La ciudad icono de la industria automotriz norteamericana entró en quiebra. Ahora, podrían subastar hasta el mural más famoso de Diego Rivera, gema artística de la colección del museo local, para pagarles a los acreedores.
El alcalde de Detroit está descolgando los cuadros más valiosos del Instituto de Artes de Detroit (DIA, por sus siglas en inglés). No para simbolizar un acto político reparador, como cuando el presidente argentino Néstor Kirchner ordenó retirar el oleo del dictador Jorge Videla, sino para juntar dólares y así afrontar con un poco más de oxígeno financiero el proceso de quiebra que fue declarado oficialmente esta semana. El museo de la capital de Michigan no es un centro cultural provinciano. El DIA, tan importante en su momento como el MOMA o el Guggenheim, cuenta en su patrimonio con obras de Picasso, Rembrandt, Van Gogh y el mural más famoso de Diego Rivera, una pieza de dos pisos y 27 paneles cuyo paradojal título, Industria de Detroit, pone aún más de relieve el ocaso económico de la metrópolis que fuera icono de la industria automotriz de la principal potencia del mundo. Pero, ahora, luego de que el Juez Rhodez golpeara el martillo en su estrado judicial para oficializar la bancarrota de Detroit -nunca antes una ciudad tan grande de los Estados Unidos llegó a tamaño rojo de su economía: 20 mil millones de dólares-, el autorretrato de Van Gogh y las gemas de Picasso están de remate para ir achicando la larga fila de cien mil acreedores que poseen boletas sin saldar. En principio, la decisión de Rhodez cristalizó el largo declive económico de una ciudad fallida. Las calles de la sede central de Chrysler o de la General Motors parecen el escenario de una película zombie. La basura está amontonada en las esquinas y nadie la recoge. La mitad de los faros del alumbrado público están rotos. Se calcula, según cifras oficiales, que más de ochenta mil inmuebles -pequeñas empresas contratistas, talleres textiles, o casas de dos pisos donde alguna vez brilló el sueño americano- están abandonados. «Detroit es una ciudad deprimida. Tiene la mitad de la población que hace seis décadas, unos 700 mil habitantes. La desocupación es el triple que en 2000, superior al 18 por ciento, y casi la mitad de las propiedades no pagan a tiempo los impuestos municipales. Además, la policía, por ejemplo, tarda casi una hora en responder un pedido de auxilio, frente a los once minutos de media nacional», suma datos Carolina García, autora de una crónica titulada «La ciudad del motor se gripa» y publicada, recientemente, en el diario madrileño El País.
Pero, incluso, se teme que lo peor está por venir. Por lo pronto, eso piensan las organizaciones gremiales que representan a los empleados estatales de Detroit. En ese sentido, la cíclica consigna de que la crisis la pagan los trabajadores parece ser, en este caso concreto, un dato de la realidad y no una especulación panfleteada a priori para agitar la protesta social. El propio magistrado Rhodez dio a entender que una «parte de la partida destinada a jubilaciones será recortada por el Comité de Crisis» que, antes de fin de año, detallará de qué arcas y fondos estatales saldrán los cheques para reducir el enorme agujero fiscal. «La situación es desesperante. Podríamos perder hasta nuestras casas. No puede ser que en este tipo de coyunturas siempre pague el sector público y nunca el privado. Vamos a apelar la medida porque es violatoria de muchos derechos constitucionales», advirtió la Afscme, el sindicato que representa a los empleados públicos municipales, al programa Democracy Now.
«En una decisión histórica que podría atentar contra los beneficios de los jubilados de todo el país, el juez federal Steven Rhodes emitió un fallo, según el cual la ley federal de quiebras puede prevalecer ante las leyes del estado que protegen las jubilaciones de los empleados públicos. Eso abre la puerta para que Detroit haga importantes recortes a los beneficios en salud y jubilación que reciben los empleados de la ciudad. La ciudad enfrenta una deuda de unos 20 mil millones de dólares, de los cuales una sexta parte representan pagos a jubilados. El Gerente de Emergencias de Detroit, Kevyn Orr, advirtió a los sindicatos que se preparen para recortes importantes, aunque no precisó detalles», prologó Amy Goodman, conductora de Democracy Now, antes de entrevistar a Wallace Turbeville, autor de un libro líder en ventas en Michigan: La quiebra de Detroit. En dicho reportaje, Turbeville, miembro de la organización Demos y ex ejecutivo del banco Goldman Sachs, fue a contramano de las furibundas críticas del Tea Party contra la Casa Blanca y enfatizó que los problemas de Detroit se originaron, no en sus pasivos, sino en la «caída de la renta pública y la participación en perjudiciales estratagemas de Wall Street».
Evidentemente, la quiebra de Detroit no es la mejor carta diplomática para que la Administración Demócrata siga exportando al mundo el «american way of life». Sin embargo, respetados economistas heterodoxos como el Premio Nobel Paul Krugman, acaban de publicar una carta abierta donde exhortan a no interpretar la bancarrota de la ciudad de Michigan como «una nueva Grecia». «Hace unos años, Grecia se hundió en una crisis fiscal. Por desgracia, muchos políticos aprovecharon la crisis griega para adueñarse del debate y cambiaron el tema de la creación de empleo por el de la rectitud fiscal. Durante un tiempo, el discurso político en todo el mundo occidental estuvo totalmente helenizado ¿Constituyen las desdichas de Detroit los primeros estadios de una crisis nacional de las jubilaciones públicas? No», se autocontesta Krugman y, luego, concluye su análisis advirtiendo que: «A veces, los perdedores del cambio económico son individuos cuyas aptitudes se han vuelto superfluas; a veces son empresas que prestan servicio a un sector del mercado que ya no existe, y a veces son ciudades enteras que pierden su lugar en el ecosistema económico. Hay gente influyente a la que le gustaría que creyeran que la defunción de Detroit es básicamente una historia de irresponsabilidad fiscal o de empleados públicos avariciosos. No lo es. En buena parte es sólo una de esas cosas que suceden de vez en cuando en una economía siempre cambiante».
Fuente: http://sur.infonews.com/notas/detroit-funde-motores-0