Recomiendo:
0

Un 12 de octubre a contratiempo

Deshacer aquí y allá el Imperio español

Fuentes: Rebelión

No creo que la manía de lo políticamente correcto deba impedirnos decir «España». España es el significante de un espacio geográfico y de un espacio de intercambios culturales comparable a Escandinavia o a los Balcanes. Otra cosa es que ese significante se confunda interesadamente con el de un Estado, o, peor aún, con el de […]

No creo que la manía de lo políticamente correcto deba impedirnos decir «España». España es el significante de un espacio geográfico y de un espacio de intercambios culturales comparable a Escandinavia o a los Balcanes. Otra cosa es que ese significante se confunda interesadamente con el de un Estado, o, peor aún, con el de una nación. España, como Estado nace alrededor de 1492 con la unión matrimonial de Castilla y Aragón, la conquista de Granada y, algo más tarde, la conquista de Navarra por Fernando de Aragón (1512). Una expansión imperial de los dos grandes reinos ibéricos domina así el conjunto peninsular al mismo tiempo que Castilla se extiende hacia América. Se trata de un mismo impulso imperial en dos continentes. Bajo este imperio, multitud de pueblos ibéricos y americanos pierden su libertad. En el caso de los americanos, muchos pierden su vida a conscuencia de los malos tratos y la explotación salvaje, pero sobre todo debido a la guerra biológica involuntaria de los españoles cuya arma fundamental fue la viruela. La viruela derribó imperios y diezmó poblaciones antes de que los conquistadores se apoderasen de ellos.

España nunca fue una nación, sino un imperio. Un imperio en manos de una oligarquía que nunca brilló por su capacidad de negociación con las poblaciones. Su primera institución «nacional», en un país donde los reinos conservaban sus ordenamientos jurídicos propios y muchos aspectos de su antigua soberanía fue la Suprema Inquisición de España. Sólo el reino español tuvo, frente a los demás de la Cristiandad, el privilegio de contar con una Inquisición propia, independiente de la de Roma como arma esencial de su poder político. La ideología religiosa común impuesta desde los aparatos de Estado -sobre todo desde la Inquisición- se convertía así en el cimiento del orden político.

Sin duda, Franco no sabía lo que decía cuando afirmaba que España es un Imperio: coincidía así involuntariamente con independentistas y separatistas en la afirmación de que España no es una nación. Con todo, y aunque lo haya dicho y repetido Franco, esa definición de España como imperio es perfectamente correcta. Un Imperio es un orden jurídico y político impuesto sobre una multitud de pueblos, sin reconocer a estos ningún tipo de soberanía nacional. Como afirma Carl Schmitt: «Al concepto de Imperio corresponde (…) en el orden del espacio un ámbito espacial grande (Grossraum). Son imperios en este sentido aquellas potencias rectoras y propulsoras cuya idea política irradia en un espacio determinado y que excluyen por principio la intervención de otras potencias extrañas al mismo» (C. Schmitt, El concepto de imperio en el derecho internacional). El Imperio se contrapone así al Estado-nación moderno supuestamente basado en una comunidad homogénea de linaje dotada de autoridades comunes que reconoce como legítimas.

La dominación de la estructura política española ha producido efectos etnógenos al establecer un marco de intercambios entre los distintos pueblos ibéricos que han influido en sus idiomas y costumbres e impuesto el castellano como lengua oficial en todo el Estado. Existen así rasgos comunes a las distintas nacionalidades ibéricas, rasgos que no han llegado a constituir una nación, en la medida en que nunca ha habido -salvo quizá, de manera muy ambigua y finalmente frustrada, durante las guerras napoleónicas- un proceso de autodeterminación nacional «español». La propia resistencia contra un mismo aparato político ha contribuido al establecimiento de ciertos rasgos identitarios comunes. Hoy, cuando a todos los niveles se habla de proceso constituyente y tanto el 15M como la potente irrupción en la escena pública de la izquierda abertzale desafían el orden constituido, es necesario plantearse una constitución democrática del espacio ibérico basada en la libre decisión de las distintas nacionalidades. Esta puede desembocar en una serie de Estados independientes, pero también en una república federal plurinacional. La experiencia constituyente de Bolivia que se ha configurado como un «Estado de los movimientos sociales» y de las «naciones originarias» tal vez nos muestre el camino que podemos seguir para alcanzar una democracia de la multitud y post-soberana y liquidar lo que queda del Imperio. El 15 de octubre de las multitudes puede ser un buen contrapunto democrático, alegre y potente a la triste celebración de hoy. Frente a los progresos aparentemente imparables del Imperio, sólo nos queda, como propugna Chicho Sánchez Ferlosio, parar la máquina de guerra, ir a contratiempo.

Blog del autor: Iohannes Maurus

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.