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Desecación galopante y dichos populares

Fuentes:

¿Vivimos en una casa agrietada a punto de derrumbarse por momentos o navegando en un barco que naufraga? La ausencia pertinaz de lluvia no parece que responda a un ciclo. Apunta a algo mucho más grave. Parece irreversible… Diríase que no volverá a llover jamás. Como eso es en principio imposible por los procesos de […]

¿Vivimos en una casa agrietada a punto de derrumbarse por momentos o navegando en un barco que naufraga?

La ausencia pertinaz de lluvia no parece que responda a un ciclo. Apunta a algo mucho más grave. Parece irreversible… Diríase que no volverá a llover jamás. Como eso es en principio imposible por los procesos de evaporación de los océanos, la cuestión se queda en saber si volverá o no volverá a llover sobre «nosotros» salvo en último término en forma de lluvias torrenciales…

Ya me he referido en otras ocasiones al asunto de la aptitud anticipatoria como cualidad imprescindible en el buen gobernante. Y es imprescindible porque puede ser crucial. A algunos sólo se les despierta y se la sacan de la chistera, para iniciar invasiones depredadoras y porque sólo piensan en sí mismos o todo lo más exclusivamente en su país y en su propia generación. En ese caso el recurso a la anticipación es efecto de la degeneración de la aptitud. Y, por otro lado, siguen y siguen fabricando y publicitando coches y más coches propulsados por petróleo… Hasta que reviente todo…

Pero la capacidad previsora a que me refiero está siempre relacionada a los tiempos de paz y a la solución más o menos satisfactoria y completa de lo que se muestra en el horizonte como problema grave, y especialmente de problemas como éste que no tiene precedentes por su envergadura y que nos acucia ya con tangible dramatismo. No es ya la escasez, sino la falta literal e inminente de agua lo que gravísimamente nos amenaza.

El panorama que se nos presenta no es el de una fase pasajera de sequía. Es una fase de desecación galopante. La concentración de CO2 sobre las capas atmosféricas de la península ibérica debe ser tan elevada, que hace temer razonablemente que las precipitaciones no se produzcan a lo largo de muchos meses más. Hace temer que cuando la acumulación acuosa proviniente de la presencia esporádica de masas nubosas rompa eventualmente la cortina de partículas en suspensión, se produzcan trombas devastadoras. Todo lo cual no afecta sólo a la disposición del agua potable en sí sino a cosechas, pastos y alimentos. Cualquier otro recurso es reemplazable, sustituíble. Pero el agua no tiene alternativas. O se tiene agua o no se tiene. De esto saben mucho, muchos pueblos y países africanos víctimas remotas de la desmesura y abusos del occidental. Pero cuando la crisis está aquí, aún se sigue creyendo que eso es una consecuencia más de su exotismo…

No sé cómo se las ingeniarán ni cómo se estarán preparando quienes tienen responsabilidades políticas y colectivas para resolver un problema que desgraciadamente tiene muy mala solución, un problema que ya sólo admite parcheos, pero Catalunya debiera ir desempolvando y acelerando el proyecto de trasvase del Ródano cuanto antes; una iniciativa que el gobierno francés ofreció hace un lustro más con sentido de solidaridad que con afán de lucro.

Y el problema tiene pésima solución porque a la escasez en progresión geométrica de agua, en estas sociedades de libre mercado y de libre contaminación y de libre depauperación y de libre expolio y de libre extenuación de los recursos y de libre crimen contra la Naturaleza… se une la tendencia en progresión exponencial de su consumo, es decir, la tendencia al despilfarro. Veremos qué sienten, qué dicen, cómo responden los despilfarradores crónicos, qué ocurre cuando no salga agua del grifo y no puedan usar siquiera la cisterna doméstica de sus retretes… ¿No culparán de ello al gobierno, como si el mal no hubieran debido prevenirlo los anteriores gobernantes?

Hace trece años (1992) en Jornadas sobre el Agua en la Residencia de Estudiantes de Madrid propuse, inútilmente claro está, la comunicación no de las cuencas hidrográficas sino de los embalses peninsulares a través de acueductos subterráneos o aéreos -como los oleoductos; obra ciclópea donde las haya. Como se puede fácilmente suponer, los eternos optimistas me tildaron de catastrofista, y nadie, entre políticos, científicos y meteórologos «sintió» o presintió lo que ahora se cierne sobre nosotros como una montaña que se nos viene encima. Nadie se hizo eco de proyecto alguno que no fuese la consabida construcción, fruto de la avidez de ganancia y no de otra cosa, de embalses del Plan Hidrológico Nacional. Embalses que, como anticipé estaban destinados a estar vacíos. Sin embargo, las gotas frías y el anárquico ya régimen de precitaciones, así como el desigual reparto y cantidad de las mismas, aconsejaban una política educacional drástica por un lado y la comunicación entre pre sas para aprovechar los excedentes que daban lugar a alivios y desagües puntuales de las precipitaciones torrenciales. Principalmente del sur, este y sureste que ya en aquel entonces se estaban produciendo y ya dibujaban cambios severos atmosféricos en el Mediterráneo y disminución sensible del régimen, quizá casi ancestral, de precipitaciones por el norte y noroeste…

No digo que en eso pudiera estar la solución. Ni mucho menos. Digo simplemente que si hoy día la noticia es que «los campos de golf se «beben» al día el agua que consume una población de 100.000 habitantes», que si «desde 1991 los chalets con piscina han aumentado en un 160%», ¿es inteligente un pueblo que se permite eso? ¿son inteligentes unos gobernantes, unos responsables de la colectividad, que lo permiten ante señales tan ostensibles enviadas por la Naturaleza desde hace ya tanto tiempo?

Aquello lo indiqué justamente como mero ejemplo de algo que cualquier pastor de ovejas, en virtud de la evidencia del «a grandes males (a la vista), grandes remedios» hubiera recomendado con dramatismo y urgencia. Pero algo también que ni los políticos ni sus asesores ni los sabios oficiales estaban dispuestos a asumir, pues la idiosincrasia española y, como no puede ser de otro modo, la de sus gobernantes y dirigentes de hecho, es proclive a la improvisación en todo. Para ellos, lo idóneo es apurar cada situación hasta el límite, vivir como si «aquí no pasa nada» y con el pernicioso «Dios proveerá» por delante. De nada sirve el «hombre (y sociedad) previsores valen por dos». Hasta el asesor sobre el clima de Bush ha tenido que dimitir. Los necios dominan el mundo y los necios nos vienen arrastrando al desastre por la aniquiladora libertad de mercado y de todo…

Bueno, pues aquí tenemos el «Dios no sólo aprieta: ¡también ahoga!». Y cuando quieran los «cerebros nacionales» acordar, ya no habrá remedio y: empezará el «¡sálvese quien pueda!»…