una tregua de 10 años, pero Israel ha rechazado repetidamente esas propuestas.

Una fuente cercana a las negociaciones de alto el fuego en Gaza declaró a The New Arab que en 2024 Ismail Haniyeh entabló conversaciones con Estados Unidos para limitar Hamás a un partido político y participar en un proceso de paz. La fuente afirmó que el interlocutor de Haniyeh era el director de la CIA, Bill Burns. Israel asesinó inmediatamente a Haniyeh en Teherán tan pronto como comenzaron esas conversaciones.

El veredicto de la historia sobre el rechazo de Israel no lo escribirán los propagandistas de Tel Aviv ni los redactores de discursos de Washington, sino que quedará inscrito en el largo y sangriento libro de cuentas de oportunidades desperdiciadas, promesas incumplidas y traiciones deliberadas.

Cada negociador asesinado, cada acuerdo frustrado, cada reacción de pánico ante el más mínimo gesto simbólico de la soberanía palestina pone de manifiesto una verdad más profunda: los líderes israelíes temen más a la paz que a la guerra, porque la paz exigiría igualdad, responsabilidad y el fin del apartheid.

La cuestión ya no es si los palestinos lograrán la libertad o aceptarán la coexistencia, sino cuántas «oportunidades perdidas» más obligará Israel al mundo a soportar antes de que llegue ese día.

Muhammad Shehada es un escritor y analista palestino de Gaza y director de Asuntos de la UE en el Euro-Med Human Rights Monitor. X: @muhammadshehad2

Texto en inglés: The New Arab, traducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/08/18/cuando-se-trata-de-la-paz-israel-nunca-pierde-la-oportunidad-de-perder-una-oportunidad/