Enero 07 de 2012 Aquellos que estuvieron en New York en los días siguientes a la catástrofe de las Torres Gemelas, recordarán cómo en la atmósfera prepotente de la ciudad donde impossible is nothing, como profesan los anuncios de Nike, se había deslizado un aire de dolorosa humanidad, una solidaridad espontánea que se hacía presente […]
Enero 07 de 2012
Aquellos que estuvieron en New York en los días siguientes a la catástrofe de las Torres Gemelas, recordarán cómo en la atmósfera prepotente de la ciudad donde impossible is nothing, como profesan los anuncios de Nike, se había deslizado un aire de dolorosa humanidad, una solidaridad espontánea que se hacía presente en un sinnúmero de iniciativas ciudadanas con las cuales los habitantes de la ciudad pretendían reformular el dolor en amor a la vida.
Sin embargo, September 11 sirvió también, y sobre todo, para reforzar una conducta de «Norteamérica contra el mundo» donde el miedo y el rencor se unieron para realzar la violencia. Lo cual explica por qué algunos newyorquinos salieron a festejar tras la muerte de Osama Bin Laden y el New York Times saludó la ejecución disfrazando la ideología de ojo por ojo, diente por diente con filosóficas parrafadas.
Y he aquí que 10 años y seis días después, la misma urbe se sacude ante otra debacle, la del sentido común que prescribe que no es posible la democracia directa, sin liderazgo reconocible, ni presupuestos considerables, ni programas traducibles a la lógica de los intermediarios de siempre: políticos profesionales, medios de difusión pasiva e intelectuales que se rehúsan a abandonar el tanque de pensar.
A aquellos que cuestionan las posibilidades que tiene el Movimiento Ocupa Wall Street (OWS) de producir cambios reales, sus participantes responden que este movimiento, en sí mismo, es un cambio. Y tienen razón. Primero porque OWS no es solo un fenómeno estadounidense, es parte de una onda masiva de respuesta a la crisis, de enfrentamien to civil a la violencia de los estados: violencia económica y militar. Y si se obvia la política es porque esta, nunca mejor dicho, tiene su óptima solución a tiro limpio, o sucio.
Justicia mediterránea que hayan sido los bárbaros de África del Norte, los atrasados y sospechosos «árabes» los inspiradores de esta ola de conciencia civil. Como si todo el odio y la suspicacia que Hollywood, Bush y compañía diseminaran durante una década se devolviera ahora con el viento del Sahara, cada vez más caliente, cargado de una nueva dignidad.
Algo de magrebí, y algo de griego y español, hubo pues en los días y noches de preparación que antecedieron a la ocupación de Liberty Plaza (llamado también parque Zuccotti), el 17 de septiembre pasado. Así lo cuentan algunos de los que participaron en esos encuentros organizativos en un libro que mi amiga Nina Tomassef me acaba de traer de Nueva York como regalo de año nuevo: This changes everything, editado por Sarah van Gelder y el equipo de la revista Yes! Se trata de una selección de 16 textos breves pensados y escritos casi todos al calor de la contienda. Pues de eso se trata, de una confrontación crucial entre las únicas dos razas humanas que verdaderamente existen: los que despiertan y los otros.
El lector no ha de encontrar un programático y atractivo recetario al estilo de «Lo que vamos a hacer y cómo» sino más bien un estimulante recuento de «lo que se está haciendo». Y lo que se está haciendo es suficientemente magnético, pues la ocupación no es un hecho intelectual, aunque altere al intelecto dormido, ni es una fábrica de novedosas categorías políticas, aunque proponga con fuerza renovada la validez de ese elemento de cuarta categoría que es hoy el ciudadano.
La ocupación es de por sí un espacio de creación política, de regeneración social, una terapia simple, osada y efectiva. Como dice la editora Sarah Van Gelder, «Los cínicos podrán cuestionar la importancia de esta profundización en el sentido comunitario. Pero personas que han vivido en un mundo competitivo y aislante están probando un modo de vida construido sobre las bases de la colaboración y la inclusión, en algunos casos por primera vez».
Esta primera vez, en una civilización egoísta y violenta, no debe ser desestimada. Como tampoco podemos pasar por alto el que el movimiento haya acogido de modo orgánico la práctica de la no violencia, de la meditación, de la democracia directa y no jerárquica, de las asambleas que construyen consenso desde la persistencia en la verdad de cada uno y no a través de juegos de representatividades numéricas o de otro tipo.
Tal como refiere uno de los contribuyentes al libro, el escritor y antropólogo anarquista David Graeber, «así como los seres humanos que son tratados como niños tienden a actuar como niños, la manera de estimular a los seres humanos a actuar como adultos maduros y responsables es tratarlos como si ya lo fueran». Y resulta que la manera en que estos semejantes nuestros se han estimulado finalmente a actuar, abandonando el caparazón de sus vidas «privadas» y emprendiendo una conversación difícil con la propia realidad nacional, parece madura y responsable comparada con la que otros semejantes nuestros muestran al apostar aún por esa máquina de generar desigualdad que es la fórmula capitalista, tal vez creyendo, como tantos millones lo hicieron antes, que nunca se encontrarán en el lado más oscuro del espectro.
Observemos atenta y respetuosamente el movimiento, a fin de cuentas, los crédulos de hoy podrían ser los indignados de mañan.