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Cronopiando

Diario íntimo de George W. Bush/3

Fuentes: Rebelión

Diario íntimo de G 8 de Junio Me llama CR y me dice que no quiere que le vuelva a llamar al móvil. El problema es que, ahora, no sé cómo ponerla al corriente de la extraña conducta de Laura. El informe sobre sus llamadas que me ha hecho llegar Michael Hayden no deja lugar […]

Diario íntimo de G 8 de Junio

Me llama CR y me dice que no quiere que le vuelva a llamar al móvil. El problema es que, ahora, no sé cómo ponerla al corriente de la extraña conducta de Laura. El informe sobre sus llamadas que me ha hecho llegar Michael Hayden no deja lugar a dudas, y Michael sabe de eso, que por algo se le nombró director de la Agencia Nacional de Seguridad. La última llamada hecha por Laura ha sido a un hotel de Washington. Quería saber si tenían habitaciones libres. Karl Rowe, que como secretario general de la Casa Blanca sigue siendo el mejor secretario general, me ha informado que Laura ha vaciado los armarios de su habitación y ha recogido su cepillo de dientes del baño. Roger F. Noriega, por su parte, me acaba de poner un fax advirtiéndome que Laura ha sacado sus maletas del desván.
Tengo la impresión de que Laura está tramando algo y, lo peor, es que no puedo comunicarme con CR.
Para colmo de males me llaman por teléfono unos periodistas de no sé qué «fokiu» periódico de mierda para molestarme con preguntas sobre unos cuantos iraquíes muertos por nuestros soldados. Y me pregunto a qué se creerán esos pedazos de sica de la prensa que han ido nuestras tropas allá. Pero entre que llaman y respondo se me ha pasado el día y no he tenido tiempo de ocuparme de Laura y su extraña conducta. Pienso si no se habrá enterado de todo. Lo que me enoja es no poder llamar a CR.
Creo que «debemos hacer todo lo posible para poner fin a la solución».
 
9 de Junio
Por fin me llama CR. Me dice que desde que se supo lo del papelito que le pasé en aquella cumbre pidiéndole permiso para ir al baño ya nada ha sido igual y que no se me ocurra escribir en mi diario nada sobre ella y, menos aún, referirme a su persona como CR porque algunos podrían pensar que me refiero a Condoleezza Rice.
Hoy comienza en Alemania el mundial de soccer, aunque los europeos todavía insisten en llamarle fútbol. La verdad es que cada vez que oigo hablar de Alemania me acuerdo del abuelo, Prescott Bush, y me entra una gran nostalgia. Me acuerdo que papá decía que nunca tuvimos años más prósperos que aquellos, cuando el abuelo y su socio, el industrial alemán Fritz Thyssen, trabajando con tesón lograron hacer una pequeña fortuna que, durante la guerra, pudieron ampliar y que después siguieron multiplicando hasta el punto de que ni yo mismo, no obstante mi accidentada vida de negocios, llegué a poner en peligro.
El último informe que he recibido sobre Laura es todavía más inquietante que los primeros. Me cuenta Paul D. Wolfonwitz, que sigue como adjunto de Defensa, que Laura ha retirado sus fotografías de su despacho en la Casa Blanca. Todo parece confirmar que está molesta. Y lo digo porque, además de que evita cruzarse conmigo por los pasillos de la Casa Blanca, hace una semana que no me compra galletas y tampoco deja que Bárbara lo haga. New Gingrich, que sabe mucho de comunicación, me ha informado que sorprendió una conversación de Laura con mi madre en la que mi esposa le decía que no me va a comprar las Prezler para evitar que me vuelva a ahogar y que si me asfixio, mejor lo haga en otra cama.
Lo que me irrita es que, con tantos problemas como ahora tengo, vengan algunos a molestar con lo de los tres que se suicidaron en Guantánamo, como si fueran los primeros que se matan. Además, «ellos son astutos, creativos, no tienen consideración por la vida, la nuestra o la suya. Estamos ante un acto de guerra de los asesinos más feroces del planeta. Son tan asesinos que se matan ellos mismos. O que me llamen por lo del accidente de tráfico en Afganistán y el revuelo que han provocado unos muertos de nada. Parece que hay quien piensa que el presidente no tiene más oficio que estar pidiendo excusas y reconociendo errores. De todas formas, igual se podría crear una Secretaría de Disculpas que se ocupe de eso. Voy a llamarle a CR para saber qué le parece. «Ya es hora de tener una política exterior orientada hacia el extranjero».
 
 
10 de Junio
CR me dice que no la vuelva a llamar a su móvil. Al parecer, Laura se ha ido a vivir a un hotel de Washington. Lo pienso porque se ha llevado las maletas, la ropa, las fotografías y, sobre todo, porque me ha dejado una nota sobe la cama diciendo: «Me voy a un hotel de Washington. Puedo perdonarte la infidelidad pero no con esa escoba».
Si al menos se hubiera llevado también sus hijas…
Yo me he pasado el día esperando la llamada de CR, pendiente del teléfono. Suerte que Lewis S. Lobby, el abogado que trabaja con Cheney, aprovechando un receso en uno de los juicios que tiene un cliente suyo de apellido Soprano, me trajo por fin unas galletas Prezzler. Inmediatamente les he puesto hielo y me las he tomado quedándome dormido al lado del teléfono, mientras esperaba la llamada de CR.
Toda la tarde he aguardado su llamada, nervioso, intranquilo, y cuando, finalmente, suena mi móvil, resulta que se trata de Josemari desde España, todavía interesado en saber si el Congreso le va a entregar la medalla y si tiene que buscar más fondos públicos para costearla. Le he dicho que no me joda y que ya se la mandaremos.
Antes de acostarme miro algunos titulares de prensa. «Leo las noticias muy pocas veces. Me informan de ellas personas que, probablemente, sí las han leído.»
 
11 de Junio
Por fin me ha llamado CR pero, no para hablar de lo… «nuestro», sino de que el Senado ha ratificado el derecho de los maricones a casarse y mi propuesta ha sido rechazada.
Si alguna duda tenía sobre el paradero de Laura ya he salido de dudas y, efectivamente, está en un hotel de Washington. Ella misma ha tenido el descaro de decírmelo por teléfono, aunque ya me lo había adelantado Bárbara. Y dice que va a seguir allá hasta que yo no rompa con CR.
Le he dicho, muy serio que, o estaba conmigo o estaba contra mi, y todo lo que ha contestado ha sido: «Anda y que te follen»
El bueno de Samuel, el viejo «Huntington» me dice que no debo deprimirme, que todo se acabará arreglando y que no hay depresión que se resista a un buen «choque de civilizaciones». Por la noche me vuelve a llamar Josemari para saber si ya le hemos mandado la medalla. Le he recordado la frase del Eclesiastés, de que hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra, aunque no sé si me habrá entendido o yo me habré explicado.
Lo que es cierto es que «si te despiden te quedas sin empleo al ciento por ciento».
 
12 de Junio
Ni ha llamado CR ni lo ha hecho Laura y, la verdad, es que a las dos echo de menos. Desde que CR no llama tengo problemas urinarios y sin Laura cerca, temo, nadie va a poder socorrerme si, un día de estos, me vuelvo a atragantar.
Necesito tiempo para pensar en lo que voy a hacer porque quiero que Laura vuelva a casa, pero de ningún modo puedo renunciar a CR. Tal vez, lo mejor sea organizar una gira o una cumbre e irme con Donald, Cheney y CR por ahí, de manera que Laura no sospeche.
El problema es que Frank Gaffney, Richar Lee, Otto y los demás muchachos, no se dan cuenta del estado en que me hallo, de lo que estoy pasando, y a cada rato llaman con pendejadas como la de destinar más soldados a la frontera con México. ¿Es que no pueden tomar una decisión sin tener que consultármela primero? Van a volverme loco.
Y también quieren que mañana reciba a Alan García del que, por cierto, Laura sigue asegurando, fue el que se robó la servilleta la noche que vino a cenar con Uribe.
A punto de acostarme, desesperado por saber de Laura o de CR, llama Josemari desde España para preguntarme si ya le he mandado su medalla y si no habría otra para Acebes. Le he colgado.
 
PD:Las frases entre comillas son textuales.
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