Recomiendo:
0

Ángeles Sanmiguel publica Juegos de evasión y ¿Quién no tiene tres preposiciones, 4 sex-timientos…?

De la magia infantil al tedio vital

Fuentes: Rebelión

«Nadie sabe dónde fue a parar su alegría, aquellos días en los que todo parecía próspero y el sol brillaba invadiendo placenteramente las soñolientas horas. Las personas de su vida, sus pilares del pasado, las ilusiones por hacer cosas arriesgadas; todo había desaparecido». Es como un principio categórico de la existencia humana. El periodo de […]

«Nadie sabe dónde fue a parar su alegría, aquellos días en los que todo parecía próspero y el sol brillaba invadiendo placenteramente las soñolientas horas. Las personas de su vida, sus pilares del pasado, las ilusiones por hacer cosas arriesgadas; todo había desaparecido». Es como un principio categórico de la existencia humana. El periodo de la madurez, en el que parece que las situaciones eternamente se repiten, reina sin oposición el prejuicio y la chispa de la sorpresa queda sin espacio. La frescura se fosiliza, la monotonía arrincona al juego y la vida se limita a un conjunto de normas inertes, reglamentos hueros y leyes decrépitas. Esta idea cataliza «¿Quién no tiene 3 preposiciones, 4 sex-timientos y una paloma de verdad?», de la escritora Ángeles Sanmiguel Gil, un libro de siete relatos y un poema sobre ese momento en que la sexualidad se convierte en una abstracción y de la pasión no restan sino protocolos. Pero no es un libro trágico ni para desesperados existenciales. En el pasado, en el recuerdo, radica ese venero juvenil que todo el mundo aspira a recuperar.

Tres versos del poema que cierra el libro -«Pasiones cruzadas», de Paloma Goicoechea- resumen la idea central: «Anhelos de sosiego escondidos tras la máscara del pasado / incapaces de aflorar por presunciones burdas y míseras; / sin sentido, sin amor, sin afecto». En el primer relato -«Ante el recuerdo»- el eje de este libro de 125 páginas encarna en Eduardo y su aherrojada vida cotidiana, en la que las pulsiones han sido agotadas por las estructuras y «los sentimientos naturales se me murieron en el desván de lo inservible». Desfigurado, decrépito y con sus ojos (azules) hundidos, el aspecto físico delata esta muerte en vida. «Deberíamos ser los reyes de la creación y somos los esclavos de las cosas». Busca a un Mago de Oz que le ayude ante una vida extraña y manipulada. Años atrás quedó la homosexualidad en embrión, los impulsos juveniles expresados en el rugido de un motor, los triunfos en las competiciones de atletismo (en las que se excitaba con los roces de los compañeros) y, sobre todo, la relación con un preboste alicantino, germanófilo, a quien sus padres le pedían que visitara. Éste le inició en la realidad de los cabarets, las casas de lenocinio y los placeres de la carne. La vida no tenía entonces más que un principio rector: ser joven.

Aderezado con ilustraciones de Jesús Padilla y fotografías de Eva Oz, otro de los relatos -«De cuando mi impulsador…»- empieza en un gris y soporífero martes de diciembre. Una enfermera, Mari Carmen, tiene como única ilusión a la vista las vacaciones navideñas. El desengaño del matrimonio marchitó sus ilusiones amatorias. Ahora, en medio del tedio laboral, encuentra un pequeño oasis en la Red: un maduro actor escocés que le inflama el espíritu. Indaga en su vida y recorrido artístico de manera que alimenta y crece la pasión. En el cine, visionando «El fantasma de la ópera», Mari Carmen se queda prendada del protagonista enmascarado… Pasado el tiempo, descubrió que era ese héroe que anhelaba. El trayecto de casa al trabajo en autobús ya destila vitalidad. También se decide a viajar a Escocia. La otra cara de este pequeño relato es su compañera Mercedes, a quien maltrata su marido y finalmente no puede realizar el viaje. «Sus verdades pesan tantísimo, las esperanzas ya no pueden existir para ella».

Otros pequeños relatos de Ángeles Sanmiguel se acercan más bien al microensayo. En uno de ellos, la autora se adentra en el «vampirismo cotidiano» de finales del siglo XX y principios del XXI. Los síntomas de su presencia se resumen en esta pregunta: «¿No han notado cómo, en ocasiones, la fuerza vital abandona sus cuerpos?» El vampiro que succiona la sangre (metafórica) está muy presente en las sociedades neoliberales: «Vampirizar es una forma de subsistencia que actualmente se multiplica por infinito». Cuando se trata de «vampirización» sexual, el pene o el clítoris se convierten en palancas de dominio. Desconsiderar a estos sujetos, hacerles el vacío, no picar en el anzuelo, es el único modo de no resultar atrapados. La autora enuncia otro sencillo consejo para no caer en las garras del vampiro, moraleja con la vuelve a la idea capital del texto: «Hay que vivir con frescura, con los pulmones henchidos de ganas de satisfacernos, paladeando el tiempo que nos quede». Y una advertencia. Estos seres generan tales inercias, que la víctima puede convertirse al menor descuido en «vampirizador». Tal vez la clave resida en el clásico «conócete a ti mismo» y en valorar la propia esencia: «Resguárdate en los verdaderos sentimientos, aquellos que te han hecho ser como eres». No se trata de banales recetas de autoayuda. Los vampiros emocionales son terriblemente «eficaces» y «fuertes»; en muchas ocasiones también difíciles de detectar. Anidan a sus anchas en sociedades caníbales, en las que la energía vital es también un recurso en disputa.

En otra de las piezas, «Esas otras dimensiones», un anciano con ganas de conversación encuentra a un desprejuiciado e inocente niño de nueve años que le escucha. Sin «recelos maduros». El veterano conversador se refiere a ciertas «dimensiones abstractas» de la existencia humana. Ajeno a este lenguaje abstruso, el infante desconecta y echa a volar su imaginación. Además, en el rostro del anciano, idealiza los perfiles del druida de los tebeos de Astérix. Y goza del chocolate con bizcocho al que le invita su amigo: sensorial, dulce, humeante. Con los años, el niño ya adulto entenderá, en toda su lógica, los «mensajes» que le dejó su compañero. Ángeles Sanmiguel aborda aquí en forma de relato el principio de que la abstracción y los conceptos asesinan la vida. El escritor Ernesto Sabato se pronuncia de manera similar en el ensayo «Uno y el universo»: «El análisis científico es deprimente: como los hombres que ingresan en una penitenciaría, las sensaciones se convierten en números. El verde de los árboles que el aire menea ocupa una zona del espectro alrededor de las 5.000 unidades Angström». Otro de los personajes alumbrado por la autora es Loli («Los que se muerden la colita»), que pasa de triscar en la huerta y saltar por las acequias, a convertirse en la amojamada doña Lola («toda ella había perdido elasticidad, frescura, al igual que la alegría por las innumerables infidelidades de su marido»).

Autora de textos como «Pellizco’s», «Los pajaritos, Balú y la casita» y «Palabras mamíferas», Ángeles Sanmiguel mantiene el hilo conductor de la cotidianidad sofocante y la imaginación como vía de escape en el libro «Juegos de evasión». Un profesor de instituto, inmerso en su vida libresca, mantiene un tórrido romance con una de sus alumnas, que comienza así una escalada vital hasta lo más alto. Para el docente, en cambio, el idilio es una puerta abierta a las pasiones preteridas. El texto cobra forma de relato parcelado en secuencias, con diálogos y monólogos superpuestos. No se cita a los protagonistas, pero el lector fácilmente los descubre por la cronología en cursiva que se intercala en la narración. En 1988, Letizia Ortiz conoce al que será su primer marido (ella, 16 años) el profesor Alonso Guerreo; tienen relaciones hasta la boda de ambos en 1998. «Trepando alto» es asimismo un fresco sobre la monarquía hispana, un relato sobre la promoción de primeras damas en laboratorios regios, una aproximación a los periodistas áulicos (Luis María Ansón) y también a muertes no resueltas como la «accidental» del infante Alfonso de Borbón, causada por un arma calibre 22. Pero sobre todo, la historia (oculta) de la ambición de una mujer que, ya desde adolescente, se entregó de lleno al triunfo personal.

Al igual que en el texto sobre la vigencia de los vampiros, Ángeles Sanmiguel se adentra en el libro «Juegos de evasión» en los sinuosos parajes de la psicología. Lo hace desde un punto de vista original e irónico en el relato «¿Psiquiatría vs. Mitología?» Las disfunciones, traumas y heridas emocionales del Neanderthal, el Cromañón y las deidades greco-latinas no resultan tan diferentes de las del hombre «moderno». Por ejemplo Saturno (el «Cronos» griego) devoró a sus vástagos por miedo a que le arrebataran el poder. Y procreó con su hermana, Cibeles. Tuvieron seis hijos reconocidos, y otros muchos de diferentes relaciones. Sobre la antropofagia saturnal, comenta la autora, «son millones los egocéntricos procreadores que asumen a los hijos e hijas como posibles rivales en lo sexual, afectivo o material». Cibeles -reina de las bestias salvajes- mantuvo encuentros extramatrimoniales con un pastor, Attis. La coyunda con éste podría significar el retorno de Cibeles a su parte más instintiva, pero sin perder el estatus de «señora de» Saturno. Así, hasta que el bucólico personaje se cansó y comenzó a festear con la ninfa Sangáride, «la perfección hecha mujer», con quien compartía un amor de cuento de hadas. Despechada, Cibeles practicó el «mobbing» con la ninfa hasta el punto de convertirla en un ser casi catatónico. En un relato de 47 páginas Ángeles Sanmiguel radiografía y actualiza el elenco de personajes mitológicos. A continuación, en «¿Qué ves?», la autora arrumba la ironía para retratar a una mujer migrante, Mara, que alquila su cuerpo para sobrevivir. Tras un periplo trágico, descarnado, en el que la realidad golpea despiadadamente hasta el límite, Mara busca ese apunte de esperanza. «Como el jaguar, cuando sueña, añora los espacios naturales, la libertad».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.