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Cuba y el nuevo paradigma económico y político

Fuentes: Rebelión

Cuba y su sistema socialista, vigente desde el triunfo de la Revolución liderada por Fidel Castro, enfrentan un momento histórico que va a determinar la orientación futura del proyecto de construcción de una sociedad mejor. Aunque Cuba siempre mantuvo un margen de independencia en su política exterior e interna, la protección y apoyo de la […]

Cuba y su sistema socialista, vigente desde el triunfo de la Revolución liderada por Fidel Castro, enfrentan un momento histórico que va a determinar la orientación futura del proyecto de construcción de una sociedad mejor. Aunque Cuba siempre mantuvo un margen de independencia en su política exterior e interna, la protección y apoyo de la URSS condicionaba de alguna manera la posibilidad de desarrollar otras alternativas e instrumentos políticos. Hasta la implosión definitiva del campo socialista en diciembre de 1991, la hegemonía soviética imponía implícita y explícitamente la interpretación oficial del marxismo, de la historia, de los ritmos de la lucha de clases y de la coyuntura histórica.

Desde entonces el mundo ha mutado radicalmente. La bipolaridad dio paso a una hegemonía de rasgos imperiales que abarcaba la esfera económica, política, militar e ideológica. El fin de la Historia parecía ser una realidad, pero el desarrollo de las diferentes fuerzas históricas en el contexto internacional ha dado lugar a una multipolaridad cada día más acentuada, donde, pese a la hegemonía global del sistema capitalista, otras alternativas han encontrado espacios en los que cimentar proyectos alternativos de sociedad.

En este contexto, en el que Latinoamérica ha servido como prueba para demostrar que otras realidades son posibles, se celebró el VI Congreso del Partido Comunista Cubano de Mayo de 2011. Los tan mentados lineamientos políticos, aprobados en esta ocasión, dan el pistoletazo de salida para que Cuba se embarque en la definición de un nuevo paradigma político, económico y social para los próximos cincuenta años. Ahora que la URSS y el campo socialista no existen y las construcciones sociales están libres de ataduras y condicionantes hegemónicos, es hora de rescatar al marxista peruano Mariátegui y avanzar en un proceso que no puede ser ni calco ni copia de ningún otro.

En este breve artículo se pretenden señalar algunas cuestiones que van a ser los ejes centrales de esta nueva propuesta, en proceso de definición e inacabada, que debe ser confrontada con las condiciones objetivas de la realidad cubana. Una primera consideración es inevitable: los lineamientos generales aprobados en el VI Congreso del PCC incorporan al nuevo modelo mecanismos e incentivos propios de una economía de mercado. Hay que aceptar que la libertad de empresa, aunque sea en una forma limitada y controlada por el Estado, genera, necesaria e inevitablemente, dinámicas de acumulación y explotación que, hasta ahora, han sido ajenas a la sociedad cubana. La voluntad del Estado cubano de limitar sus efectos más perversos no puede impedir, en el largo plazo, que estas dinámicas se consoliden y moldeen la realidad social, ya que son independientes de la voluntad política y son consustanciales a la economía de mercado. Si bien esto es así, es todavía pronto para proyectar la orientación que va a adquirir el proceso de actualización del modelo económico. Los caminos que se vislumbran en el medio plazo son básicamente dos: transición hacia un socialismo de mercado, siguiendo los modelos asiáticos, o la exploración de modelos más próximos al socialismo comunitario y a la centralidad de las cooperativas de productores/as como elemento fundamental del andamiaje económico. En esta bifurcación el papel dirigente del Estado y del PCC van a ser fundamentales en dos aspectos: fomento de las cooperativas frente al «cuentapropismo» y mantenimiento de las conquistas sociales que limitan la aparición de brechas sociales insalvables. Cuba tiene experiencia en estas situaciones críticas, como fue el Periodo Especial, y siempre ha sabido conservar los valores esenciales que definen el proyecto revolucionario.

La prioridad otorgada a estas dos alternativas va a resultar crucial, ya que pese a que en la actualidad el «cuentapropismo» está siendo la opción de muchos/as cubanos/as para mejorar su situación económica, con resultados interesantes, la opción por el cooperativismo es la única que pueda asegurar la base material sobre la que construir un socialismo más participativo, plural y comunitario. Para ello hay que superar muchas dificultades generadas por las ineficiencias y rigideces del propio sistema cubano y por el ilegal bloqueo estadounidense.

Es importante destacar como aportes positivos a la construcción de este nuevo paradigma, la presencia de ideas críticas que, desde posiciones revolucionarias vinculadas al socialismo de raíz humanista (como puede ser el guevarismo o el camilismo) y a teóricos de la Teología de la Liberación, se ubican en la izquierda de este proceso y señalan las desigualdades e inequidades que determinadas medidas están generando. Su fidelidad al proyecto revolucionario, la pluralidad ideológica que aportan y la solidez de sus planteamientos políticos, deben ser insumos aceptados e incorporados a la dialéctica del proceso.

Aunque, como mencionaba anteriormente, ya no existen los condicionantes impuestos por la URSS, el proceso lanzado en Mayo de 2011 enfrenta un grave riesgo por la fuerte dependencia comercial respecto de la República Bolivariana de Venezuela. Los datos que ofrece la propia Oficina Nacional de Estadística de Cuba muestran cómo, a partir de la constitución del ALBA-TCP, el intercambio comercial con Venezuela se incrementa exponencialmente, llegando a alcanzar en apenas 8 años un volumen muy superior a las operaciones comerciales de Cuba con el resto del mundo. Esta realidad, que ha posibilitado que Cuba evite el criminal bloqueo y que las transacciones comerciales se definan en base a parámetros alejados del modelo neoliberal imperante, constituye una tensión presente de manera constante. Si bien su resolución no parece cercana (es difícil pensar que el comercio con el resto del mundo pueda incrementarse hasta niveles similares a los que mantiene con Venezuela), es necesario que la potente política exterior cubana camine hacia la defensa en la esfera internacional de la Revolución Bolivariana, por justicia y por la supervivencia de un proyecto latinoamericano de socialismo diverso y autóctono, y hacia una mayor diversificación de sus relaciones y alianzas. Para finalizar, es necesario señalar el aspecto más importante de todo este proceso: la legitimidad indiscutible de la Revolución como elemento inherente a la nación cubana. Pese a las quejas, insatisfacciones y problemas que, como en cualquier sociedad, existen en Cuba, es fácilmente constatable el consenso general acerca de los logros del socialismo y de la validez del andamiaje político-institucional como plataforma desde la que seguir perfeccionando el modelo. Por ello, es de vital importancia que la dirección revolucionaria y las organizaciones de masas continúen pilotando los cambios que sean necesarios, incorporando los aportes de los sectores sociales que apuestan por la profundización de un socialismo con mayor participación popular.