Traducido por Manuel Talens
Todos conocemos con cierto detalle el voluntarioso y gratuito apoyo que decenas de millones de usamericanos han prestado a la Casa Blanca y a los congresistas responsables de crímenes contra la humanidad. El gobierno de Clinton fue reelegido en 1996 tras haber impuesto de forma deliberada un embargo que produjo hambruna en Iraq y una campaña incesante y sin oposición de bombardeos que devastaron el país durante cuatro años seguidos, todo lo cual causó la muerte bien documentada de más de 500.000 niños y de muchos miles más de adultos vulnerables. La mayoría de los ciudadanos de Usamérica reeligieron a Bush después de que éste declarase guerras que causaron la muerte de más de un millón de civiles iraquíes, miles de africanos y miles de paquistaníes y después de que ofreciera su total apoyo a los ataques criminales de Israel contra civiles palestinos y un bloqueo territorial que les impidió el acceso a alimentos, agua y combustible, por no mencionar los frecuentes bombardeos de Líbano y Siria, que culminaron, durante el segundo término de Bush, con la terrible campaña de bombardeos israelíes de ciudades y pueblos libaneses, en los que murieron miles de civiles.
Sabemos que esta brutalidad recibió el apoyo incondicional de los presidentes de las 52 organizaciones judías usamericanas más importantes y de sus miles de grupos comunitarios afiliados (que cuentan con más de un millón de miembros). Sabemos que por cada asesinato israelí de un palestino, por cada desposesión de tierras y hogares palestinos y por cada huerto o viñedo arrancado y cada pozo envenenado hay una campaña sistemática para eliminar nuestra libertad de expresión y de reunión, en especial nuestro derecho a condenar públicamente a Israel y a exponer a sus agentes infiltrados en los centros de poder de Usamérica.
Buena parte de la opinión pública usamericana sabe ya por experiencia cuáles son los riesgos del militarismo y está empezando a darse cuenta lentamente de las profundas amenazas que el sionismo infiltrado plantea para nuestras «cuatro libertades».
Todo eso está muy bien, pero tales avances en la opinión pública son insuficientes. Los usamericanos acaban de elegir a un nuevo presidente que promete aumentar la presencia militar imperialista en Afganistán y que nombra para puestos clave de su gobierno a conocidos militaristas y sionistas de la época del presidente Bill Clinton.
Pero de lo que la opinión pública no se ha dado cuenta es de la casi completa desaparición del movimiento por la paz y de su absorción en el interior de la maquinaria electoral del guerrerista Partido Demócrata del presidente electo Barack Obama. De igual manera, la mayoría de los intelectuales «progresistas» abrazaron con algunas reservas la candidatura de Obama y se unieron a la «amplia coalición» junto a fanáticos sionistas multimillonarios, estafadores de Wall Street, militaristas «humanitarios» clintonianos, impotentes sindicalistas burocratizados, políticos arribistas y chanchulleros del voto electoral. Por mucho que pueda decirse que los progresistas sucumbieran intoxicados por la vacía retórica del «cambio» de la campaña presidencial, lo cierto es que han sacrificado voluntariamente los principios más elementales de la decencia al servicio del Mal (probablemente, nos dirán, para elegir «el mal menor»), de un Mal constituido por las guerras imperiales, por la complicidad con el salvajismo colonial de Israel y por el cada vez más profundo empobrecimiento del pueblo usamericano.
Pero los intelectuales progresistas usamericanos no parecen tener tantos escrúpulos (in)morales cuando se trata de juzgar a los movimientos de resistencia antimperialista de Asia (sobre todo del Oriente Próximo), África y América Latina.
Los progresistas usamericanos y los movimientos de resistencia del Tercer Mundo
Entre los intelectuales, escritores, blogueros y universitarios progresistas más prominentes de Usamérica y Europa, casi ninguno de ellos muestra el mismo «pragmatismo» a la hora de elegir el mal menor cuando se trata de tomar partido en países altamente conflictivos. ¿Hay un solo «progresista» dispuesto a apoyar a Hamas, que ganó democráticamente las elecciones en Palestina, o a Hezbolá en Líbano o a los talibán en Afganistán o el derecho del pueblo iraní a desarrollar pacíficamente la energía nuclear, con el argumento de que, a pesar de sus defectos, todos ellos son «el mal menor»?
Veamos este asunto en mayor detalle. Los intelectuales progresistas usamericanos justificaron su apoyo a Obama aludiendo a la campaña retórica de éste a favor de la paz y la justicia, incluso si el propio Obama había apoyado los presupuestos de guerra de Bush y los programas de ayuda exterior que financiaron el asesinato de cientos de miles de iraquíes, africanos, palestinos, colombianos, somalíes y paquistaníes y la desposesión y desplazamiento de al menos diez millones de personas de sus pueblos, granjas y hogares. Esos mismos intelectuales progresistas rechazan y se niegan a aplicar el criterio del mal menor para apoyar a Hamas, que gobierna democráticamente en Gaza y es la vanguardia de la lucha contra la brutal ocupación colonial israelí. Y ello porque, dicen, Hamas utiliza métodos «violentos» (lo cual significa que devuelve con la misma moneda el acoso armado casi cotidiano de Israel), preconiza un «Estado teocrático» (que no es diferente del Estado judío de Israel, de teológica definición) y reprime a los disidentes (con sus ocasionales ofensivas contra funcionarios y milicias de al-Fatá, financiados por la CIA).
Como mucho, lo único que hacen los intelectuales progresistas usamericanos es apiadarse de las víctimas palestinas del genocida embargo israelí de alimentos, agua, combustible y medicinas; protestan contra los ataques abiertamente racistas de los colonos judeofascistas de Israel contra niñas que van camino de la escuela o contra ancianos campesinos en sus huertos; protestan contra los retrasos arbitrarios y deliberados en los puestos militares de control, que provocan la muerte de palestinos gravemente enfermos, de pacientes cancerosos, de mujeres con dolores de parto, de enfermos graves con infartos de miocardio o de personas que necesitan una diálisis renal, al impedirles el acceso a los centros hospitalarios. En otras palabras, los intelectuales progresistas usamericanos apoyan a los palestinos si son víctimas, pero los condenan si deciden enfrentarse a sus verdugos. Este apoyo es una postura que les sale gratis, pues los rodea de una aureola de credibilidad bajo la etiqueta progresista, mientras que su negativa a apoyar a quienes deciden resistir deja libre la vía para que el imperio y sus aliados israelíes prosigan su tarea.
Los autoproclamados progresistas «libertarios» y «demócratas» del mundo occidental dicen apoyar el derecho nacional a la autodeterminación y oponerse a las conquistas imperiales, pero indefectiblemente rechazan los movimientos populares de masas que luchan por la autodeterminación y contra las conquistas imperiales y la ocupación extranjera. Casi sin excepción alguna denuncian los movimientos de resistencia nacional porque, según ellos, no cuadran con sus preconcebidas nociones de perfecta justicia, tolerancia pacífica y principios laicos y democráticos. Sin embargo, estos progresistas de salón no son igual de quisquillosos cuando se trata de respaldar a los candidatos de sus propios países. Por ejemplo, los progresistas británicos rechazan de plano a Hezbolá por ser demasiado «clerical», pero no dudaron en sostener a Tony Blair en su función de cómplice sangriento de Clinton, Bush, Sharon y toda la cohorte de regímenes serviles en Iraq, Afganistán, Somalia y otros lugares.
En lo que respecta a las agresiones militares -y a las muertes, mutilaciones en la población y destrucciones de hogares- «el mal menor» de los Demócratas usamericanos y socialdemócratas y políticos de centroizquierda europeos cuenta con un historial mucho peor que los talibán, Hezbolá y Hamas. Las condiciones de vida y de seguridad de la mayoría de los pueblos de Iraq, Afganistán, Líbano y Somalia, desde cualquier punto de vista, eran muchísimo mejores bajo los regímenes independientes y autoritarios de Sadam Husein en Iraq, de los clericales talibán en Afganistán o de los consejos islámicos en Somalia que bajo las ocupaciones militares usamericanas y europeas y sus gobiernos clientelistas.
Algunos de los intelectuales «progresistas» evitan comprometerse pretendiendo que existen «terceras vías» en el horizonte de países que hoy viven bajo ocupación imperial y colonial. En nombre de abstractos principios progresistas y libertarios rechazan tanto los ejércitos imperiales como la resistencia antimperialista. Su vergonzosa neutralidad y la hipocresía de su posición pierden la máscara cuando el mismo dilema se les plantea en el interior de su propio país. Entonces, los intelectuales «progresistas» encuentran mil y un argumentos para apoyar a Obama, uno de los dos candidatos presidenciales del imperio; en tales condiciones, los argumentos del «realismo» y «el mal menor» sí les parecen aceptables. ¡Y su elección es patética! Los mismos libertarios y demócratas que condenan a los talibán por su destrucción de antiguos monumentos religiosos apoyan a candidatos demócratas como Obama, que proponen la escalada de la ocupación militar usamericana en Afganistán y la intensificación de los campos de la muerte en el sudeste asiático.
Los dilemas morales y políticos que se plantean son enormes cuando se trata de escoger dónde situarse en un mundo de devastadoras guerras imperiales promovidas por políticos electoralistas, a las cuales se oponen vigorosamente movimientos y líderes autoritarios, ya sean clericales o seglares. Pero el balance histórico de los últimos tres siglos es esclarecedor: el imperialismo parlamentario occidental y su legado contemporáneo ha destruido y perturbado muchas más vidas y modos de subsistencia en muchos más países durante un mayor lapso de tiempo que el peor de los regímenes poscoloniales. Además, las guerras coloniales, desencadenadas por regímenes electoralistas y por políticos del «mal menor», han causado un profundo impacto destructor en los «valores democráticos» de Occidente, esos mismos valores que los intelectuales progresistas dicen defender.
Conclusión
Al escoger «el mal menor», los intelectuales progresistas -que acaban de apoyar a Barack Obama- se han condenado a sí mismos a la impotencia frente a las acciones de Washington y a la irrelevancia en las luchas de liberación nacional. Frente a ellos, los intelectuales que sí son consecuentes en su apoyo a los millones de víctimas de la carnicería occidental e israelí no viven a costa del sistema, sino que eligen solidarizarse con los luchadores de la resistencia (y pagan por ello un alto precio). En Usamérica, ese precio es el ostracismo universitario y la ausencia de ingresos; a cambio, tienen el orgullo y la dignidad de formar parte del movimiento antimperialista internacional.
Título original: Western Progressive Opinion: Bring on the Victims! Condemn the Fighters!
El sociólogo marxista usamericano James Petras ha publicado más de sesenta libros de economía política y, en el terreno de la ficción, cuatro colecciones de cuentos. Es colaborador permanente de Rebelión.
El escritor y traductor español Manuel Talens es miembro de los colectivos de Cubadebate , Rebelión y Tlaxcala , la red de traductores por la diversidad lingüística.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.