Desde John Lee Hooker hasta el techno, pasando por Aretha Franklin, la música nacida en Detroit lleva más de medio siglo moviendo al mundo. Aquí la historia de cómo esa música responde a su vez al movimiento de una ciudad que supo ser gigante y hoy está en ruinas. La semana pasada la ciudad de […]
Desde John Lee Hooker hasta el techno, pasando por Aretha Franklin, la música nacida en Detroit lleva más de medio siglo moviendo al mundo. Aquí la historia de cómo esa música responde a su vez al movimiento de una ciudad que supo ser gigante y hoy está en ruinas.
La semana pasada la ciudad de Detroit se declaró en bancarrota, con una deuda inasumible de 18.000 millones de dólares. Sin embargo, antes del colapso de los servicios públicos, la recesión, desindustrialización y el abandono, Detroit supo ser el corazón de la industria automotriz norteamericana y una ciudad floreciente. Durante los últimos setenta años, en tiempos de prosperidad y también de crisis, de la ciudad de los motores surgieron disímiles artistas y corrientes musicales con la marca de sus circunstancias. Un recorrido probable por esa relación es el siguiente.
Porqué no hay blues eléctrico sin la Ford Motor Company
La vida del guitarrista y compositor John Lee Hooker, ejemplifica esta afirmación permitiéndose un atajo a la historia oficial del blues. Hooker fue uno más de los cientos de miles de trabajadores rurales del sur, descendientes de esclavos que todavía trabajaban en los campos de algodón bajo leyes segregacionistas, y que emigraron hacia las ciudades del norte durante los 30′. Hijo menor de once hermanos y analfabeto, llegó en 1948 a Detroit para trabajar manualmente en la Ford. Ese mismo año grabó su primer éxito, «Boogie Chillen».
Los cantos del delta del río Mississippi flotaban entonces sobre las esquinas atestadas de autos, y los bulliciosos bares obreros en los barrios negros del este de Detroit. Allí, como en Chicago o Memphis, Hooker y otros recién llegados electrificaron sus instrumentos para -literalmente- ser escuchados entre el ruido de las ciudades que crecían al ritmo de la industrialización, y la Segunda Guerra Mundial; las guitarras acústicas y el canto pelado del campo ya no servían. El sonido particular de Hooker, mezcla de un timbre latoso y metálico en la guitarra, y patrones rítmicos irregulares marcados por el único acompañamiento de su pie golpeando una tabla, se asocia más al trabajo en la línea de montaje inventada por quienes lo empleaban que a los cantos espirituales de la comunidad rural del delta. Ya no suena como un tren a vapor -una de las marcas rítmicas y simbólicas de la música del sur- sino como un motor.
Hooker no tuvo imitadores ni una escuela estilística alrededor suyo en la ciudad. En cambio, Muddy Waters, Howlin’ Wolf y el sello Chess consolidaron el blues eléctrico en los 50′, tuvieron gran éxito y asociaron el estilo a Chicago. Pero Hooker había editado antes que ellos, mientras construía autos en la que entonces se convertía en la cuarta ciudad más grande del país. No sería la última vez que un fenómeno iniciado en Detroit sería luego popularizado en y asociado a otras ciudades más glamorosas.
Dominar la industria (musical)
Motown es sinónimo tanto de Detroit («ciudad del motor») como del fenómeno musical más importante surgido de allí: el sello con ese nombre supo poseer una plantilla de artistas, una manera de manufacturar éxitos comerciales y la capacidad de sortear las barreras interraciales que cambiaron la música norteamericana para siempre. La gran factoría del soul y el rythm and blues fue fundada en 1959 por Berry Gordy, otro empleado negro de una planta de autos. Gordy admitió haber aplicado las enseñanzas aprendidas en la línea de montaje: control estricto de calidad, capacitación (y explotación) del músico, manufactura comercial del producto artístico. Así el sello consiguió tener 110 canciones en el top 10 de los rankings entre 1961 y 1971. Aretha Franklin, The Temptations, The Miracles, Stevie Wonder, Diana Ross y Marvin Gaye, todos ellos afroamericanos, expresaban en los arreglos de sus canciones una nueva música pop, melosa y melodiosa, ahora escuchada por todo el país.
Detroit se encontraba en su máximo histórico de producción industrial, empleo y población. El movimiento demográfico que llevaría al 82% actual de población afroamericana ya estaba en camino. Los descendientes de los migrantes del sur ahora tenían trabajo, capacidad adquisitiva y una cultura para mostrarle a un país que los invisibilizaba. La propia trayectoria de la compañía Motown grafica ese movimiento: el éxito permitido por estos factores hizo que fuese una de las más lucrativas compañías con dueños negros de su época, pero con la recesión en los setentas las oficinas y estudios se mudaron a Nueva York y dejaron desempleados y un edificio vacío.
Sin embargo, el mérito de Motown fue haber expresado y reforzado a la vez la visibilidad de la cultura e identidad negras en Estados Unidos, convirtiéndose en una fuerza dominante de la industria musical al mismo tiempo que los movimientos por los derechos civiles y la militancia integracionista tomaban protagonismo. Mientras Martin Luther King y Malcolm X alzaban sus voces, las últimas leyes segregacionistas se abolían en 1965 y Motown alcanzaba el ansiado «crossover» (llegar a una mayor audiencia de adolescentes blancos de las grandes ciudades) gracias a la mayor importancia de los afroamericanos en la vida social y económica estadounidense, otra cara del fenómeno en la misma ciudad.
Rock de garage en la ciudad de los autos: el grito blanco
En 1967 graves disturbios ocurrieron en Detroit entre la policía y la población negra, dejando 43 muertos. El lento pero progresivo declive y abandono de la ciudad avanzaba ya y el desempleo y las tensiones raciales iban en aumento. Para 1968, el movimiento por la paz, los derechos civiles y la contracultura joven del verano del amor tomaban un giro politizado y más violento.
Las Panteras Blancas (grupo de blancos en apoyo a Las Panteras Negras, el partido revolucionario socialista «por la defensa propia de los Negros») surgían en la ciudad intentando aunar socialismo revolucionario, anti racismo y contracultura. Algunos de sus miembros eran una banda de rock salvaje e incendiario, los MC5. Con su rock and roll rápido y distorsionado, buscando con furia el caos sonoro del free jazz que la militancia negra creía la música del futuro, sus recitales se llenaban de proclamas y arengas pretendidamente subversivas. Homenajeaban a John Lee Hooker con una versión de «Motor city is burning» («La ciudad del motor está en llamas»).
Pero no toda la rabia de los jóvenes blancos tomaba ese rumbo. Golpeada por la desocupación y los disturbios, la población blanca de Detroit comenzó un éxodo a los suburbios que contribuyó a su vaciamiento poblacional y segregación demográfica actuales. Entre ellos, unos jóvenes aburridos y desempleados utilizan sus garages y las primeras fábricas vacías para descargar su furia en rock nihilista y agresivo sobre no tener nada para hacer. Eran los Stooges comandados por Iggy Pop, que pronto tocan junto a los MC5. Comparten el ruido como rebeldía y se dividen entre la militancia o la anomia como respuestas posibles ante el incumplimiento de la promesa de prosperidad. En los setentas las crisis petroleras demolerían a la industria automotriz y el vaciamiento, crimen y pobreza crecerían exponencialmente. Mientras, del otro lado del océano, en Londres, otros jóvenes con broncas para vomitar a un sistema que los expulsaba se modelarían musical e ideológicamente en estas bandas (los politizados The Clash en MC5, los anárquicos Sex Pistols en The Stooges) para hacer algo que se llamaría punk rock.
Si no hay tecnología, que al menos haya techno
Durante los setentas y ochentas, Detroit se convirtió en una ciudad peligrosa y desierta. Lo que era acero se fue volviendo óxido y en el declive inexorable hubo que hacer música con los restos. Tres chicos negros del suburbio de Bellville observan de lejos la ciudad fantasma e inventan el más rico género de música electrónica: el techno. La recesión y el vaciamiento urbanos fueron fundamentales práctica y simbólicamente para esta nueva música que festeja el fin del mundo bailando sobre las ruinas.
El poder simbólico del desolador paisaje de la ciudad sirvió para propulsar a Juan Atkins, Kevin Saunderson y Derrick May a relacionar la música bailable que estaban inventando, a mitad de camino entre el funk y los ritmos robóticos de Kraftwerk, con el ideario tecnofílico del cyberpunk y cierto futurismo distópico. Querían el sonido preciso de la máquina para hacer bailar a los robots que habían reemplazado a los obreros en las fábricas. Pero la historia del sonido duro del techno es una historia de carencias. La influencia práctica que la crisis de Detroit tuvo sobre estos artistas fue obligarlos a crear entre recursos limitados: grabar en sótanos y no en estudios, utilizar elementos básicos como los cassettes de ocho pistas, secuenciadores simples, fallidos sintetizadores analógicos, máquinas de ritmo como la Roland TR-909. Y también ocupar las abundantes casas y fábricas abandonadas para hacer fiestas interminables antes de volver a los suburbios. Todo el house y la evolución posterior de la cultura rave y electrónica tienen el sello de lo que ocurría en Detroit a fines de los ochenta.
Sin embargo, para que esto ocurriera primero el techno hubo de salir del doble gueto (su circuito original eran las fiestas y clubs predominantemente negros y gays) y ser escuchado en Manchester y sobre todo en Berlín, otras ciudades devastadas por la desindustrialización y llenas de espacios a ocupar, donde el techno encontraría su capital, su status y explotaría hacia el resto del mundo.
Hoy, los datos duros de la crítica situación actual son los siguientes: Detroit ha perdido el 60% de su población desde los 50′ y el 36% de los que se han quedado viven bajo la línea de la pobreza. Posee la mayor cantidad de crímenes violentos per cápita. Es una de las ciudades más segregadas y el desempleo se triplicó en los últimos 13 años. El 40% del alumbrado público no funciona y hay 80.000 edificios abandonados (para una espectacular visión de ese paisaje, pueden verse aquí imágenes de «Las ruinas de Detroit», libro de Marchand y Meffre). Pero deberíamos estar atentos a las canciones desesperadas o excitantes sonidos nuevos cuando vienen de alguna gran capital: alguien, desde la olvidada y caótica ciudad de los motores, puede estar creando la música que se hace famosa en otro lado.