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Del «hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande» a la república bananera

Fuentes: Rebelión

“Make America great again” era la consigna de Donald Trump en su campaña electoral presidencial fallida para reelegirse. Tal eslogan grandilocuente y espurio (acuñado por Ronald Reagan en 1980) se desvaneció estrepitosamente en un sufragio que perdió por una diferencia de ocho millones de votos a favor de su contrincante Joe Biden dentro de un proceso de elección que recae finalmente en la decisión de los delegados estatales.

El presidente de los Estados Unidos es elegido indirectamente por los ciudadanos, a través de electores de un Colegio Electoral, esto significa la ausencia del voto universal directo que decide el cargo presidencial, lo cual no es nada democrático en un país que se dice representativo del gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Ha habido candidatos presidenciales perdedores en el proceso electoral que han salido triunfantes por la decisión del Colegio Electoral en las dos últimas décadas. El Colegio es una de las herencias políticas del siglo XVIII. El legado del sistema esclavista y de la supremacía blanca está presente en la vida política estadounidense y eso ha permitido, entre otras cosas, que el candidato declarado electo puede no haber obtenido el mayor número de votos en la votación popular a nivel nacional en una elección presidencial y aun así puede ganar la presidencia, como ha acontecido en las elecciones de 1824, 1876, 1888, 2000 (Bill Clinton) y 2016 (Donald Trump).

Hacer grandiosa otra vez a la nación iba más allá de la ilusión megalómana de recobrar el papel protagónico de la superpotencia hegemónica mundial del siglo pasado. También se trataba de mantener el poder de una minoría clasista cuya ideología de extrema derecha es –además del ultranacionalismo imperialista, xenofóbico y anticomunista–, el supremacismo blanco racista por encima de los derechos civiles de las diversas minorías sociales étnicas; un neofascismo sui generis cuyo principal incitador fue el propio Donald Trump. En el asalto al Capitolio solamente faltaron los hooligans fanáticos vestidos a la Ku Klux Klan… y los Night Riders, los Jinetes de la Noche que aterrorizaban a la población negra en el Sur. Esta nación es muy representativa de la profunda crisis civilizatoria mundial y su barbarie social.

Hay quienes comparan este asalto como un ataque a la democracia, pero ¿realmente existe una democracia en este país? ¿De qué democracia hablamos? Cierto es que este tipo de acciones violentas, murieron 4 personas, no están contempladas en ningunas reglas democráticas de ningún país del mundo ¿Este hecho significa un intento de golpe de Estado?, es posible, pero, ¿miles de civiles neofascistas tomando por la fuerza por unas horas un edificio representativo del poder político formal constituye un golpe de Estado? Ciertamente las milicias derechistas han asesinado a más ciudadanos en Estados Unidos que cualquier otro grupo terrorista desde 2001, y su ascenso ocurre durante la presidencia de Bill Clinton, cuando se instituyeron las leyes nacionales de prevención de la violencia armada. Algunos milicianos participaron en los hechos del 6 de enero cuando el Capitolio era escenario de un ataque perpetrado por “terroristas nacionales”, según dijo Hillary Clinton; pero Noam Chomsky afirma que el terrorismo de Estado más violento y poderoso en el mundo es el de Estados Unidos. Por supuesto, el Imperio tiene rasgos fascistas pero todavía no es un Estado fascista.

Un golpe de Estado es la toma del poder político gubernamental de un modo repentino por parte de un grupo de poder mediante una acción violenta y de forma ilegal generalmente realizado por militares o con apoyo de un grupo armado. En efecto, esta acción nunca tuvo el respaldo de la elite política-militar del Pentágono, que es la que hubiera decidido de manera contundente la acción anhelada por Trump. Además, por lo general, el poder militar es representativo de los intereses políticos de poderosos grupos capitalistas. Esto lo sabe muy bien por experiencia Washington, la Casa Blanca, es decir, el poder imperialista con las decenas de intervenciones criminales desde principios del siglo pasado (en México, Nicaragua, etcétera) y golpes de estado o invasiones en América Latina (Cuba en 1961) y el mundo. Para tal cometido han contado con el respaldo de los grupos oligárquicos locales como en Venezuela en 1948, Guatemala en 1954, Argentina en 1955 y en 1976, Brasil en 1964, Chile en 1973, Uruguay en 1973, etcétera, imponiendo las siniestras y sanguinarias Juntas Militares. Este asalto por la turba lumpenfanática de Trump es un juego de niños comparado con el asalto y bombardeo del Palacio de la Moneda en Santiago de Chile en 1973 en contra del presidente Salvador Allende para instaurar la dictadura criminal de Pinochet. La era de las dictaduras militares en Latinoamérica ha sido perpetrada por el imperialismo yanqui y su mano que mece la cuna: la CIA y la Escuela de las Américas.

Banana republics (repúblicas bananeras) es un término peyorativo para describir a un país tercermundista latinoamericano, pobre, corrupto, con narcos, inestable y poco democrático, con tiranos o dictadores, que actúa en función de los intereses extranjeros; pero estas repúblicas también son hechura del imperialismo estadounidense. El remedo golpista en el Capitolio por la mafia de Trump no tiene que ver con las que en verdad perpetra Washington en su traspatio. La clase política estadounidense, sus portavoces y diversos medios se desgarran las vestiduras con el asalto al Capitolio por las hordas trumpistas como un ataque a la democracia, pero nunca han abierto la boca para criticar el genocidio en Siria, que involucra al belicismo de los Estados Unidos o al terrorismo sionista-fascista– policía de Washington en el Medio Oriente– contra el pueblo palestino.

Desde cierta perspectiva histórica, está claro que el desarrollo del subdesarrollo (Gunder Frank, dixit) latinoamericano, es decir, un capitalismo periférico subordinado a los capitales imperialistas, a sus grandes corporaciones multinacionales, ha tenido como base la alianza subordinada de las burguesías criollas con las imperialistas, y muchas veces, a pesar del voto mayoritario democrático popular, se establecen formas dictatoriales con los golpes de Estado o con formas democráticas representativas formales muy limitadas. Las burguesías locales ni pueden ni quieren una democracia plena en sus respectivos países; de ahí que no se puede esperar la consecución de democracias republicanas desarrolladas soberanas y, por tanto, la imperiosa necesidad de profundas transformaciones políticas sustentadas en las necesidades e intereses del pueblo latinoamericano, de sus trabajadores del campo y la ciudad. La democracia estadounidense no puede ser ejemplo político para ningún país latinoamericano y del mundo.

La democracia del poder y del dinero; es decir, la dictadura del capital; la democracia bipartidista, entre demócratas y republicanos, es una democracia que representa fundamentalmente el poder del gran capital estadounidense imperialista. La democracia estadounidense es el gobierno de los (super)ricos, para los (super)ricos y por los (super)ricos. Siempre gobiernan los mismos poderes económicos, independientemente del partido al que pertenece el presidente; una democracia bipartidista oligárquica.

Para tener una idea aproximada de lo que significa este hecho reciente en el Congreso es necesario remontarse a muchas décadas atrás. El ascenso de los grupos de extrema derecha y de lo que representa culturalmente en términos políticos Donald Trump es consecuencia histórica de una profunda debacle social, económica, cultural y política de los Estados Unidos. Según el periodista Harold Meyerson, desde 1964 el Partido Republicano se tornó en un partido neoconfederado y supremacista blanco de lumpenfanáticos y de los lumpenopulentos, y aquí embonó muy bien Trump quien lo radicalizó. El (ultra)conservadurismo presidencial no llegó con este magnate inmobiliario sino que forma parte del ADN político de larga data en la mayoría de los presidentes tanto republicanos como demócratas. Siempre ha habido Halcones disfrazados de palomas. Nadie se atrevería nunca de acusar de fascista al entonces presidente Harry S. Truman quien autorizó el ataque a Hiroshima en 1945; se le podría acusar de genocida o terrorista, que lo fue, pero no de fascista. El paroxismo de Trump no generó los grandes y graves problemas sociales internos, pero si los agudizó terriblemente y alentó a la reacción más derechista.

El trumpismo no termina con la salida de Trump de la Casa Blanca, pues tiene raíces muy profundas en una tierra abonada por el ultraconservadurismo de una cultura política e ideológica de vastos sectores de las clases dominantes oligárquicas supremacistas blancas; de una cultura clasista ultraconservadora derivada de las profundas contradicciones y conflictos sociales de diversa naturaleza y de una desigualdad social que trae consigo una polarización social de todos contra todos. El trumpismo seguirá siendo un peligroso fenómeno político y social durante la administración Biden y porque tiene una base social real.

Immanuel Wallerstein en su libro La decadencia del Imperio. Estados Unidos en un mundo caótico, afirma que desde los años setenta Estados Unidos es un poder hegemónico en decadencia y el 11 de septiembre es una prueba más de esto. A este momento representativo de un proceso histórico de debacle le podemos añadir el triunfo presidencial de Trump en el 2016 al igual que el asesinato de George Floyd por un policía blanco en la ciudad de Minneapolis (Minnesota) en mayo pasado, el cual desató una ola de indignación social y de fuertes protestas en Estados Unidos, Black Lives Matter, y en todo el mundo. La derrota de Trump también es resultado de la ira popular por el crimen de Floyd y de su protesta en las urnas.

La llegada de Trump a la presidencia en enero de 2017 representa un triunfo de las fuerzas ultraconservadoras más derechistas en ascenso durante las últimas décadas, por lo que el trumpismo sin Trump –o sea, la (ultra)derecha, el neofascismo sin Trump– tendrá vigencia en un futuro inmediato de manera organizada o desarticulada. Aunque es difícil predecir qué formas políticas precisas adoptará en los próximos años, es posible que realice acciones violentas e ilegales solapadas o auspiciadas por algunos grupos de poder político institucionales. Una forma organizada es mantenerse dentro los cauces legales del Partido Republicano y dentro de algunos aparatos de Estado como el ejército, la policía, “aparatos de seguridad”, etcétera, en los que siempre ha estado. Hasta es posible que al propio Joe Biden, y al sistema político dominante, le convenga como contrapeso político para frenar o contener las aspiraciones democráticas de los grupos reivindicativos de los derechos civiles de las minorías étnicas, migrantes, sexuales, etcétera. Quienes esperan, ingenuamente, que Biden realice cambios democráticos importantes no los verán; y si acaso llegaran, estos cambios no provendrán de arriba sino de las luchas de los abajo, del pueblo más afectado por las políticas neoliberales. Por eso, es posible que haya negociaciones entre los grupos de poder político para conciliar intereses propios del establishment. Biden no puede ser indiferente a los casi 74 millones de votos de Trump, el mayor número jamás recibido por un candidato republicano, y a “una vasta red de organizaciones conservadoras, como el Club for Growth (“Club por el crecimiento”, hostil a los impuestos y a la redistribución), el Family Research Council (un grupo de cristianos evangélicos opuestos al aborto, al divorcio, a los derechos de los homosexuales…), así como de medios de comunicación como Fox News o Breitbart News.” https://mondiplo.com/el-trumpismo-sin-donald-trump

Este intento de golpe de Estado es un ejemplo muy significativo de la decadencia imperialista. Esperar que Estados Unidos salga del profundo atolladero político de manera democrática por su propia oligarquía es como pensar en la historia del Barón Munchausen, quien habiendo quedado atrapado en una ciénaga con su caballo sale sin más que tirar de sus propios cabellos. El capitalismo tardío imperialista en decadencia no puede hacer milagros para hacerse grande otra vez.

Como sea, en este futuro inmediato incierto por las sombras amenazantes del trumpismo solamente cabe esperar una verdadera insurrección popular capaz de transformar para bien la sociedad estadounidense. Howard Zinn escribió que el futuro de la paz y la justicia en los Estados Unidos no dependerá de la buena voluntad del Gobierno sino del pueblo, y de su conciencia creciente acerca de cuál es la manera más decente de relacionarse con los seres humanos de todo el mundo. Samuel Farber hace la gran pregunta: “¿Qué fuerzas sociales surgirán para luchar por una alternativa progresista, democrática y socialista desde abajo a la reacción de la derecha, sea trumpiana o no?” Pues si acaso surgen tales fuerzas estas serán las de las clases trabajadoras del pueblo llano del campo y las ciudades; y las de los movimientos democráticos por la conquista de los derechos civiles. [https://www.sinpermiso.info/textos/eeuu-las-causas-del-trumpismo-y-por-que-perdurara]

Texto dedicado a A Regis Wieland.