El gobierno de Obama está a punto de alcanzar la cifra récord de dos millones de deportaciones, superior a cualquiera de sus predecesores
De acuerdo con el artículo de Jim Acosta y Kevin Liptak, el presidente Barak Obama ordenó revisar las prácticas de deportación para hacerlas más humanas, seguramente después de que Janet Murguía, del Consejo Nacional de La Raza, lo había llamado «el deportador en jefe», pues en esta administración se alcanzará la marca de 2 millones de deportaciones, cantidad que supera a cualquiera de sus antecesores y deja una ola de devastación para las familias. Después de tener una reunión con el caucus hispano del Congreso, que se había interrumpido por mucho tiempo, Barack Obama pidió a su jefe de Seguridad Nacional, Jeh Johnson, revisar el programa de deportaciones del país para aplicarlo en forma más humana, pero, sin desobedecerlo. En este sentido, ¿será posible que las deportaciones sean más humanas, cuando se trata de un acto inhumano en sí mismo?
No hay duda de que la mayoría republicana en el Congreso es la que está frenando el cambio para que se avance en un nuevo sistema migratorio. El chantaje de los conservadores es permanente, ya que advirtieron que si Barack Obama cede en las deportaciones de las personas que viven sin permiso legal en Estados Unidos, esto afectará gravemente las posibilidades de lograr reformar las leyes migratorias de aquel país. Estas amenazas, pues eso son, afectan la figura presidencial, que aparece doblegada por la fuerza conservadora.
Si el presidente Obama sabe que será imposible convencer a los republicanos de la importancia de transformar el sistema migratorio y llevar a cabo cuanto antes una reforma migratoria integral, y tiene en sus manos una arma extraordinaria como es la famosa orden ejecutiva, ¿por qué no la utiliza?
La orden ejecutiva surge desde 1789 y ha sido aplicada desde George Washington hasta Barack Obama. Los presidentes la han utilizado como un poder constitucional que les permite tanto cambiar una política doméstica como ir a la guerra. Esto quiere decir que Obama podría poner en marcha la propuesta de la banda de los ocho -recordemos, cuatro legisladores republicanos y cuatro demócrata-, que fue aprobada por los senadores, pero rechazada por la Cámara de Representantes, claro, de mayoría republicana. Seguramente que se buscarían represalias, como podría ser que el Congreso valide una ley que no otorgara fondos para su implementación, pero resulta que el propio presidente podría vetar esa ley.
Hay que reconocer que una de las órdenes ejecutivas de Barack Obama incluyó, en 2012, el cese de las deportaciones de cientos de miles de migrantes indocumentados que habían sido llevados a Estados Unidos de pequeños. Entonces, ¿por qué no interpone nuevamente ese poder y pone en marcha la reforma migratoria?
Llama la atención la forma en la que los distintos presidentes se han valido de ese instrumento a lo largo de sus administraciones. Por ejemplo, el caso del presidente Franklin Roosevelt es realmente impresionante, muy por encima del resto de los presidentes: 3 mil 522 veces; Bill Clinton, 364. En cambio, Barack Obama, hasta el 27 de enero de 2014, sólo 168.
Se pensó en Barack Obama como el nuevo Roosevelt, un estadista que no sólo enfrentaba una crisis tan profunda como la de 1930, así como enormes desafíos internacionales, y por la fuerza de un discurso que buscaba por encima de cualquier cosa, transformar y cambiar las condiciones que habían llevado a Estados Unidos a ser rechazado por una parte importante de la comunidad internacional. Sin embargo, la forma como uno y otro enfrentaron al Congreso, que en parte podría medirse a través de las órdenes ejecutivas, marca una enorme diferencia.
La pregunta sigue en el aire: ¿por qué no utiliza ese poder y pone en marcha la reforma migratoria y termina de una vez por todas con la tragedia de millones de seres humanos que a pesar de haber dado al país lo mejor de ellos mismos, este mismo país se vuelve contra ellos y actúa como los propios nazis con sus planes de solución final?
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/03/20/opinion/022a1pol